Rojava: Mis amigos son pájaros negros

“Mis amigos son pájaros negros,

que se mecen en las azoteas

de casas a punto de derrumbarse”

Katerina Gogou

Anoche volví a soñar con Serekaniye… Tenía el fusil entre las manos, y veía por la ventana cómo los çete (yihadistas) se iban acercando. Apretaba el gatillo, pero el arma no se disparaba. Cogía el gatillo con las dos manos, que en el sueño se había hecho enorme, y tiraba de él con todas mis fuerzas, pero el arma seguía sin dispararse. Y los çete se acercaban, seguían acercándose. Pero por mucho que lo intentaba, no funcionaba, no podía dispararles, no podía…

¿Cómo explicártelo…? Para mí, Serekaniye significó decidir que iba a morir. Cuando llegamos, la ciudad ya estaba prácticamente rodeada. De los cuatro coches que intentamos entrar, solo dos los conseguimos. Nos abrimos paso así, de aquella manera… pero al final entramos. Un día, desde mi posición en el hospital, vi cómo los turcos habían montado una fortificación como las que tienen en Idlib. Muy difíciles de tomar. Entonces entendí que nunca íbamos a salir de allí, y que tampoco nadie iba a venir a sacarnos. En un momento dado, como estábamos sitiados y no podíamos evacuar a los heridos ni a los mártires, tuvimos que empezar a enterrar los cuerpos, allí mismo, dentro del recinto del hospital. Mientras cavaba, miraba el agujero, y me decía a mí mismo que yo también acabaría allí.

En general fue todo una locura, no parecía real. Estaba este compañero… Quedó herido de una pierna. Era leve, pero no podía correr ni caminar normalmente. Necesitaba un apoyo todo el rato. No se cómo, encontró un bastón, un bastón de verdad, elegante, como los que llevan los abuelos. Iba por ahí andando con su bastón y su kalashnikov, sonriendo, yendo tranquilamente de un lado para el otro, en medio de todo el follón. La gente corría, se movía “tácticamente”, cubriéndose, y él ¡como si estuviese paseando por el parque!

Como estábamos completamente cercados, la logística no podía llegar hasta nosotros, y para equiparse la gente empezó a usar lo que encontraba en cualquier lado, cualquier cosa. En algún sitio tuvieron que coger mochilas de alguna tienda, y eran todas mochilas para críos, como las que usan para ir al cole. Entonces veías a todo el mundo con mochilitas de colorines, un montón de gente armada hasta los dientes llevando a la espalda mochilitas de Pokemon, Pepa Pig, Spiderman, Dora la Exploradora… o carritos de bebés. Estaba este heval (compañero) con gorra, no recuerdo su nombre. Recorría la calle empujando un carrito, prácticamente nuevo, pero el carrito estaba cargado de minas, para los tanques…

No sé por qué no decidí irme con el último convoy. Los kurdos nos insistían. Respetaban nuestra decisión de quedarnos, pero no querían que muriese más gente de la necesaria. Nos gritaban “¡Iros! ¡Iros de aquí!”, porque todos sabíamos que aquella era la última oportunidad de ser evacuados, y que los que se quedasen no iban a contarlo. Pero para mí, quedarme era lo único que tenía sentido. Irme habría sido como traicionarme a mí mismo. No me cuadraba, no encajaba con todo lo que había hecho a lo largo de mi vida, con todas las luchas de antes. Abandonar habría sido como romper con todo eso. Tenía más sentido quedarse allí y morir. Quiero decir, el mismo sentido que quedarse y sobrevivir, como al final ocurrió, pero no lo contrario. Igual que pienso que tuvo sentido que Tekoser* muriese en Deir Ezzor, o que tendría sentido que ahora siguiese vivo, pero no que hubiese retrocedido, no que hubiese abandonado. Lo sentí así…

Creo que aunque hubiese querido, tampoco hubiese podido irme, porque cuando los demás me dijeron que se quedaban, ya no había ningún dilema para mí. En el hospital estaba este compañero… estaba herido de un ojo, y tenía infectado el otro. No veía nada. Estábamos en el segundo piso del hospital, y le dijimos que se fuese al sótano, porque allí arriba estábamos bajo fuego constante de los çete, pero él no quería, no quería separarse de nosotros. Preguntaba: “¿Pero dónde está la gente?”. No por miedo a estar solo y no valerse, si no porque quería estar con sus compañeros, ¿entiendes? No quería separar su destino del de los demás. Y a mí, verle así, todo jodido, tapándose los ojos llorosos con las manos, cubierto de polvo, con esa actitud, tan determinado, me dio una moral muy grande, porque yo también lo sentía así. Así nos lo decimos, entre nosotros, todavía hoy… Vamos juntos, morimos juntos. Así lo siento yo…

Nota:

*Nombre de guerra del voluntario internacionalista italiano Lorenzo Orsetti, que cayó mártir en marzo del 2019 en Deir Ezzor durante la última ofensiva contra el territorio controlado por el Estado Islámico en Siria

FUENTE: Oriol Solé Sugranyes / Buen Viaje / El Salto Diario / Edición: Kurdistán América Latina