Durante las últimas seis semanas, la administración Trump ha confirmado un hecho básico que a menudo se ha pasado por alto, confundido o distorsionado desde que Estados Unidos (EEUU) entró en Siria en 2015, aparentemente para combatir al Estado Islámico (ISIS).
Esta realidad es que a pesar de la cooperación militar “táctica” que ha existido entre EEUU y las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS) lideradas por los kurdos, Washington sigue estando -como siempre- en un estado de guerra real con el Movimiento de Liberación Kurdo, a saber, el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), a pesar de que el Representante Especial de Estados Unidos para Siria, James Jeffrey, haya admitido que había vínculos entre el socio local de Estados Unidos y el PKK.
Por lo tanto, cuando los titulares de las noticias hacen referencia a que Trump decidió abruptamente sacar a los 2.000 soldados estadounidenses de Siria como una “traición” a los kurdos, se oscurece la verdad fundamental de que, en realidad, tal traición nunca fue posible.
Sólo habría sido posible si la cooperación entre las Fuerzas Democráticas Sirias encabezadas por las YPG/YPJ y EEUU en la lucha contra el ISIS, no se hubiera basado en una intersección temporal de intereses, sino en principios y una visión a largo plazo. En otras palabras, si los objetivos militares a corto plazo se extendieran a los políticos. Algo que nunca ha ocurrido.
De hecho, en el ámbito ideológico, EEUU y el Movimiento de Liberación Kurdo se encuentran en mundos separados, al punto de que decir que son diametralmente opuestos está más cerca de la realidad que la postura de que de alguna manera están luchando por el mismo concepto de “libertad”.
La noción de libertad para la clase dominante del imperialismo estadounidense se basa en el orden explotador del capitalismo global y en la capacidad de Washington de penetrar en los mercados de todo el mundo.
Para las YPG/YPJ y la dirección política del Partido de la Unión Democrática (PYD), el capitalismo es un remanente del pasado que debe ser reemplazado por un igualitarismo arraigado en la modernidad democrática, la liberación de la mujer y la ecología. Estas dos visiones están profundamente enfrentadas.
Por tanto, la advertencia ha estado ahí desde el comienzo mismo de la tentativa de cooperación que alcanzó su punto álgido con la derrota del ISIS en Raqqa en octubre de 2017, después de la cual EEUU reaccionó con furia a la exhibición de una pancarta de Abdullah Öcalan en el centro de la ciudad.
Esta advertencia sólo ha resultado evidente a los ojos del mundo en la etapa más reciente. Se ha desarrollado en tres actos que, en realidad, son sólo los últimos capítulos de una larga guerra que EEUU ha venido librando contra las fuerzas socialistas del Kurdistán y de la región en general.
Acto I: Recompensas contra el PKK
El 6 de noviembre, la embajada de EEUU en Ankara anunció que se iban a ofrecer recompensas enormes por tres dirigentes del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). Las recompensas por información sobre Murat Karayilan (hasta 5 millones de dólares), Cemil Bayik (hasta 4 millones de dólares) y Duran Kalkan (hasta 3 millones de dólares) fueron ofrecidas tras una visita a Turquía del Subsecretario de Estado Adjunto de EEUU, Matthew Palmer.
Las recompensas fueron vistas en gran medida como un medio para que EEUU intentara apaciguar a Turquía y a su presidente Erdogan por la amarga relación entre los dos ejércitos más grandes de la OTAN en los últimos años. Dado que Turquía había afirmado durante mucho tiempo que EEUU estaba ayudando al PKK en Siria (debido a que el PYD es un partido hermano del PKK, que sigue la misma ideología del confederalismo democrático), las recompensas eran esencialmente una “rama de olivo” para probar a Turquía que EEUU nunca había abandonado a su aliado.
Es importante entender que mientras EEUU daba armas a las fuerzas kurdas en Siria, esas mismas armas se usaban para asesinar a sus camaradas dentro de las fronteras de Irak y Turquía.
Un ejemplo clave fue el asesinato en agosto de Zekî Åžengali, miembro de alto rango de la Unión de Comunidades kurdas (KCK) y del PKK en Shengal, Irak, cometido por las fuerzas turcas; un asesinato que se perpetró gracias a la inteligencia facilitada a Ankara por los Estados Unidos.
