El Informe 2018 sobre Desarrollo Humano, publicado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), reveló algunos de los problemas que en este terreno presenta Turquía en la actualidad. El contenido de este documento difundido el pasado mes de septiembre, y el análisis que de él se puede realizar, fue relegado por la prensa nacional que evitó cualquier referencia a un asunto tan crucial para la calidad de vida de sus ciudadanos, y que recoge cuestiones tan sensibles como la sanidad, el acceso al conocimiento, la igualdad de género o la sostenibilidad ambiental, entre otras.
Estas variables conforman el llamado Índice de Desarrollo Humano (IDH) junto al ingreso anual per cápita (PCI, por sus siglas en inglés) del país, y fue creado a partir de las teorías del prominente economista indio Amartya Sen.
Turquía cuenta con un PCI de 24.804 dólares anuales, lo que le clasifica con respecto a estos ingresos en el puesto 50 de los 189 países analizados en el informe, lo cual le haría entrar en la categoría de “muy alto desarrollo humano”.
Sin embargo cuando estos datos económicos se cruzan con el resto de indicadores que sirven para calcular el IDH, retrocede 14 puestos y baja de categoría para situarse entre los primeros países con “alto desarrollo humano”.
Esta circunstancia evidencia que hay desfase entre la riqueza del país y la calidad de vida de sus ciudadanos, o dicho de otro modo, la mejora de la situación económica no se ve reflejada en políticas efectivas que acompañen el necesario desarrollo humano de su población.
Si se observan los datos históricos reunidos en el documento este hecho queda aún más claro, pues mientras que el PCI aumentó desde 1990 un 121,2 por ciento, el valor del IDH mostró un incremento del 36,6 por ciento.
Brechas aún más marcadas entre ambos indicadores se constatan en países con altísimos ingresos, bien procedentes de recursos naturales, como Qatar, Arabia Saudita o Kuwait, o bien de sectores financieros especulativos, como Luxemburgo, Mónaco o Liechtenstein.
Por el contrario otros países ricos, aunque con menor PCI que los citados, sirvan como ejemplo Alemania, Islandia, Canadá o Reino Unido, ascienden puestos en la clasificación del IDH, situándose por delante de los primeros.
Entre las naciones de rentas más bajas esta circunstancia no es nada habitual y el ejemplo más paradigmático es el caso de Cuba, en el puesto 116 por ingresos y en el 73 del IDH, ubicada como Turquía en la categoría de “alto desarrollo humano” y al nivel de un país como Trinidad y Tobago que cuadriplica el PCI de Cuba.
Una mejora de este tipo en la clasificación final, es decir, un puesto más elevado de desarrollo humano que económico, no solo constata una aplicación más eficiente de las políticas de bienestar social, sino generalmente un mejor reparto entre los ciudadanos de la riqueza y las oportunidades del país.
Por el contrario un peor nivel de desarrollo social que de ingresos, como es el caso de Turquía, significa que la calidad de servicios como la educación o la sanidad, o de indicadores como la esperanza de vida se estancan o quedan a la zaga frente a los aumentos registrados en los ingresos nacionales.
Para ello el informe de Naciones Unidas utiliza el IHDI, un indicador que muestra las “pérdidas” debido a la desigualdad de ingresos, o de acuerdo a sus siglas la Inequidad del Índice de Desarrollo Humano, y que se expresa en porcentaje.
“A medida que aumenta la desigualdad en un país, también aumenta la pérdida en el desarrollo humano”, explica el documento, y si se analizan las tablas relativas a Turquía esta merma es del 15,4 por ciento de promedio, lo que la relegaría otros cuatro puestos hacia abajo en la clasificación con el resto de países.
Este porcentaje dice poco, pero en la práctica significa que desde 2015 no hubo en Turquía una mejora significativa en la esperanza de vida al nacer de sus ciudadanos, actualmente en 78 años, se estancó el número de años de escolarización de sus menores, al tiempo que aumentó el desigual reparto de la riqueza, medido con el denominado índice de Gini.
Con respecto a las naciones de su entorno, y que cuentan con niveles de desarrollo humano similares, Turquía muestra mayores inequidades que Irán, Albania, Serbia o Georgia, a pesar de ser el que mayores ingresos presenta de todos ellos.
Una de las explicaciones más inmediatas es que ese grupo de países tienen una clasificación más alta atendiendo a su IDH que observando sus ingresos per cápita, y que en el caso de Georgia son casi tres veces inferiores a los de Turquía.
Lo que viene a corroborar que para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos se debe anteponer la voluntad política de velar por el desarrollo humano, a la acumulación de beneficios injustamente distribuidos, pues de ese modo se entiende que Grecia, situada un peldaño por debajo de Turquía en el PCI con apenas 120 dólares menos por habitante y año, se encuentre 33 puestos por delante en el IDH.
Turquía debe hacer un esfuerzo para cerrar esa brecha si quiere mejorar los indicadores en áreas como la educación y la salud, y el camino no es otro que aumentar la calidad y la accesibilidad de los servicios contando para ello con una nueva fiscalidad más progresiva y redistributiva que la existente en la actualidad.
FUENTE: Antonio Cuesta / Prensa Latina