Un análisis sobre el rol de Turquía en Oriente Medio, dada la complejidad de la región, la volubilidad y los múltiples actores presentes, daría para escribir una docena o más de artículos de investigación. Así ocurre también con la nueva eminencia gris de la diplomacia turca, Mevlut Çavusoglu, del que haría falta un artículo más extenso de lo que estas páginas abarcan, para analizar en profundidad su acción diplomática en la región. Así como el presidente Recep Tayyip Erdogan es una presencia continua en la región balcánica, Çavusoglu lo es en Oriente Medio.
El conflicto kurdo es la razón principal de Turquía a la hora de poner en marcha su agresiva política exterior en la región. Desde 2015, el objetivo en Siria ha sido la eliminación de toda fuerza armada kurda, preferentemente de unidades del PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán), organización declarada terrorista tanto por el gobierno turco, como por la Unión Europea (UE) y Estados Unidos, y considerada por Ankara la principal amenaza a nivel interno para la seguridad del país, incluso por encima de la FETÖ (movimiento de Fetullah Gülen). Durante el mes de marzo, Ankara declaró la captura de al menos 60 combatientes kurdos de las YPG (Unidades de Protección Popular), a los que, sin especificar número exacto, identificó con miembros del PKK. Según International Crisis Group, desde 2015 las ofensivas turcas en el norte de Siria han causado casi 5.000 bajas a las YPG, y de estas entre 2.500 y 2.700 corresponderían a combatientes del PKK. En Irak, las operaciones turcas contra las organizaciones kurdas han sido mucho más limitadas, aunque debido a la situación del país desde la invasión norteamericana en 2003, el ejército turco ha podido operar con mayor o menor intensidad en territorio iraquí desde 2008. En mayo del año pasado, coincidiendo con las operaciones en Siria, Ankara lanzó la Operación Garra, la mayor intervención contra las organizaciones kurdas en Irak desde hace más de una década, penetrando entre 20 o 30 kilómetros en territorio iraquí. A finales de julio, la operación había producido -según medios oficiales turcos- unas 100 bajas kurdas pertenecientes al PKK, que se reducirían a cerca de 60 según medios y “think tanks” internacionales. A finales de agosto, se lanza la fase final de la operación, la denominada Garra 3, con bombardeos selectivos de territorio iraquí, y operaciones aéreas tanto de aviación convencional como de medios aéreos no tripulados, arrojando -según el Ministerio de Defensa turco- cerca de 160 bajas de militantes del PKK. A diferencia de Siria, en Irak, Ankara ha contado con la colaboración en materia de inteligencia tanto de Bagdad como de la autoridad kurda en Erbil. El PKK en Irak, en consecuencia, multiplicó las acciones indirectas contra intereses y ciudadanos turcos, operando sobre todo mediante atentados en la zona de Erbil.
Un dato interesante acerca de la cuestión kurda es que el AKP, el partido gobernante en Turquía, nunca se distinguió por un nacionalismo exacerbado, a diferencia de sus socios de gobierno del MHP (Partido de Acción Nacionalista). Este aspecto resultó crucial para el apoyo de parte de turcos kurdos o de origen kurdo en las elecciones generales de 2015; apoyo de alrededor de un 45%, que se ha ido convirtiendo en algo menos de un 20%, en oposición al AKP, dada la deriva nacionalista tomada en los últimos años, y las sucesivas campañas tanto contra partidos y organizaciones kurdas, tanto en Turquía como en Siria, contra las organizaciones allí establecidas. Sin ir más lejos, a finales de marzo, el gobierno destituyó a alrededor de una decena de alcaldes del HDP (Partido Democrático de los Pueblos) en la provincia de Diyarbakir, de mayoría kurda, bajo acusación de colaborar con el PKK.
Este partido, tercera fuerza del país con 67 escaños en el parlamento, tiene desde 2016 encarcelados a sus principales dirigentes, Selahattin Demirtaş y Figen Yüksekdağm, junto con varios parlamentarios, acusados de colaboración con banda armada. La alianza kurda durante la guerra con Estados Unidos representó la defensa de los intereses americanos frente a Damasco e Irán, por un lado, y Daesh por otro, y propició el establecimiento de un territorio bajo control kurdo, con la esperanza de establecer una autoridad autónoma similar a la establecida en las provincias del norte de Irak. Ideológicamente, las organizaciones kurdas practican una suerte de sincretismo marxista, con una característica que lo diferencia de casi cualquier otro movimiento político regional, la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, al punto de formar unidades militares únicamente con mujeres.
