El Centro de Estudios Kurdos (KCS) ha entrevistado recientemente al Dr. Thomas Jeffrey Miley, profesor de Sociología Política en el Departamento de Sociología de la Universidad de Cambridge. En la entrevista, Miley comparte sus conocimientos sobre la definición de “nación” y “nacionalismo”, y profundiza en el concepto de nación democrática de Abdullah Öcalan y su reinterpretación del concepto de autodeterminación. También habla de la idea en la que se basa su próximo libro “Struggles for Self-Determination in the 21st Century”, que publicará Black Rose Press.
-En uno de sus artículos define la “nación” como un proyecto hegemónico. ¿Podría explicar a qué se refiere?
-En términos ontológicos, la “nación” se concibe más bien como un proyecto hegemónico. Sólo existe en la medida en que la gente cree que existe. Esto no significa que la nación deba equipararse a un etéreo “sistema de ideas”, ni relegarse al ámbito superestructural, ni mucho menos diagnosticarse o descartarse como una forma de “falsa conciencia”. Porque hacerlo supondría perpetuar un falso binario entre materialismo e idealismo, entre base y superestructura. Como cualquier otra idea, la “nación” sólo puede existir como fuerza material en la historia, “encarnada en instituciones y aparatos”, es decir, como “forma institucionalizada”.
Los nacionalistas aspiran a la institucionalización de sus creencias para que éstas puedan ser difundidas, suscritas por un público cada vez más amplio, y reproducidas. El proceso de difusión y reproducción de las creencias nacionalistas por parte de los aparatos estatales se ha descrito en términos arquitectónicos como el de la “construcción de la nación”. Más recientemente, Brubaker ha descrito los aparatos estatales implicados en tales procesos como “estados nacionalizadores”. Se refiere a la “nacionalización” y a los “nacionalismos nacionalizadores del Estado existente”, y a las “élites nacionalizadoras”. Cuatro conjuntos de Aparatos Ideológicos del Estado están especialmente implicados en el cultivo de proyectos hegemónicos “nacionalizadores” y de “construcción nacional”: (1) el sistema educativo, (2) los medios de comunicación de masas, (3) la burocracia y (4) los partidos políticos.
La nación y el nacionalismo están interrelacionados dialécticamente. Gellner ha insistido célebremente en que “es el nacionalismo el que engendra naciones, y no al revés”. Es cierto que los nacionalistas aspiran a que sus creencias se institucionalicen. Sin embargo, la formulación de Gellner no es del todo correcta, ya que la nación y el nacionalismo no pueden distinguirse claramente en términos de causa y efecto (al menos no cuando estos términos se utilizan de forma unidireccional y no dialéctica). En lugar de obsesionarse con la cuestión de cuál determina al otro, de cuál es primero (el “huevo o la gallina”, por así decirlo), tiene más sentido entender el nacionalismo y la nación como dos dimensiones del mismo fenómeno intersubjetivo, que operan simultáneamente en diferentes niveles de conciencia, que se corresponden con lo “programático” y lo “banal”.
El nacionalismo opera principalmente a nivel consciente, manifestándose como “ideología” – en su núcleo, un programa político que “sostiene que la unidad política y la unidad nacional deben ser congruentes”. La nacionalidad, por el contrario, opera principalmente en los niveles semiconsciente e incluso subconsciente, como un “sistema omnipresente de clasificación social”, un “principio organizador de visión y división del mundo social”.
-¿Qué opina del proyecto de “nación democrática” de Öcalan? ¿Hasta qué punto la “nación” de su proyecto no es hegemónica?
-El rechazo de principio de la estrategia de “liberación nacional”, entendida en términos de la búsqueda de un Estado-nación kurdo, ha incluido un conjunto bastante elaborado de argumentos contra los males insidiosos de lo que Öcalan denomina “nacionalismo feudal”, la mayoría de las veces en referencia al ejemplo de Barzani en el Kurdistán del Sur (Bashur, norte de Irak). La reorientación ideológica y programática del Movimiento por la Libertad de Kurdistán incluye, por tanto, no sólo la renuncia al objetivo de un Estado, sino, lo que es más ambicioso, la aspiración a trascender por completo los confines del “imaginario nacionalista”. Tal trascendencia no debe confundirse con repudiar el orgullo de ser kurdo, sino más bien con escapar de la dialéctica de “mayoría” frente a “minoría”. De hecho, como ha insistido Öcalan, “en el confederalismo democrático no hay lugar para ningún tipo de lucha por la hegemonía”.
La autogestión y la organización autónoma de asambleas democráticas directas, por no hablar de las milicias de autodefensa, para todos los grupos étnicos y religiosos, es la alternativa a la tiranía de la mayoría, a la “lucha hegemónica” profundamente arraigada en la ideología del nacionalismo. Es mucho pedir para un movimiento que ha sacrificado tantas vidas por el sueño de un Gran Kurdistán. Un ejercicio de liderazgo democrático, si es que alguna vez lo hubo, por parte de Öcalan, su intento de hacer soñar a sus seguidores con sueños internacionalistas de democracia radical, de imaginar formas de confederación que traspasen y vayan más allá de las fronteras mentales impuestas por el culto a la comunidad nacional. Más fácil de pronunciar que de conseguir.
