En la última semana, he recibido muchos mensajes de mis amigos (latino) americanos, preguntando: “¿Qué está pasando en Afganistán?”. Al responder que “parece que los talibanes están recuperando el poder con el permiso de los gringos”, estaba revisando de las noticias de la prensa internacional.
La prensa occidental había pulsado el botón de la islamofobia; y anunciaba que la organización fundamentalista-yihadista-salafista había entrado en Kabul. Mientras los vídeos del miedo caían en los timelines, el portavoz talibán, Suhail Shaheen, declaraba en la BBC que los talibanes no entrarían en Kabul con violencia, que no dañarían la propiedad ni la vida de nadie, y que lo que querían era la entrega de la ciudad y del poder de forma pasiva. De hecho, así sucedió. El presidente Ashraf Ghani y otros ya habían abandonado el país antes de que los talibanes llegaran a Kabul. Porque los talibanes habían avanzado durante más de un año declarando su control en otras partes del país. Aunque el portavoz decía “no habrá venganza contra nadie”, el aeropuerto de Kabul se convirtió en un mercado de vida. A un lado, la alegría de los que tenían pasaporte y visa, y que podrían encontrar un pasaje para salir del país; al otro, la desesperación de los que se aferraron a los pies del avión y resbalaron, o de los que murieron de sed mientras esperaban bajo las armas estadounidenses.
La mañana del 15 de agosto de 2021 los talibanes ingresaron en Kabul, en el marco del acuerdo firmado entre Estados Unidos y los talibanes, en Doha, Qatar, el 29 de febrero de 2020. Según el Acuerdo de Doha, Estados Unidos se retiraría de Afganistán, que ocupó hace 20 años, y los talibanes establecerían la “paz” al declarar de nuevo un Estado/Emirato Islámico. Mientras tanto, Estados Unidos estaba al servicio de esta paz, liberando a más de 5.000 militantes talibanes. Gracias a estas guerras contra el “terrorismo”, la “paz” es un concepto que se está volviendo cada vez más vacío en todo el mundo, pero sobre todo en Afganistán. Las palabras de un joven afgano que fue detenido por cruzar la frontera turca (“tengo 25 años, no he vivido un día”), resuenan en este vacío.
Afganistán es un país multiétnico, y aunque la mayoría son pastunes también hay pueblos importantes como el uzbeko, el tayiko y el hazara. Todos estos pueblos llevan años sufriendo la lucha de poder de las potencias internacionales (el bloque de la OTAN, Irán, Rusia, Arabia Saudí, Suiza, Pakistán, etc.) y los grupos armados en el país o en sus alrededores por parte de estas potencias según sus diferentes intereses. Por otra parte, como en todos los estados-nación, la nación dominante ha estado albergando enemistades y enfrentamientos entre grupos étnicos y diferentes sectas del islam.
Sin embargo, suponer que el talibán es una pandilla sin una base social y todo es un juego de poder de potencias extranjeras, y que se podría formar una oposición anti-talibana sobre la base de la islamofobia, sería una posición muy engañosa. Como lo es pensar que los demás se quedaron callados porque tienen miedo. Incluso ISIS (Estado Islámico), que tenía una estructura mucho más jerárquica y compleja que los talibanes, tenía una base social de apoyo. El problema es que estas bases están lejos de ser progresistas y favorables a las libertades sociales, porque se configuran sobre la obediencia al líder de la organización, y la religión es el elemento más importante que crea esta relación de obediencia.
Sin embargo, la organización social en Afganistán se basa tradicionalmente en sistemas tribales; las tribus (aşîr) pueden describirse como confederaciones familiares con los mismos lazos de sangre. En particular, las tribus con grandes propiedades son poderes fundamentales a nivel local y están en constante conflicto con la centralización del Estado. Sin embargo, son aceptados en la medida en que pueden consolidar el Estado en nivel local, e incluso reprimir los levantamientos sociales.
Las pastunes, que son dominantes en Afganistán, ejecutan sus propias leyes dentro del marco de las reglas llamadas “Pastunwali”, a través de asambleas tradicionales llamadas “Jirga” en sus tribus. Estas leyes regulan las relaciones sociales inter e intra tribus. Funcionan como una especie de sistema de justicia y diplomacia, y proporcionan orden a la vida cotidiana. La fusión de estas leyes tradicionales con la Ley Sharia, que significa leyes islámicas, o caminar una al lado de la otra, tuvo lugar después del siglo XVIII.
