En Irán manifestar una opinión divergente es salirse del guión. Un guión que obliga a llevar la ropa que dicta la ley o a que tus hijos repitan “muerte a Estados Unidos” cada día en la escuela antes de empezar sus clases segregados por sexos. Salirse de este guión entraña un riesgo. Un riesgo que cada vez asumen más personas, pues, aún con el miedo al castigo como telón de fondo, la rabia acaba saliendo a escena.
En los últimos meses, la devaluación de los riales iraníes y, muy especialmente, el derribo del avión ucraniano en Teherán el pasado 8 de enero, han abonado los discursos críticos dentro de la población en un ambiente de depresión colectiva tras la gestión del incidente. “Nos han mentido y luego han reconocido que han matado a esas personas inocentes que viajaban en el avión”, se repite continuamente en las conversaciones.
El suceso del avión, que en el exterior solo ocupó unos minutos en el telediario, aún forma parte del sentir y del pensar diario del pueblo iraní. Pues ese “derribo accidental de un avión comercial” significa que decenas de sus compatriotas -quienes lograron la difícil misión de conseguir un visado y encontrar una alternativa de futuro en el extranjero- fueron pulverizados sin que los responsables dieran más que un puñado de explicaciones, primero falsas y después torpes.
“No me interesa mucho la política, pero…”, es la forma en la que empiezan a explicar casi todas las mujeres iraníes entrevistadas para este artículo cómo están viviendo las recientes convulsiones de la República Islámica. En el país no se habla de otra cosa que de la ineptitud del gobierno y las víctimas que la misma provocó. Mientras desde el poder se sigue señalando a Estados Unidos e Israel como los principales enemigos, muchos ven en su propio gobierno el enemigo a combatir.
En los últimos tiempos, la sensación de impotencia con la que muchas mujeres convivían en la intimidad se ha hecho más visible. Son muchas quienes ya se hacían oír, protagonizando quejas públicas por la obligatoriedad del velo, aun conscientes de que sus acciones pueden conllevar altas penas. Pero también participaron en las protestas que empezaron en el pasado otoño y se agudizaron tras el derribo del avión. Movilizaciones que el gobierno habría reprimido incluso con fuego real, según ha sido denunciado en las redes sociales, con filmaciones en las que se oyen disparos.
“La situación es de una calma tensa. Han acabado las protestas solo por el momento… y porque las han reprimido. Yo misma fui a la universidad de Teherán y estuve una hora gritando contra el gobierno frente a la policía sin que pasara nada. Pero, de repente, todo se llenó de gas lacrimógeno, se abalanzaron desde ambos lados, empezaron a pegar a la gente y se llevaron a algunos”, relata Sima -es un nombre ficticio a partir de su verdadera inicial, como en el caso de las mujeres que van apareciendo más adelante-. A Sima se le ocurrió comprar paquetes de cigarrillos antes de acudir al campus universitario, tras salir del trabajo: “Sabía que iban a atacarnos, es siempre así cuando hay cualquier tipo de protesta, y el humo de los cigarrillos evita que el gas te afecte tanto, así que repartí los cigarros entre la gente”.
No es un caso aislado. En otra ciudad, a 400 kilómetros de distancia, Shirin fue golpeada por la policía durante las manifestaciones. No puede -quizá tampoco quiera- ocultar su orgullo cuando cuenta cómo ha sido, durante una vida entera, activista contra una República Islámica que lleva años asestándole golpes y no solo durante las protestas. El asesinato de su hermano por ser comunista tras la revolución, o la censura a sus creaciones artísticas han sido solo algunos de ellos. “Son unos asesinos, matan a todo el mundo que no piensa como ellos”, lamenta con lágrimas en los ojos.
Shirin no es mujer de quedarse callada: es activa en redes sociales y confiesa que para opinar prefiere Instagram: “Es más seguro que Facebook, que ya lo tienen (las autoridades) muy vigilado”. El catálogo de pericias es directamente proporcional a la represión de cada momento: si se censuran las redes sociales o las webs de medios internacionales, se descargan un VPN que les permite acceder a ellas; si el alcohol está vetado, lo elaboran dentro de sus propias casas, o si están prohibidas las clases de baile, se anuncian con un lenguaje en clave.
