Si la República de Turquía hoy solicitara la membresía de la OTAN, sería rechazada. Si bien la OTAN no proporciona estándares exactos para sus membresías, los requisitos mínimos del Departamento de Estado de Estados Unidos, lanzados en 1997, incluyen defender la democracia, tolerar la diversidad, respetar la soberanía de sus vecinos y trabajar para lograr la compatibilidad con las fuerzas de la OTAN. Cada día que pasa, se hace más evidente que la Turquía de Erdogan está en clara violación de cada uno de estos principios.
Turquía, el antiguo aliado estadounidense y miembro de la OTAN, ha optado por cortejar el extremismo religioso polémico, desafiar las leyes internacionales y perseguir con la represión total la vida y las instituciones democráticas. En pocas palabras, Turquía ya no es una democracia.
Erdogan ha gobernado a Turquía con un control efectivo desde 2003, colocando a su país en un camino fundamentalmente divergente de los intereses de Estados Unidos y sus aliados cercanos. La alianza de la OTAN tiene un interés personal en mantener su imagen como una coalición estable de naciones democráticas. La presencia de Turquía complica esa imagen. Turquía ha encarcelado a casi 100.000 de sus propios ciudadanos, incluidos 300 periodistas, y a un conocido candidato presidencial kurdo (Selahattin Demirtaş) con cargos dudosos. Turquía, un miembro importante de la OTAN, pone en tela de juicio los principios completos de la alianza en el siglo XXI. La legitimidad de la OTAN proviene de su compromiso percibido con la libertad y la seguridad. Una dictadura que persigue a las minorías y reprime la libertad política es una mancha para toda la organización.
La campaña internacional contra el Estado Islámico ha mostrado aún más las marcadas diferencias en las agendas de Turquía y el mundo occidental. Si bien la coalición liderada por Estados Unidos se ha comprometido a luchar contra los extremistas en el este de Siria, Turquía ha estado más preocupada por atacar a los combatientes kurdos de las YPG (Unidades de Protección del Pueblo), que lideran la lucha contra el Estado Islámico. Al ayudar en la brutal ocupación de Afrin y desafiar a los Estados Unidos al amenazar con invadir la administración autónoma en el noreste de Siria, Turquía ha demostrado su compromiso de desafiar los intereses de los Estados Unidos y faltarle el respeto a la soberanía internacional. Esta afirmación fue respaldada por las declaraciones de 2014 hechas por el ex embajador de los Estados Unidos en Turquía, Francis Ricciardone, quien acusó a Amkara de apoyar a los afiliados de Al Qaeda en Siria junto con otros grupos rebeldes extremistas. El gobierno turco no solo ha impedido los intereses estadounidenses y humanitarios en Siria, sino que ha trabajado activamente contra ellos. Las acciones de la República turca no han sido las acciones de un aliado de los Estados Unidos.
Avanzando hacia el futuro, Estados Unidos y la OTAN deben reevaluar críticamente sus relaciones de seguridad existentes con Turquía, a la luz de acontecimientos cada vez más inquietantes. Si bien no existen mecanismos formales para la remoción de un miembro de la OTAN, establecer el derecho a un voto de “no confianza”, o un criterio de comportamiento democrático-humanitario para los estados miembros, sería un paso importante para reforzar el compromiso de la organización con sus principios esenciales.
La Turquía que Erdogan ha construido es incompatible con los valores de Occidente y ha demostrado que no está dispuesta a acomodarse a los principios básicos de la OTAN. Se ha vuelto obvio que el aspirante a sultán, con su corona de papel de aluminio, no tiene cabida en la alianza de la OTAN.
FUENTE: Tom Freebairn / Syrian Democratic Times / Traducción y edición: Kurdistán América Latina