Hay un aula magna, talleres, laboratorios y, por supuesto, una cafetería en la que se remolonea estirando la media hora de descanso; podría ser una universidad más en Oriente Medio de no ser por el martirologio kurdo en clases y pasillos. Pero que no se trata de una facultad cualquiera ya lo habían dejado claro los uniformados y sus fusiles de asalto a la entrada del campus. No en vano, la Universidad de Rojava abrió sus puertas en octubre de 2016, aún entre los escombros sin recoger de una guerra que sigue sin apagarse. No tiene el reconocimiento de Damasco, aunque eso tampoco es una sorpresa para nadie.
“Las clases son en kurdo, esa es la diferencia principal, pero tenemos que utilizar el material en árabe hasta que podamos traducirlo”, explica Manan Jafar, un kurdo desplazado del enclave kurdo-sirio de Afrin -ocupado desde enero de 2018 por Turquía y facciones islamistas aliadas- que compagina hoy labores administrativas y docentes en el Departamento de Lengua y Literatura Kurda. Aquí se gestiona el papeleo mientras se fuma sobre sillas de oficina que echan en falta algún ruedín, todo entre los pesados archivadores metálicos de la antigua administración: antes era el Instituto Agrícola.
Algún día se cambiará el mobiliario pero, de momento, las prioridades son otras. Jafar recuerda que “el último ataque turco” les obligó a interrumpir las clases durante un mes. No fue para menos. Tras la retirada de las tropas estadounidenses del territorio, en octubre de 2019, Turquía lanzó la operación “Manantial de Paz”, una invasión militar que buscaba expulsar a los kurdos de Siria de una franja de 130 kilómetros entre las ciudades fronterizas de Serekaniye (Ras al Ain, en árabe) y Tal Abyad.
Los drones y los tanques eran de bandera turca, pero las botas de Ankara sobre el terreno pertenecían a yihadistas del Estado Islámico (ISIS) y de la miríada de facciones de Al Qaeda en Siria, a las que Ankara ha regalado armas, uniformes, y hasta un nombre: “Ejército Nacional Sirio”. Como ocurriera en Afrin, la excusa turca para atacar a los kurdos de Siria volvía a ser golpear a las Unidades de Protección Popular (YPG), el contingente armado kurdo-árabe que Ankara insiste en vincular al Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK), la guerrilla kurda activa en Turquía.
Hasta que pueda volver a su casa en Afrin, Jafar dice que no le falta el trabajo en este campus. Ha habido cambios en la lengua vehicular, pero también en el currículum: “Hemos eliminado la asignatura de Ideología e Historia del Partido Baath (en el poder en Siria desde 1963) y la hemos sustituido por la de ‘Cultura Democrática’. En la de Historia también hemos incorporado al resto de los pueblos de la zona”, detalla Jafar, entre sorbos de una taza de café soluble.
El académico no había nacido aun cuando, en 1967, los libros de texto en Siria comenzaron a omitir toda mención a la presencia de los kurdos en el país. Diez años más tarde, se empezaría a borrar su rastro de los mapas: Serekaniye se convirtió en Ras al Ayn; Kobane en Ayn al Arab; Derik en Malikiyah…
“No se trata solo de recuperar a los kurdos en la historia de Mesopotamia, sino también a otros pueblos ausentes en los libros hasta hoy. De hecho, también tenemos planes de abrir un Departamento de Lengua y Literatura Siriaca”, apostilla el de Afrin. De hecho, todos los letreros en aulas y pasillos están rotulados en las tres lenguas principales en el noreste sirio: kurdo, árabe y arameo (siriaco).
La sombra de Damasco
Tras el inicio de la guerra que arrancó en 2011 al calor de la llamada “Primavera Árabe”, los kurdos de Siria optaron por la llamada “tercera vía kurda”: ni con el gobierno ni con la oposición. Su agenda no pasaba por hacerse con el control del país, sino por la autogestión de las zonas en las que la principal minoría de Siria es mayoría. Mientras se defendía el territorio, tanto contra el Ejército sirio como contra grupos islamistas de todas las marcas, salían a la luz partidos políticos kurdos antes en la clandestinidad, se abrían centros para mujeres, asambleas locales, comunas y, en definitiva, se despejaba el camino a una vibrante sociedad civil impensable bajo el mandato de los Assad.
Los kurdos llaman “Rojava” (“Poniente”) a su tierra que, a día de hoy, queda dentro de los límites de la Administración Autónoma del Norte y Este de Siria (AANES). Tras la apertura de las primeras escuelas de lengua kurda en la historia de Siria al calor de la guerra, la Universidad de Rojava no es sino un paso adelante más en una revolución que, por supuesto, tiene en la educación uno de sus principales pilares. En su campus de Qamishlo ofrece la especialidad de Lengua y Literatura Kurda, pero también las de Ingeniería Agrícola y Bellas Artes. No obstante, la lengua kurda se estudia como asignatura en todos los cursos de cada especialidad.
