Hashia descansa al sol en el colegio abandonado donde vive con su esposo desde hace tres años, en la ciudad de Tal Tamr, al noreste de Siria. Tiene los ojos azules, tatuajes tribales en la barbilla y unas arrugas que no perdonan una edad que ya no recuerda. “Unos 85″, dice esta anciana, que ha dormido sobre cemento durante meses hasta conseguir hace algunos días una alfombra. La mujer huyó en 2019 de Al Soda, una pequeña aldea situada en la localidad de Ras al Ayn, muy cerca de la frontera turca, cuando, durante la tercera incursión de las tropas de Ankara, un bombardeo redujo a escombros su casa. Desde entonces, Hashia y unas 150 personas de Ras al Ayn malviven en la escuela abandonada de Tal Tamr. En total, miles de sirios, de los casi tres millones que viven en el noreste del país, han tenido que huir de sus hogares por los ataques turcos.
Tras el atentado en Estambul del pasado 13 de noviembre, Turquía, con el objetivo de defender su frontera, ha intensificado sus ataques con drones contra objetivos militares y bombardeos en varios frentes, como el de Tal Tamr, poniendo en peligro la vida de miles de personas. Ankara culpó del atentado a las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), una organización kurdo-árabe que controla la región y a la que acusa de tener vínculos con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK, en turco), considerado un grupo terrorista por Turquía, la Unión Europea y Estados Unidos. Las FDS negaron inmediatamente su implicación en el ataque.
Si Turquía decide lanzar una incursión, sería la cuarta desde 2016. En agosto de ese año, Ankara comenzó su Operación Escudo del Éufrates para expulsar a los yihadistas del Estado Islámico del norte de Alepo y evitar también el avance de las fuerzas kurdas en ese territorio. Duró hasta marzo de 2017 y desplazó a cerca de 40.000 personas, sobre todo de la ciudad de Al Bab, ahora bajo su control. En la siguiente operación en 2018, bautizada Rama de Olivo, Turquía ocupó la ciudad de Afrin y forzó del desplazamiento de 150.000 kurdos, según la ONU. Las poblaciones de Ras al Ain y Tal Abyad sufrieron, en octubre de 2019, la última gran operación, denominada Manantial de Paz, que obligó a 200.000 personas a abandonar sus hogares.
Se estima que desde entonces entre 40.000 y 60.000 de ellas aún siguen viviendo en campamentos de desplazados o asentamientos improvisados. Todas las intervenciones turcas han estado repletas de abusos contra los derechos humanos, según denuncian Amnistía Internacional y Human Rights World. Los residentes en Tal Tamr, y en especial las familias desplazadas en la zona, sienten pánico ante la posibilidad de ser el próximo objetivo.
Malviviendo sin dignidad
Qudna Fayad Al Nasr tiene 37 años y vive en un aula de la escuela con su marido, Mohamed Saleh, y sus ocho hijos. Huyeron en octubre de 2019 de la zona de Ras al Ayn. “Somos gente desplazada. Hace solo unos meses, mientras dormíamos, cayó un misil en el patio de la escuela. Turquía siempre dice que ataca estructuras militares. ¿Es esto una estructura militar? Estamos sufriendo y malviviendo. No tenemos apenas para beber, para comer, ni para vestirnos…”, lamenta. Pero, con su hijo pequeño en brazos, esta desplazada siria asegura que han decidido quedarse en Tal Tamr porque no tienen dónde ir.
Saleh, con la mirada fija en el suelo, se suma a la conversación de su esposa. Cuenta que vinieron pensando que solo sería un corto período de tiempo, pero llevan ya casi cuatro años viviendo así. “Antes de las últimas amenazas turcas de invasión estaba todo más o menos tranquilo. Pero desde que intensificaron los ataques, hace varias semanas estamos viviendo mucho peor”, detalla, recordando su vida pasada en el pueblo, antes de la incursión turca. “Teníamos tierras, plantaciones, gallinas, cabras y mis hijos iban a la escuela. Vivíamos en paz y con dignidad en Ras al Ayn. Ahora no sabemos qué pasará mañana”, asegura.
Sabr Mohamed, de 23 años, su esposa y dos hijos, también viven, aterrorizados, en este colegio abandonado. “Desde aquí podemos escuchar los combates. Estamos muy cerca. Cuando empiezan los bombardeos, los niños lloran de miedo”, lamenta. La esperanza de Mohamed es ir a alguno de los tres campamentos de desplazados que gestionan las autoridades kurdas para gente de Ras al Ayn y Tel Abyad, para alejarse de los enfrentamientos y recibir alguna ayuda. “Allí hay más seguridad y se reparte comida. Hace poco compré dos barriles de gasolina para el invierno y ya he tenido que vender uno para alimentar a mi familia”, explica.
Un momento crítico
A la oficina del Consejo Militar de la milicia asiria Al Jabour, en Tal Tamr, se llega por pequeños pasadizos. El lugar está repleto de cuadros de mártires. El jefe de esta facción es Nabil Uard, con semblante preocupado y siempre pendiente de su walkie-talkie. Al Jabour tiene 150 combatientes integrados a las FDS que luchan en el frente de Tal Tamr. “En 2019, con la luz verde internacional, Turquía invadió nuestro territorio empezando por Ras al Ayn, Tal Abiad y un año antes Afrin. Ahora los planes son los mismos”, lamenta Uard, que asegura que están en un momento crítico y que los campamentos de desplazados están al máximo de su capacidad. “Hay un miedo constante ante la posibilidad de un ataque en la ciudad. La gente está cada vez más asustada porque ven las noticias. Están recolectando comida por lo que pueda pasar. Se preparan para la guerra”, afirma convencido.
Una de las preocupaciones de las autoridades de esta zona de Siria, asegura Uard, es el reciente acercamiento entre Damasco y Ankara por la posibilidad de que se unan para amenazarlos y dejarlos fuera de cualquier acuerdo. El presidente turco, Recep Tayyip Erdoğan, encara las elecciones del próximo junio con una popularidad en crisis, debido a la caída de la lira turca y al rechazo de su gestión de los 3,6 millones de refugiados sirios que alberga el país. Hasta el momento, Turquía ha reasentado al menos a 420.000 sirios en territorios bajo su control o bajo control de milicias afines a Ankara. “Ahora están haciendo una limpieza étnica en las zonas que han ocupado ante los ojos de todo el mundo. Por eso tenemos legitimidad para protegernos y proteger nuestra tierra de los ataques turcos”, asegura Uard. Turquía ha negado las acusaciones de que está haciendo una “limpieza étnica” en el noreste de Siria.
A pesar de que Turquía se está resistiendo a iniciar una operación terrestre en zonas tensas como Kobane, Manbij o Tel Rifaat, la situación en el terreno es cada vez más preocupante. Shamas Baroot, de 29 años, lucha con la milicia Al Jabour y llegó del frente de Tal Tamr hace pocos días. “La situación allí es complicada ahora. Hay muchos problemas para distribuir agua y comida a los combatientes porque los drones turcos sobrevuelan la carretera las 24 horas y es peligroso acceder. Ha habido un aumento de los ataques. Esto hace pensar que pronto puede haber una operación”, explica.
Ahmed Mohamed, de 30 años, vive con su esposa y tres hijos en Al Selmas, pueblo cercano a Tal Tamr, donde ya ha empezado a haber muertos por los bombardeos. “Mis hijos están muy asustados. Mucha gente huyó de mi pueblo y ahora están en un campamento de desplazados, pero yo no quiero eso para mi familia”, asegura.
FUENTE: J. I. Mota (texto y fotos) / El País
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