En enero de 2014, durante mi primera visita al noreste de Siria, vi a más de una docena de líderes locales, mujeres y hombres; cristianos, musulmanes y yezidíes; kurdos y árabes, que se reunieron en una sala de conferencias en Amude, Siria, para promulgar una Constitución provisional para Rojava, una región autónoma formada en el contexto de la guerra civil. En ese momento, las Unidades de Protección del Pueblo (YPG) y las Unidades de Protección de las Mujeres (YPJ), ya habían expulsado al Frente Al Nusra, afiliado a Al-Qaeda. Esa fue la primera de las batallas, en lo que se convertiría en la guerra contra el Estado Islámico, un conflicto mucho más amplio.
Por deferencia a la diversidad de la región, los líderes cambiaron el nombre del gobierno por el de Administración Autónoma del Norte y Este de Siria (AANES), y las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS) se convirtieron en su ejército paragua. Mientras que Estados Unidos, al principio, se mostró receloso de trabajar con la administración kurda en Siria por deferencia a Turquía, finalmente decidieron asociarse con las FDS y la administración local por dos motivos: en primer lugar, cada vez se hacía más patente la influencia de Recep Tayip Erdogan en el Estado Islámico, y en segundo lugar la efectividad de la lucha kurda en Kobane y muchos otros lugares. La asociación con las FDS permitió a Estados Unidos maximizar la eficacia del despliegue de unos pocos cientos de soldados.
Regresé el verano pasado. El éxito, el desarrollo y la calma general eran evidentes. Pude pasear por Amude sin seguridad, pude ir a un parque de atracciones una noche y un restaurante de carretera. Un cementerio en las afueras de Kobane deja testimonio del sacrificio que se produjo allí, pero las niñas chismorreaban en grupo en la calle y las madres dejaban a los bebés en sus cochecitos en la calle mientras compraban. Incluso Raqqa, la antigua capital del Estado Islámico, estaba siendo reconstruida; la ciudad, que había sido en su plaza central donde el Estado Islámico había mostrado las cabezas de las víctimas crucificadas, se convirtió en un símbolo de renacimiento urbano. En la mayoría de ciudades donde los kurdos gestionaban la administración y la seguridad, era posible olvidar que el norte y el este de Siria pertenecían realmente a este país.
Sin embargo, el gobierno turco se opuso a cualquier espacio de seguridad kurdo. Incluso cuando el presidente turco habló sobre la revisión del Tratado de Lausana para permitir la invasión turca sobre Siria, el enviado especial de Donald Trump, Jim Jeffrey, un ex embajador en Turquía con un historial de apoyo de las exigencias turcas, apoyó una zona de amortiguamiento que incluía la mayoría de las poblaciones kurdas del norte y este de Siria. Esa propuesta, básicamente un llamamiento a la limpieza étnica, no llegó a ningún lado hasta que Erdogan telefoneó a Trump en octubre de 2019. Gran parte de la inestabilidad en esa zona de Siria se remonta a lo que sucedió a continuación: sin previo aviso a los aliados de Estados Unidos ni a las fuerzas estadounidenses que operan en Siria, Trump anunció la retirada, dando así luz verde a la invasión de Turquía. El resto es de conocimiento común: los aliados kurdos de Estados Unidos, tanto las FDS como decenas de miles de civiles atemorizados por el ataque turco y la campaña de limpieza étnica, huyeron de sus hogares. Una administración que un día no muy lejano se enfocó en la reconstrucción de sistemas e infraestructuras para proveer a su gente, tuvo que ver que todo aquello que habían levantado, era destruido por las fuerzas de ocupación turcas y sus representantes, muchos de los cuales ejecutaron prisioneros, liberando a su vez a aquellos que pertenecieron al Estado Islámico e incorporaron a sus veteranos.
Los kurdos afrontan el coronavirus
La AANES aún persiste, la opción preferida por muchas personas de la región que temen a Turquía, al régimen sirio y las fuerzas rusas que se movilizaron cuando los estadounidenses se retiraron. Están atrapados entre la espada y la pared, ya que la invasión turca y el robo de muchos de sus recursos han socavado su capacidad de proporcionar servicios en el momento que más se necesitaba.
Con la expansión del coronavirus por el mundo, tuve la oportunidad de hablar con Ciwan Mistefa, copresidente de sanidad de la AANES. Mistefa describió una lucha contra el coronavirus en un área que parece que gran parte del mundo ha olvidado. La Media Luna Roja kurda y el departamento de autoadministración de la salud, están trabajando informalmente con la Organización Mundial de la Salud (OMS) para “organizar un grupo de coordinación con las partes interesadas y otras ONG en el noreste de Siria, para prevenir la propagación del coronavirus”. Si bien la OMS podría entender lo que está en juego, la política aparece cuando Mistefa dice que el organismo de la ONU “no trabaja formalmente con nosotros como sí lo hace con Damasco”.
