Serran (Distrito de Raqqa, Siria) / Agosto 2017 – Una aldea de Raqqa cualquiera. Casuchas de adobe cociéndose al sol en mitad de la nada. No hay un censo en Serran; tampoco aceras, ni carreteras, ni calles, ni tiendas… Sólo un burro atado a un poste junto a los restos de algo que, un día, dio cobijo a combatientes del ISIS y, al siguiente, sucumbió bajo una bomba americana. De no ser por el tendido eléctrico, Serran bien podría ser una aldea del sur de Afganistán.
Pero hoy es un día especial. Se han congregado centenares de invitados ilustres bajo esa carpa que se usa para bodas y funerales. Los árabes llegados de toda la provincia de Raqqa lucen turbante rojo y la dishdasha –camisa árabe tradicional que llega hasta los tobillos-. Los kurdos son igualmente identificables con su ropa turca del bazar, o el sobrio camuflaje de las YPG, las Unidades de Protección Popular.
Hoy se juntan 25 jeques, pero Hasun Shahi se sabe el rey de la fiesta. La parroquia le saluda con todo el respeto de este mundo perdido. El viejo –tiene 105 años- rompe el hielo enseguida. “Busco una nueva esposa”, dice todo lo alto que puede, caminando con su bastón hacia una veinteañera kurda en tejanos. Risas respetuosas: ni apagadas ni estridentes.
La joven se llama Leyla, y trabaja para el aparato político de lo que se conoce como “Federación Democrática del Norte de Siria”. Esa es la fórmula adoptada para un modelo que tiene su origen en Rojava, pero que cambió de nombre en 2016 a medida que se incorporaba a los árabes de las zonas antes ocupadas por el Estado Islámico. No basta con liberar sus aldeas; también hay que ganarse los corazones y las mentes -“hearts and minds” que dicen los americanos-, de los habitantes del califato hasta ayer, y que hoy vuelven a vivir en un lugar sin nombre.
Tras los discursos a cargo de un jeque de Tal Abyad, la líder del Consejo de Mujeres y un representante de las YPG, se sirve cordero en bandejas grandes y redondas. El centenario se sienta a comer junto a Layla y Omar Alush, su superior en el escalafón. “Los kurdos sois todos buenos pero entre mi gente, los árabes, muchos se han unido a esos perros del Daesh”, dice el jeque. Insiste en que siente vergüenza.
Alush le quita hierro al asunto: “Tenemos que olvidar el pasado y mirar hacia un futuro en el que kurdos, árabes, siriacos y el resto de las comunidades podamos vivir juntos”, responde con diplomacia.
El “arquitecto”
Omar Alush ha dedicado gran parte de sus 60 años de vida a la causa kurda así como a la pura filantropía. Fue uno de los fundadores del PYD (Partido de la Unión Democrática, el dominante entre los kurdos de Siria) en 2005, así como uno de los impulsores de un hospital en su Kobani natal, del que se beneficiaron muchos residentes hasta que fuera destruido durante el asedio de 2014. Entre otras muchas cosas, este periodista le debe haber posibilitado su trabajo en Kobani en 2008, cuando los kurdos de Siria sufrían bajo un régimen que negaba sus derechos y expropiaba sus tierras, e incluso su ciudadanía.
Alush confiesa que nunca habría podido prever unos cambios tan dramáticos en un plazo tan corto. Hoy bromea diciendo que es el “Lavrov” –Ministro de Exteriores ruso- del Consejo Civil de Raqqa, pero lo cierto es que su papel pasa por ser el auténtico “arquitecto” de lo que se está gestando aquí.
Durante los dos últimos años ha ido cambiando de residencia a las zonas árabes limítrofes que quedaban liberadas del yugo islamista. Estuvo en Manbij y hoy reside en Tal Abyad, en una casa que comparte tabique con los restos de otra reventada por una bomba de la Coalición. Ahora le toca gestionar Raqqa, donde se instalará cuando se expulse definitivamente al Daesh.
“Podemos elegir entre vivir juntos o seguir matándonos entre nosotros”, esgrime Alush, reduciendo a la mínima expresión un elaborado discurso. Nos referimos al del “Confederalismo Democrático”.
El proyecto
En 2012, y mientras el resto del país se sumía en una pesadilla de la que todavía sigue sin despertar, en el noreste se levantaba una sociedad civil y se apostaba por la autogestión de un territorio autónomo, dividido en cantones, a través de un modelo cuyas líneas generales fueron trazadas en 2005 por Abdullah Öcalan, el líder del PKK encarcelado en Turquía desde su arresto en 1999.
Aunque se sigue acusando al movimiento de liberación kurdo de secesionismo, lo cierto es que el propio Öcalan descartó la idea de un Estado propio como solución a la cuestión kurda ya a principios de los años 90. La evolución de su ideario iría mucho más allá, virando del marxismo-leninismo convencional hacia el llamado “municipalismo libertario”. Se dice que la correspondencia que mantuvo desde la cárcel con Murray Bookchin, quien esbozara esa concepción de un Estado descentralizado, se encuentra detrás de ese giro ideológico. No se desafía la territorialidad de Oriente Medio, pero se apuesta por una atomización de los poderes tradicionalmente monolíticos de la región. Ya en 2008, Alush aseguraba a este periodista que el PYD compartía la estrategia del PKK “para la solución de la cuestión kurda”.