Por otro lado, Turquía y su aliado Qatar financiaron a las organizaciones islámicas que nutrían las filas de Daesh, permitiendo atravesar su territorio para facilitar la incorporación de combatientes al ISIS, que combatía a los kurdos en Siria. La Operación Rama de Olivo, en 2018, responde a la amenaza que para Turquía representa la posibilidad de unión de los territorios bajo control kurdo en el norte de Siria. Posibilidad gracias a una dura negociación entre Rusia, Estados Unidos y las organizaciones kurdas. La acción turca obvia el mandato de Naciones Unidas que había decretado un alto el fuego en la región, y culmina con la toma de Afrin. La situación se agrava con la retirada de Estados Unidos de parte del territorio sirio. Esta situación ha propiciado que las YPG buscasen, ante las previsibles ofensivas turcas, el apoyo sirio, ofreciendo a estos una alianza fiable frente a la invasión turca, sabiendo que para Damasco es preferible el control kurdo del norte del país que el turco. La última gran operación turca en la zona, y que ha llevado al establecimiento permanente de unidades del ejército turco en la región de Idlib, se produce en octubre del pasado año, con la Operación Manantial de Paz, que responde a la oportunidad de aumentar la presión sobre las organizaciones kurdas y afianzar la presencia en Siria, otorgando el control a Turquía de los flujos de refugiados que de las zonas en conflicto fluyen hacia el norte. Refugiados, que como hemos visto, y veremos más adelante, son una de las principales bazas de Turquía a la hora de presionar a sus aliados occidentales. Parte de las YPG, integradas en las FDS (Fuerzas Democráticas Sirias), organización que lideran, aún colaboran con los restos de las tropas de Estados Unidos desplegadas en la zona de Deir Ezzor, donde permanecen restos de las unidades de lo que una vez fue Daesh, además de ser uno de los centros petroleros más importantes del país, donde la administración americana ha llegado a un acuerdo con Saudí Aramco para la explotación de los recursos de la región.
Mucho se ha hablado durante los últimos años del abandono de Estados Unidos de sus intereses en Oriente Medio, más allá de Irak, y una pequeña presencia en Siria. La administración de Donald Trump siempre se ha mostrado contraria a implicar más tropas en la región, supeditando la defensa de sus intereses a aliados como Turquía, Arabia Saudí o, a las milicias kurdas, tanto en Irak como en Siria. Este apoyo a las fuerzas kurdas en Siria ha chocado frontalmente contra los intereses y objetivos turcos en su vecino del sur, que siempre ha empleado la cuestión kurda como justificación para las sucesivas intervenciones en el norte del país. Lo cierto es que el noreste sirio es vital para los intereses americanos, en cuanto a que Turquía, como aliado, ha ocupado junto con actores más incomodos para Washington, como Irán y Rusia, el vacío dejado por Estados Unidos en Oriente Medio y el Mediterráneo Oriental. A pesar de estas circunstancias o debido a estas circunstancias, la administración Trump al evacuar, para sorpresa de Bolton, Mattis y McGurk, que desconocían los planes del presidente, a sus tropas de territorio sirio en 2018, llega a un acuerdo con Turquía para establecer una zona de seguridad en el país, que justifican de manera maniquea, aceptando que si Turquía va a intervenir unilateralmente en Siria era más conveniente para sus intereses que lo hiciesen sin la presencia de tropas americanas en la región, de manera que esta acción previniese a las milicias kurdas de retirarse y dejar vía libre al Ejército turco. John Bolton lo expresó de manera muy clara: “No deseamos que Turquía intervenga militarmente sin estar coordinada con Estados Unidos para que no poner en peligro a nuestras tropas y tampoco a nuestro aliados contra Daesh”. Una postura algo cínica para todo un halcón de la Casa Blanca, que recibió por respuesta la negativa del presidente Erdogan a recibirle en Ankara, y mucho menos a garantizar la seguridad de las unidades kurdas. Tras la puesta en marcha de la Operación Manantial de Paz, Washington amenazó a Ankara con la imposición de tasas de hasta el 50% en el acero turco, sanciones que, por supuesto, no detuvieron la operación, y que se levantaron unilateralmente una semana después. Más seria fue la exclusión de Turquía por parte de Estados Unidos del proyecto F35, por el que Turquía recibiría 100 unidades del más moderno caza en servicio en el Ejército de Estados Unidos. Esta medida llevó al presidente Erdogan a sugerir, de nuevo, la revocación del tratado de uso conjunto de la base aérea de Incirlik, principal base de operaciones de Estados Unidos en la región, donde Washington no solo acumula gran cantidad de moderno material, si no también 50 unidades de la bomba nuclear B61-12.
