La pandemia del coronavirus probablemente le ha hecho a la humanidad un último favor.
Ha revelado que el cuento de hadas del “increíble aumento en la calidad de vida”, difundido en todo el mundo por los capitalistas, es una gran mentira.
Se ha demostrado que aquellos que destruyeron los paisajes, las aldeas y las economías locales de subsistencia, y convirtieron a las personas que llevaron a las ciudades en “clientes del mercado” con sus planes de expropiación, no tienen una estrategia para el futuro y viven solo para el día.
Resultó que las docenas de estados grandes y pequeños que quieren traer “paz y estabilidad” a Afganistán, Irak, Kurdistán, Siria, Libia y Yemen ni siquiera tienen respiradores, medicamentos y otros equipos de protección en sus hospitales.
Aquellos que gastan miles de millones de dólares en aviones de guerra, cohetes, tanques y bombas ni siquiera han pensado en tener máscaras confeccionadas con una sola pieza de tela.
Los estados que compiten por armas nucleares, biológicas y químicas, envían satélites al espacio y producen todo tipo de drones, y que gastan una gran parte de sus presupuestos en aviones, tanques y artillería, no han pensado en la producción de desinfectantes y materiales de higiene.
Con sus palabras y acciones, una vez más dejaron en claro que están poniendo a las personas en el lugar de un “rebaño”. El “triaje de guerra” como la “solución” de Italia, o la “inmunidad colectiva” de Gran Bretaña, son una prueba clara de la visión de la modernidad capitalista sobre las personas y una expresión de desesperación.
El Leviatán, que en tiempos normales recauda impuestos sin distinción entre trabajadores y desempleados, pobres y ricos, jóvenes y viejos, comienza, con la propagación del virus, a mantener listas de los que deben morir primero.
El Covid-19 revela el hecho de que el verdadero mal que se esconde bajo la cubierta de la “economía de libre mercado”, o “liberalismo”, es de hecho el capitalismo, y que no tiene sentido encubrir las verdades distorsionando expresiones y conceptos.
El Covid-19 ha demostrado una vez más que el Estado es un parásito que hace que las personas trabajen sin parar durante 60 a 65 años, promete pagar sus cuidados y las necesidades en la vejez, pero ahora explica que aunque se han recaudado impuestos durante 65 años, no se pueden ofrecer ventiladores, medicamentos o cuidados.
Juntos hemos visto estados cómo Estados Unidos, China, Rusia, Gran Bretaña, Alemania y Francia, que se declaran responsables del orden mundial y de la humanidad, se convirtieron en objetos indefensos, insignificantes e ineficaces.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, todavía cree magnánimamente que puede continuar con su sistema, que está al borde del abismo, como si nada hubiera pasado, sin reconocer su desesperación. Confía en la falta de memoria de la gente. Con la arrogancia dominante de la riqueza, declara: “No podemos permitir que esto se convierta en un problema a largo plazo”.
El asesor económico de Trump, Larry Kudlow, confirma esto con las palabras: “El presidente tiene razón. La cura que se debe encontrar no debe ser peor que la enfermedad en sí misma. Tendremos que hacer algunas concesiones muy difíciles en el próximo período”.
Lo más probable es que el presidente de Estados Unidos, Trump, y su asesor económico, Kudlow, sean conscientes de la gran crisis económica de 1929, y de las grandes crisis experimentadas después de la Segunda Guerra Mundial. Por eso están tan preocupados.
La gran crisis de 1929 golpeó con más fuerza a las ciudades industrializadas. Nació un gran ejército de desempleados y personas sin hogar, se destruyeron los pequeños medios de vida materiales individuales y los pequeños ahorros de miles de millones de personas, y 4.000 bancos grandes se declararon en quiebra.
Durante este período, el 70 por ciento de la población mundial vivía en zonas rurales y aldeas. Su entorno de trabajo y economías fueron suficientes para ellos.
Hoy, a medida que la crisis del coronavirus se está extendiendo por todo el mundo, la situación es exactamente la opuesto a 1929, con entre 65 y 70 por ciento de la población mundial viviendo en ciudades. El número de personas en el campo y en las aldeas que son capaces de producir subsistencia es muy bajo.
Por lo tanto, no se tiene que ser un experto o un clarividente para ver que la pandemia de coronavirus será seguida por una crisis económica que superará la de los años 1929 y 1945.
Esta crisis será de una magnitud que Trump, Xi Jinping, Vladimir Putin, Angela Merkel, Boris Johnson y Emmanuel Macron no querrían.
Mientras continúe la pandemia, los bancos, las compañías de seguros, las fábricas, las compañías financieras, la industria agrícola, la construcción, la minería y la agricultura ya no funcionarán dentro del marco de las reglas capitalistas. Ya no podrán producir y comercializar. Sus ingresos se minimizarán, pero sus gastos y deudas permanecerán sin cambios.
Miles de millones de personas se verán mucho más afectadas por esta situación. Después de la pandemia, las masas en las ciudades inicialmente no podrán pagar su renta. Después de eso, tendrán problemas para encontrar comida y agua potable. Los desempleados, los trabajadores ocasionales, las personas que viven de los beneficios estatales y los que pierden sus empleos como resultado de la pandemia, formarán un ejército de necesitados y se embarcarán en busca de suministros básicos.
Las condiciones de hoy no son como cuando existían dos bloques durante la Guerra Fría. Por el contrario, Estados Unidos, China, Rusia, Alemania, Gran Bretaña y Francia son parte del mismo sistema. En consecuencia, no habrá un Plan Marshall para ayudar, como hubo después de 1945 bajo la Doctrina Truman.
La experiencia histórica, los acontecimientos actuales y el curso de los asuntos apuntan a la gran depresión que seguirá al coronavirus.
FUENTE: Ferda Çetin (periodista y columnista del periódico pro-kurdo Yeni Özgür Politika) / ANF / Edición: Kurdistán América Latina