En el Oriente del mundo habita un pueblo milenario que se niega a sucumbir ante el exterminio del consumo y la devastación. Allí han nacido luchadoras que no paran ni silencian sus voces.
Helin Bölek tenía 28 años cuando el 3 de abril pasado falleció, tras 288 días de huelga de hambre. Exigía la libertad y el fin de la criminalización de los miembros de su agrupación musical Yorum, surgido en 1985 tras el golpe de Estado en Turquía.
Los integrantes del Yorum, que mezclan folklore kurdo y música moderna, son acusados por el gobierno turco de terrorismo y vínculos con el Partido-Frente Revolucionario de Liberación del Pueblo -DHKP-C-. Desde 2016, unos 30 miembros de la banda han sido arrestados y el centro cultural donde ensayan ha sido allanando por lo menos en 10 ocasiones.
Hace pocos días también falleció Ibrahim Gökçek, bajista de la agrupación. Tenía 39 años y murió el pasado 5 de mayo, tras 323 días de huelga de hambre. Miles fueron a rendirle homenaje en su funeral. Estas personas fueron reprimidas.
En palabras de Gökçek, “Helin murió porque quería cantar sus canciones”. “Solo queríamos hacer nuestro arte. No nos dejaron otra opción que la muerte”, añadió. “Nuestra resistencia no terminará sin un logro concreto. La banda debería tener la posibilidad de nombrar una fecha y un lugar donde dar un concierto. Además, los miembros del grupo encarcelados, Ali Aracı y Sultan Gökçek deben ser liberados”, continuó.
Gökçek también manifestó días antes de morir que “esta es la única manera de detener las muertes. No queremos compasión ni conciencia. Exigimos justicia. Queremos justicia y que se cumplan las reivindicaciones legítimas del Grup Yorum”. “La banda -explicó- exige la liberación de sus miembros arrestados, la eliminación de las órdenes de arresto contra algunos otros miembros, el fin de las incesantes redadas policiales en el Centro Cultural İdil, y el fin de las prohibiciones arbitrarias de sus conciertos y eventos culturales”.
Días posteriores a sus decesos, la banda denunciaba la persecución política. “No eran unas exigencias tan difíciles de cumplir. El fascismo del Partido Justicia y Desarrollo (AKP) ha provocado su muerte”, comentaron.
Helin e Ibrahim son el símbolo actual de una lucha de miles de presos y presas kurdas que, desde los años 1980, son víctimas de montajes judiciales, torturas y han recurrido con frecuencia a la huelga de hambre a muerte como mecanismo de protesta ante la infamia del régimen turco.
En 2019, llegaron a ser más de 7.000 presos en huelga de hambre simultánea por varios meses, exigiendo la liberación de Abdullah Öcalan, líder kurdo que se encuentra en aislamiento hace más de 20 años en la cárcel de Imrali.
En el marco de esta pandemia, Turquía dejó en libertad a cerca de 90.000 presos. Pero excluyó enfáticamente a sus detractores políticos: periodistas, activistas, kurdos, y toda clase de personas privadas de la libertad. Estas siguen encarceladas sin acceso a elementos básicos de salubridad, equipos de protección ni atención a las personas enfermas.
Asimismo, están en una ruptura casi total de la comunicación con sus abogados y familiares, debido a la suspensión de visitas y el alto costo de las llamadas telefónicas. El sistema de justicia turco ha ido negando sistemáticamente las solicitudes de libertad, argumentando motivos políticos de seguridad, sin importar el latente riesgo de pérdida de la salud o de la vida.
Son estas vidas, como las de muchas luchadoras más en el mundo, que siguen atravesando fronteras, franqueando la ilegalidad y colándose tras los barrotes como haces de luz que abrigan las resistencias de otras y otros tantos en calabozos y centros de castigo.
Llegar hasta Imrali u otras cárceles turcas no ha sido posible. Pero sus voces resuenan en nuestros pasos y letras. Helin e Ibrahim son la inspiración de muchxs que resisten tras las rejas en tiempos de pandemia, sus historias reflejan las utopías alcanzables en nuestras luchas.
Yorum también me canta sobre las lucha en Nuestra América
Alguna vez, caminando por los pasillos del pabellón, reflexionaba que estar en una cárcel colombiana era estar en una cárcel del imperio. Pensaba en su estructura, diseñada para enfriar los corazones: alejada del sol y el calor de los seres amados.
Los cantos de Yorum llegaron a la celda donde habito, cargados de mensajes de lucha y dignidad, así como las letras de Julio Cortázar llegaron a la celda de Tomás Borge en Nicaragua hace algún tiempo.
Hoy, volviendo sobre estos pensamientos, encuentro grandes similitudes entre algunas cárceles de las que he escuchado en los últimos días. La de Imrali, en Turquía; la Tipitapa, en Nicaragua; y La Picota, en Colombia. Todas están atravesadas por la intención de silenciar y aniquilar lo que los pueblos sueñan; todas quieren imponer un pensamiento único y borrar toda posibilidad de subvertirlo.