Incirlik está defendida por una batería de misiles Patriot española desde 2015, la Misión Active Fence, que en diciembre de 2019 fue prorrogada hasta el 31 de diciembre de este año. Al respecto de estas bombas, según el NY Times, el Pentágono hubo de elaborar planes de emergencia para repatriarlas, cuando, tal y como algún analista calificó, el presidente Erdogan amenazó con secuestrar las 50 B61-12, sabedor del valor coercitivo que supone ser un almacén nuclear avanzado. La bomba B61-12 es un arma nuclear táctica operativa desde bombarderos B2 o cazabombarderos F15. Una buena y peligrosa baza del presidente Erdogan a menos de 400 kilómetros de Siria, justo cuando se cumplen 60 años del primer despliegue nuclear americano en Turquía. El destino, a veces, es macabro.
Oficialmente, la administración Trump se ha mantenido al lado de su aliado, y así lo han manifestado en público en cuantas ocasiones ha sido posible, como las múltiples declaraciones de condolencia con respecto a los militares turcos muertos en Siria por parte de la Casa Blanca. Incluso por boca de Mike Pompeo que, a principios de marzo, coincidiendo con el momento más comprometido para Turquía en Siria, debido a la ofensiva gubernamental apoyada por Rusia desde septiembre del pasado año, declaró a la agencia turca Anadolu: “Creemos firmemente que nuestro aliado de la OTAN, Turquía, tiene todo el derecho de defenderse en contra del riesgo que se está generando por lo que (Bashar Al) Assad, los rusos y los iraníes están haciendo al interior de Siria”. Sin embargo, las relaciones siguen estancadas, ya que Washington insiste en una solución política, que Turquía, parece, ni busca, ni desea, hasta el punto de reivindicar, a pesar de no haber participado, la vigencia y validez del acuerdo de Sochi.
El 15 de marzo se cumplieron 10 años desde el comienzo de la guerra en Siria, que está lejos de estar cerca en su final, y se mantiene como el conflicto más activo del mundo en este momento. Desde diciembre, la escalada del conflicto ha generado, según medios de Estados Unidos, cerca de dos millones de desplazados, según Save The Children; el día 4 de marzo, medio millón de personas se encontraban en la frontera entre Siria y Turquía en campos de refugiados, carentes de las mínimas infraestructuras. Según Naciones Unidas, tal y como se señaló en un artículo anterior, en octubre de 2019 eran 70.000 los nuevos refugiados llegados a la frontera turco-siria, uniéndose a los cerca de 90.000 residentes en los campos habilitados para desplazados internos. Al Monitor, a principios de febrero, estimaba unos 120.000 desplazados debido a la ofensiva siria sobre Idlib. En total, según datos de febrero de Naciones Unidas, a finales de diciembre, el número de desplazados en total en Idlib era de 389 000 personas y se necesita ayuda humanitaria para asistir a alrededor de 1,8 millones de personas en el norte de Siria. ACLED (Armed Conflict Location & Event Data Project) cifra los casos de violencia contra la población civil durante 2019 en todo el país en más de 19 000, con 2400 muertes de civiles solo en Idlib. La Resolución 2504/2020 aporta una cifra superior a los 11 millones de personas necesitadas de ayuda humanitaria en toda Siria consecuencia directa de las operaciones militares en el norte del país desde finales del pasado año y principios de 2020. Igualmente, Naciones Unidas considera la presencia de ejércitos extranjeros en Siria el mayor impedimento para establecer un acuerdo de paz duradero, pues estima que mientras continúen las operaciones, el goteo de refugiados en dirección hacia Turquía no hará más que aumentar. Para canalizar la llegada de refugiados, el Ejército turco ha habilitado corredores humanitarios hacia su frontera, con la probable intención, no de acogerlos en campos de refugiados, sino de dejarlos pasar a través de Turquía para aumentar la presión en la frontera griega, tanto por tierra como por mar. A principios de abril, la problemática de los flujos de refugiados que de Siria se dirigen a la frontera turca, se ha acrecentado debido a la crisis sanitaria del SARS COV 2, ya que los campamentos en el norte del país adolecen de las medidas de profilaxis y sanitarias necesarias para contener las infecciones en una población que antes de declararse la emergencia médica, ya se hacinaba en campos que adolecían de cualquier infraestructura sanitaria básica.
