La Unión de Comunidades de Mujeres de Kurdistán (KJK, Komalên Jinên Kurdistan) difundió una nueva declaración que hace referencia a la pandemia del coronavirus. La KJK criticó duramente al sistema capitalista y llamó a la defensa de la naturaleza para superar la situación actual.
A continuación publicamos la declaración completa:
Nuestra experiencia de la actual pandemia de la Covid-19 y las múltiples crisis asociadas con ella, son directas y evidentes como el resultado de la acumulación constante de ganancias y capital que caracteriza la modernidad capitalista. Las intervenciones capitalistas de primera naturaleza, es decir, el mundo natural, son el resultado de su objetivación a través del poder y pensamiento hegemónico. Con cada intervención en la naturaleza, el equilibrio ecológico se vio afectado un poco más. En la modernidad capitalista, que representa la fase actual del sistema estatal de civilización, las intervenciones en la naturaleza conducen a crecimientos cancerosos.
Como resultado de la interrupción de las áreas de la naturaleza y la vida silvestre, la colonización, la explotación de los recursos naturales, el envenenamiento de la naturaleza, la destrucción del medio ambiente y los sistemas sociales indígenas, la urbanización extrema, la industrialización de la producción sin normas morales, y la maximización de las ganancias para unos pocos a través de menos gastos y una mayor explotación, nuestro planeta se está enfermando cada vez más.
La naturaleza no produce venganza. La naturaleza ya no puede soportar la codicia ilimitada por el beneficio y el saqueo de la mentalidad capitalista. La primera naturaleza ya no puede soportar que la segunda, es decir, los humanos, como naturaleza social, se separe de ella.
Históricamente, este es la separación más grande y trascendental. Con la objetivación de la naturaleza por la mentalidad de dominación, las mujeres también han sido declaradas objeto por la mentalidad patriarcal. Posteriormente, sectores cada vez más amplios de la sociedad fueron esclavizados y explotados por una estructura de poder que se ha declarado a sí misma como el agente político supremo. Hoy no hay un pedazo de tierra, ninguna célula social que no haya sido tocada por el sistema capitalista. El sistema capitalista propaga el cáncer a cada célula que toca. Y no se detendrá. Por ejemplo, el gobierno turco ha utilizado el vacío creado por la pandemia para adjudicar la primera licitación para el proyecto de destrucción ecológica “Canal Estambul”, firmando la destrucción de cuencas y bosques. La industria petrolera en los Estados Unidos ha comenzado la construcción del oleoducto Keystone XL, que hasta ahora había sido bloqueado con éxito.
¡No estamos en el mismo barco!
Necesitamos subrayar: no todos estamos en el mismo barco. Y no todos somos igualmente responsables de esta crisis. Tampoco tenemos los mismos medios para protegernos contra el virus. Los principales culpables de esta crisis son el capital financiero global y los estados nacionales, que aseguran la continuidad de la ley del máximo beneficio. Una vez más, se ha
demostrado claramente que la principal preocupación de los estados no es la salud y las necesidades de la población, sino el capital global. Por esta razón, las agendas de los gobiernos no incluyen políticas de salud social que puedan revertir la devastación del neoliberalismo en el sector de la salud. En cambio, se están aprobando nuevas leyes en medio de la pandemia de la Covid-19 para facilitar una explotación más extensa de los trabajadores de la salud. Si bien, por un lado, estos gobiernos aplauden a los trabajadores de la salud para ocultar esta realidad de explotación, por otro lado causan la muerte de las trabajadoras médicas porque se ven obligadas a trabajar en condiciones desprotegidas. Hasta ahora, cientos de médicos, enfermeras y trabajadores de la salud, han perdido la vida porque se infectaron mientras trataban a personas enfermas. Las personas mayores, que son vistas como una carga para el sistema, y que, por lo tanto, pueden ser abandonadas, mueren solas aisladas en viejos hogares para personas mayores.
“Quédate en casa” y “Mantente a salvo”, son los lemas de este tiempo que han sido instalados como si fuera una opción real para una inmensa mayoría de la población que carece por completo de seguridad social y económica, y que sigue padeciendo la vulneración de sus derechos de subsistencia más elementales. Por otro lado, se espera que las mujeres aceptemos voluntaria y pasivamente la sobrecarga de responsabilidades que implica el cuidado de los niños y el hogar, además de vernos obligadas en muchísimos casos a afrontar unilateralmente el sustento diario y la administración de una economía familiar casi siempre insuficiente, agravándose en este contexto las implicancias en la condición de trabajadoras domésticas no remuneradas.