Tras la decisión de ofertar las recompensas, el KCK emitió una declaración en la que decía: “Esta decisión injustificada de EEUU es una continuación de la conspiración internacional contra el líder Apo (Abdullah Öcalan). Nuestro pueblo y las fuerzas de la democracia deben levantarse de inmediato contra este ataque que es parte del complot”.
En otras palabras, la KCK asumía una amplia visión histórica, entendiendo que el leopardo imperialista nunca había cambiado sus manchas en los casi 20 años desde que la CIA y la administración Clinton desempeñaron un papel clave en la captura de Öcalan.
Acto II: Venta de misiles Patriot a Turquía
Antes del segundo acto importante de EEUU en el período previo a la repentina decisión de Trump sobre el personal militar estadounidense en Siria, el Estado turco en Irak realizó campañas de bombardeos contra Shengal y el campo de refugiados de Makhmur, donde tres mujeres y una niña fueron asesinadas el 11 de diciembre. Se trataba de un ataque flagrante contra zonas con una densa población civil, incluidas personas que habían sido objeto de las campañas de depuración étnica del ISIS en los últimos años.
Una vez más, la KCK respondió afirmando que EEUU tenía que asumir cierta responsabilidad por las acciones de Turquía, declarando que “al igual que en la Primera Guerra Mundial, los ataques actuales del Estado turco contra los kurdos y otros pueblos de la región no tendrían lugar sin el conocimiento y consentimiento de las potencias internacionales y regionales. El espacio aéreo iraquí está bajo control estadounidense. Sin el consentimiento de los EEUU, tales ataques aéreos no son posibles”.
Pero no es sólo el control estadounidense del espacio aéreo iraquí lo que alimenta la guerra contra el PKK y, por extensión, contra el movimiento revolucionario kurdo por la autodeterminación. El segundo acto que realmente llevó a la conclusión de que la misión fundamental del imperialismo estadounidense nunca ha cambiado en la región fue entregado horas después de la decisión de Trump de retirar las fuerzas de Siria, cuando el Departamento de Estado autorizó la venta de misiles Patriot a Turquía por valor de 3.500 millones de dólares.
Aunque técnicamente se produjo después del anuncio de Trump (a través de Twitter), se puede asumir que la decisión del Departamento de Estado se había finalizado hacía algún tiempo.
Se prestó mucha atención al hecho de que la decisión se tomó a la luz de una disputa entre EEUU y Turquía por la resolución de Erdogan de comprar un sistema S-400 a Rusia. Aunque ciertamente la decisión ayuda a mitigar las tensiones dentro de la alianza de la OTAN, y parte de la motivación tiene que ser impedir que Turquía avance en la esfera de influencia rusa, tampoco rompe con la política consistente de ayuda del Departamento de Estado a la guerra de Turquía contra el PKK.
En un típico acoso imperial, EEUU advirtió a Turquía que no comprar los misiles Patriot podría resultar en la no venta de aviones F-35 que, por supuesto, se usarían para realizar ataques aéreos contra el PKK.
Acto III: La llamada telefónica, la retirada y la próxima invasión
El tuit de Trump que anunciaba que EEUU se iría de Siria causó conmoción en los círculos de política exterior y en los principales medios de comunicación norteamericanos.
Según Associated Press (AP), la decisión fue tomada apresuradamente por Trump -en contra de los deseos de sus asesores- durante una llamada telefónica con Erdogan el 14 de diciembre. La llamada se hizo debido a las conversaciones mantenidas el día anterior entre el Secretario de Estado, Mike Pompeo, y el Ministro de Asuntos Exteriores turco, Mevlut Cavusoglu, sobre el plan de Turquía de invadir y ocupar el territorio de las fuerzas kurdas en el norte de Siria.
Durante la llamada, Erdogan supuestamente preguntó a Trump por qué EEUU seguía en Siria a pesar de que el ISIS había sido derrotado, y Trump recurrió al Asesor de Seguridad Nacional John Bolton en busca de ayuda.