Durante este año, los enfrentamientos entre turcos, que apoyan a la denominada oposición siria en Idlib y el Ejército sirio, apoyado por Rusia, se han sucedido durante todo el mes de febrero y principios de marzo. Turquía habría facilitado artillería pesada a los rebeldes utilizada por estos para contraatacar a unidades gubernamentales al norte de Alepo, mientras que Rusia habría apoyado al ejército sirio con ataques aéreos. La cronología de los hechos más relevantes durante este año, comienza con un ataque el 27 de febrero atribuido a Hayat Tahrir al-Sham, contra posiciones sirias es contestado, previa advertencia al Ejército turco, que aseguró no tener unidades desplegadas en la zona, por parte siria con un ataque aéreo en Saraqeb, que produce la muerte de 35 soldados turcos, y un número similar de heridos. La represalia, que no se hizo esperar, fue un bombardeo turco sobre posiciones sirias, que causa alrededor de una treintena de muertos pertenecientes al Ejército sirio. Al día siguiente, el presidente Erdogan moviliza a su diplomacia de urgencia y, mientras trata de desescalar la situación en Siria al más alto nivel, con una conversación de urgencia con el presidente Putin, denuncia la agresión de Siria ante las Naciones Unidas y declara que no va a retirar a su Ejército del norte de Siria. Igualmente comunicó, escudándose en el ataque aéreo ruso, al presidente Trump la necesidad de enviar más baterías antiaéreas Patriot para garantizar la seguridad de los aviones turcos que operan sobre Siria. También realizo oficialmente a la OTAN la activación del artículo 4 del tratado de Washington, tras anunciar Siria el cierre del espacio aéreo sobre la provincia de Idlib y reconquistar, con apoyo ruso, otro enclave estratégico dentro de Idlib, la localidad de Maaret al-Numan, en la carretera Damasco-Alepo. Rusia, en este momento, sube la apuesta y despliega fragatas frente a la costa siria equipadas con misiles de crucero Kalibr. En Turquía, voces relevantes dentro del AKP declaran la necesidad de entrar en guerra con Damasco, a pesar de las enormes implicaciones internacionales que tal acto conllevaría, comenzando por la OTAN.