Solo unas pocas semanas después del 8 de marzo de este año, cuando las mujeres que luchamos por una vida libre golpeamos al sistema patriarcal con una bofetada en la cara, el patriarcado vuelve a utilizar una circunstancia excepcional de manera oportunista empujándonos nuevamente al encierro en el hogar. No es coincidencia, por supuesto, que durante este período de pandemia, la violencia doméstica y el asesinato de mujeres hayan aumentado considerablemente.
Es extremadamente preocupante el surgimiento con nuevo impulso de estados que se vuelven contra sus sociedades.
La subida del Estado contra la sociedad
Los mismos que crearon esta crisis han unido sus fuerzas utilizando la retórica de la guerra e intentando dar la impresión de que estamos en el mismo barco, incluso asumiéndose ellos como si fueran en la primera línea en la defensa de la sociedad. Esto en verdad no es más que la continuidad de sus políticas antisociales en las que las mujeres estamos por completo excluidas.
Vemos cómo los estados están usando esta crisis para expandir sus sistemas de vigilancia y control; suspender derechos y libertades en nombre de la seguridad; y contrarrestar las crecientes luchas sociales por la libertad, la democracia y la ecología alimentando el sexismo, el nacionalismo y el positivismo, pilares fundamentales del Estado-nación capitalista. En definitiva, lo que se está reconfigurando es la ideología que los sostiene.
En esta coyuntura, pasa desapercibido en una guerra que sigue su curso en Oriente Medio -aunque da la impresión de que a nadie le estaría importando demasiado- el hecho de que hayan sido los actores no-estatales los que hayan respetado y respondido positivamente al llamado de cese el fuego de la ONU, mientras las fuerzas militares regulares de los estados involucrados continúan con sus maniobras de agresión sistemáticas a los pueblos de la región. Esto vuelve a dejar en evidencia que la gran mayoría de las organizaciones intergubernamentales que fueron fundadas dentro de la concepción de los estados-nación del siglo XX, después de la Segunda Guerra Mundial, no están teniendo ningún peso para mediar en los conflictos existentes, al tiempo que revelan su incapacidad de cumplir con los objetivos para los que han sido creados.
Por otro lado, el paradigma positivista que domina la ciencia se ha convertido en la religión oficial de los estados, a pesar de las severas consecuencias que esto ha traído a la población, especialmente en el sector de la salud. Más que nunca, necesitamos una ciencia que responda no a las necesidades del poder y el capital, sino a las de la humanidad y el medio ambiente, capaz de desarrollar soluciones a sus problemas sin distinguir entre ricos y pobres. No necesitamos una ciencia que nos infunda confusión y miedo, ni distorsione la verdad ni se convierta en un instrumento en manos de los poderosos, sino una que marque un camino claro y eche luz sobre los problemas y las soluciones para las sociedades.
Ya sea que este nuevo coronavirus, que hoy conocemos como la Covid-19, haya sido creado consciente o accidentalmente, que haya sido directa o indirectamente una creación humana o no, el resultado es que hoy día funciona como un arma biológica. Con un arma de este tipo apuntando hacia nosotros, pareciera que debemos estar preparados para reducir nuestra existencia a una vida biológica. Pero si el significado de la vida se reduce a la mera supervivencia, ¿podemos seguir hablando de existencia y de cómo queremos existir en este mundo? Nosotras, las kurdas, así como innumerables pueblos originarios, nos hemos enfrentado a tales políticas genocidas impuestas por los poderes regionales y hegemónicos durante cientos de años. Estas políticas nos dicen: si quieres seguir vivo, debes renunciar a tu identidad, a tu lucha política, a tu socialidad, a tu memoria cultural. ¡Pero nosotras no estamos dispuestas a rendirnos! ¡Insistimos en una vida libre y tenemos una firme voluntad para continuar este camino!
¡Las venas de la sociedad están resistiendo!
