La semana pasada, Ayşe Gökkan, extraordinaria activista por los derechos de las mujeres, ha sido encarcelada por 84ª vez. Hay unas doscientas investigaciones en curso en su contra, todas por diversos cargos de “terrorismo”. Aunque es bastante común que las activistas kurdas tengan más de un caso judicial en curso contra ellas, en realidad no se podrá encontrar a nadie con un solo caso, simplemente no existe, y la situación de Gökkan es excepcional. Pero, de nuevo, el Estado turco la ataca a ella y a sus compañeras por una muy buena razón.
Tengo el privilegio de conocer personalmente a Ayşe. Fue alcaldesa de Nusaybin (Kurdistán turco), la ciudad hermana de Qamişlo en el Kurdistán de Siria, en 2013, cuando Turquía comenzó a construir un muro en la frontera con ese país. Ella protestó ferozmente, hizo una huelga de hambre en la frontera. A finales de ese año, ambas fuimos invitadas a un viaje a Finlandia. Yo estaba en Diyarbakır en ese momento junto a un periodista kurdo, con quien estábamos dando varias conferencias sobre la cuestión kurda en Turquía.
Los vuelos eran problemáticos porque había ventiscas de nieve tanto en Diyarbakır, de donde salimos los dos, como en Estambul, donde nos reuníamos con el periodista. Ayşe tomó el control de nuestros esfuerzos para informarnos en el aeropuerto de Diyarbakır. Era caótico, estaba abarrotado, ruidoso y los funcionarios corrían tratando de manejar la situación. Ayşe los detuvo y les hizo preguntas en kurdo, su lengua materna. Muchos de los funcionarios no hablaban kurdo, pero por muy serviciales que quisieran ser intentaron encontrar a alguien que lo hiciera. Entonces, de repente, Ayşe cambió y habló en turco. El funcionario con el que estábamos hablando se enojó: “¿Entonces habla turco pero fingió no hacerlo? ¿Por qué estás dificultando las cosas?”.
Ayşe no levantó la voz, pero dejó muy claro que no era ella quien dificultaba las cosas: “Estamos en Kurdistán, ¿verdad? –dijo-. El problema no es que yo hable kurdo, el problema es que la mayoría de la gente en Kurdistán no lo hace. Tengo derecho a hablar mi lengua materna y es problemático que me vea obligada a hablar turco para hacerme entender”. Puede que no hayan sido sus palabras exactas, pero esto es lo que ella comunicó.
Ayşe Gökkan tenía razón. Tenía razón cuando protestó contra el muro fronterizo, tenía razón en que era una pena que no pudiera hacerse entender en su lengua materna en su propia tierra, tenía razón en todos los análisis que hizo del tema kurdo durante ese viaje a Finlandia y en todas las demás entrevistas que escuché que le hicieron. Nos encontramos varias veces en Diyarbakır, adonde se mudó después de que terminó su mandato como alcaldesa de Nusaybin, y después de que se negó a tomar otro mandato. Ser alcaldesa requería demasiada gestión, para ella era demasiado dentro de las estructuras del Estado. En el fondo, es activista y radical. Un puesto en el TJA, el Tevgera Jinên Azad (Movimiento de Mujeres Libres) le sentaba mucho mejor. Cuando fue arrestada esta semana, era la portavoz de TJA.
Admiro a Ayşe y a todo el movimiento de mujeres kurdas. Su análisis de la cuestión kurda es muy nítido y no deja ninguna estructura de poder sin tocar en su dedicación al cambio. Es de ellas que he aprendido cuán entrelazadas están las estructuras de poder: la supresión del idioma kurdo por parte del Estado está inseparablemente conectada con el “carácter sagrado” del Estado-nación turco, con el capitalismo (y la corrupción), que a su vez está vinculado a él y a la represión de la mujer que lo mantiene todo unido.
La lucha de Ayşe es mucho más feroz, mucho más radical que la de las feministas blancas superficiales que conocí antes de mudarme a Turquía hace quince años. Solo a través de los ojos de las mujeres kurdas aprendí a mirar mi propio país de origen y su feminismo, y solo entonces vi que es el movimiento de mujeres negras antirracistas en Europa y Estados Unidos el que se dedica a la misma lucha de múltiples capas. Siempre estaré en deuda con Ayşe y sus camaradas.
Estas mujeres están quemando el patriarcado, que es exactamente la razón por la que el Estado las reprime tan ferozmente. Son estas mujeres a las que el Estado debería tener mucho, mucho miedo. Pueden encerrar a Ayşe, pueden encerrar a sus camaradas, pueden meterla en la cárcel cien veces y abrir una docena de investigaciones más, pero no servirá de nada. La lucha continúa, dentro o fuera de la prisión. Y, sin duda alguna, estas mujeres ganarán en el mundo.
FUENTE: Fréderike Geerdink / Medya News / Traducción y edición: Kurdistán América Latina
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