Desde que Recep Tayyip Erdogan llegó al poder, su mandato ha sido controvertido, por decirlo suavemente, debido, en gran parte, a las políticas y prácticas que le caracterizan y que Occidente califica de autoritarias. Sin olvidarnos, además, del intento de golpe de Estado contra su gobierno y que ha utilizado para justificar una mayor consolidación de su poder.
Este intento de golpe estalló como consecuencia de la implantación de una serie de medidas correctivas en el país. Quizás las dos más significativas fueron la represión de los sacerdotes de Gezi y la represión en 2013 del movimiento de Fethullah Gülen (clérigo y ex aliado político, fundador de una importante red de escuelas, y al que el régimen acusa de haber organizado el golpe en julio de 2016. Actualmente vive en el exilio en Estados Unidos).
No podemos olvidar que tras ganar las primeras elecciones en 2014, Erdogan impulsó su Ejecutivo terminando un proceso de paz con los kurdos, además de promulgar el Estado de emergencia tras el comienzo de las oleadas de ataques islamistas en 2015.
Todo apuntaba a que el Estado había sido amenazado por el intento de golpe, y ante esta situación, el gobierno lanzó purgas sin precedentes e hizo habituales las violaciones cada vez más graves del Estado de derecho.
Con la autocracia del presidente turco en constante aumento surgió la aparente creencia de que tenía derecho a dar forma a todos los aspectos de las políticas sociales, culturales y comerciales de Turquía. El hecho de que ganara las últimas elecciones y un referéndum el año pasado, han llevado a Erdogan a convertirse en un jefe de Estado con poderes sin control; cree que tiene el derecho constantemente de su parte.
Sin embargo, ahora vivimos un momento en el que la presión sobre él aumenta cada día, en medio de una divergencia entre la administración Trump y el régimen de Erdogan.
Discordia entre Turquía y Estados Unidos
Turquía acordó, en 2015, permitir que la coalición encabezada por Washington que luchaba contra el Estado Islámico (ISIS) en Siria usara una base aérea clave, lo que la convirtió en parte de la coalición contra los yihadistas. Pero la oposición de Ankara a los kurdos que dominan las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF), y que cuenta con el apoyo de la coalición, ha complicado su papel.
En este contexto, encontramos que la milicia de las Unidades de Protección del Pueblo Kurdo (YPG) son un aliado de Estados Unidos, y sin embargo Erdogan las acusa de ser una organización terrorista. Es más, acusa a las YPG de ser el vástago sirio de su proscrito Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), formación que ha librado una rebelión de tres décadas en el sureste de Turquía.
En estos momentos, las YPG controlan las ciudades clave del norte de Siria, un hecho que aumenta los temores de Ankara a la aparición de una región autónoma kurda en el país vecino, algo que podría tener implicaciones para su propio territorio.
En este sentido, en 2016 las tropas turcas lanzaron una operación en Siria para expulsar a los combatientes del ISIS, así como a las milicias kurdas. Pero Turquía se enfureció cuando escuchó a la coalición liderada por Estados Unidos decir, en enero, que estaba trabajando para crear una fuerza de seguridad fronteriza de 30.000 efectivos, alrededor de la mitad de los cuales sería personal readiestrado en los miembros del SDF.
Entonces, Erdogan decidió lanzar una nueva operación por aire y tierra para expulsar a los combatientes kurdos del noroeste de Siria, desafiando las advertencias de Washington sobre el riesgo que corría de desestabilizar la zona.
Clérigo turco
En julio de 2016 hubo un intento de golpe de Estado que se saldó con 249 personas fallecidas, sin incluir a los que lo planearon. Erdogan, que se encontraba de vacaciones cuando se produjo el intento de asonada, culpó del mismo al predicador musulmán Fethullah Gülen. Ante estas acusaciones, el jefe del Estado turco exigió a Estados Unidos que extraditara al clérigo, pero fue en vano. Tras esta negativa, Turquía se limitó a llevar a cabo importantes purgas en la administración pública con el objetivo de eliminar a los partidarios de Gülen.
En 2017, un empleado turco del consulado estadounidense en Estambul fue arrestado por sospechas de sus vínculos con el clérigo, mientras que un miembro del personal turco del consulado de Estados Unidos en Adana era detenido ante la sospecha de que tuviera vínculos con el PKK.
Ante estos hechos, Washington reaccionó suspendiendo la mayoría de sus servicios de visa para Turquía y, en respuesta, Ankara hizo lo mismo. Las restricciones se levantaron a finales de 2017.
Medios, detenciones
En 2016, el ex presidente Barack Obama advirtió de que la visión que los medios de comunicación estaban mostrando sobre Turquía suponía discurrir “por un camino que sería muy preocupante”.
Según el grupo por la libertad de prensa P24, hay 156 periodistas tras las rejas en Turquía, la mayoría de los cuales fueron arrestados después de la fallida intentona golpista. Estados Unidos también criticó la detención en 2016 de varios ciudadanos estadounidenses por, presuntamente, ser parte de la red de Gülen. El último, el científico de la NASA Serkan Golge, de doble nacionalidad, y que fue condenado a siete años y medio de prisión la semana pasada por ser miembro del movimiento del clérigo. Según el Departamento de Estado, Golge ha sido condenado “sin evidencia creíble”.
Otro de los acusados es el pastor estadounidense Andrew Brunson, que dirige una iglesia en Izmir, y sobre el que en estos momentos pesan cargos similares que fueron formulados en octubre de 2016.
Ahora, y en medio de la grave crisis financiera que atraviesa Turquía, Qatar ha acudido en su ayuda, después de que los bancos centrales de ambas naciones firmaran un acuerdo de intercambio de divisas en un intento de brindar liquidez y estabilidad financiera a la economía turca.
Los dos estados son los más acérrimos partidarios de la Hermandad Musulmana y Hamás, y han mostrado siempre una voluntad de acercamiento hacia Teherán. Los lazos bilaterales entre ambos países, basados en una perspectiva ideológica similar, se ven reforzados por asociaciones militares y financieras que son vitales para Erdogan. Pero entre los peligros de esta nueva alianza se encuentra la historia de Qatar de promover el islamismo a través del poder blando y que promete realzar y consolidar el apoyo a los mismos movimientos a los que Erdogan ha estado ofreciendo apoyo sistemáticamente durante más de una década.
A medida que Qatar se enfrenta la presión internacional para dejar de albergar figuras pertenecientes a la Hermandad Musulmana, todo apunta a que facilitará su migración a Turquía. Éste es el motivo por el que entre los desafíos urgentes que los aliados de Estados Unidos deben abordar se encuentra la cuestión de cómo debilitar esta alianza en ciernes.
FUENTE: Ahmed Charai / La Razón