Venas imparables de esa sociedad democrática que continua resistiendo a la modernidad capitalista pese a todos sus ataques e intentos de imponer el lucro ante la vida. La solidaridad contra el individualismo, la ayuda mutua en lugar del egoísmo, la comunalidad en lugar del aislamiento, son los valores sociales de la modernidad democrática que contrarrestan a este sistema capitalista que solo nos trae muerte.
Debemos defender creativamente nuestro derecho colectivo de resistencia. Hoy, quizás más que antes, debemos fortalecer y desarrollar nuestra organización, nuestras luchas y nuestra resistencia con las formas y métodos adecuados para este momento. Lo necesitamos con tanta urgencia como el agua y el pan. Si “pausamos” nuestra existencia como sujetos políticos, entonces los estados no solo anularán nuestros logros obtenidos a través de la lucha y la resistencia, sino que también darán un duro golpe a los movimientos sociales y a la sociedad en general. Los regímenes antidemocráticos simplemente están esperando su oportunidad para hacerlo. No podemos bajar la guardia.
En este sentido, no podemos dejar de señalar las últimas medidas adoptadas por el gobierno de Turquía, quien a través de un decreto del Ministerio del Interior, ha prohibido a asociaciones, organismos y fundaciones, la organización de cualquier tipo de reunión, también a través del uso de plataformas web, lo que es prácticamente equivalente a la prohibición de organizarse. En un momento donde la situación de los presos políticos es crítica, el Estado ha decidido hacerla invisible, imponiendo el silencio y un aislamiento que va mucho más allá de la pandemia. La inseguridad e indefensión que están atravesando las y los presos políticos en Turquía llega a límites desesperantes. Con el propósito de evitar que el virus se propague en las cárceles, varios gobiernos han promovido la postergación y/o reducción de las penas de prisión, llegando incluso a promulgar una ley de amnistía que alcanza a aquellos casos donde existen serias dudas sobre el respeto al debido proceso.
Muchos reclusos encarcelados por delitos menores han sido liberados.
En lo que respecta a Turquía, el gobierno ha aprovechado esta oportunidad para sacar a sus partidarios de la prisión. Como resultado, miembros de la mafia, asesinos y violadores han sido liberados, mientras que la medida excluye abiertamente a todos los presos políticos, periodistas y miembros de los partidos opositores, a los que se ha decidido lisa y llanamente dejarlos morir. Regímenes antidemocráticos como este, que consideran a los presos de la oposición como enemigos políticos, solo esperan que se infecten en la cárcel. Sus medidas así lo demuestran.
Nosotras, que estamos “afuera”, tenemos la obligación de defender a nuestras hermanas resistentes, activistas de la oposición, revolucionarios y prisioneros políticos que permanecen en el “adentro”. ¡El llamado es a proteger sus vidas! Porque son una de las principales fuerzas en la construcción de una vida libre, un requisito impostergable para el fin permanente de las crisis y el caos que nos imponen. Es por esa lucha que están encarcelados y es por esta misma razón que debemos liberarlos.
Industrialismo y guerras para la hegemonía
En la crisis actual, es necesaria una profunda evaluación tanto de la conexión entre la pandemia y el industrialismo como de este con las guerras de hegemonía. Señalar a la industria como la culpable de esta pandemia sería un error, porque el problema no está en la industria en sí, sino en sus múltiples formas de uso. Una industria que surja de la motivación existencial de la humanidad, puede desempeñar un papel decisivo en la transformación del mundo hacia una tercera naturaleza, donde se establezca una relación armónica y por ende ecológica, entre la primera y la segunda, tanto para la vida humana como para todos los seres orgánicos y no orgánicos del planeta: ríos, mares, aire, animales, tierra, montañas. Sin embargo, una industria que está bajo el control del mercado y la obtención de ganancias desmedidas, solo puede convertir el mundo en un infierno para toda la humanidad, excluyendo a ese puñado de monopolistas y gobernantes inescrupulosos que lo posibilitan. Esto es lo que está sucediendo. El accionar de los estados-nación, junto al industrialismo y el modo de producción vigente, es lo que definimos como modernidad capitalista. Su función es suprimir la sociedad económica autosuficiente, especialmente a aquellos sectores rurales de la sociedad. Concretamente, eso es lo que está sucediendo en Oriente Medio en general y particularmente en Kurdistán, nuestra tierra, el sitio donde actualmente se está disputando una Tercera Guerra Mundial. Las aldeas rurales, que hasta hace 30 años constituían parte esencial de la economía y la sociedad, cada vez se ven más aplastadas, debiendo afrontar el desempleo y la quiebra, sumidas en deudas impagables, y expulsados quienes las habitan del campo a las ciudades. El industrialismo juega un papel principal en las guerras del imperialismo y la modernidad capitalista de Oriente Medio. Las guerras por el agua y el petróleo van en aumento. También las migraciones masivas y el desplazamiento forzado de personas. La separación de las poblaciones de su tierra debe entenderse como una guerra. El industrialismo se vuelve activo aquí como un monopolio del poder, así como un monopolio ideológico y económico. Las consecuencias de la desintegración, causadas por el hecho de que la sociedad y la economía se han colocado bajo la hegemonía del industrialismo en línea con la ley del máximo beneficio, se han vuelto extremadamente evidentes en los últimos 200 años.