Pienso en los muros altos con rejas tupidas de barrotes, en las cámaras vigilantes que fiscalizan hasta los suspiros, en los roedores que invaden las cocinas portando uniformes y garrotes, en los calabozos de aislamiento que profundizan el vacío, en los grilletes y cadenas apaciguantes del miedo de los carceleros.
Imposible no percatarse de tanta similitud en el miedo que pretenden sembrar en los Montes Qandil o en la Sierra del Perijá, en el silencio agudo que se busca imponer en las calles de Estambul o Bogotá, en la plaga de tiras (fuerza pública) que invaden los salones de clase y las plazas de las universidades. Y es que su estrategia consiste en cercenar nuestra alegría y creatividad popular con redadas y allanamientos a los centros culturales y sedes sociales; perseguir el pensamiento crítico, los liderazgos sociales, la gestión comunitaria y la organización barrial.
A Tomás Borge lo encarcelaron en 1976. La voz altiva de Julio Cortázar en su cuento Reunión (1966), lo alentó a no intentar siquiera cambiar su destino, ese que Anastasio Somoza había querido truncar con el encierro y la muerte de sus compañeros.
Por los años 1970, Nicaragua respiraba hondos aires de libertad que incendiaron la tranquilidad de los apoderados de las tierras, esos que desde el Norte extendían los tentáculos para impedir cualquier escape en sus campos de explotación. En ese entonces, retumbó como azotes en el hormigón, las palabras de Borge cuando dijo: “Mientras haya revolución en la tierra, habrá cronopios, porque la revolución es lucha por libertad y conquista de ella; procura el amor y su realización plena; y los cronopios quieren expresar y encarnar estos avatares precisamente”.
Años más tarde, cuando el presidio terminaba, un nuevo momento para los pueblos latinoamericanos asumía las riendas de Nicaragua. En Cuba, quien conducía era la esperanza abriendo trochas por las montañas del continente. Desde Chile, Salvador Allende anunciaba para el mundo que: “¡VenSeremos, VenSeremos, romperemos las cadenas!”. Y todo eso llegaba como una nueva mañana a las organizaciones kurdas que se levantaban tras el golpe dado por los militares en 1980.
Tiempos de lucha, organización y movilización se construían en medio del tropel de piedras y gases. El confederalismo democrático como posibilidad para no perecer ante las bombas de racimo y la negación histórica. Y sonaba así un canto en las calles, en los conciertos, en las cárceles y en las habitaciones de ayuno a muerte. Un canto, el del grupo Yorum, evoca la palabra que enciende el fuego como chispa en hierba seca: “Montaje y piedras son tus amores y los lobos hambrientos esperan abajo, tú en las montañas, yo en los calabozos, no estamos solos”.
Esta melodía, en voz de Helin Bölek y el bajo de Ibrahim Gökçek, cobró el sentido de defender la dignidad y jamás bajar el puño en la pelea por lograr que se ice la bandera de una patria liberada.
Tanto en común en nuestros presidios, pero mucho más en común en nuestras luchas y esperanzas. Las palabras de Cortázar evocando al Che, las de Borge a Cortázar, los cantos de Yorum abrazando la unidad popular vivida por Allende y luego teorizada por Öcalan. Todo esto ha llegado hasta esta celda como la voz del exiliado que nunca abandonó su tierra, la de los cantores de luchas incansables del pueblo kurdo.
Cortázar, Juan Gelman, Nicanor Parra, Atahualpa Yupanqui, Pasajeros y Yorum llenan en estos tiempos de angustia de una fuerza inagotable. De amor infinito por las letras, las palabras y los silencios. En común tenemos todo: las manos que escriben en los muros libertad, los cantos rebeldes que enarbolan la soberanía popular, los feminismos populares que forjan nueva humanidad.
Somos cuanto leemos y cantamos, cuanto conocemos nuestra historia y las historias de los otros, cuanto escuchamos las voces de los ausentes, cuanto reconocemos en los otros las causas justas de no morir en vano.
Espero, como Borge esperó el encuentro con Cortázar, encontrarme con los hermanos kurdos en las calles empedradas de Latinoamérica, o en una marcha agitada del Kurdistán que se libera. Encontrarme en sus abrazos, sus miradas y sus sueños. Verles en los que no dejan de caminar y forjar palabras de libertad. Porque la poesía no muere en estos rincones del oprobio, reverdece como hierba en el pavimento, que nace a pesar de que la quieren cortar.
FUENTE: Julián Gil (preso político colombiano) / Colombia Informa / Este artículo es el quinto de la serie Criminalización y castigo en cuarentena, una iniciativa comunicacional de diferentes medios internacionales.