-Recientemente ha escrito un libro titulado “Luchas por la autodeterminación en el siglo XXI”. ¿Qué le impulsó a hacerlo?
-Vivimos en una época de crisis existencial colectiva, en la que es imperativo que pensemos de nuevo las categorías fundamentales de la vida política. Todos los ensayos recogidos en ese volumen reflejan una preocupación por la autodeterminación, un concepto y un principio tan indispensable como polémico.
Casi todos los ensayos fueron compuestos a raíz de mi encuentro con el Movimiento por la Libertad de Kurdistán, cuyo líder e inspirador, Abdullah Öcalan, ha emprendido un impresionante y valiente esfuerzo por redefinir la autodeterminación, desde su solitaria celda de la isla de Imrali.
Antes de comprometerme activamente con la lucha kurda, mi orientación hacia los llamamientos a la autodeterminación había sido quizá excesivamente crítica. Hacía tiempo que era escéptico respecto al paradigma de la liberación nacional en el que parece situarse con más frecuencia el discurso de la autodeterminación. Mi convicción era que existe una tendencia relativamente omnipresente a esencializar y cosificar el “yo” colectivo en este discurso y que, por lo tanto, la aplicación de una “hermenéutica de la sospecha” parece la respuesta más adecuada a todas y cada una de las apelaciones a dicho principio. Más concretamente, sostuve que en cualquier contexto en el que el discurso de la autodeterminación emerja como destacado, este discurso debería someterse a un interrogatorio sociológico, con el fin de esclarecer cómo está integrado en constelaciones concretas de relaciones de poder materiales y sociales, y descifrar si tiende a legitimar y reforzar o, por el contrario, a subvertir las jerarquías existentes.
Sigo convencido de que es crucial cultivar una sensibilidad sociológica, es decir, ser consciente de cómo el discurso de la autodeterminación está integrado en las relaciones de poder existentes y tiende a afectarlas en un contexto determinado. Sin embargo, al mismo tiempo, cada vez estoy más convencido de que es igualmente importante prestar atención a las apropiaciones y resignificaciones creativas de las categorías centrales de este discurso tal y como se emplean en épocas y lugares concretos. La transformación del Movimiento por la Libertad de Kurdistán, su esfuerzo por trascender el paradigma de la liberación nacional; por resignificar la autodeterminación en términos de lucha por una democracia radical y directa contra el Estado; la lucha por una acomodación multicultural y multirreligiosa; la lucha por la emancipación de género; y la lucha por la sostenibilidad ecológica, me han impresionado por la potencia y el potencial de la continuidad discursiva y el cambio de paradigma simultáneos.
En una palabra, lo que presenciamos es una convergencia entre las apelaciones a la doctrina de la autodeterminación y la búsqueda del ideal confederal democrático en el contexto kurdo. Se trata de una autodeterminación de otro tipo. Ya no está alineada con la aspiración a un Estado-nación kurdo soberano. Por el contrario, ha pasado a significar la lucha contra la jerarquía ilegítima e injusta en todas sus formas, incluida la dominación del Estado sobre la sociedad política y ética, la dominación de una etnia o secta sobre otras, la dominación del hombre sobre la mujer y la dominación de los seres humanos sobre la naturaleza.
Una agenda muy ambiciosa, cuyo grado de aceptación por parte de los activistas y el núcleo del movimiento merece, sin duda, una investigación empírica rigurosa. Sin embargo, incluso a nivel de imperativo programático, la reorientación y rearticulación de la autodeterminación lograda por Öcalan, y al menos parcialmente emulada por sus seguidores en el movimiento, sigue siendo bastante notable.
-¿Qué opina de la declaración conjunta de Suecia y Finlandia con Turquía bajo los auspicios de la OTAN para luchar contra el movimiento kurdo tras su ingreso en la OTAN? ¿Cree que esto también repercutirá en la AANES?
-Creo que demuestra la influencia estratégica de Turquía dentro de la OTAN en el contexto del conflicto que se está desarrollando con Rusia. La OTAN ha optado por la Tercera Guerra Mundial, por lo que no es sorprendente que fascistas como Erdogan tengan poder. Esto debería desarmar a cualquiera de la idea de que la OTAN es de alguna manera un aliado de los kurdos. Por otra parte, muestra la capitulación total de la socialdemocracia europea ante los dictados de la OTAN. En cuanto a la segunda parte de tu pregunta, sí, esto aumentará inevitablemente la presión sobre la AANES por parte de las fuerzas del fascismo turco.
FUENTE: The Kurdish Center for Studies / Fecha original de publicación: 25 noviembre de 2022 / Traducido por Rojava Azadi Madrid
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