Que Turquía, llegado el momento invocara el artículo 4, o incluso el 5, del tratado de Washington era algo que ya se daba por hecho en el momento de la retirada de EEUU de Siria, incluso antes, cuando tal retirada era solamente una posibilidad remota. También, en toda esta consecución de acontecimientos y decisiones, ha influido la decisión de comprar el sistema ruso S400, en vez de los Patriot americanos, sistema que tenían apalabrado con Washington por un montante de 3.500 millones de Dólares. Como ya vimos al tratar la acción exterior turca en los Balcanes, la OTAN no pasó de realizar una mera declaración institucional de condolencia y una llamada a respetar el alto el fuego, sino que confirmaba que mantenía las operaciones de vigilancia aérea sobre Siria, operaciones por otro lado, donde son frecuentes los encontronazos entre aviones rusos y americanos. La declaración de solidaridad posterior lo fue a título personal del secretario general de la organización. Tras protestar ante la diplomacia rusa por la operación en Maaret al-Numan, el planteamiento turco de nuevo es pasar a la ofensiva: el 1 de marzo, Turquía anuncia la Operación Escudo de Primavera, oficialmente destinada a frenar el avance del Ejército sirio, y lanza una serie de ataques que se saldan el primer día de la ofensiva con 15 soldados sirios muertos y el derribo de dos aparatos gubernamentales. Rusia declara que a partir de ese momento no podrá garantizar la seguridad de los aviones turcos, y denuncia, junto con Siria, la violación del espacio aéreo sirio por parte de cazas F16 turcos. El 2 de marzo, el presidente Erdogan anunció una reunión con el presidente Putin para el 5 de marzo en Moscú, con la intención de desescalar la situación en Siria. Sin embargo, lejos de dar muestras de tener la voluntad de relajar la tensión en la región, anuncia también un ataque contra las posiciones del ejército sirio, que en ese momento opera contra fuerzas rebeldes en Idlib. Moscú vuelve a advertir a Turquía que no puede garantizar la seguridad de ningún aparato turco sobre cielo sirio, tratando, además, de disuadir a cualquier otro actor en la región, de entrar en conflicto con Rusia. El 3 de marzo, Turquía anuncia el derribo de un tercer Albatros sirio que operaba en apoyo de las tropas sirias en el norte de Idlib.
Las primeras desavenencias entre Rusia y Turquía se produjeron ya a comienzos de febrero, cuando, tras un primer ataque sirio sobre posiciones turcas en Idlib, Ankara comunica a Moscú que el proceso de Astana y el acuerdo de Sochi no se estaban cumpliendo, debido, entre otros consideraciones, a que el ejército sirio se negaba a detener la ofensiva sobre Idlib, donde, como ya hemos visto, habían tomado posiciones estratégicas clave, y acusaba a Rusia no solo de no ser capaz de desescalar el conflicto, si no de combatir contra civiles sirios, a los que además se atrevía a calificar de terroristas. Por el contrario, Moscú alega precisamente esto, que el alto el fuego y el motivo de la ofensiva siria es la presencia de organizaciones terroristas en Idlib y el hostigamiento al que someten a las tropas gubernamentales. El presidente Erdogan transmite que su paciencia se está terminando y que, de no cesar el avance sirio, se plantean realizar una gran ofensiva en Idlib que detenga a las tropas de Damasco, a pesar de la asociación con Rusia para mantener la paz, tras la ofensiva diplomática turca y el cruce de declaraciones, en el que ambos gobiernos se advirtieron mutuamente. El día 5, los presidentes Putin y Erdogan se reúnen para tratar de alcanzar algún tipo de acuerdo que destense la situación en el norte de Siria, alcanzando un acuerdo de alto el fuego, que entra en vigor la madrugada del 5 al 6 de marzo, y en el que, entre otros aspectos, se acuerda patrullar conjuntamente una franja de territorio a este y oeste de la estratégica población de Saraqeb, a lo largo de la disputada carretera M4 y de 6 km de profundidad a ambos lados de la carretera. Saraqueb se encuentra en la intersección de las dos carreteras más importantes de Siria, la ya mencionada M4, Alepo-Latakia, y la no menos importante M5, Alepo-Damasco, por lo que la posesión de esta localidad se antoja vital para los intereses de cualquiera de las facciones enfrentadas. Las patrullas conjuntas comenzaron el pasado 15 de marzo. También se acuerda abrir un corredor de seguridad entre Alepo y Latakia, principal puerto del país. Es este punto uno de los más interesantes en lo que a las relaciones bilaterales en Siria, entre Turquía y Rusia, se refiere, ya que este corredor, que corresponde al mismo recorrido de la carretera M4, asegura un camino libre hacia sus bases, naval en Tartus y aérea en Latakia, con la peculiaridad de que Tartus es la única base naval rusa en el Mediterráneo, y que, a diferencia de Sebastopol, no está condicionada por el control turco de la salida al Mediterráneo desde el mar Negro, lo que confiere a Rusia cierto control sobre el Mediterráneo oriental. La misma problemática que en 1915. La resolución 2254/2015 de Naciones Unidas conforma el marco político en el que se encuadra el acuerdo de alto el fuego, y sirve de referencia para el desarrollo de un futuro acuerdo para el establecimiento de una paz duradera.
