Turquía e Irán aprovechan la profunda crisis de Irak para “cazar” a sus opositores

El 6 de marzo de 2018, en Hartal, uno de los muchos pueblos destruidos por Sadam Husein durante el genocidio kurdo, apareció el cuerpo de Qader Qaderi, literalmente acribillado a balazos; hasta 21 impactos se le contabilizaron en la autopsia. Qaderi era un antiguo mando Peshmerga (guerrillero) del Partido Democrático del Kurdistán de Irán (PDK-I), uno de los principales grupos de la oposición iraní y el primero en levantarse en armas en el año 1979 contra el régimen integrista de Jomeini. Como muchos otros cuadros del PDK-I, vivía desde hace décadas refugiado en el Kurdistán iraquí, región autónoma de Irak, con capital en Erbil y limítrofe con Irán.

Solo cinco días antes, en la habitación del hotel de Erbil donde se hospedaba, era encontrado sin vida y con claras señales de tortura Musa Babakhani, otro dirigente de este partido integrado en la Internacional Socialista. Ese mismo año, en julio, corría la misma suerte Eghbal Moradi, destacado miembro de Komala, organización comunista integrada por kurdos iraníes. Cuando fue encontrado en Penjwin, localidad igualmente del Kurdistán iraquí, presentaba tres orificios de bala. Dos meses después, una andanada de misiles lanzada desde Irán impactaba en la sede central del PDK-I, junto a la ciudad de Koya, matando a una docena de militantes.

La República Islámica de Irán, en esta verdadera caza de opositores iraníes dentro de territorio iraquí, llega a actuar conjuntamente con Turquía contra un enemigo que les es común. Así se apreció en el caso de Rebwar Gholizadeh, escritor y ecologista de Bukan (localidad kurda de Irán) próximo al PKK, víctima de un ataque aéreo turco en Kuna Masi hace ahora dos años.

Unos meses antes, en octubre del 2019, ya habían sido asesinados en Suleimaniya otros dos dirigentes del PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán), principal grupo armado que lucha contra el gobierno de Ankara. En septiembre del 2021 le tocó el turno a Ferhat Barish, que murió al recibir un disparo en la nuca también en esta importante ciudad de 800.000 habitantes. En diciembre de ese año, fallecía otro destacado militante del PKK en Sinyar (Shengal), cuando la aviación turca bombardeó esta zona del norte de Irak habitada por la comunidad yezidí y donde el PKK ha mantenido hasta hoy una significativa presencia desde que en agosto del 2014 acudió en defensa de esta religión de origen zoroastriano cuando el Estado Islámico se lanzó contra ella para borrarla de la faz de la Tierra.

El rosario de mártires del PKK en el territorio controlado por los kurdos de Irak no ha dejado de aumentar en estos dos últimos años, alcanzando especial intensidad esta primavera. El 18 de mayo, por ejemplo, era tiroteado igualmente en Suleimaniya Zaki Chalabi, impulsor de la Asociación de Trabajadores de Mesopotamia, responsable de las últimas campañas contra las incursiones turcas en Irak y a favor de la libertad de Abdullah Öcalan, máximo líder del PKK encarcelado de por vida en Turquía. Dos individuos le dispararon desde una motocicleta, falleciendo poco después en el hospital. El despliegue de unidades especiales de la policía kurda solo mostró la impunidad con que se mueven estos comandos turcos e iraníes dentro de territorio iraquí.

Tres días después, el 21 de mayo, a primera hora de la mañana, un dron reventaba cerca de Chamchamal la camioneta Toyota en que viajaban tres militantes del PKK que, acompañados por dos civiles locales, acudían a recibir asistencia médica. Todos murieron en el ataque, incluidos los kurdos iraquíes Aram Kakajan, de 43 años, e Ismail Ibrahim, de 50, que dejaban huérfanos de padre a siete y diez hijos, respectivamente.

Por la tarde se repetía la escena con un muerto y varios heridos en el campo de refugiados de Makhmur, que acoge a unos 10.000 refugiados procedentes de Turquía desde hace más de dos décadas y que quedó, como parte de Sinyar, bajo control del PKK cuando esta guerrilla acudió en su ayuda ante un avance del Estado Islámico que parecía imparable.

Precisamente, el cuartel general de las Unidades de Resistencia de Sinyar (YBS), la organización creada por el PKK dentro de la comunidad yezidí, ha sido uno de los últimos objetivos de los mortíferos y eficaces drones turcos, que el pasado 15 de junio provocaron la muerte de un niño –Salah Nasir- y decenas de heridos entre los militantes de las YBS. Dos días después, otro dron impactaba en un vehículo que circulaba por Kalar, a 400 kilómetros de distancia más al sur, matando a sus cuatro ocupantes. Entre ellos se encontraba Ferhat Shibli, uno de los máximos responsables del sistema autonómico implantado por las organizaciones kurdas en el norte de Siria y que el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, ha prometido en sucesivas ocasiones desmantelar, incluso ocupándolo militarmente.

Tanto los ataques turcos como los iraníes dentro de territorio iraquí no son nuevos y se han visto facilitados en los últimos años por la profunda crisis que afecta al conjunto del Estado iraquí, una crisis que, desde las elecciones del pasado mes de octubre, se ha intensificado considerablemente al no ponerse de acuerdo las distintas fuerzas parlamentarias para nombrar al presidente del país, encargado, a su vez, por mandato constitucional, de elegir al primer ministro para formar nuevo gobierno. Tal situación se ha complica, si ello es posible, aún más al retirarse del Parlamento de Bagdad el grupo liderado por Muqtada Al Sader, que fue, precisamente, el que consiguió el mayor número de escaños -73- en los últimos comicios generales.

Dentro, por lo tanto, del más absoluto caos institucional, sin la menor capacidad de respuesta ni por parte del gobierno de Bagdad ni del gobierno regional de Erbil, los comandos turcos y los iraníes actúan con la mayor impunidad, llegando a lanzar desde territorio iraní, como ocurrió el pasado mes de marzo, una decena de misiles contra la capital kurda bajo la excusa de destruir una inexistente base del Mossad israelí.

Los últimos ataques iraníes, usando aviación y artillería de largo alcance, han ocurrido también el pasado mes de mayo cuando, en respuesta a la actividad de las organizaciones de la oposición kurda, fueron bombardeadas varias localidades en las zonas fronterizas de Choman y Sidekán, desde donde las autoridades de Teherán consideran que partieron las más recientes incursiones de Peshmergas dentro de territorio iraní. Hasta la base norteamericana de Harir y el nuevo consulado de Estados Unidos, todavía en construcción, han sido amenazados por los drones que Teherán facilita a sus milicias aliadas en Irak que, en el fondo, actúan como brazo armado del régimen iraní.

Se da la circunstancia de que la principal afectada por la última andanada de misiles iraníes sobre Erbil ha sido la empresa KAR Energy Works, comprometida en la construcción del primer gasoducto que podría sacar al mercado internacional las ingentes reservas de gas que atesora el subsuelo del Kurdistán iraquí. Tal coincidencia ha sido interpretada en la región autónoma como una clara advertencia a las autoridades kurdas por parte de Teherán, aliado coyuntural de Rusia en la actual crisis internacional, para que se lo piensen dos veces antes de poner en marcha su proyecto gasístico que, hipotéticamente, ayudaría a disminuir la dependencia energética de Europa respecto del gas ruso.

FUENTE: Manuel Martorell / Público

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