En cualquier caso, Mistefa dijo que la AANES ha cerrado sus fronteras (en la práctica con el Kurdistán iraquí, ya que la frontera con Turquía permanece bloqueada), con la excepción de casos de emergencia y “transporte de mercancías con necesidades comerciales básicas dos veces a la semana”. También hay excepciones al traslado de medicinas y material médico, en coordinación con las autoridades locales. En cada pase de frontera se realiza un control de temperatura, también para los refugiados desplazados internos.
Las autoridades del norte y este de Siria han cerrado escuelas y universidades, y prohibido aglomeraciones públicas. Esto cobra una importancia mayor con la llegada del Newroz, el año nuevo kurdo (y persa) que es, quizá, la celebración más popular de la región. Asimismo, todos los eventos deportivos y culturales se cancelaron. La Media Luna Roja kurda en cooperación con la Administración Autónoma, está supervisando el proceso de gestión de residuos. Todavía hay debate sobre la preparación y tratamiento de los cadáveres.
Mistefa informó que la Administración Autónoma ha lanzado una campaña de concienciación que busca cumplir con los estándares de la OMS. “Ya se distribuyó un folleto con la información básica sobre higiene y se seguirá repartiendo, por ejemplo, en cada panadería y cada punto de control del norte y este de Siria.” Además, el departamento de salud “compartirá un mensaje de audio y video con todas las instrucciones en los canales de radio y televisión”. También se ha lanzado una campaña de educación en los campos de refugiados internos.
Lucha contra las enfermedades en el contexto de la guerra civil siria
Sin embargo, la situación no es buena. Ni la Media Luna Roja de Kurdistán ni la Administración Autónoma “tienen los recursos necesarios para hacer frente a una pandemia”, dijo, aunque las ONG que permanecen en la región tratan de ayudar. La región destinará 13 ambulancias destinadas al transporte de personas infectadas por el COVID-19, tres de las cuales contarán con equipamiento de cuidados intensivos.
La prueba es una pesadilla. “Hasta ahora, el único laboratorio capaz de detectar el COVID-19 se encuentra en Damasco, bajo el control del gobierno sirio. Para poder evaluar casos sospechosos, la OMS tomará una muestra y la trasladará a dicho laboratorio”. En la práctica tardará una semana, e incluso entonces “los resultados no serán 100% fiables, dada la distancia y la imposibilidad de conocer la calidad de los procedimientos”.
El aislamiento también es complicado. Aunque la Administración Autónoma está creando nueve salas con este fin. Esperan que cinco centros estén listos en 20 días, aunque no está claro si habrá ventiladores disponibles. Si bien la Media Luna Roja de Kurdistán tiene algunos equipos de protección personal, y la OMS ha prometido más, no se sabe cuándo llegarán.
Respuesta de socavación de la limpieza étnica de Turquía
El otro gran problema han sido las consecuencias de la invasión de Turquía. Más de 300.000 personas de Ras Al Ayn (Serêkaniyê) y Tell Abyad (Girê Spî) han sido empujadas hacia el sur en un momento en que la Administración Autónoma ya trataba de asistir a 100.000 refugiados y desplazados internos. Según Mistefa, “si se confirma un caso en cualquiera de esos centros, sería un desastre”. El campamento de Al Hol, donde muchos detenidos del Estado Islámico y sus familiares permanecen confinados, presenta otro problema, especialmente dada la falta de interés de Estados Unidos, Europa y otros países por repatriar a sus conciudadanos que se habían unido a las filas del Estado Islámico. “Honestamente, si se confirma un caso en Al Hol sería una catástrofe y lo único que se podría hacer sería aislar el campamento”.
La invasión turca está complicando la respuesta de otras formas. “El acceso a las regiones del norte y este de Siria es muy complicado y no es fácil acceder en casos de emergencia porque la carretera principal que unía el norte y este de Siria está cortada, es muy difícil enviar suministros y responder de manera oportuna y necesaria”.
En 2003, cuando el SARS estalló en China y se extendió por Asia, Beijing priorizó su enemistad política con Taiwán sobre la salud mundial, en contra de la OMS. Hoy, la enemistad entre Recep Tayip Erdogan y el presidente sirio Bashar Al Assad, y la indiferencia de Donald Trump con los kurdos sirios, reproduce el mismo escenario. Las pandemias no conocen fronteras, pero no permitir a los kurdos combatir la enfermedad no es solo una muestra más de la traición de las potencias extranjeras sino también una amenaza global contra el COVID-19.
FUENTE: Michael Rubin / National Interest / Traducción: Rojava Azadi Madrid