Turquía denunció el ataques del Ejército sirio a sus tropas, y manifestó que se reservaba el derecho a responder con la fuerza que considerase necesaria a cualquier acción del Ejército sirio. Rusia denuncia la presencia de organizaciones terroristas en Idlib, con capacidad operativa para lanzar ataques contra fuerzas sirias y rusas, entre ellos el más destacado es el antiguo Frente al-Nusra, Hayat Tahrir al-Sham, organización que está suponiendo un verdadero quebradero de cabeza para Turquía, no solo al oponerse a cualquier acuerdo con Rusia, incluyendo el proceso de Astana y el acuerdo de Sochi, que por ahora parecen aceptar tanto rusos como turcos; sino también debido al hostigamiento al que somete al resto de organizaciones y grupos armados apoyados por Turquía. Rusia ha demostrado el control que mantiene sobre el proceso de estabilización y paz en Siria, siendo el interlocutor con Turquía, que, muestra abiertamente sus diferencias con Moscú, al considerar, de manera contraria a rusia, que el proceso de paz de Astaná está muerto, siendo necesario en contar un marco nuevo de acuerdo con la situación actual en el país. Igualmente, ha mostrado abiertas discrepancias en cuanto a la cuestión kurda en Siria, acusando a Moscú de tibieza frente a las organizaciones militares kurdas. En 2018, Ankara se opuso al dialogo impulsado por Rusia entre todas las partes implicadas en el conflicto kurdo y el PYD, el partido democrático kurdo, brazo político de las YPG, y por supuesto, terrorista para Ankara. A finales de octubre del año pasado hubo cierta tensión entre Rusia y Turquía por la presencia de unidades de las YPG en la zona fronteriza bajo control ruso, contraviniendo el acuerdo de Sochi, que establecía una franja de seguridad a lo largo de la frontera ruso-turca con una profundidad de 10 km en territorio sirio, por la que patrullas de ambos países crearían una zona segura de unidades de las YPG.
Según fuentes turcas, la Operación Escudo de Primavera se salda con 2.500 soldados sirios muertos y la pérdida de más de 100 vehículos blindados, obligando a parte del Ejército sirio a volver a la línea del alto el fuego determinada en Sochi. A pesar del éxito que estas cifras han supuesto tanto para medios turcos, como para los mandos militares en Siria, a mediados de abril la ofensiva de Damasco sobre Idlib continuaba, atacando el Ejército gubernamental el día 15, en el sur de la región, posiciones de las organizaciones apoyadas por Turquía.
La única circunstancia que, en este momento, parece detener las acciones turcas en Siria, es la emergencia mundial de la COVID-19. A principios de abril, el Ministerio de defensa, ante la urgencia de la pandemia, ordenó que se detuvieran las operaciones Siria, limitando al máximo el movimiento de tropas, patrullas conjuntas con Rusia, y acciones puntuales contra unidades kurdas, al tiempo que se desplegaban en las bases del norte del país unidades médicas especiales para facilitar atención especializada a las unidades que operan en Siria, y determinar la cuarentena de aquellas unidades o soldados de vuelta a Turquía desde Siria. Aunque la realidad parece ser algo más compleja. Según datos del Observatorio Sirio de Derechos Humanos, entre el 7 y el 8 de abril Turquía está mandando refuerzos a la zona, con lo que, a pesar de detener las operaciones, está aprovechando para consolidar su posición en Idlib y contraatacando a las fuerzas kurdas desplegadas al este del rio Éufrates, tal y como informaba Al Monitor el 13 de abril. Una Turquía que el 10 de abril ya dictó una cuarentena total en 31 provincias para tratar de atajar al coronavirus, desde que a finales de marzo se decretasen las primeras medidas de confinamiento para menores de 20 años y mayores de 60. Según datos del Grupo de Investigación en Bases de Datos UTN-FRCU, la incidencia de la COVID-19 en Turquía a día 15 de abril era de 69.392 casos confirmados y 1.518 muertes con un índice de letalidad del 2,19%.
