I El frente militar
Ya casi se cumple un año… Un año de ese 9 de octubre, donde las primeras bombas caían a la espera de nuestros pasos. Los meses han ido pasando, la Revolución en Rojava no ha parado de reparar aquello que la guerra destroza, aquello que la guerra provoca. Hace un año, teníamos que retirarnos de la ciudad de Serekaniye, dejando las casas de familias kurdas y árabes en manos del Estado turco y sus aliados del Daesh. Dejando el sudor y la sangre de compañeras y compañeros, familias, jóvenes y ancianos, impregnadas en las calles de una ciudad que resistió y lucho a pesar de la crueldad de nuestro enemigo.
Y no solo ocurrió en Serekaniye. Otros pueblos y ciudades cayeron ante la brutalidad de las tropas turcas y las bandas yihadistas. Todo y nada ha cambiado. El recuerdo permanece, y aquellas que lucharon hasta el final son el pensar de nuestros nuevos pasos. El compromiso se renueva a cada paso que se da en pro de la libertad, y con humildad recuerdo cuando di mi palabra a aquellas que despedía enterrándolas en cementerios, o a aquellas que nos dieron sus armas para continuar luchando cuando eran evacuadas después de caer heridas por bombardeos o balas turcas. No me he olvidado de nada: ni puedo, ni quiero.
Parte del territorio de Rojava, desde octubre de 2019, está en manos del Estado fascista turco y de nuevas células del Daesh. Es una situación de emergencia. No se puede mirar hacia otro lado sin reconocer las consecuencias del paso de la guerra, de la invasión turca. Nuevos campos de refugiados se han abierto en el territorio, otros antiguos han tenido que ser ampliados. Familias que tuvieron que abandonar sus casas no encuentran paz en sus propias tierras. La comida es escasa, las enfermedades entre niños y ancianos no conocen de compasión, Turquía sigue cortando el agua de las ciudades, el enemigo sigue atacando nuestras líneas del frente, donde se mantiene el territorio a cubierto. Donde centenares de compañeras aguantan desde entonces la línea del frente que separa el enemigo de las ciudades que están bajo amenaza. La línea que a veces es solo 1 kilómetro de distancia.
Y me pregunto a mí misma: ¿qué ha sido de este año? ¿Qué he aprendido? ¿Cómo hemos seguido avanzando? ¿Cómo desde nuestra posición de internacionalistas podemos aportar a esta revolución? ¿Y por qué sigo sintiendo tan fuerte que los que llaman “derrota” a lo que hemos vivido aquí, es porque no estuvieron, porque no vieron lo que muchas internacionalistas vimos? El coraje de un pueblo, el miedo también, las lágrimas, los abrazos después de encontrarte con antiguas compañeras que deseabas ver, los momentos de lucha, de devolver balas al enemigo… Los que no habéis estado, creer lo que os digo. No ha sido fácil, pero si sigo aquí es porque finalmente vi el significado del amor y la lucha uniéndose en uno. Porque me siento aún más decidida. Porque en escuchar a las madres que han perdido a sus hijos resistiendo, me he unido a su dolor, pero también a su lucha.
II El frente médico
Sabíamos que la guerra iba a empezar; en realidad, en esta parte del mundo la guerra es una cuestión de tiempo. Cuando empezaron los ataques, también empezó nuestro trabajo en un hospital, lejos del foco de invasión; los muertos llegaron antes que los heridos, el dolor de las expulsadas de sus casas, de las que intentaron abrir un corredor humanitario para que saliesen las que querían, las excusas para la guerra, las excusas para la invasión, la suciedad de la política en mayúsculas… y saber que no puedes irte, impensable cruzar la frontera cuando tus compañeras luchan a muerte defendiendo la revolución, defendiendo la vida.
Allá están compañeras desconocidas, nunca vistas, compañeras con las que alguna vez cruzaste una palabra, compañeras que son hermanas de esa familia que elegimos y va más allá de la sangre, de todas aquellas que se lanzaron a defender una tierra a veces extraña.
Y la espera, en el hospital, viviendo la resistencia de lejos, es una sensación tan extraña tener la guerra tan cerca y tan lejos. A 100 kilómetros una ciudad está asediada, y aunque tú no oyes las bombas sabes que están ahí. Recibimos los heridos derivados de otros hospitales, sonrisas y rabia a partes iguales, rabia por no poder seguir luchando cuando sus compañeras están cayendo, porque cada pérdida es la pérdida de una hermana, enterrando muertos que no morirán nunca porque los şehîds (mártires) seguirán siendo la sangre que mantiene el latido de la revolución.
Ha pasado un año, la herida sigue abierta, y aunque los invasores siguen ahí, y la política en mayúsculas, sigue alimentando la máquina de avaricia y muerte que es el Estado turco, sus mercenarios, su ansias de recuperar un imperio que no es más que otra cara del capitalismo, también sigue ahí la organización, un movimiento que no solo resiste sino que no deja de crear, que se cimenta en la liberación de las mujeres, en la autonomía de sus gentes, en su apuesta por la revolución de todos los pueblos. Ha pasado un año, el ayer está presente, las refugiadas, los muros que Turquía no deja de construir, la indiferencia de un mundo basado en el beneficio son señales de ese ayer, también son parte de la savia con la que se sigue luchando por un mañana.
III El frente mediático
La guerra… esa palabra que aún cada vez que pronuncio me deja unas décimas de segundo con la respiración suspendida, un amago en el latido y la sensación de volver, después, a la realidad que me rodea.
La guerra… la que no fuimos a buscar, como revolucionarias, sino con la que nos topamos y, como revolucionarias, afrontamos.
La guerra y sus cientos de entierros, de lágrimas, de atrocidades llenando el timeline de tuiter mientras intentas que este se llene también de convocatorias solidaras en todo el mundo. Que se llene de la fuerza de la resistencia con la que querrías estar codo con codo, pase lo que pase. Que se llene de la ilusión del compromiso con aquellas ideas tan viejas y tan actuales, con aquellas compañeras tan antiguas y tan nuevas. Que se llene del orgullo de la generosidad de tantas desconocidas de la historia dando su vida por defender la de todas.
La guerra que no queremos, la guerra que hacemos por no haber más opción que la de defenderse. Guerra a la guerra y por todos los medios necesarios. Asumir que hacen falta las balas para conseguir la paz, y que las declaraciones de prensa, las fake news y los vídeos virales son parte del parque de guerra donde todo está en juego y nada lo es.
La guerra… la antítesis de la humanidad. La que obliga a mezclar palabras como “asesinato” y “amor”, “incredulidad” y “esperanza”, “odio” y “camaradería”. Todo compactado en esas milésimas de segundo que parecen vidas, vidas que se truncan en milésimas de segundo. Las guerras a la que acuden las pobres no por serlo si no para dejar de serlo.
Y el tropezón de la respiración producido por el vértigo de la contradicción y de responsabilidad. La de no querer la guerra nunca más en ningún lugar y saber que sólo si la ganamos, luchando, la pararemos. La de saber que el miedo que nos produce y que aún hace desacompasar los latidos, aunque nos acompañe siempre, no nos parará nunca.
FUENTE: Buen Camino / El Salto Diario / Edición: Kurdistán América Latina