“No queda otra. A día de hoy, el material escolar se ha traducido hasta el décimo curso (17 años), por lo que muchos de nuestros estudiantes aprenden a escribir en kurdo aquí, en la universidad”, explica Massud Mohamed, compañero de departamento de Jafar. Natural de Qamishlo, Mohamed era voluntario en el Departamento para la Prensa Extranjera de la nueva administración, pero dice que siempre tuvo un ojo puesto en el sector educativo. “La alfabetización en nuestra lengua materna es una carrera de fondo: hay que formar a alumnos pero, por supuesto, también a profesores, y sin apenas medios”, explica el activista.
También hay que luchar contra la desconfianza de muchos hacia una red educativa que no tiene ningún reconocimiento fuera de este rincón de Siria. Aunque la administración kurda es hegemónica en toda la región, las escuelas oficiales, dirigidas y pagadas desde Damasco, siguen en funcionamiento y, por supuesto, mantienen el currículum de antes de la guerra. Mohamed lamenta que muchos kurdos manden aún a sus hijos a estos colegios públicos, aunque dice entenderlo “hasta cierto punto”: “El régimen no acaba de irse y nadie sabe si volverá. La incertidumbre es total, pero no podemos dejarnos arrastrar por ella”, dice Mohamed, justo antes del tercer corte de electricidad del día… y todavía no han dado las 11 de la mañana.
La cascada de rumores sobre la creciente presencia de Damasco en el noreste sirio riega desde sosegadas tertulias en cafés a encuentros casuales en mitad de la calle. El pasado 22 de octubre fue el pacto ruso-turco para mantener patrullas conjuntas a lo largo de la frontera el que abrió también la garita al Ejército Árabe Sirio, las fuerzas del régimen. Desde que los kurdos declararon “liberado” su territorio en julio de 2012, la presencia de Damasco en el noreste sirio se había limitado al centro de las dos principales ciudades, Hasaka y Qamishlo, y al aeropuerto de esta última urbe. Durante los últimos meses, efectivos de Damasco se han ido desplegando en puestos fronterizos como Kobane o Derbesiye.
Mohamed nos invita a subir a la segunda planta a conocer a Rohan Mistefa. Es la correctora de la universidad y ocupa el puesto desde que fuera elegida el año pasado por el Consejo Universitario. Esta kurda de ojos grises ya enseñaba en el campus de Afrin. Se emociona cuando recuerda lo que dejó atrás: “Teníamos 700 estudiantes matriculados hasta el ataque de los turcos. Mucha gente nos preguntaba por qué abríamos escuelas y universidades en mitad de la guerra. Yo siempre les contestaba que la nuestra es una cultura de construir, y no la de destruir de nuestros vecinos y sus aliados”, explica esta desplazada.
La Universidad de Rojava es una iniciativa casi única: si bien el kurdo ya tiene amplia presencia en las universidades de la región autónoma del Kurdistán iraquí, allí se trata de la variante sorani y se escribe con grafía árabe, mientras que en Siria, donde se habla la variante kurmanji, se ha elegido el alfabeto latino desde los primeros intentos casi clandestinos en los sesenta. En esto, los kurdos sirios comparten una base común con los de Turquía, también hablantes del kurmanji. Pero allí, pese a algunos gestos en la segunda década del siglo XXI, y pese a las emisiones en kurdo de la televisión estatal, la presencia del idioma en el ámbito educativo no ha pasado de proyectos piloto en los cursos superiores de los colegios de primaria.
“Un sueño hecho realidad”
Dependiendo del departamento, se encadenan carteles de mapas climáticos en las paredes, un despiece de ganado vacuno, el ciclo de la fotosíntesis, citas de los clásicos rusos… Todo en lengua kurda por primera vez en una universidad siria. En los pasillos se forman corrillos en los descansos entre las clases, o se camina en solitario para poner el contador del whatsapp a cero, todo entre las risas que llegan de ese grupo de estudiantes que juega un partido de voleibol en el patio.
Sparta, en primero de Lengua y Literatura Kurda, ha elegido esta carrera porque el kurdo era su lengua materna y quiere trabajar en esta misma universidad. “No sabíamos nada de nuestra lengua y yo sigo sin saber gran cosa”, dice esta chavala de cejas perfiladas. A Azad, ya en tercero de Ingeniería Agrícola, le habría gustado estudiar Informática, pero no era posible. Ni siquiera es hijo de agricultores por lo que aún no tiene claro qué hará cuando acabe.
Como el resto, Asma era casi una niña cuando empezó la guerra en Siria, pero asegura recordar “perfectamente bien” los años en los que la castigaban si la oían hablar kurdo en el colegio. “Estar aquí es como un sueño hecho realidad”, suelta antes de volver a clase.
Hay que remontarse más de cuatro décadas atrás para llegar a entender un sentimiento que comparte la mayoría aquí. El 12 de noviembre de 1963, un teniente de los servicios secretos llamado Muhamad Talab al Hilal publicó un informe de seguridad que marcaría el ritmo de Damasco para abordar el tema kurdo en Siria. Aquel documento subrayaba que el pueblo kurdo no existía, porque carecía de historia o civilización; no eran más que “un tumor maligno que crece en una parte del cuerpo de la nación árabe”. El remedio, remataba Hilal, era extirparlo.