A día 20 de abril, la situación en la región ha cambiado poco, y parece que ni el coronavirus va a remediar esto. El Ejército sirio denuncia que las organizaciones yihadistas en Idlib siguen recibiendo refuerzos y, en consecuencia, reanuda la ofensiva con artillería pesada contra posiciones de estas organizaciones.
El repliegue de las operaciones ordenado por Ankara, que como vemos es parcial, si es que se le puede considerar un repliegue, ya que realmente es un cese de operaciones, podría ser decisivo para los intereses de Irán en la región, al diluirse la efectividad de las tropas turcas en Idlib. Para Irán, uno de los principales apoyos de Damasco, va a resultar sumamente beneficioso a la hora de reposicionar sus fuerzas en Siria y redefinir intereses y objetivos.
A pesar de sus intereses contrapuestos, Rusia, Turquía e Irán llegaron a un acuerdo en las cumbres de Astana y Sochi, para lograr, sino un acuerdo de paz, un acuerdo de estabilización regional. Irán y Rusia, al lado del Gobierno sirio chií, y Turquía apoyando a la llamada oposición suní, que para el Damasco representa a los restos de las organizaciones terroristas y Daesh. Ankara, Moscú y Teherán han intentado superar diferencias a priori insalvables para encontrar una solución al conflicto sirio, y al conflicto que los enfrenta en la lucha de poder por el liderazgo regional. Al igual que Moscú, Irán aporta financiación a Damasco, y ha sido y es decisivo en el apoyo militar al Ejército sirio, tanto en forma de asesores militares y financiación, como por la presencia de unidades de la Guardia revolucionaria como por la presencia de unidades de Hizbulá.
Sin embargo, la Operación Primavera de Paz supuso no solo una violación de la integridad territorial y la soberanía de Siria, sino que para los estrategas iraníes implica la posibilidad de alterar la situación en el norte de Siria con un nuevo despliegue de tropas turcas y la instalación de bases avanzadas que permitiesen una mayor proyección militar turca en Siria, con la excusa de combatir a las milicias kurdas, algo que Teherán considera inaceptable. Para tratar de desescalar la situación, Irán planteó resolver cualquier conflicto en Siria que afectase intereses turcos, en virtud del acuerdo de Adana de 1998. El acuerdo de Adana sobre cooperación en seguridad entre Siria y Turquía establece que Siria no permitirá ninguna actividad kurda que ponga en peligro la seguridad de Turquía. El abordaje de la cuestión kurda es de nuevo completamente diferente, aunque ambos gobiernos compartan el temor a un gran estado kurdo autónomo. Turquía, como vimos, focaliza sus acciones en combatir al PKK, mientras que, para Irán, con casi 7 millones de kurdos, la gran preocupación es la federalización de Siria, donde un Kurdistán autónomo pueda poner en peligro el gran esfuerzo realizado para conectar Irán con el Mediterráneo a través de Irak y Siria. Irán es, junto con Rusia, uno de los garantes del proceso de Astana y el alto el fuego de Sochi, acuerdos en los que Teherán es vehemente -no deben romperse pase lo que pase, y sobre ellos debería en este momento orbitar toda acción diplomática destinada a un alto el fuego duradero en Siria y a un repliegue turco respaldado por el acuerdo de Adana-. Sin embargo, las posturas tanto de Turquía como de Irán en temas clave como la continuidad de Bachar al-Asad o la integridad territorial del país, como vemos, son muy diferentes. La cooperación entre el trío de Sochi es una relación basada en la desconfianza y en la conveniencia. A finales del pasado año, las relaciones entre ambos gobiernos se enrarecieron y acentuaron la desconfianza, tras conocerse un nuevo caso similar al del periodista disidente Khashoggi con Arabia Saudí.
