En la primavera de 2013, la revolución siria se sintió dueña de Alepo y los distintos grupos rebeldes pensaron convertirla en capital de una vasta zona bajo su control desde la que lanzar el asalto final sobre Damasco. Entonces, la oposición se sentía con tanta fuerza que imponía sus condiciones al régimen sirio en las conversaciones de Ginebra, proclamando que la única salida consistía en que Bachar al Asad abandonara el poder.
Hoy, sin embargo, la situación es exactamente la contraria. El Ejército sirio y sus aliados se disponen a recuperar por completo la segunda ciudad del país, poniendo así en evidencia la extrema debilidad de una oposición que, ahora, no tendrá más remedio que aceptar, en el mejor de los casos, las condiciones del régimen, incluida la continuidad de Bachar al Asad.
Una vez sentenciada la batalla de Alepo, la de mayor envergadura de toda la guerra, Damasco tendrá a su disposición gran cantidad de experimentadas unidades de combate para utilizarlas en otros frentes, mientras que en manos rebeldes, aparte del Estado Islámico, solo quedarán la provincia de Idlib y algunas zonas junto a Damasco, Homs y Daraa.
¿Cómo ha sido posible un cambio tan radical? La respuesta no sólo hay que buscarla en el apoyo militar que Rusia, Irán y las milicias libanesas de Hezbolá brindan al Gobierno de Damasco, sino en el giro estratégico del presidente turco, Tayip Erdogan, tras el fallido golpe de Estado del pasado mes de julio. La tibia reacción de sus aliados atlantistas puso en evidencia no sólo las grandes diferencias dentro de la OTAN respecto a cómo actuar en la guerra siria sino también que algunos países europeos y los propios Estados Unidos deseaban que los militares le hubieran apartado del poder.
Apenas un mes después, el 9 de agosto, Erdogan se reconciliaba con Vladimir Putin, dejando atrás nueve meses de ruptura por el derribo de un avión de combate ruso el 24 de noviembre de 2015. Ankara ponía así en marcha su propia agenda siria al margen de la Alianza Atlántica.
Opuesto frontalmente al apoyo dado a los kurdos por los países de la OTAN, Erdogan había declarado en varias ocasiones que no toleraría la proclamación de una autonomía a lo largo de la frontera y que estaba dispuesto a intervenir militarmente en la guerra para impedirlo, machacando a una fuerza que considera la rama siria del PKK. Ahora tenía la posibilidad de hacerlo con autorización rusa y, por lo tanto, también con la del Gobierno sirio. A cambio, Erdogan debía abandonar a su suerte a los rebeldes de Alepo, de los que Turquía ha sido durante todo el conflicto el principal apoyo logístico y suministrador de armas.
Por esta razón, tras su última y fuerte ofensiva ese mismo mes de agosto, la resistencia dentro de la ciudad se ha ido debilitando poco a poco. Debido a ese acuerdo turco-ruso, en el que han participado mandos militares y miembros de los servicios de inteligencia por ambas partes, en dos ocasiones se ha ofrecido a los grupos rebeldes que abandonen la ciudad. Quienes lo han hecho, han podido trasladarse a través de territorio turco, con otras milicias establecidas en Idlib, hasta la franja fronteriza entre Azaz y Jarabulús, para sumarse a la operación contra las fuerzas kurdas que intentaban unir los cantones de Afrín y Kobani.
Este acuerdo explica el sorprendente silencio de Ankara ante los últimos devastadores y mortíferos bombardeos del Ejército sirio contra los barrios todavía bajo control rebelde, cuando precisamente Turquía ha sido la que con más vehemencia ha denunciado las masacres del régimen de Bachar.
Y lo mismo se puede decir del silencio de Damasco ante la incursión del Ejército turco, con tanques, unidades antiaéreas y aviación en territorio sirio, atacando pueblos y ciudades sirias a su placer. La propia prensa turca ha reconocido que la aviación turca actúa dentro de Siria cuando recibe la correspondiente autorización de los mandos rusos.
La verdadera incógnita es saber hasta dónde tendrá carta blanca Turquía para actuar dentro de Siria. Ankara insiste en ocupar la ciudad de Al Bab, otro importante bastión del Estado Islámico. Sin embargo, la idea no agrada al Gobierno sirio, que no puede permitir que unos grupos rebeldes, estrepitosamente derrotados en Alepo, se hagan ahora con otro gran centro urbano. Culminada la batalla de Alepo, el propio Ejército sirio puede encargarse de expulsar de la ciudad a los yihadistas, poniendo así, de paso, límites a la penetración turca en territorio sirio.
Por su parte, las fuerzas kurdas esperan también su oportunidad para continuar su avance al comprobar que, debido a estos cambios, se han convertido en la única baza firme que les queda a los países occidentales una vez perdida la confianza de su aliado turco frente a la cada vez más peligrosa confluencia entre Damasco, Moscú, Teherán y, ahora, Ankara.
Las Fuerzas Democráticas Sirias, como se denomina la alianza integrada fundamentalmente por kurdos, han denunciado que la aviación turca está bombardeando posiciones próximas a Manbij arrebatadas al Estado Islámico precisamente con la ayuda militar de norteamericanos, franceses, alemanes e incluso daneses, lo cual pone a estos países de la Alianza Atlántica en una más que comprometida situación ante su aliado turco dentro de esta pequeña “guerra mundial” en torno a la ciudad de Al Bab.
FUENTE: Manuel Martorell/Cuarto Poder