Nadin Saleh, de 17 años, es una adolescente yazidí. Fue secuestrada junto a sus hermanas y su madre el 3 de agosto de 2014 en Shengal, en la provincia de Nínive, a 60 kilómetros al noroeste de Mosul, Irak. Nadin fue liberada de manos del Estado Islámico (EI) el pasado mes de febrero por las Fuerzas Democráticas de Siria (FDS) en Baghouz, Siria.
La población yazidí vivía en Shengal hasta la llegada de este grupo yihadista. Pocas personas consiguieron escapar a las montañas y cruzar hasta Siria, gracias a la protección de las Unidades de Defensa del Pueblo (YPG, según sus siglas en kurdo), quienes abrieron un corredor humanitario. La ciudad sagrada de esta religión es Lalesh, en Irak. También hay personas de esta población en algunas zonas de Irán, Turquía y Siria.
El yazidismo es una religión minoritaria que se remonta al año 2.000 antes de Cristo (a.C.) y que tiene sus orígenes en el zoroastrismo. Actualmente, no hay una cifra exacta del número de integrantes, pero se estima que son unas 500.000 personas en Irak, además de otras 200.000 repartidas por el resto del mundo, según YAZDA, una asociación de apoyo a las víctimas de Daesh (acrónimo árabe de EI).
Nadin tenía 12 años cuando la secuestraron. “Era una niña. No sabía qué estaba pasando. Atacaron y entraron en mi pueblo. Con mi familia nos encerramos en nuestra casa. Vinieron y nos llevaron a la ciudad siria de Raqqa”, explica en una entrevista telefónica desde Shengal. “Nos separaron. Durante mucho tiempo no sabía nada de mis hermanas ni de mi madre. Una vez me trajeron a mi hermana, pasamos dos días juntas y luego nos separaron de nuevo hasta este momento”, confirma Nadin.
Durante los años de su cautiverio, esta joven fue traslada de un sitio a otro y vendida más de una vez. “Me hacían vestir con ropa bonita y desfilar para venderme”, añade. “Primero fui un regalo para un señor mayor que era uno de los líderes del EI. Estuve con él un año. Me torturaba. Me violaba y me pegaba”, comenta llorando.
Ella, como otras mujeres yazidíes, pretendió huir varias veces, pero no lo logró ya que la descubrían y la detenían. “Intenté escapar nueve veces, pero no lo conseguía. La última vez me encerraron 13 días y me dejaron sin comer”, recuerda. “Cuando los de la coalición y las FDS empezaron a atacarlos y bombardearlos, las mujeres, niñas y niños empezaron a huir. Salí con ellas hasta donde estaban las fuerzas kurdas, que me ayudaron mucho hasta llegar a un sitio seguro”, confirma.
Desde que fueron secuestras en 2014, muchas mujeres lograron huir de manos del Estado Islámico. La ganadora del Nobel de Paz de 2018, Nadia Murad, es una de ellas.
Tras ser liberadas, muchas de estas jóvenes empezaron a organizarse. Formaron las Unidades de Protección de Shengal (YPS, según sus siglas en kurdo), integrada mayoritariamente por mujeres, una fuerza que luchó contra el Daesh para la liberación de esta aldea yazidí en Irak. Además, algunas de estas mujeres forman parte de las FDS en Siria, que actualmente están acabando con el último bastión del grupo terrorista en la ciudad siria de Baghouz.
La historia de Nadin es una de las miles de las personas yazidíes que fueron secuestradas por el EI. Muchas siguen desaparecidas, otras han aparecido muertas en fosas comunes. Algunas tuvieron “suerte” y pudieron escapar y reunirse con su gente de nuevo.
Desde que en 2014 el Daesh instauró el califato en territorio iraquí y sirio, más de 6.400 personas fueron secuestradas, y se estima que unas 3.200 fueron rescatadas o pudieron huir. Mientras, las mujeres han sido utilizadas mayoritariamente como esclavas sexuales.
Miembros del grupo terrorista separaban a las mujeres casadas o mayores de las chicas jóvenes. Cada yihadista se llevaba a una y las que no eran elegidas por militantes del también conocido ISIS, eran vendidas como esclavas. “Su precio” colgaba de sus cuellos: las jóvenes tenían precios altos, mientras las más grandes o con hijos era más baratas.
Buhar, de 32 años, es madre de cinco niños. Ella es otra víctima de las barbaridades del Estado Islámico. También fue esclava sexual para el grupo terrorista. Desde que se la llevaron, Buhar no sabe nada de sus hijos porque los yihadistas los separaron. “Cuando el Daesh llegó a Shengal asesinaron a mi marido y me llevaron con mis hijos. Ahora no sé si están vivos o muertos. Los llevaron poco después de entrar en Siria en 2014”, dice en una entrevista telefónica tras ser liberada de manos del grupo terrorista.
El co-presidente de la Casa Yazidí en Hasakah, de Siria, Ziyad Ibrahim, asegura en una entrevista que 18 personas han sido liberadas de manos del EI en las últimas dos semanas de febrero, entre ellas 11 niños. “Los combates se intensifican. Nuestras hermanas huyeron aprovechando la salida de familiares de Daesh”, dice Ziyad. “Nosotros las recibimos aquí en la Casa Yazidí. Aquí se quedan tres días, les hacemos chequeos médicos, también contestan una serie de preguntas sobre su cautiverio. Luego las llevamos al otro lado de la frontera”, añade.
La población yazidí fue la más afectada por la llegada de este grupo islamista radical. Su mensaje para los cristianos y yazidíes fue el siguiente: “Convertíos o morid”. La violencia del Daesh cayó sobre los y las yazidíes: decapitaciones, secuestros, ejecuciones masivas y violaciones. “Me obligaron a convertirme al Islam. Me obligaron a rezar. Nos trataban como animales”, dice Buhar.
El Estado Islámico es un grupo de mayoría suní, la rama más extendida del Islam en el mundo. Su odio hacia las otras religiones en la zona se tradujo en el hecho de querer exterminarlas y acabar con su presencia. Las consideraban infieles.
Buhar, como otras, intentó escaparse pero no tuvo suerte. “Me detuvieron. Me encarcelaron. Me torturaron. No intenté más porque me daba miedo”, añade. “Lo único que deseo ahora es volver a mi localidad y saber algo de mi gente. A ver quién está vivo y quién no”, comenta.
En Shengal y en los campos de refugio a la frontera sirio-iraquí, activistas y ONG reciben a las liberadas del Daesh. “Cuando llegan a nuestras manos, las llevamos al Consejo de Shengal. Las cuidan y miran si necesitan terapia. Luego se ponen en contacto con sus familiares”, confirma el activista yazidí Ali Hussein desde Shengal en una entrevista telefónica. “A muchas no les queda nadie porque perdieron a todos sus familiares en el genocidio. Aquí tenemos lugares de acogida y las ayudamos en todo lo que necesitan”, asegura Ali.
FUENTE: Amina Hussein / Pikara Magazine