¡Debemos construir poder para defender la naturaleza y la vida!
La crisis es creada por el capital financiero global, pero también debemos cuestionar qué significa verdaderamente llevar una vida ecológica, y en qué medida nuestro estilo de vida es coherente con ello. En este contexto, debemos hacer cambios radicales en nuestros hábitos de consumo cotidiano. Justificarnos en la afirmación “Yo solo no puedo salvar al mundo de todos modos”, es rendirnos ante la modernidad capitalista contra la que estamos luchando. Es un error, al igual que creer que porque llevamos individualmente una vida amigable con el entorno y la naturaleza, nos exime de la responsabilidad colectiva. Calmar la conciencia a través de un estilo de vida ecológico individualista, sin luchar por la naturaleza y el medio ambiente en su conjunto, está en línea con una ideología capitalista y con las tácticas del liberalismo, que alejan a las personas de las luchas mancomunadas.
Como mujeres que venimos luchando hace mucho tiempo desde esta perspectiva comunitaria y siendo su principal fuerza motora, sabemos que esta crisis se asemeja a una guerra contra los valores fundamentales de la humanidad y el impacto mayor está cayendo sobre nosotras. ¡Es por eso que nos defenderemos! Defenderemos nuestra existencia, nuestros valores comunes, la naturaleza, nuestro planeta y la vida en todas sus formas!
-No confiaremos la salud social y de las mujeres al Estado, y no nos rendiremos a la industria farmacéutica ni a las políticas de privatización del neoliberalismo. Estableceremos clínicas comunales de mujeres y de salud social en cada lugar.
-No guardaremos nuestra subjetividad política en el congelador ni la enterraremos en una tumba. ¡Continuaremos nuestras luchas sociales con la creatividad que sea necesaria, nos organizaremos y resistiremos!
-No permitiremos que los presos políticos que están encarcelados por haberse atrevido a levantarse contra la opresión, sean abandonados a la enfermedad y a la muerte. ¡Lucharemos por sus vidas y su libertad!
-¡Contra las políticas de soledad, aislamiento e individualismo del sistema capitalista, mejoraremos y liberaremos la vida con solidaridad social, ayuda mutua y comunidad!
-La naturaleza no nos pertenece, nosotros pertenecemos a la naturaleza y no podemos vivir sin ella. ¡No permitiremos que sea saqueada, explotada y destruida por las bandas extractivistas organizadas del capital financiero!
-Las raíces de esta crisis, expresadas en las mentalidades de dominación y explotación, se han manifestado en este tiempo en forma de pandemia. ¡Unidas, fortaleceremos la resistencia contra todas las formas de ocupación y explotación de las personas, la tierra y la naturaleza!
-¡Exigimos un cambio radical de sistema, en el que el trabajo y la producción se determinen de acuerdo con las necesidades de la sociedad y no del capital financiero! Ya hemos iniciado este proceso y no estamos dispuestas a retroceder. La construcción de un sistema democrático, ecológico y antipatriarcal necesita, en este contexto, de una lucha común y una organización que trascienda las fronteras. Nuestra resistencia se convertirá en un río gigante que desembocara indefectiblemente en el océano.
Tenemos la fuerza y el poder de cambiar el mundo ¡Y vamos a hacerlo!
FUENTE: ANF / Edición: Kurdistán América Latina