Desde hace más de 1.500 años, sobre el lugar donde se unen Asia y Europa, sobrevuela la majestuosa cúpula de Santa Sofía, o Ayasofya, en Estambul. Se construyó como una iglesia, la más grande de la cristiandad, en el siglo VI; se transformó en mezquita con la caída de Constantinopla, en el siglo XV, y, en los años treinta del siglo pasado, el padre de la Turquía laica, Mustafa Kemal (Atatürk), ordenó convertirla en museo, como símbolo de que su valor artístico y social está por encima de las religiones. Así se inscribió en el Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, en 1985. Su inmediata transformación en una mezquita, ordenada el viernes por el presidente islamista Recep Tayyip Erdogan tras anular un tribunal su condición de museo, ha desatado un enfrentamiento entre el gobierno turco y la organización de Naciones Unidas para la cultura.
La Unesco, a través de su directora general, Audrey Azoulay, y de diferentes portavoces, sostiene que este cambio de uso se ha realizado sin ningún diálogo previo, y que cualquier transformación en el estatuto de un monumento inscrito en la lista del Patrimonio de la Humanidad debe ser cuidadosamente negociado y aprobado, si fuese necesario, por el Comité del Patrimonio Mundial. La Convención del Patrimonio Mundial o de la Humanidad sostiene, en su artículo 11, que podrán entrar en la lista del patrimonio en peligro bienes que “estén amenazados por peligros graves y precisos”, entre los que incluye “la destrucción debida a cambios de utilización o de propiedad de tierra”. El gobierno turco insiste en su soberanía y en que la conversión del monumento en una mezquita, un viejo empeño de Erdogan que culminará el próximo 24 de julio, no supondrá un problema para el acceso.
“Lamentamos que el cambio de estatuto de Santa Sofía, un monumento inscrito como museo en la lista del Patrimonio Mundial, haya sido decidido por las autoridades turcas sin consultar”, explicaba este domingo por teléfono, desde París, Matthieu Guevel, director de comunicación de la Unesco. “Tienen la obligación de informar y notificar a la Unesco para discutir antes de cualquier cambio, y esto no ha ocurrido a pesar de las numerosas cartas y correos enviados. Se trata de una obligación, y las autoridades turcas no lo han respetado”.
“Que un monumento esté inscrito en el Patrimonio Mundial significa que es único y universal, que solo existe uno en el mundo”, prosigue Guevel. “Santa Sofía, que se inscribió como parte del centro histórico de Estambul, constituye sin duda un lugar único entre otras cosas porque ha sido un símbolo del diálogo entre Europa y Asia, un testigo de culturas y pueblos. Monumento fundamental de la cultura ortodoxa, ha sido también una gran mezquita y luego un museo. Es precisamente la superposición de estas capas lo que le da su especificidad, porque encarna una llamada al diálogo. Modificar esta condición, que es un símbolo de su universalidad, es muy lamentable”.
Las críticas de la Unesco no han sentado bien en Turquía y su viceministra de Cultura, Özgül Özkan Yavuz, respondió en un hilo de tuits que la reconversión “en ningún caso supone una violación” de la Convención de la Unesco, poniendo como ejemplo la mezquita-catedral de Córdoba que “continúa en la lista de Patrimonio de la Humanidad”. Sin embargo, el monumento de Córdoba fue inscrito cuando ya era una catedral y no se ha producido un cambio de uso, aunque sí una intensa polémica ante los intentos de la Iglesia católica de minimizar su pasado islámico. El portavoz del Ejecutivo, Ibrahim Kalin, aseguró el sábado en una entrevista con la cadena pública TRT que sacar a Santa Sofía de la lista por convertirla en mezquita sería una “discriminación” y llevaría al mundo musulmán a cuestionarse las normas de la Unesco, olvidando que muchos otros países también han sido apercibidos por no respetar la convención de patrimonio.
La Unesco ha pedido oficialmente al gobierno turco que, en cualquier caso, se respete el acceso igualitario al monumento y que se mantengan intactas todas las obras de arte que contiene. El mayor problema lo representan los mosaicos y pinturas bizantinas con figuras humanas, ya que el islam no permite representaciones figurativas dentro de los templos. De hecho, estuvieron encaladas durante los casi 500 años en que Santa Sofía fue una mezquita. Si este cambio afecta a su condición como patrimonio universal es un asunto que será discutido en la próxima reunión del Comité del Patrimonio de la Humanidad, que estaba prevista para junio pero que se pospuso sin fecha a causa de la pandemia.
Por lo pronto, el museo de Santa Sofía ha cerrado sus puertas hasta su reapertura como mezquita el próximo 24 de julio con un gran rezo, si bien el proceso de adaptación a su nuevo uso se prolongará durante seis meses, según anunció el presidente turco. Este fin de semana, un equipo de técnicos del Ministerio de Cultura -al que ya ha dejado de pertenecer el monumento para pasar a la Dirección de Asuntos Religiosos del gobierno- trabajó para idear un plan de preservación de las obras de arte de su interior. “Santa Sofía, con todas sus pinturas, mosaicos, iconos y obras de arte, estará abierta a todo el mundo”, aseguró el portavoz del Ejecutivo.
Las autoridades turcas no han dado aún directrices públicas sobre cómo se preservarán los mosaicos, si bien algunos medios locales han adelantado algunas posibilidades. Según fuentes del Ministerio de Cultura citadas por el diario Habertürk, se baraja un sistema de cortinillas que cubra los mosaicos visibles desde el lugar del rezo. El rotativo Hürriyet apunta que, para imágenes más difíciles de tapar, como las del ábside, se estudia un sistema de luces que permita oscurecer su visión durante la oración.
Lo que sí es cierto de la defensa del gobierno turco de su actuación es que cuenta con amplio consenso interno. Las encuestas señalan que más del 60% de la población aprueba su apertura al culto, aunque también la mayoría de la opinión pública cree que es una maniobra de distracción política. También es verdad que la narrativa en los medios de comunicación -la mayoría controlados de cerca por el gobierno- ha sido unidireccional. Los académicos e intelectuales -como el premio Nobel Orhan Pamuk, o la escritora Elif Shafak- que han lamentado la medida, han tenido que hacerlo a través de las redes sociales, la prensa extranjera o pequeños medios alternativos. Contactado por este diario, Pamuk se remitió a unas declaraciones a la BBC del pasado sábado en las que afirmó: “Millones de turcos seculares como yo lloran contra esta medida, pero sus voces no son escuchadas”.
En Bizancio (Debate), un libro clásico sobre la civilización bizantina, la profesora del King’s College de Londres, Judith Herrin, explica todas las vicisitudes de un monumento que llegó a tener la cúpula más grande del mundo durante casi un milenio y que, tras la conquista de Constantinopla por los turcos en 1453, lo que significó el final del Imperio Romano de Oriente, fue transformado en mezquita y adornado con cuatro imponentes minaretes. “Lo cierto es que no hacen sino reforzar la peculiaridad de la mezquita llamada de Ayasofya, y la enorme envergadura de la estructura que yace bajo su cúpula sigue siendo un símbolo físico de la aspiración de Constantinopla de gobernar el mundo. Mientras permanezca en pie, Bizancio estará siempre presente”.
El gran historiador turcofrancés Edhem Eldem expresó el mismo problema con otras palabras en su lección inaugural como profesor del Collège de France, una de las instituciones científicas más respetadas de Francia, donde ocupa una cátedra: “El pasado turco no es solamente otomano y la historia otomana no es solamente turca”. La conversión de Santa Sofía en mezquita parece querer borrar este axioma.
FUENTE: Andrés Mourenza / El País