Virginia Benedetto es reportera gráfica y trabaja en el diario La Capital. Creció con ilusiones y forjó convicciones. Desde siempre consideró a la fotografía como una herramienta, no sólo para mostrar o reflejar, sino también para liberar y humanizar. Su anhelo era ser testigo de una revolución. “Cuando aludo a revolución no me refiero a lo bélico, puede ser parte o no, sino a esos cambios culturales profundos por los que se lucha, a esas transformaciones necesarias para una vida social mejor como la que damos las mujeres hoy aquí”, asegura, para fundamentar el sueño cumplido. Sí, porque Virginia fue a Kurdistán. Un viaje que formateó durante tres años en los Encuentros de Mujeres. Un deseo que se comprende recién cuando se conoce su testimonio. Porque aquella región es la más caliente del mundo y no es sencillo ingresar. Por eso hay aspectos del periplo que fueron confidenciales, inclusive para ella. “Fui a Kurdistán a conocer a las mujeres que luchan por la autodeterminación de su cultura. Se trata de una región autónoma que queda entre Siria, Turquía, Irak e Irán. Allí vive históricamente el pueblo kurdo, milenario, indoeuropeo. Su historia se reconoce desde 600 años antes de Cristo. En 1639 su territorio fue dividido por los imperios Otomano y Persa. Y en 1923 su tierra se repartió entre Turquía, Irán, Siria e Irak. Por eso los kurdos se rebelan para conservar su cultura, sus costumbres, su idioma, su autonomía en esa región. Turquía desde entonces mantuvo una política de opresión hacia el pueblo kurdo que lucha por conservar su propia idiosincrasia y donde las mujeres son protagonistas”, define.
—Es difícil entender un sueño que debe cumplirse en la zona de mayor riesgo…
—Lo sé. Pero hace tiempo lo tenía, tanto personal como profesional. Comenzó a corporizarse en el Encuentro de Mujeres, donde coincidí con chicas que vinieron de allá. Luego de conversar y verlas —siempre pensando en función de un proyecto social— aprendí que aquello era mucho más que una lucha armada. Que era una revolución en pleno siglo XXI protagonizada por la mujer. Mucho tuvo que ver en ese aprendizaje una médica argentina que se llamaba Alina, digo que lamentablemente murió en un accidente en el contexto de los bombardeos turcos y cuando un grupo de choque formado por el ISIS invadían una región kurda. Alina además de ejercer como médica también organizó todo un sistema de salud en Kurdistán. Fue notable lo que hizo.
—¿Qué es lo que más te motivó a hacer un viaje tan riesgoso?
—El hecho de comprender que luchaban por su derecho de autodeterminación como pueblo y en el cual las mujeres encabezan ese movimiento de resistencia kurdo en pos de preservar su cultura y forma de vida.
—¿No fuiste atraída por un conflicto bélico sino por el afán de conocer a la resistencia cultural de un pueblo?
—Exacto. Desde lo profesional sentí la necesidad de estar ahí para desarrollar mi tarea de reportera gráfica y así poder registrar una realidad a la que habitualmente se la reduce a un conflicto bélico. Fue el anhelo de conocer un proceso revolucionario que está en curso en esta época en uno de los lugares más conflictivos de la tierra y donde las protagonistas son las mujeres, lo que no es una cuestión menor, porque se trata de una región en la cual el patriarcado tiene un arraigo histórico y profundo. Y también la búsqueda de las respuestas: cómo las mujeres pudieron organizarse de tal forma en un lugar con esas características tan adversas. Porque no sólo se trata de un proceso de liberación del género sino también de la lucha por la liberación de todo un pueblo. Más allá de las posturas ideológicas se trata de un movimiento donde las mujeres protagonizan una lucha que entrelaza el derecho a una vida comunitaria, al libre ejercicio de las costumbres dictadas por su cultura, donde también incluyen el cuidado y la convivencia con la naturaleza.
—¿No consideraste el peligro de no volver?
—Yo quería conocer eso, pero también es cierto que había una toma de conciencia del riesgo porque la posibilidad no se dio de un día para otro. Los preparativos duraron tres años y eso ayudó a comprender de qué se trataba. Fue necesario construir lazos de confianza con las mujeres del movimiento. Y además el viaje se postergó en dos ocasiones porque justo cuando estaba por ir bombardearon la zona por la cual iba a ingresar. Lo que también fue complicado porque tuve que aguantar el deseo más tiempo.
—¿Tu familia y amigos no intentaron persuadirte para que no fueras?
