Rojava, epicentro del infierno de la guerra en el nordeste sirio… Aquí todos han dado rienda suelta a su violencia y se han convertido en cómplices de los crímenes contra la humanidad perpetrados por el Estado Islámico y Turquía.
Hemos entrevistado con Zozan Samî Mistefa, joven doctora, una de las pocas presentes en el frente, donde permanecer en vida se convierte en un acto de resistencia.
-¿Qué te ha llevado a ejercer en plena guerra?
-Mi trabajo consiste en salvar vidas. Esta es mi tierra, mi casa, mi gente. No puedo quedarme quieta y contemplar cómo llegan los terroristas para matar a nuestros niños.
Han aniquilado nuestra existencia. Se trata de una guerra étnica, sectaria, no ya contra los kurdos, sino contra el conjunto de la sociedad de Rojava. Nosotros ya hemos pagado el precio de la paz con 11.000 mártires.
No soy mejor que ese chaval o esa chavala que coge su arma para dirigirse al frente. Ellxs aman la vida, pero sobre todo aman su país… igual que yo.
-¿Qué es lo que te toca ver cada día? ¿Qué nos puedes contar de esta guerra horrible?
-Cada día mis ojos son testigos de una nueva tragedia. Veo niños asesinados, mujeres violadas. Veo muchos combatientes con los cuerpos mutilados, a madres que lloran a sus hijos. Veo personas de todas las edades que han perdido varios miembros.
-¿Cómo doctora, cuál ha sido el momento que más te ha chocado?
-La de un niño de 9 años que había perdido las dos piernas durante un bombardeo efectuado por un tanque turco. Lo evacuaron y nos lo trajeron, gritaba y lloraba mirando al cielo, mientras decía: “Por qué, oh Dios, por qué has hecho que todos los criminales del mundo vengan a nuestra tierra, por qué tenemos que combatir a todos los terroristas, oh Dios, quién me devolverá mis piernas, quiero jugar al futbol. ¿Cómo voy a poder jugar ahora? ¿Cómo?”. Mientras, su hermano mayor, que no tendría más de once años, le respondía: “Hermano, yo soy tu apoyo. Estoy aquí, te voy a ayudar y papá y mamá también están a tu lado, pronto vendrán a visitarte al hospital y te ayudarán…”. ¡Pero no sabían que sus padres también habían fallecido! Nunca podré olvidar esa escena.
-¿Qué te gustaría decir a Occidente, a las mujeres?
-Me gustaría decirles que nosotros también somos seres humanos, como vosotros, tenemos nuestras propias vidas, proyectos, familias y tradiciones. Sentimos, amamos y odiamos, compartimos nuestra rabia y nuestra tristeza. Al igual que vosotros tenemos un alma, no somos contenedores cargados de aceite negro alrededor del cual os peleáis y emprendéis una guerra en nuestra contra. La tierra es suficientemente grande como para acoger a todo el mundo. Vivamos en paz. Y diría a las mujeres, que el movimiento feminista ha comenzado en Rojava para demostrar a todo el mundo que una mujer puede ser al mismo tiempo líder, madre y militar, decir al mundo entero que las mujeres son fuertes y que quienes ataquen nuestra tierra están condenados a morir.
FUENTE: Rossella Assanti / Kedistan