Leyla Güven está en huelga de hambre hace 113 días. La parlamentaria del Partido Democrático de los Pueblos (HDP), electa con un 67% de los votos populares, estaba encarcelada, como miles de presas y presos políticos en Turquía, acusada por denunciar, durante un discurso, la masacre que Recep Tayyip Erdogan cometió y comete desde enero de 2018 en Afrin, una ciudad kurda al norte de Siria.
El 8 de noviembre del año pasado comenzó una huelga de hambre contra el aislamiento agravado del líder kurdo Abdullah Öcalan, que desde 2015 está incomunicado y desde 2011 no puede recibir las visitas de sus abogados. Solo dos veces en los últimos cuatro años se le permitió ver a su hermano por unos 30 minutos. En ambos casos porque afuera varios ciudadanos kurdos realizaban una huelga de hambre en contra de su aislamiento.
Leyla Güven fue liberada de la prisión de Amed a los 79 días de haber iniciado su huelga de hambre, cuando su caso y el de mas de 300 presos y presas políticas -que también están en huelga de hambre, junto a una treintena de activistas kurdos en diferentes ciudades del mundo, tomaron más notoriedad pública. Leyla llegó a su casa y declaró: “No voy a abandonar la huelga de hambre, porque no es por mi libertad, es por la libertad del pueblo kurdo, es para que se acabe el aislamiento agravado a Abdullah Öcalan, nuestro líder”. Aislamiento que en Imrali se expresa contra la figura del líder kurdo, pero que fuera de los muros de la prisión se traslada en masacre, opresión y aislamiento a todo el pueblo kurdo; a la negación y aniquilación constante de su cultura, lengua, ideas e historia.
¿Cómo llega un pueblo, un ser humano, a exponer su propio cuerpo a la degradación de una huelga de hambre, una agonía dolorosa y lenta -en algunos casos de más de 100 días-, aun sabiendo que, probablemente, el final puede ser la muerte? Personas con hijas e hijos, con hermanos y hermanas, con deseos, con proyectos, con sueños…
Hay quienes no pueden entender por qué hacer algo que “difícilmente logre resultados”; hay quienes incluso optan por recomendar que levanten la huelga de hambre porque pueden morir, como si ser kurdo o kurda no fuera ya razón suficiente para poder morir.
Cuando un pueblo es oprimido, castigado, negado, masacrado, cuando sufre un genocidio constante año tras año; cuando ya usó todas las herramientas, sean institucionales, parlamentarias, de lucha, organización, incluso rebelarse y tomar las armas en defensa propia, y dar vidas, ver morir a miles y miles de jóvenes por la libertad de su pueblo, por ser reconocidos como kurdos y kurdas, como etnia, como lengua, como cultura, pierde la posibilidad de decidir sobre todo o casi todo. Realizar una huelga de hambre como método de resistencia está contemplado en el derecho humano internacional como algo legítimo. Llegar a esa decisión, primero una, después dos y después cientos de personas, es sin duda la expresión de un pueblo que no está siendo visto o escuchado por el mundo, y que vive una realidad de opresión tal que poner su cuerpo como terreno de batalla es la opción que ha encontrado para gritar una voz silenciada por ser kurdo.
En Turquía hablar o cantar en kurdo, decir Kurdistán, usar los colores rojo, verde y amarillo, o simplemente pensar diferente, es un delito. Si sos abogado/a, periodista, intelectual, político/a la situación es infinitamente grave. Un país donde hay más de 127 periodistas presos, donde diariamente se cierran diarios, radios, canales de TV, y se bloquean y prohíben agencias de noticias, todos acusados de “terrorismo”. Un Estado considerado por la Unión Europea (UE) como “democrático”, a quien aún no se le ha vetado el proceso de ingreso a la UE, que forma parte de la OTAN y que es recibido en las mesas de negociación para la paz en Siria; ese mismo gobierno que tiene una enorme responsabilidad en brindar armas, logística y dinero a ISIS, y que frente a un apabullante silencio Internacional invade las zonas seguras del Norte de Siria, solo porque allí hay kurdos y kurdas conviviendo con muchas otras etnias y construyendo una revolución basada en el Confederalismo Democrático.
Ese mismo gobierno turco que masacraba al pueblo kurdo dentro de Turquía, a sus propios ciudadanos aquel enero de 2016, después de que -a pesar del terror y los ataques ejercidos en las ciudades kurdas- el HDP ingresara al Parlamento, en los aún dolorosos sótanos de Cizre. En ese mismo momento donde aniquilaron a cientos de personas encerradas en los sótanos de los edificios con armas químicas, Selahatin Dermitas, en aquel momento copresidente del HDP (ahora encarcelado en Turquía hace casi dos años) reclamaba, en una sesión para debatir el tema kurdo en el Consejo de Europa, qué sentido tenía estar allí debatiendo el conflicto y a la vez invisibilizando la masacre en los sótanos que ocurría en simultáneo.
Ese silencio internacional, que permite que Turquía genere una masacre tras otra contra los y las kurdas, con armas provistas por Alemania, con el visto bueno de Rusia, con el silencio de Siria y con la complicidad de los Estados Unidos -que depende de las Unidades de Defensa Populares (YPG) para dar batalla en tierra al ISIS-, pero que se queda de brazos cruzados cuando a pocos kilómetros Erdogan los acusa de terroristas y los ataca sistemáticamente en Rojava; Estados Unidos es responsable junto a los gobiernos que hacen la vista, al Consejo de Europa, al Comité Contra la Tortura, a la ONU y a tantas otras instituciones, responsables de las más de 300 mujeres y hombres estén hoy en huelga de hambre, algunos incluso en fase crítica con riesgo de muerte y secuelas físicas de por vida. Jóvenes, hombres y mujeres resistiendo con sus cuerpos una lucha por la libertad de su líder, pero sobre todo por la libertad de su pueblo.
Cada declaración que dan de este proceso de huelgas de hambre, iniciado por Leyla Güven, deja claro que lo último que se pierde es la moral, la dignidad y el valor, pero sobre todo la responsabilidad de luchar por un mundo más justo, más tolerante.
Muchos de los huelguistas repiten que lo que da miedo no es la muerte, sino vivir siendo negados y silenciados cada día, como vivir en un estado carcelario constante, frente al doloroso silencio del público. Aman la vida tanto como para entregarla por un mundo mejor. Tienen la convicción de que hay que luchar más porque lo logrado hasta ahora no alcanza.
Eso debe hacernos pensar que quizá la responsabilidad también es nuestra, es de todos y todas. Quizá si alzaramos más la voz por el hermano pueblo kurdo, si lo hiciéramos mucho más fuerte, no tendrían que dar la vida para ser escuchados. Quizá la responsabilidad de estas vidas que se apagan cada día un poco más no es sólo de los poderosos, sino de todos y todas las que nos sentimos hermanos del pueblo kurdo, reflejados en sus luchas y en sus dolores, pero también en sus anhelos de un mundo mejor, donde haya más libertad y más igualdad.
FUENTE: Lucrecia Fernández / Kurdistán América Latina