Según el informe de AP, “Bolton se vio obligado a admitir que (lo dicho por Erdogan) había sido respaldado por Mattis, Pompeo, el enviado especial de EEUU para Siria, Jim Jeffrey y el enviado especial para la coalición anti-ISIS, Brett McGurk, quienes han dicho que ISIS retiene sólo el 1 por ciento de su territorio”.
Con eso, Trump prometió una retirada de las fuerzas estadounidenses, básicamente otorgando a Erdogan un regalo que aparentemente no había visto venir. AP informó que “sorprendido, Erdogan advirtió a Trump contra una retirada apresurada, según un funcionario. Aunque Turquía ha hecho incursiones en Siria en el pasado, no tiene las fuerzas necesarias movilizadas en la frontera para entrar y mantener las grandes franjas del noreste de Siria donde se encuentran las tropas estadounidenses, dijo el funcionario”.
Divisiones entre la clase dirigente de los EEUU
La decisión de Trump dejó atónito al establishment estadounidense, y comprensiblemente hizo crecer el temor en gran parte de la comunidad kurda, que veía con preocupación que Trump diera luz verde a una invasión turca de Rojava, que podría resultar en una limpieza étnica mucho más generalizada que la que vimos en Afrin hace casi un año.
Inmediatamente después de la decisión de Trump, tanto republicanos como demócratas se encontraron con la resistencia en los pasillos del poder. Pero su disensión no tenía nada que ver con el hecho de que estas fuerzas políticas fueran “amigas de los kurdos” -aunque trataran de adoptar esa postura-, sino con el hecho de que cuando se trata del complejo industrial militar, la guerra es un asunto bipartidista.
Por ejemplo, tomemos la indignación del senador republicano Marco Rubio, quien tuiteó que “sin nuestra ayuda los kurdos tendrán que volver a casa para prepararse para luchar contra los turcos. Con nadie en el suelo golpeando a ISIS, éste se reagrupará y ampliará las tramas para atacar a estadounidenses. No estábamos en Siria para ayudar a nadie más. Estábamos en Siria para eliminar a los terroristas que quieren matar a americanos”.
Si bien Rubio tiene razón en cuanto a que el ISIS tiene la oportunidad de reagruparse y que “los kurdos” (es decir, las YPG/YPJ) tendrían que abandonar el frente de Deir Ezzor para luchar contra la invasión de Erdogan (como fue el caso de Afrin a principios de este año), también deja claro que EEUU ha estado allí por sus propias motivaciones.
Después de todo, esto viene de Rubio, una figura política de extrema derecha que ha construido gran parte de su carrera a partir de la oposición a los gobiernos socialistas en Cuba y Venezuela, así como en gran parte del resto de América Latina. Por lo tanto, no es de extrañar que los intereses de Rubio no tengan nada que ver con la ideología de lo que él llama irrespetuosamente “los kurdos”, sino más bien con las motivaciones geopolíticas del poder de EEUU en la región.
Una evaluación más honesta de los intereses de EEUU podría encontrarse en el Secretario de Defensa James “Perro Loco” Mattis, quien decidió renunciar como consecuencia de la decisión de Trump.
Según el New York Times, “Mattis fue a la Casa Blanca con su carta de renuncia ya escrita, pero sin embargo hizo un último intento de persuadir al presidente para que revocara su decisión sobre Siria, que Trump anunció el miércoles a pesar de las objeciones de sus asesores principales. Mattis, un general de cuatro estrellas retirado de la Marina, fue rechazado. Al regresar al Pentágono, pidió a los ayudantes que imprimieran 50 copias de su carta de renuncia y las distribuyeran por todo el edificio”.
Mattis también tiene poco amor por la retórica socialista y la ideología del PYD y las YPG/YPJ, pero se ha guiado por una política de realpolitik que se basa en gran medida en oponerse a Irán en la región. Esto no significa que Mattis sea más “progresista” que Trump; toda su carrera se ha basado en promover los objetivos del imperio estadounidense en un escenario global, particularmente en el llamado “Oriente Medio”.