MirWais Hotak, de la tribu pastún gilji de Kandahar, se rebeló contra la difusión del chiismo por parte del imperio safávida iraní en la región de Afganistán (ya que las tribus pastunes habían adoptado la filosofía hanefi de la rama suní del islam) y liberó Afganistán en 1709. Los pastunes ven a Hotak como el padre de Afganistán y piensan que, debido a esta historia, deberían tener derecho a gobernar Afganistán. La cuestión del poder en los pastunes se considera parte del ideal religioso. Así pues, el poder y la religión, las normas pastunwali que regulan los poderes tribales tradicionales, y las normas de la Sharia del islam, comienzan a caminar juntas desde la creación de Afganistán. Esto implica la institucionalización de la religión y del clero. Comienzan a formarse asambleas fuera de la Jirga, llamadas “Shura”. La política del país se determina a través de estos consejos, en los que los líderes religiosos dominan en las relaciones con los jefes tribales. Las Shura se convirtieron en los espacios definitorios de la política, con una perspectiva anticomunista a partir de la Revolución de Saur, de 1978, que creó el régimen socialista bajo el nombre de República Democrática de Afganistán, y que luego apoyó la ocupación de la URSS. Y con la ocupación estadounidense su perspectiva giró hacia el antiimperialismo.
Históricamente, las tribus tenían fuerzas armadas adscritas a la Jirga. Estas fuerzas, llamadas arobaki, eran las encargadas de ejecutar las decisiones de la Jirga y fueron enviadas para apoyar al gobierno central en situaciones de guerra. Con la aparición de las Shura, estas fuerzas armadas se convirtieron en unidades que luchan por el ideal islámico y que hoy se conocen como muyahidines. Esta intrincada estructura política y militar que surge en el terreno social, y que constituye la columna vertebral de los talibanes, se generó debido a la fusión de estas instituciones tribales y religiosas. En este sentido, los talibanes cuentan con el amplio apoyo de las tribus pastunes. De hecho, durante la ocupación estadounidense, estas shuras gobernaron el país, no el gobierno títere formado en Kabul. Aunque los talibanes se retiraron como fuerza armada con la invasión estadounidense, se protegieron en las shuras. Por eso, después de 20 años salen más fortalecidos tanto política como socialmente.
En este sentido, sería engañoso pensar que los talibanes serán disueltos por un gobierno laico, centralizado y moderno, en forma socialista o liberal. El único punto en el que se podría disolver esta estructura social y política, formada por la combinación de religión y poder, es a través de una lucha antipatriarcal organizada por las mujeres, sobre la base de la autoorganización y la autodefensa.
Como sucedió en la década de 1990, los talibanes consolidarán esta estructura dominada por los hombres sobre la base del control del cuerpo femenino. De hecho, desde el tercer día del poder talibán en Kabul, hay informes de que exigieron la identificación de las mujeres de 15 a 45 años por Shuras, para entregarlas a los militantes talibanes. Aunque un grupo de mujeres que participó en la reunión de Doha como representantes de las mujeres afganas bajo el nombre de “Women’s Network” y que fueron parte de las negociaciones entre los talibanes y los Estados Unidos, creen que los talibanes han cambiado, el tema de la libertad de las mujeres en Afganistán es demasiado amplio para encajar en el tema del derecho a la educación.
La soberbia del liberalismo lleva a pensar que las mujeres -que se les niega el cuerpo y el derecho a existir con el uso del hiyab, que se les niega el derecho a socializar al ser confinadas en los hogares, que se les quita la voz a través del matrimonio forzado, se les borra la existencia de todas las esferas sociales al convertirse en una mercancía entre los hombres-, tendrán libertad sólo por ir a la escuela. Como mujeres que vivimos en otras partes del mundo, sabemos que el liberalismo no brinda libertad a las mujeres. Por eso, la lucha de las mujeres en Afganistán es parte de la lucha universal de las mujeres contra el feminicidio y constituye una urgencia que debe llenar nuestras agendas de hoy.FUENTE: Azize Aslan / Desinformémonos
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