Las elecciones municipales del 31 de marzo, que han sido un referéndum sobre la gestión de Recep Tayip Erdogan un año después de convertirse en el todopoderoso presidente de Turquía, confirman la tendencia de los acontecimientos de los últimos años: el fin progresivo del erdoganismo, a pesar de que el nacional-islamista Partido de Justicia y Desarrollo (AKP) haya sido el más votado. “Por 15ª vez fuimos el primer partido“, presumió Erdogan. El mapa político se hace de lo más apasionante: el AKP y sus socios del gobierno, la extrema derecha panturquista de Acción Nacionalista (MHP) han perdido nada menos que la capital Ankara, las provincias costeras mediterráneas de Adana, Esmirna, Mersin y Antalya. Mientras la ciudad más grande kurda, Diyarbakir, ha votado al perseguido Partido Democrático de los Pueblos (HDP), formación kurda-socialista; en Estambul, la victoria está disputada entre AKP y el centrista-secular Partido Popular Republicano (CHP).
Y un dato de infarto para el corazón destrozado del Califa otomano: los comunistas, por primera vez, ganan un ayuntamiento: el de Dersim. El campesino Fatih Mehmet Maçoglu, que desde el 2014 ha sido edil de la aldea de Övacik, y había implantado un sistema alternativo (de transporte público gratuito, agua barata, cooperativas agrícolas, viviendas sociales, becas para los estudiantes, políticas feministas, asambleas populares, etc.), ahora gana en Dersim, una histórica ciudad kurda con 6.500 habitantes.
Las razones de una agónica caída
1- La recesión económica: la devaluación de la lira en un 25%, la inflación del 20%, el desempleo juvenil del 25%, y una deuda externa de las empresas privadas turcas de 250.000 millones de dólares, que ha causado la quiebra de decenas de ellas. El gobierno y el sector privado invirtieron una importante parte de los préstamos recibidos de los bancos europeos en el sector turístico en vez de potenciar la industria y la agricultura. La demanda de los consumidores, al igual que las inversiones extranjeras de las que depende la economía turca, han colapsado. Mientras el gobierno acusa a las potencias extranjeras de todos los males del país, ha tenido que enfrentarse a la “crisis de cebolla”, producto estrella en la cocina turco-kurda cuyo precio se ha triplicado en los últimos meses a causa de la especulación de las grandes empresas rentistas vinculadas con la burguesía comercial gobernante. Turquía, para evitar colas, ha tenido que importar tanta cebolla desde Irán que ha provocado la escasez de este producto en el país vecino, obligando a sus autoridades a tomar medidas para controlar su exportación.
2- El aumento del interés de la nación por la política exterior: las intervenciones militares en Siria e Irak ya no hacen tanta gracia a los turcos; tampoco se sienten orgullosos de que Erdogan haya instalar bases militares en Somalia, Somalia y Qatar. El presupuesto militar del régimen aumentó de 18.000 millones de dólares en 2016 (el 2,2% de su PIB) a 19.600 millones en 2017. “Lo primero que hagamos después de las elecciones es resolver el problema de Siria en el campo si es posible, que no en la mesa”, anunció Erdogan, que así pretende exportar la crisis político-económica interna, y así socavar bajo su cortina de humo las protestas de los sectores empobrecidos que se gestan. Utilizó esta misma estrategia antes del referéndum del abril de 2017 que le otorgó la presidencia, lanzando la Operación del Escudo del Éufrates, y también en junio de 2018 previa a las elecciones generales, con la Operación de la Rama de Olivo.
3- Convertir la prioridad del chovinismo gobernante en la política exterior: desmantelar la autonomía kurda en Siria no es la obsesión de millones de ciudadanos del país, cuya principal preocupación es llagar al fin de mes, cuestión obviamente incomprensible para la pareja presidencial que vive en un palacio de 350 millones de dólares y 1.000 habitaciones.
4- El factor miedo de “baqá”: el presidente intentó tapar las cuestiones políticas (corrupción, crisis económica, represión, desmantelar el estado de derecho) con la bandera de la identidad turco-musulmana. Habló constantemente de “baqá”, la “supervivencia” del Estado, como si la “raza turca” estuviera a punto de ser exterminada y su idioma y sus tradiciones estuvieran amenazadas por los enemigos internos y externos. Se presentó, sin éxito, como el Guardián de la Turquía mártir.
5- Crear alianzas electorales. Por primera vez, los partidos de la oposición diseñaron una estrategia electoral: el HDP decidió no presentar candidaturas propias en las grandes ciudades como Ankara en favor de la lista del CHP, en cuyo programa está respetar los derechos de las minorías étnicas y religiosas.
¿Cómo Erdogan ha podido volver a ganar?
