3288 días. Nueve años desde que el 15 de marzo de 2011 comenzara una guerra en Siria que acumula ya 384.000 muertos, de los que 116.000 son civiles, según el recuento del Observatorio Sirio para los Derechos Humanos (OSDH), y 9.000 niños que han sido asesinados o mutilados, según Unicef. En medio de todo este tablero geopolítico de las grandes potencias mundiales, los menores de edad afrontan las peores consecuencias físicas y psicológicas de un conflicto que encara ya su décimo año.
En solo cinco años, Kinda, de nueve años, Bayan, de 13, sus otros tres hermanos, su madre y su abuela se vieron obligados a huir tres veces. Saben lo que es caminar de sol a sol sin descanso buscando algo de seguridad en medio de la violencia. “El camino era muy difícil, tuvimos que andar sobre pinchos y alambres. Estábamos muy asustados”, explicaba Kinda en un testimonio recogido por Unicef. Tras años de desplazamientos, la familia, que perdió al progenitor, decidió volver a su casa rural en el norte de Alepo. Allí, sobre las ruinas de su antiguo hogar, levantaron una tienda de campaña en la que llevan seis años viviendo. Con vivencias similares, aproximadamente 4,8 millones de niños han nacido en el país desde el estallido de la guerra. A esta cifra se suma otro millón más que lo han hecho ya como refugiados en países vecinos. Todos ellos siguen, en 2020, afrontando las devastadoras consecuencias de una guerra cronificada.
“La guerra en Siria alcanza hoy otro hito vergonzoso”, ha declarado la directora ejecutiva de Unicef, Henrietta Fore, que visitó Siria la semana pasada. “En el noveno aniversario del conflicto, hay millones de niños que están entrando en su segunda década de vida rodeados de guerra, violencia, muerte y desplazamientos. La necesidad de paz nunca ha sido más apremiante”. Para Ted Chaiban, director regional de Unicef en Oriente Próximo y norte de África, el contexto en Siria es uno de los más complejos del mundo. “La violencia y el conflicto siguen activos, lamentablemente, en varios lugares del país, como en el noroeste, con graves consecuencias para los niños”, ha explicado Chaiban, quien acompañó a Fore en su visita.
A esta petición de paz de los máximos dirigentes de la Agencia de Naciones Unidas para la Infancia, se ha unido el Comité Español que ha puesto en marcha una acción en redes sociales para pedir, una vez más, que se ponga fin a la contienda e impedir que llegue a cumplir 10 años. “Con esta ilustración queremos simbolizar, a través de un juego infantil en el que vas avanzando casillas hasta llegar a 10, la necesidad de parar una guerra que deja ya nueve años de muerte, destrucción y tiempo de infancia perdidos”, reitera el director ejecutivo de Unicef España, Javier Martos. “Nuestro grito con la etiqueta #QueNoLleguea10 quiere dejar claro que los menores de edad sirios llevan demasiado tiempo sufriendo”.
Sarna, diarreas y campamentos informales
En Idlib, en el noroeste sirio, el recrudecimiento del conflicto armado, sumado a las duras condiciones del pasado invierno y la caída de las temperaturas, además de una crisis humanitaria grave, ha tenido un impacto muy alto en la vida de cientos de miles de niños y sus familias. Más de 960.000 personas, entre ellas unos 575.000 menores de edad, se han visto obligadas a desplazarse desde el pasado 1 de diciembre. Por otro lado, en el noreste, al menos 28.000 niños de más de 60 países siguen atrapados en campamentos de desplazados, sin acceso a los servicios más básicos.
“La mayoría de pacientes que tenemos que admitir en hospitales con enfermedades evitables son niños, porque son muchos más vulnerables y frágiles”, explica Manuel López, coordinador general de Médicos Sin Frontera (MSF) para el noroeste de Siria. López señala que no ha habido grandes epidemias de sarampión o malaria, pero sí que las enfermedades respiratorias o las diarreas son las más frecuentes entre la infancia. En esta zona del país deben quedar siete hospitales en pie para unos tres millones de habitantes más todos los desplazados que han llegado a la zona. Son un número “insuficiente”, asegura el experto.
El otro gran peligro del hacinamiento y de los campamentos informales que han ido proliferando en la zona, señala López, son las enfermedades de tipo dermatológico, como la sarna. “Todos durmiendo bajo una misma manta hace que se transmitan como la pólvora”, advierte. Médicos Sin Fronteras ha repartido equipos de higiene básicos, mantas y utensilios de cocina para comenzar a vivir con algunos materiales en lugares donde no hay ni agua potable.
Desesperanza y escuelas destruidas
La otra gran consecuencia son las secuelas psicológicas que provoca vivir en un conflicto prolongado en el tiempo. Todos los menores de 15 años presentan un cuadro clínico de ansiedad alto, explica López de MSF, por la pérdida de familiares, amigos, y por haber tenido que dejar su casa, además de por las condiciones en las que habitan.
“Hay algo común en todas las crisis, ya sea en Lesbos, Turquía o en Idlib, y es la desesperanza: ven cómo la situación se enquista, siguen viviendo en un campo de refugiados y no ven la salida. Los cuadros de ansiedad se agravan, acompañados de síndromes postraumáticos, y las enfermedades mentales, que no están debidamente tratadas, se convierten en agudas y graves y son más difíciles de curar”, explica López. El acceso a la atención médica o la asistencia psicosocial es una tarea que también ha asumido Cruz Roja Internacional, especialmente en los campos de refugiados del Líbano, donde se albergan 1,6 millones de refugiados procedentes de Siria.
La otra tragedia del país está en las aulas. La pandemia global causada por el virus Covid-19 ha cerrado las pocas escuelas que permanecían abiertas. La guerra, además, ha provocado que más de dos millones de niños y niñas no tengan acceso al colegio, según Cruz Roja Internacional. Además, cada día dos centros educativos son dañados o abandonados por culpa de los bombardeos en Idlib, señala Save The Children. La organización denuncia que desde que se empezó a intensificarse el conflicto en abril de 2019, 570 colegios de los 1.062 que hay en toda la región han sido dañados, destruidos o están situados en áreas demasiado peligrosas para que los alumnos puedan acceder.
“Una escuela proporciona más que educación: ofrece estabilidad y rutina; cruciales ambas para la salud mental y la recuperación de los pequeños después de experimentar tanto horror y pérdida”, señala Sonia Khush, directora de Save The Children en Siria. Para ayudar en esto, la organización internacional ha puesto en marcha aulas móviles donde enseñan materias básicas como lengua y matemáticas, además de proporcionar apoyo emocional y psicosocial a través del juego para ayudarles a recuperarse de las experiencias traumáticas. La organización también está distribuyendo, junto a sus socios locales, material escolar como libros de texto y mochilas.
Unicef, por su parte, proporciona educación formal e informal a casi tres millones de niños en escuelas como la de Kinda y Bayan, cercana a la tienda de campaña donde viven en Alepo. “Nuestro mensaje es claro: dejad de atacar escuelas y hospitales. Dejad de matar y mutilar niños. Garantizadnos el acceso transfronterizo y entre zonas de combate que necesitamos para llegar a las familias que lo necesitan. Los niños llevan demasiado tiempo sufriendo”, pedía Henrietta Fore. Quizá Kinda y Bayan, junto a su familia, no tengan que volver a huir más y les aguarde un futuro lejos de las bombas.
FUENTE: Belén Hernández / Planeta Futuro / El País