Como dijo el Morning Star en un editorial publicado el 21 de diciembre: “Seamos claros. Cualquier medida que limite el poder de EEUU para intervenir en los asuntos internos de otros países es, sin calificación, algo bueno… La carrera de este hombre Mattis es un viaje de placer de aventuras militares estadounidenses. Su primera incursión en el extranjero fue para proteger a Arabia Saudita en la guerra del Golfo de 1990-1991… En un despliegue posterior en Afganistán, apoyó este enfoque con un mandato de ‘ser educado, cortés y tener un plan para matar a todos los que conozcas’”.
La revolución sólo puede ser fortalecida
¿Pero qué hay de la propia Revolución de Rojava? ¿Es lo suficientemente fuerte para resistir la retirada del ejército estadounidense? Tal pregunta sólo puede venir de aquéllos que no entienden el empuje de lo que implica una verdadera revolución.
En primer lugar, la Revolución de Rojava comenzó mucho antes de la intervención de EEUU en la esfera de las operaciones anti-ISIS en Siria en 2015. Data del verano de 2012, pero en realidad es parte de la revolución kurda y de la lucha de liberación nacional que tiene su génesis en la fundación del PKK en 1978.
Los acontecimientos que tuvieron lugar en el norte de Siria en 2012, con la declaración de autonomía y la retirada del ejército árabe sirio, no podrían haber tenido lugar sin las décadas de trabajo político que los cuadros del PKK han orquestado en toda la región.
Contrariamente a aquéllos que han considerado al PYD y a las YPG/YPJ como nada más que apoderados estadounidenses, el copresidente de Relaciones Diplomáticas del PYD, Salih Muslim, declaraba a la luz del anuncio de Trump: “En cualquier caso, no estaban aquí para protegernos. Confiamos en nuestra propia fuerza y defensa. Estamos en un punto de legítima defensa. Eso nunca ha faltado. Es asunto de ellos decidir si se quedan o se van. Nuestros intereses coincidieron, actuamos juntos, pero nunca nos apoyamos en ellos”.
Es absolutamente cierto que la retirada de EEUU acelera la amenaza de una invasión turca. De hecho, parece que ambos están inextricablemente unidos. Este peligro no puede ser exagerado y es muy real. Sin embargo, en términos de la revolución social en Rojava, nunca podría tener éxito a largo plazo mientras EEUU permaneciera en Siria. La presencia de EEUU fue, en el mejor de los casos, una molestia y un acuerdo necesario con el diablo, pero en el peor de los casos significó los intentos siempre coherentes de Washington de diluir el contenido de la transformación social.
Una clara manifestación de esto es la reciente demanda de los EEUU a las autoridades de Rojava de que permitieran el despliegue de los llamados “Peshmerga de Rojava” en Siria. Se trata de las fuerzas armadas afiliadas al Partido Democrático del Kurdistán Iraquí (KDP) de Masoud Barzani, que el PYD considera agente del Estado turco.
El camino hacia adelante
El camino a seguir estará evidentemente plagado de dificultades, así como de contradicciones, tal y como lo ha estado la Revolución de Rojava en sus seis años y medio de vida.
No hay necesidad de animar agresivamente a EEUU a retirarse de Siria, así como no hay necesidad de revolcarse en la desesperación ni de hacer un llamado a los imperialistas para que se queden.
Como ha dicho la Dr. Hawzhin Azeez: “Si quieres libertad, tienes que tomarla. No se puede apelar a la conciencia de los imperialistas, los colonialistas, los opresores y los creadores de su condición de marginados desposeídos. Tus mártires no murieron por esta ideología, murieron luchando contra ella”.
Siria ha estado en medio de una tercera guerra mundial a pequeña escala durante casi ocho años. Rojava ha sido el bastión del progreso dentro de esa guerra durante casi todo ese período. Debemos reafirmar nuestro compromiso con los revolucionarios de Rojava de la misma manera que EEUU ha reiterado su posición real, del lado de los reaccionarios de la región y del mundo.
Elegir un bando debería ser más fácil ahora que nunca.
FUENTE: Marciel Cartier / The Region / Ilutrsación de portada: Repo Bandini / Traducción: Rojava Azadi