6- Incendiar los sentimientos religiosos de su electorado: durante la campaña proyectó, por ejemplo, el video de la masacre de la mezquita de Christchurch, acusando a Occidente de “islamofobia”, como si los kurdos y los árabes que él mismo manda masacrar en Siria, patrocinando a los grupos terroristas, no fuesen “musulmanes”.
7- Manipular los sentimientos nacionalistas de la población: quizás por la influencia de su socio MHP, Erdogan, al contrario de las campañas anteriores que abusaba de apelar al Islam, reivindicó la identidad turca, acusando a los opositores de querer desintegrar “la amada patria turca”.
8- Sacudir los sentimientos anti-inmigrantes, prometiendo la repatriación de los cuatro millones de refugiados sirios. Los partidos xenófobos han conseguido culpar del aumento de la pobreza a las víctimas de una guerra en la que la propia Turquía ha sido una de sus promotoras.
9- Control absoluto sobre los medios de comunicación, tanto los modernos como los tradicionales (incluidas las cerca de 85.000 mezquitas). El mismo Erdogan que ha hecho del cadáver de Jamal Khashoggi una bandera contra Arabia Saudí, reclamando el liderazgo del “mundo islámico-sunnita”, condenó en 2018 a cerca de 80 periodistas a penas de prisión o a pagar cuantiosas multas por “propaganda terrorista” o “insultar al jefe de Estado”. La reportera Pelin Ünker sigue entre rejas por publicar que el ex primer ministro, Binali Yildirim, y sus hijos ocultan su patrimonio en Malta para evadir impuestos.
10- Ausencia de una alternativa al AKP y al propio Erdogan: por ello intentaron eliminarle físicamente en 2016. En cuanto al HDP, había sido debilitado tras una dura represión por parte del régimen, a pesar de la renuncia del PKK a la independencia kurda (en 2002); Erdogan les arrebató un centenar de ayuntamientos que gobernaban, acusándoles del separatismo y terrorismo. Sus dos co-presidentes, Selahattin Demirtas y Figen Yuksekdag, al igual que otros 200 miembros del partido siguen en la prisión.
11- Ganar aunque sea haciendo trampas: en el sistema antidemocrático turco, otro “Estado de un solo hombre” de Oriente Próximo, además de perseguir a los adversarios es posible manipular los resultados electorales. En los comicios del junio del 2018, el CHP denunció que unas 6.389 personas centenarias se habían registrado para votar, incluida la señora Ayşe Ekici nacida en 1854; el HDP, por su parte, encontró una lista de 1.108 votantes que tenían la misma dirección como su domicilio habitual. De hecho, tanto Erdogan como su ministro del Interior, Suleyman Soylu, advirtieron durante la campaña electoral que en caso de encontrar pruebas de que los alcaldes elegidos de la oposición son “terroristas o infractores” no dudarán en expulsarlos y designar fideicomisarios en su lugar, como lo hicieron en 2014 en las regiones kurdas.
12- La teatral “lucha antiimperialista”, ante una población con fuertes sentimientos antiestadounidenses: Erdogan no para de acusar a la oposición de ser “vendepatrias”, poniéndose medallas por desafiar hasta al mismísimo Donald Trump, atacando a los kurdos en Afrin de Siria. Pero, en realidad, no se atreve a sacar al ejército turco de la OTAN, organización bajo el control del Pentágono y al servicio de los intereses de Estados Unidos: no habrá turquexist, a pesar de que Ankara compre los sistemas antiaéreos S-400 rusos.
13- La capacidad de Erdogan en revertir la crisis económica: los ciudadanos tienen “fe” en él; fue el promotor de un crecimiento económico que mejoró la vida de millones de personas. Pero lo cierto es que las leyes del capitalismo, reguladas por las élites humanas, no obedecen ni a las bondadosas fuerzas sobrenaturales.
Tras las elecciones, el presidente turco se enfrentará a la verdad del callejón sin salida de la crisis económica y del pantano sirio en el que se ha quedado atrapado, gracias al plan de Barak Obama.
Ahora, el superpresidente pretende hacer una nueva masacre en la zona kurda de Siria, empobrecer aún más a los ciudadanos de su país aplicando una dura política de austeridad y seguir polarizando la sociedad entre turcos y kurdos, laicos y religiosos, para así seguir gobernando. Los cambios que introdujo el propio Erdogan en la constitución del 2018 impiden que él pierda el poder. Desde la presidencia puede privar de presupuesto a los ayuntamientos progresistas.
No descarten que los nuevos alcaldes de la oposición acaben en la cárcel acusados de los que sea, ni que millones de ciudadanos vuelvan a desafiar su régimen en las calles.
FUENTE: Nazanín Armanian / Público