Masud Molavi Vardanjani, un disidente iraní, fue tiroteado en Estambul a mediados de noviembre, según fuentes militares turcas, bien por miembros de la inteligencia iraní, bien por orden suya. Según estas fuentes, Vardanjan había trabajado como ingeniero informático en el Ministerio de Defensa iraní y llevaba un año en Turquía en condición de refugiado debido a sus críticas al régimen político de los ayatolás. Según Estados Unidos, que obvió el asunto Khashoggi, este asesinato, presuntamente de índole político, es muy definitorio de como resuelve los asuntos complejos el régimen terrorista de Irán, añadiendo así, más leña al fuego de las tensas relaciones entre Ankara y Teherán. Públicamente, ningún miembro del Gobierno turco se ha manifestado al respecto de una posible implicación de la inteligencia iraní, aunque sí reconocen fuentes oficiales que Vadanjani estaba en el punto de mira de la inteligencia iraní, lo que desde luego no ha ayudado a destensar las relaciones entre ambos Gobiernos.
Siria se ha convertido en un cenagal para Turquía como ya lo fueron Vietnam para Estados Unidos, Afganistán para la URSS o Yemen para Arabia Saudí. A las complicadas relaciones entre los múltiples actores estatales presentes en la zona, se unen la presencia de actores no estatales de muy difícil manejo, no solo para los militares turcos, sino de cara a la opinión pública internacional y a sus propios aliados. La presencia de organizaciones terroristas y restos de Daesh en el área controlada por Turquía y la complicada gestión de estos grupos, tolerados en cuanto sirven a los intereses estratégicos de Ankara, ya sea en la propia Siria, donde son camuflados como mercenarios o miembros de la llamada oposición democrática, o en escenarios secundarios, como Libia, donde muchos de estos mercenarios son evacuados para servir de nuevo como botas sobre el terreno, se está convirtiendo en un verdadero quebradero de cabeza para Turquía, como se ha comprobado en los enfrentamientos entre las fuerzas de seguridad turca y estos grupos por la apertura del corredor Alepo-Latakia, al que se oponen organizaciones como Hayat Tahrir al-Sham. Organizaciones que, además, en gran medida, son culpables de las reiteradas rupturas del alto el fuego, que ponen a Ankara en una posición muy difícil también frente a sus aliados de conveniencia, Rusia e Irán.
De nuevo Estados Unidos ha considerado a Turquía, junto con Israel, representando roles diferentes, aliados prioritarios en la región, alternando a Turquía, o más bien sustituyéndola, en los últimos años, por Arabia Saudí. Durante la guerra fría, Turquía fue tanto gendarme del mar Negro como almacén de armas nucleares y primera línea de defensa contra la URSS. En los últimos años, bien por el abandono de Estados Unidos de sus intereses en el Mediterráneo oriental, bien por la conveniencia de establecer nuevas alianzas en la región -por ejemplo el apoyo prestado a las milicias kurdas durante la guerra en Siria-, bien por el deterioro de las relaciones bilaterales entre Ankara y Washington debido a las enormes diferencias políticas y de intereses estratégicos entre ambos países, o por la acuciante falta de liderazgo político en Estados Unidos y una política exterior errática, o por qué no, por un compendio de todas estas razones y seguramente de algún factor más que obvio, han llevado a Turquía a independizarse de su otrora principal aliado, basculando entre sus enemigos históricos, como Rusia, y actuales como Irán.
Dentro de los múltiples escenarios en los que trabaja la acción exterior turca, quizá, por el peso de los acontecimientos, es Oriente Medio el más relevante en este momento, por ser un escenario donde se desarrollan al mismo tiempo un número significativo de conflictos independientes e interrelacionados entre sí, donde, como hemos visto, los antagonismos se tornan en alianzas dependiendo de los intereses de los diferentes actores implicados.
Los intereses de Turquía en la región pasan indefectiblemente por Siria, Irak e Irán, integrando los conflictos en Siria, y en menor medida en Irak, dentro del conflicto doméstico entre el Estado turco y las minorías kurdas en el sur del país. Siria es, en todos los sentidos, el factor principal a la hora de articular un análisis general sobre la presencia y la acción exterior turca en la región, ya que, alrededor del factor sirio, orbitan todos, o al menos los más importantes, los condicionantes que en este momento afectan a Turquía en Oriente Medio. Múltiples condicionantes y dos razones, el conflicto kurdo y la disputa por la hegemonía regional entre Turquía, Arabia Saudí e Irán.
FUENTE: Luis Illanas García / Atalayar / Edición: Kurdistán América Latina