Pero hay rebeldías que cuestan más caras que otras. Y en la casa de Delina ejercen la más grave. Su madre sostiene con mimo un librito elegante que compraron en la trastienda de un comercio: “No hay Biblias a la vista, pero detrás sí. Busqué eso que me faltaba en el cristianismo porque el islam de aquí es dolor, es prohibición y miedo al castigo de Dios”, asegura haciéndome prometer que su identidad no quedará revelada. Como denuncia Amnistía Internacional (AI), numerosos conversos al cristianismo enfrentan penas de cárcel de entre 10 y 15 años. Delina no quiere que se identifique la estrategia bélica del país con el sentir de la población. “Yo creo que la imagen que tenéis es muy mala. Deberíais saber que somos una nación pacífica y no queremos amenazar a otros países. Escribe eso. Cuando el gobierno habla de venganza, no está hablando en nuestro nombre. Tenemos muy claro que no nos conviene ningún conflicto, porque somos los primeros que vamos a sufrir las consecuencias”, concluye.
Raha coincide y critica duramente la sed de venganza del líder supremo Khamenei tras el asesinato de Soleimani, su hombre de confianza y líder de la Fuerza Élite de la Guardia Revolucionaria. “Todos los que habéis apoyado al gobierno en la venganza contra Estados Unidos sois culpables. Quienes desean la muerte a otra gente no merecen nada. Os pido que no habléis más porque esto es demasiado. Estáis adorando al líder que tiene sus manos llenas de sangre”, ha colgado en su perfil. Estudia tercer curso de Antropología en una universidad pública: “En la facultad de Ciencias Sociales se nota que la gente está muy preocupada con estos temas y también por lo que nos deparará el futuro. No podemos prosperar en este ambiente, con estos problemas. Todas pensamos que la única solución es acabar la carrera e intentar salir del país”. Raha insiste en que no le importa la política mientras se queja de su familia conservadora, se confiesa bisexual -el castigo por relaciones homosexuales son 100 latigazos pudiendo en algunos casos llegar a la pena de muerte-, y sube fotos de Khamenei surfeando olas de sangre.
Parece que en las redes sociales Raha haya encontrado un tragaluz para mostrar al mundo que la claridad de su mente supera al negro enlutado de los chadores y otras formas visibles -y no visibles también- de fanatismo religioso. El móvil es su única oportunidad de desahogarse contra la propaganda. En forma de vídeos y de fotos negras, han expuesto eslóganes como: “Mataron a nuestros genios y pusieron a los ayatolás”, “Muerte a un gobierno falso y asesino”, “Maldita sea la República Islámica que solo causa destrucción, miedo y muerte”.
“Hay gente que está siendo muy valiente, a mí y a mucha gente le da miedo dar nuestra opinión ahí fuera. Pero estoy segura de que todo el mundo está contra el gobierno, por lo menos el 80% de la gente. Especialmente desde que toma constantemente decisiones contra el pueblo, tanto económica como políticamente”, sostiene Nilufar. Se refiere a la subida repentina del precio de la gasolina, que generó protestas duramente reprimidas en noviembre -con más de 300 muertos-, y a una inflación que no deja de subir. ¿Siente preocupación? Explica que no es esa la palabra. Que es mayor la tristeza. Su trabajo en una empresa que importa productos se ha visto afectado por las sanciones. “Mientras esté al frente este gobierno y este sistema, la situación no puede mejorar. Pero esto es imparable, la gente se va a seguir movilizando y, tarde o temprano, volverá a estallar porque es muy difícil vivir así”. A Nilufar le gusta perderse en la naturaleza, los bailes latinos y el yoga. Anhela que ponerse el velo sea una elección y no un imperativo legal.
FUENTE: Ana Baquerizo / El Salto Diario