Siguiendo las recomendaciones de aquel teniente, Damasco puso en marcha un ambicioso plan para desplazar a la población, e incluso llegó a privar de la ciudadanía a decenas de miles de kurdos. Los convertía en individuos que como única identificación contaban con un documento que indicaba explícitamente que su portador era “de origen extranjero”, aunque no decía de dónde, y que se le prohibía abandonar el país. Por supuesto, tampoco podían votar, ni comprar una casa o tierras, ni trabajar en la Administración.
A los indocumentados casados se los consideraba solteros, por lo que se les prohibía compartir una habitación de hotel con su pareja. Por supuesto, los hijos heredaban los problemas que acarreaba no existir en los papeles. Hoy, algunos de ellos caminan por estos pasillos, una elocuente metáfora de los cambios acaecidos. Eso sí, sin olvidar que la importancia de la universidad trasciende paredes e incluso fronteras.
Lo recuerda Manuel Martorell, periodista y experto de Oriente Medio: “La actividad cultural y universitaria permitirá a los kurdos estrechar las relaciones con focos universitarios de otras regiones kurdas en Turquía, Irán o Iraq, superando así las limitaciones impuestas por los regímenes o partidos políticos dominantes. Es un hecho que, indudablemente, reforzará el proyecto nacional al menos en el terreno intelectual, cultural y lingüístico”. El navarro subraya otros aspectos estratégicos, como los estudios etnológicos y lingüísticos relacionados con los distintos pueblos que la habitan, o los dedicados a la situación de la mujer.
Pintar el drama
Se trata de una auténtica carrera contrarreloj para desprenderse tanto del yugo de la tradición como del que ha impuesto un régimen hostil, máxime cuando el futuro más inmediato no acaba de despejarse. Para muchos, la retirada norteamericana en un momento en el que los kurdos siguen luchando contra el Estado Islámico es la enésima promesa rota de una larga lista. Si es cierto que la historia se repite, la de los kurdos parece hacerlo con demasiada frecuencia.
“No me atrevo ni a pensar que pueda suceder otra vez”, admite Iskander, otro estudiante de Lengua y Literatura Kurda de Afrín, a quien las amenazas de invasión de Ankara le provocan una sensación de déjà vu. De no haber tenido que huir para salvar su vida, le habría gustado continuar con sus estudios de Periodismo en Afrin, pero en Qamishlo no hay opción.
Al igual que sus compañeros de éxodo, Iskander también transpira nostalgia: “La nuestra no era solo una buena universidad sino que, además, reunía a gente de toda la región de pueblos y aldeas como la mía. Nos conocíamos todos y, aunque estábamos aislados, nos sentíamos fuertes. No perdimos la ilusión hasta el final”. Volverá a casa, dice, “cuando los factores políticos lo permitan”.
Que se vuelva a reabrir el campus de Afrin dependerá, entre otras cosas, de un hasta el momento complicado encaje entre el régimen y la Administración kurda del noreste sirio. El retorno de Asad a esta tierra pasaría por un reconocimiento de las minorías no árabes del país así como el de la autonomía de la región, condiciones que, por el momento, no parecen convencer a Damasco.
Buscamos respuestas en la sede del Partido de la Unión Democrática (PYD), la formación dominante entre los kurdos de Siria. Se tardan menos de diez minutos andando desde el campus. Nada más atravesar el muro que rodea el cuartel general de la formación, Salih Muslim, uno de los rostros más conocidos del activismo kurdo-sirio, nos espera en la misma entrada.
“Podemos sumar fuerzas con el Ejército sirio tanto para recuperar Afrin como Idlib -enclave bajo control islamista protegido por Turquía-, pero no a costa de volver a revivir aquellas décadas de represión bajo Asad padre e hijo”, explica el portavoz del PYD. Según dice, las negociaciones se encuentran “en vía muerta”, por lo que tanto el futuro de Afrin como el del resto de Rojava siguen siendo variables en una ecuación que no acaba de despejarse.
De vuelta en el campus, ahora en el edificio que ocupa la Facultad de Bellas Artes, Fatma Bakir se concentra en la clase de Perspectiva a la antigua usanza: con lápiz, escuadra y cartabón. Esta joven de veinte años y cabello negro recogido en un moño había empezado ya a estudiar en Afrin, y ahora cursa segundo. No tiene dudas de que volverá a casa, “aunque puede ser dentro de un año o de cinco”. De momento se contentará con visitar a su madre en Shehba, una localidad a 30 kilómetros al este de Afrin que acoge un campo de refugiados donde se concentra la población del enclave. La ofensiva turca obligará a la joven a tomar carreteras alternativas para llegar hasta allí: dos días para recorrer una distancia de trescientos kilómetros, y otros dos para volver, claro.
¿Planes para el futuro? Graduarse, dice. “Aunque el título no me convertirá en artista”. Por el momento, seguirá aprendiendo de sus profesores, continúa. “Luego viajar, conocer a otros artistas y entender sus cuadros, ver mundo”.
FUENTE: Karlos Zurutuza / M’Sur / Edición: Kurdistán América Latina (Publicado originalmente en mayo de 2020)