—Sí, obvio. Cuando les decía Kurdistán tenía que explicarle dónde era. Y cuando les contaba que se trataba de una zona de conflicto ya era difícil explicarles mis enormes ganas de ir. Es que se piensa que se trata de algo lejano, casi inexistente, pero en realidad está más cerca de lo que creemos, porque allá hay madres y familias que marchan para pedir por sus hijos, por su dignidad, por sus derechos. A tal punto están cerca que cuando me encontraba en la montaña donde resisten los kurdos armados saqué el pañuelo verde y una de las chicas integrante de esos grupos de resistencia me dijo en un castellano rústico: “Ni una menos”.
—Qué llamativo.
—Ellas tienen mucho conocimiento de lo que sucede en otras partes del mundo con los diferentes movimientos de mujeres. Están muy informadas al respecto.
—¿Toda la región es hostil a los kurdos?
—Todas, pero Turquía es la más agresiva, tanto que también bombardea a los kurdos que están en el Kurdistán iraquí. O usan al ISIS para invadir, por su crueldad para destruir. El proceso de construcción de la vida autónoma y libre del pueblo kurdo pone en jaque los intereses del Estado turco, más allá de los intereses geopolíticos existentes.
—¿Viviste momentos de tensión?
—Permanentemente, porque cuando estás en la zona de montañas, donde están los grupos de resistencia, es muy habitual visualizar a los drones que bombardean. Se trata de una agresión constante de un país que dispone de la tecnología bélica más sofisticada para la destrucción. Es una guerra de máquinas contra hombres y mujeres. Y esos ataques no son sólo a los grupos de resistencia kurda sino también a las poblaciones radicadas en la región, que son de diferentes culturas que conviven. Por eso los kurdos propician un sistema que se llama Confederalismo Democrático, que propone, entre otras cosas, la libre convivencia de las diferentes culturas y religiones por concebir al lugar como espacio multicultural.
—¿Nunca el miedo le ganó al deseo de conocer?
—Es extraño eso, porque al ver la posibilidad de morir de manera inminente la muerte se convierte en una compañera de viaje, es inevitable no preguntarte sobre ella. Si bien sabemos que todos vamos a morir algún día, ahí está más presente y latente. Pero con el transcurrir de las horas la admiración por ese pueblo desplaza a cualquier sensación y te impulsa a adquirir el mayor conocimiento posible de su cultura. Además las mujeres enseguida te incorporan a su vida de manera muy afectuosa porque se muestran muy agradecidas por el interés de compartir con ellas su orgullo de pertenencia. En todo momento las mujeres me decían que no dejara entrar el miedo en mi cabeza, incluso cuando teníamos a los drones encima. Ellas me insistían que la mejor forma de contrarrestar ese temor era viviendo, tomando las precauciones, pero viviendo fiel a las costumbres. Y la verdad que vencés al miedo. Es que pase lo que pase ellas no se van a ir de ahí. Porque ese es su lugar y así lo sienten. Sé que puede ser difícil entenderlo desde acá.
—Fuiste para conocer los logros de una lucha de mujeres en una realidad muy compleja. ¿Es un matriarcado aquello?
—No, no lo es y no se trata de eso. Quise conocer cómo ellas lograron semejante transformación en culturas patriarcales antiquísimas. Porque hoy además de integrar y protagonizar la lucha armada también integran en partes iguales con el hombre las diferentes comisiones de salud, educación, en fin, todas. Ellas lograron una transformación impresionante. Es una historia de entrega total por sus principios. Las maestras, por ejemplo, que educan a los pibes en el medio de los bombardeos, piensan cada día en la adaptación curricular en función de las necesidades de la región y con el objetivo de aportar a una formación del pensamiento libre. Todo esto se observa con mayor nitidez en el campo de refugiados en Makhmur, en Kurdistán Sur, en suelo iraquí. Y al que los turcos lamentablemente bombardearon en diciembre.
—¿Cuántas personas están allí?
