Una extensa y permanente caminata sobre el peligro. Así se puede resumir la vida de los kolbers, los trabajadores kurdos que transportan mercancías por las fronteras entre Irak, Irán y Turquía. Fronteras que la mayoría del pueblo de Kurdistán denuncia que fueron impuestas por las grandes potencias occidentales, dejándolos de un día para otro sin derechos y sin un Estado.
Por montañas de más de 3.000 metros de altura y con temperaturas que en invierno llegan a los 20 grados bajo cero, los kolbers caminan entre 10 y 20 horas para trasladar bultos sobre sus espaldas que pesan de 20 a 40 kilos, con el único objetivo de ganar un puñado de billetes que les permitan sobrevivir. En los caminos sinuosos y de vértigo que atraviesan, la muerte siempre ronda cerca. Y esa muerte tiene diferentes caras: puede ser la Guardia Revolucionaria iraní o los militares turcos que nunca dudan en dispararles; o también el congelamiento y las avalanchas de nieve; o, todavía más incierta, la muerte es una pisada sobre una mina antipersonal, de las miles que quedaron activadas después de la guerra entre Irak e Irán (1980-1988).
Los kolbers son perseguidos por su condición de trabajadores que, según los estados, “violan la ley”, y por kurdos. Quienes se encargan de cazarlos al mismo tiempo se benefician con los productos que acarrean, como si fueran viejos vendedores ambulantes de un mundo lejano. Los beneficios de este contrabando, por supuesto, casi siempre son disfrutados por las clases altas de los países que estos hombres caminan, principalmente en Irán.
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Seis o siete pares de medias, ropas gruesas y abrigadas, horas de espera hasta que las mercaderías estén listas en grandes fardos que cargan en sus espaldas, y después caminar en fila por las montañas bajo el sol abrazador del verano o en los inviernos crudos donde la nieve se convierte en el principal enemigo. Los kolbers pueden ser adolescentes u hombres de hasta 80 años. Todos marchan hacia un futuro inmediato que puede depararles cualquier cosa. Conocen los caminos, son nómades entrenados, y su sabiduría los puede salvar de un precipicio borrado por el viento y la nieve, o de los escuadrones militares iraníes o turcos, siempre ansiosos por apuntar y disparar contra estos trabajadores informales.
Las cifras pueden dar una idea: según la plataforma Kolbernews, en 2021 el Estado iraní asesinó a 54 kolbers y otros 165 resultaron heridos. En 2020, el número de trabajadores muertos fue de 67, de los cuales 59 fueron ejecutados extrajudicialmente por fuerzas de seguridad turcas e iraníes. Diferentes organismos de derechos humanos de Kurdistán señalan que las cifras siempre son mayores a las reveladas, ya que muchos kolbers prefieren no denunciar los ataques en su contra. Entre los muertos también están quienes caen en manos del invierno: en 2020, al menos ocho kolbers fallecieron congelados, o por accidentes en el trayecto, o ahogados. Cuando en marzo la primavera llega a las montañas de Kurdistán, en los últimos años crecieron los cuerpos encontrados cuando la nieve se derrite.
En el último informe de Kolbernews, difundido en diciembre del año pasado, se apuntó que en los últimos nueve años el Estado iraní fue responsable del asesinato de al menos 584 trabajadores transportistas. Además, entre 2020 y 2021 en la frontera de Rojhilat (Kurdistán iraní u oriental) 1.611 kolbers resultaron heridos. Desde la plataforma denunciaron que los soldados turcos e iraníes “patrullan las zonas fronterizas como verdaderos escuadrones de la muerte, sin tener que dar cuenta de sus acciones”.
¿Cuál es el crimen que comenten los kolbers? Trasladar hacia Irán, como destino principal, cigarrillos, celulares, mantas, artículos para el hogar, té y alcohol, este último un bien muy preciado en la nación de los ayatolas. Luego de la Revolución Islámica, en 1979, las bebidas alcohólicas fueron prohibidas, según la interpretación del Corán realizada por los nuevos gobernantes. Pero como se sabe, esta prohibición es poco respetadas puertas adentro por los iraníes, sobre todo entre la burguesía del país, que nunca pierde el tiempo para disfrutar un sabroso bourbon o scocht ilegalmente importados.
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La palabra kolber (o kulbar) se compone de los términos kurdos “kol” (espalda) y “bar” (cargar). En el pueblo kurdo, el nomadismo es una característica que se mantiene desde hace siglos, aunque con el correr del tiempo la construcción de sociedades y, más cerca en el tiempo, la urbanización y los desplazamientos forzados a los que fue sometido, hicieron que los descendientes de los medos se asentaran en aldeas y pueblos que, en muchos casos, sobreviven hasta la actualidad.
En un despacho de la agencia de noticias ANF, se advirtió que “el drama de los kolbers y kesibkar (comerciantes fronterizos) se está profundizando. La gente está arriesgando sus vidas en las circunstancias más difíciles debido a las malas condiciones económicas y al alto desempleo para obtener algún ingreso para ellos y sus familias”.
