Hace un mes que Erdogan comenzó su tercera ofensiva en Siria, irónicamente bautizada “Fuente de paz”. Prevista desde hacía mucho por el autócrata turco, la invasión de Rojava ha podido ser desencadenada aprovechando la retirada de las unidades francesas y estadounidenses de la región.
El objetivo público de esta ofensiva es crear una “zona de seguridad” de una profundidad de 30 kilómetros en el interior del territorio sirio para expulsar de él a las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS, las fuerzas armadas de la Administración Autónoma del Norte y del Este de Siria –AANES-, compuestas de gente kurda, árabe y de minorías étnicas sirias), destruir el confederalismo democrático, y reemplazar a las poblaciones kurdas por refugiados y refugiadas sirias (3,6 millones de personas están hoy en Turquía tras haber huido del caos y las masacres engendradas por Bashar Al Assad). En la TV turca (TRT), Erdogan ha llegado a justificar esto explicando que esta zona desértica correspondía mejor al estilo de vida de las y los árabes que al de las y los kurdos.
Putin y Erdogan dirigiendo
Tras el alto el fuego aceptado el 17 de octubre por Turquía, se ha llegado a muchos acuerdos. Pues si Assad había debido abandonar a las y los kurdos y la autonomía de Rojava para concentrarse en la represión de la oposición siria, para Putin y Erdogan eran inconcebibles permitir que siguiera existiendo la AANES. Así, éstos han podido encontrar un acuerdo que deja al régimen sirio recuperar el control de la región de Idlib, último bastión de la rebelión siria, así como de la mayor parte del territorio controlado por las FDS. A cambio, Turquía puede poner en pie su gran proyecto de desplazamiento de poblaciones y de “zona de seguridad”.
El alto comandante de las FDS, Mazloum Abdi, arrinconado por la ofensiva turca y las traiciones internacionales, se ha visto obligado a aceptar un compromiso. Las FDS han tenido menos de una semana para retirarse de Serekaniye y de Girê Spî, evitando así la masacre. Pero Assad podría a medio plazo poner los pies en un tercio del territorio sirio; Turquía ocupa directa o indirectamente una parte importante de Rojava; y si, hace una semana aún, las FDS se han negado a su integración en el ejército de Assad sin resolución política, no podrán permanecer mucho tiempo independientes. El proyecto de autonomía de Rojava sale de todo ello profundamente debilitado, aunque la justificación del alto comandante es comprensible: “Entre los compromisos y el genocidio de nuestro pueblo, elegiremos la vida”.
Erdogan y Trump han encontrado también un acuerdo, al temer este último un acercamiento demasiado grande entre Rusia y un miembro importante de la OTAN. Las tropas estadounidenses permanecen por tanto en Siria, pero Trump no les da por el momento otro papel que el de guardar los pozos de petróleo del este del país.
Numerosos peligros
La situación humanitaria es catastrófica. Los soldados del Ejército Nacional Sirio que sirven de ayuda a Turquía, son culpables de crímenes de guerra, denunciados por Amnistía Internacional. Los bombardeos turcos sobre los pueblos de Rojava, y rusos en la provincia de Idlib, han provocado numerosas muertes y la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas recoge informaciones sobre la utilización de tales armas (napalm y fósforo blanco) por la artillería turca, denunciada por las autoridades kurdas con el apoyo de imágenes. Estos bombardeos, sumados a las exacciones de los grupos armados, han provocado ya centenares de muertes civiles, entre ellas las de decenas de niños y niñas. Desde el comienzo de la operación turca, el 9 de octubre, entre 300 y 400 combatientes, hombres y mujeres de las FDS, han perdido la vida. Estas y estos combatientes, a menudo jóvenes, eran las fuerzas vivas de la sociedad del futuro, militantes comprometidas y comprometidos en hacer existir una alternativa política al caos que desgarra Siria desde hace ya casi diez años. Mártires, sus nombres no serán olvidados por sus familias y sus compañeros y compañeras.
Esta situación puede verse agravada por la violencia que podrían sufrir los pueblos de Raqqa o Manbij, motores de la insurrección y ahora a merced de Assad.
Los desplazamientos afectan a centenares de miles de personas, a las que habrá que añadir las que huyen de Idlib hacia el norte, y las y los refugiados sirios en Turquía, a quienes se acosa para que se instalen en Rojava. Hay una voluntad compartida por Erdogan y Assad de arabización de la región.
La perspectiva emancipatoria defendida por el confederalismo democrático está más que nunca en peligro, y serán el conjunto de sirias y sirios quienes pagarán el precio. Es nuestro deber informar sobre la situación de Rojava y aportar una solidaridad concreta.
FUENTE: Camille Nashorn / NPA / Traducción: Faustino Eguberri, para Viento Sur / Edición: Kurdistán América Latina