—Alrededor de 20 mil. Todo fue construido por los kurdos, y es el primer lugar que tiene la experiencia de organizarse según lo establece el Confederalismo Democrático. Makhmur se forma a finales de los 90, cuando debido a los sucesivos ataques turcos, Sadam Husein, en un aparente gesto caritativo, les abre un camino para que los kurdos puedan salir de esa situación hacia un lugar supuestamente más propicio. En realidad los mandó a Makhmur, que está en el desierto de Irak, razón por la cual en ese éxodo miles de personas se murieron de hambre y sed, y otras miles murieron picados por escorpiones. Ellos te cuentan aquella experiencia terrible que fue luchar primero contra millones de alacranes y después lograr construir un pueblo en la intemperie. Un hombre me contó que cuando llegaron fue tan desesperante la situación que un niño no paraba de llorar del hambre y su mamá trataba de hacerlo dormir porque no tenía nada para darle, y en su desolación puso piedras en una ollita con agua y le mostró al niño eso, para hacerle creer que ya le estaba cocinando y así calmarlo. Esto refleja que lo de Sadam más que una ayuda fue una condena aún más perversa. Es innegable la fortaleza moral y de principios en la que hoy se sostiene el pueblo kurdo.
—¿Qué otros lugares visitaste?
—Shengal, un lugar donde los yazidíes habían sido sometidos de una manera cruel por el ISIS y que fue liberado por las fuerzas de autodefensa kurdas en un sangriento enfrentamiento en 2014. A raíz del 73º genocidio del 3 de agosto de 2014 en el que miles fueron masacrados y miles de niñas y mujeres fueron esclavizadas, la comunidad formó sus propias fuerzas militares, consejos, organizaciones educativas, academias y partidos políticos para protegerse de ser sometidas a cualquier nueva masacre. Allí y en Rojava, que es el Kurdistán sirio, conocí también la vida en comunidad, donde todo se define por asamblea, con las mujeres con posibilidad de veto sobre lo mixto. Esa importancia de la mujer es uno de los principios del Confederalismo Democrático y está establecido desde la comprensión que la mujer fue lo más oprimido. Y parten del concepto de que para que haya una vida libre, la mujer tiene que ser transformadora de eso. En función de esto hay que entender que ellas porque no les queda otra, porque si no lo hacen el destino es la muerte o la esclavitud. Ellas te dicen: “Nosotras luchamos para vivir”.
—Es duro escucharlo, sin dudas verlo fue tremendo…
—Muy difícil y por momentos angustiante. Porque conocí a muchas mujeres que tuvieron un enorme padecimiento patriarcal. Una de ellas me contó que de chiquita fue oprimida por su marido, luego el Isis llega y mata a sus cuatro hijos. No podía estudiar, no podía salir de la casa, todo un suplicio hasta que este movimiento logra prevalecer y liberarse. En un momento ella, después de contarme todo lo que vivió, me dice con satisfacción: “Desde que yo conocí el movimiento de mujeres ya no existe hombre que me diga cómo tengo que vivir. ¿Por qué si tengo piernas no puedo caminar?”. Y la verdad es que después de ver y escuchar eso ¡cómo no admirar a esa mujer en la mitad del desierto, a la que le hicieron lo que quisieron, violarla, esclavizarla, matarle a sus hijos! Y que pese a todo esa mujer honre la vida y que esté haciendo vestidos para el resto de las mujeres, pero no para ganar plata, sino para aportar a ese movimiento que le enseñó el valor de la libertad y de la vida. Es un ejemplo enorme de dignidad.
—¿Qué cambió en vos a partir de este viaje?
—La jerarquía de las cosas. Ya no entiendo cuando dicen que no se puede. O que algo es imposible de revertir. También puse en valor estar viva, cuáles son las cosas trascendentales y cuáles no. Y a la naturaleza, porque hoy cuando abro la canilla comprendo la enorme importancia de ese hecho, que parece simple pero no lo es y tantas cosas que son cotidianas y a las cuales no le damos el valor que tienen. Siento que esta experiencia me produjo cambios muy profundos.
—Esta pregunta te puede resultar antipática pero quizás sea la que se hagan algunos lectores al leer esta nota. ¿Si tenés tanta admiración por aquella cultura, por qué no te quedaste?
—Porque pienso que mi lugar para aportar es desde la fotografía, haciendo conocer esa lucha, y creo que puedo aportar más como profesional que de otra manera. Estoy convencida de que la fotografía es una herramienta liberadora, de denuncia, que humaniza. Además creo que contar lo que viví va a servir para la transformación que las mujeres estamos desarrollando acá. Cuando defino que lo que ellas hacen allá es revolucionario, no me refiero a lo bélico sino a esa lucha más profunda que tiene que ver con la fortaleza de autodeterminación de su cultura. Ellas no quieren imponer nada, sólo pretenden tener una vida libre, una vida en la que puedan estar en comunidad, en armonía con la naturaleza y sin egoísmos ni opresiones.
FUENTE: Sergio Faletto / La Capital / Fotos: Virginia Benedetto