El Consejo Civil de Raqqa, una suerte de Gobierno interino de la provincia, es una prueba más de cómo palabras sobre el papel se han convertido en algo tangible sobre el terreno. La autoridad se reúne en la pequeña localidad de Ayn Issa, a 50 kilómetros al norte de Raqqa, y está formada por 200 notables de la zona. La mayoría de ellos son árabes, como el jeque Amir Mohamed Habur. Los kurdos, insiste Habur, les liberaron “del yugo islamista”, y hoy este representante de uno de los clanes más numerosos al norte del Éufrates no contempla un futuro que no pase por una Siria federal.
“Cualquier otro sistema fallará; ésta es la única alternativa a Daesh y a Asad”, matiza el jeque, consciente de que sus palabras caen como un jarro de agua fría para otros miembros del consejo.
“Siria es una, y nadie tiene derecho a romperla”, interviene levantando su dedo índice el jeque Hassan al Mandi, otro miembro del consejo. Habur le replica que Alemania y Estados Unidos siguen siendo países “solventes” a pesar de ser Estados federales, pero Mandi no parece tenerlas todas consigo.
Incluso sin escuchar la conversación que tiene lugar en el despacho de Alush, la escena es enormemente elocuente sobre la actual coyuntura. Comparten la estancia los notables árabes con un kurdo que presume de haber trabajado con Öcalan en Siria y dos veinteañeras kurdas de las YPJ (el batallón femenino de las Unidades de Protección Popular, YPG). Una de ellas tiene la manga derecha recogida sobre un muñón. Perdió el brazo en Kobani.
Abdallah Aryan, vicepresidente del consejo así como uno de sus representantes beduinos, dice no perder la esperanza de que “toda Siria acabe unida en un proyecto democrático”. “Ésta es la única alternativa política a los regímenes autoritarios y/o islamistas dese Marruecos hasta Pakistán”, sentencia este hombre que cuenta con dos pasaportes: el sirio y el saudí. Según dice, su familia llegó del Golfo hace 200 años.
Apenas hay sitio pero alguien cede el asiento al jeque Bashir Faysal al Hueidi, el último en llegar. No pertenece al consejo, pero tampoco lo necesita para ganarse el respeto de los presentes. No sólo es el líder de los Bushaba, otra respetable familia de miles a esta orilla del Éufrates, sino que se jacta de haber rechazado una petición de entrevista del mismísimo Brett McGurk, el enviado estadounidense para la Coalición contra el Daesh. Aun así, se ofrece generoso a posar para una exclusiva foto que, dice, nadie tiene.
“El Consejo de Raqqa nunca habría sido posible de no ser por Omar”, asegura Hueidi tras la foto de grupo y entre bocanadas de sus cigarrillos turcos.
La guerra
El “experimento” político en el noreste de Siria no ha pasado desapercibido a ojos de analistas y expertos de talla internacional. Manuel Martorell, periodista e investigador así como una de las mayores autoridades sobre Oriente Medio en el Estado español, habla de “un momento de enorme trascendencia histórica”.
“Se está poniendo sobre la mesa que en Oriente Medio son posibles sistemas democráticos basados en el respeto a las diferencias culturales, religiosas y a los derechos de la mujer, y que no es cierto que en esta región las únicas alternativas fueran las dictaduras o los movimientos islamistas, como hasta ahora generalmente se pensaba”, subraya el experto navarro.
Martorell suscribe la tesis de que nos encontramos ante una “verdadera revolución”, añadiendo que dicho modelo político-social es ya una “referencia que puede revolucionar las sociedades musulmanas, al menos en esta castigada región de Oriente Medio”. Desgraciadamente, añade, ha tenido que estallar una cruel guerra, quedar destruidos los Estados de Siria e Iraq y emerger la grave amenaza del Daesh para que se haya revalorizado esa concepción plural y diversa.
Por el momento, son los árabes de Raqqa, a petición propia, los que engrosan la primera línea de combate frente al Daesh en su bastión de Raqqa. Se trata de un gesto simbólico pero de enorme carga política, que pasa por reconocer el derecho de los azotados por el Daesh no solo a liberar su ciudad, sino también a gobernarla una vez expulsado el invasor.
Gran parte de su éxito se debe al controvertido apoyo aéreo de Washington. Organizaciones como Amnistía Internacional han mostrado su preocupación sobre el impacto de éste en civiles que el Daesh usa como “escudos humanos”.
Se acumulan las preguntas sobre el futuro del proyecto a corto plazo. ¿Hasta qué punto depende su supervivencia de la presencia americana en la región? ¿Se prevé una zona de exclusión aérea, como la que posibilitó la existencia de lo más parecido a un Estado que han tenido los kurdos, en el norte de Irak? ¿Qué hará Asad? ¿Y Turquía?
Alush arquea las cejas y reconoce que ni siquiera se atreve a elucubrar sobre los siguientes renglones de esa historia que él mismo está ayudando a escribir. Ante el devenir más inescrutable, el kurdo zanja la cuestión con una frase hecha: “El futuro es ahora”.
Fuente: Karlos Zurutuza / Msur / Fecha de publicación: 19/10/2017