En el caso de Rojhilat, la situación económica de su población arrastra una crisis desde hace varias décadas. El régimen de Teherán siempre dejó de lado a esa región con el fin de golpear a los kurdos y a sus organizaciones de resistencia, prohibidas desde 1979. En el artículo “Los fardos del pecado”, el periodista David Meseguer recordó que el propio gobierno iraní reconoció que en 2017 el desempleo en el país era del 11,5 por ciento, pero en Rojhilat esa cifra llegaba al 13 por ciento. Para los propios kurdos de Irán, estas cifras de desocupación podrían alcanzar el 50 por ciento. En un documento publicado en 2020 por el Congreso Nacional de Kurdistán (KNK, con sede en Bruselas), en 2019 la desocupación en Rojhilat era del 31 por ciento, aunque podría ser mucho mayor. En el mismo documento se remarcó que el PIB en la región kurda de Irán “es sustancialmente menor” que el de otras partes del país. “Al menos el 60 por ciento de la población (de Rojhilat) vive por debajo del umbral de la pobreza”, denunciaron desde el KNK.
Un dato que grafica cómo vive el pueblo kurdo bajo las políticas del régimen de los ayatolas, lo brindó hace algunos años el periodista Manuel Martorell en su libro Los kurdos: historia de una resistencia: “Si para el conjunto de Irán la renta per cápita era en 1975 de 1.340 dólares, en el Kurdistán iraní solamente llegaba a 150 dólares”.
En 2017, Fuad Beritan, co-presidente de la Sociedad Democrática y Libre del Kurdistán Oriental (KODAR, por sus siglas originales), explicó que “la cuestión de los trabajadores fronterizos nunca puede ser evaluada separadamente de las políticas de rechazo y aniquilamiento del régimen iraní; es un problema político, económico y social”. Beritan agregó: “Como parte de sus políticas habituales, el régimen iraní intenta intimidar a los pobres kurdos mediante el asesinato sistemático de los kolbers y así tratar de transmitir este mensaje al pueblo kurdo: ‘Mi arma apunta contra ti’”.
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Los kolbers no tiene vacaciones y mucho menos un salario asegurado. Pueden ganar 70 dólares por viaje, que en general son tres por semana. Entre ida y vuelta, tardan unas 20 horas, y cuando dejan las mercancías en Irán, sus precios se multiplican automáticamente por diez. De esas ganancias, los kolbers no ven ni un centavo. En verano, si las condiciones lo permiten, pueden contar con la ayuda de algunos caballos o burros para cargar los bultos. A pie o ayudados por los animales, delante de ellos se abren las montañas de Kurdistán –sus únicas amigas, según un dicho popular entre los kurdos-, pero que también permiten que los soldados iraníes o turcos los esperen agazapados.
En el documento del KNK se detalló que los kurdos en Irán son el 17,5 por ciento del total de la población y tienen una economía local de base agrícola. Debido a la crisis económica en el país, el número de kolbers aumentó de forma exponencial, “incluyendo a jóvenes con educación superior que no han encontrado trabajo en los sectores público o privado”. La investigación del Congreso Nacional de Kurdistán puntualizó que sólo en Rojhilat, 20 mil personas trabajan como kolbers. En total, se calcula que 44 mil hombres son transportistas transfronterizos en Irán, Irak y Turquía.
En una entrevista con el diario El País, en 2017, el abogado Hossein Ahmadiniaz señaló que el crecimiento del “fenómeno” de los kolbers en las zonas fronterizas del oeste de Irán “proviene de la desigualdad de inversiones públicas y de la desatención del gobierno central hacia estas zonas”. Los kolbers “se aferran a esta actividad como única salida”, indicó Ahmadiniaz, que agregó que a estos trabajadores informales les aplican el mismo castigo que a quienes contrabandean drogas, en “clara desproporción entre el delito y el castigo”.
Un año después, el abogado –que defiende a muchos de los kolbers- analizó que “el kolberismo no es un concepto que simplemente apareció. Tampoco es un concepto formado por enemigos extranjeros. El kolberismo es la dura verdad que surgió después de que la pobreza y el desempleo se desataron durante 40 años de prácticas discriminatorias contra la región de Rojhilat”. En declaraciones a ANF, Ahmadiniaz resumió: “El kolberismo no es un paseo por el parque. Es una solución que un pueblo explotado ha encontrado contra la tiranía y la traición”.
Por estos días en que la primavera empieza a florecer en todo Kurdistán, en las montañas que funcionan como fronteras naturales del territorio los kolbers seguirán caminando con sus espaldas encorvadas. Pasos firmes, ojos bien abiertos y los cuerpos en alerta permanente para llegar a destino. En el trayecto, con la nieve convertida en agua, tal vez encuentren a uno de los suyos que perdió la vida en invierno o por una ráfaga de fusil de los soldados. Si esto sucede, apenas detendrán la marcha, despedirán a su compañero caído en desgracia y retomarán una caminata que tiene como único fin sobrevivir.
FUENTE: Leandro Albani / La tinta / Fotos: Sarkawt Mohammed – Rudaw
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