El pasado fin de semana, mujeres de todo el norte y este de Siria celebraron el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Cada ciudad celebró marchas y reuniones públicas. Participaron todas las instituciones de nuestro autogobierno y las fuerzas de defensa. En áreas donde ISIS gobernó hace solo unos años, las mujeres bailaron en las calles y celebraron la liberación.
No fue hace tanto tiempo que este día era muy diferente en nuestro país. Un año, tratamos de celebrar un evento público en los barrios kurdos de Alepo. La policía siria, todos hombres, ingresó para detener nuestra reunión pacífica. Nos quedamos en la calle por horas. Muchas participantes fueron detenidas por negarse a irse.
En ese momento, nuestra experiencia fue un reflejo de nuestra sociedad. Antes de la guerra, las mujeres en Siria eran ciudadanas de segunda clase. Un hombre tenía derecho a casarse con más de una mujer, a divorciarse de su esposa sin que ella lo supiera, o impedir que trabajara fuera del hogar. Cuando las mujeres eran asesinadas a sangre fría por el llamado “honor”, los asesinos luego fueron liberados. La brutalidad y la discriminación estaban consagradas en la ley y la tradición, mientras que hablar en contra de ellos se consideraba motivo de vergüenza.
Las mujeres kurdas enfrentaron la doble opresión de la violencia estatal y masculina. Las organizaciones de mujeres afiliadas al gobierno nos ignoraron, negando nuestro idioma, cultura e identidad. Nos organizamos en secreto para evadir a las fuerzas de seguridad, mientras trabajábamos dentro de nuestras propias comunidades para demostrar que nuestros derechos como mujeres eran una parte indispensable de la lucha de nuestro pueblo por la libertad.
Esto no fue algo inusual para nosotros. A lo largo de la historia de la lucha kurda, las mujeres han sido líderes en todas las áreas de la sociedad, la política y la vida. Sabemos que no podemos depender de ningún hombre o Estado para protegernos. Resistimos porque no tenemos otra opción.
Cuando comenzó el levantamiento, sabíamos que todas las mujeres sirias pronto enfrentarían la misma situación. Las mujeres son siempre las primeras víctimas de la guerra. Y a pesar de todas sus diferencias, el régimen y la oposición se unieron en su odio hacia la liberación de las mujeres. Sabían que la autocracia y el fundamentalismo no pueden sobrevivir cuando las mujeres tienen poder y son libres, y fueron igualmente brutales al negarnos nuestros derechos para mantener su poder. La resistencia, una vez más, era la única opción.
En el norte y el este de Siria, esa resistencia tomó la forma de una nueva sociedad. Donde el gobierno de un solo hombre había dictado la vida de millones, construimos asambleas populares donde todos los sirios y las sirias participaban juntos en su propio autogobierno. Donde el Estado había negado una diversidad originaria, la celebramos, reconociendo las religiones, idiomas y culturas que han coexistido en esta tierra durante siglos. Donde las mujeres fueron silenciadas y confinadas en sus hogares, creamos un ejército de mujeres que liberó a nuestra región de ISIS.
Nuestra negativa a inclinarnos ante la dictadura y el sexismo nos trajo enemigos por todos lados. Sin embargo, seguimos comprometidas a llevar los avances de nuestra revolución a tantas mujeres como sea posible.
En todos los lugares liberados por las Fuerzas Democráticas de Siria (FDS), reconstruir la sociedad significaba construir organizaciones de mujeres. En la actualidad, todas las ciudades del noreste de Siria cuentan con cooperativas económicas y organizaciones culturales de mujeres; mujeres que prestan servicios en todas las instituciones gubernamentales, y asambleas exclusivas para mujeres que pueden anular las asambleas de género mixto sobre cuestiones relacionadas con sus derechos. Todos los puestos de liderazgo están ocupados por un hombre y una mujer, a través de copresidencias; ningún hombre liderará solo de nuevo. Las mujeres que enfrentan violencia doméstica y otras amenazas en sus familias y comunidades pueden ir a casas de mujeres (Mala Jin), donde otras mujeres trabajarán para resolver sus problemas y proporcionarles un entorno seguro.
He visto estos cambios surtir efecto en mi propia persona. Fui copresidenta de la Asamblea Popular del Noreste de Siria cuando adoptamos nuestras Leyes de la Mujer, que aseguraron la igualdad social, política y económica, y dejé en claro que nunca más dejaríamos que los hombres destruyan las vidas de las mujeres en nombre de la costumbre y tradición. He trabajado junto a innumerables mujeres de todas las comunidades del noreste de Siria, que han dedicado sus vidas a construir un futuro mejor en nuestro país. No puedo imaginar que muchas sociedades en la historia mundial hayan visto una transformación a esta escala en un período de tiempo tan corto.
Desafortunadamente, el mundo ha mostrado poco interés en apoyar nuestro objetivo. Muchas democracias occidentales, que se enorgullecen de los derechos y el estatus de sus mujeres, han apoyado a las milicias que infligen terror a las mujeres de Afrin, Ras Al Ain y Tel Abyad, regiones ocupadas por el régimen turco. Los grupos incluidos en negociaciones internacionalmente reconocidas sobre el futuro de nuestro país, marginan y excluyen a las mujeres en las áreas que gobiernan. Y aunque los medios internacionales “sensacionalizan” a las mujeres que vinieron a destruir a Siria como miembros de ISIS, ignoran a las innumerables mujeres que trabajan incansablemente para volver a la vida normal después del brutal gobierno de ese grupo.
Estoy segura de que algún día, las mujeres de toda Siria, Oriente Medio y el mundo tendrán la libertad de celebrar sus logros, como lo hacen hoy las mujeres de nuestra región. No sucederá sin resistencia continua y solidaridad entre las mujeres en todas partes. Pero en el norte y el este de Siria, hemos demostrado que las mujeres pueden construir la paz y transformar la sociedad contra viento y marea. Con este ejemplo, todo es posible.
FUENTE: Sinam Sherkany Mohamad / Syrian Democratic Times / Traducción y edición: Kurdistán América Latina