La relación de Turquía con la OTAN está en su punto más bajo. Tras su reciente incursión en el distrito de Afrin en Siria contra las fuerzas kurdas, Ankara se encuentra ahora enfrentada con Estados Unidos y otros aliados de la OTAN.
Y lo que es más preocupante, la ofensiva de Turquía no habría sido posible sin la ayuda de Rusia: la operación requirió la autorización rusa para que aviones de guerra turcos entraran en el espacio aéreo de Siria, y Ankara habría prestado atención a las garantías de Rusia de que las fuerzas sirias no intentarían tomar posiciones turcas expuestas en Idlib durante la ofensiva en Afrin.
Luego está el rápido progreso en el controvertido acuerdo para que Turquía compre sistemas de armas antiaéreas rusas S-400 Triumf. Turquía espera recibir los primeros misiles en julio. El secretario de Estado adjunto de los Estados Unidos para Asuntos Europeos y Euroasiáticos, Wess Mitchell, testificó ante el Congreso que la compra y las concesiones estratégicas de Ankara a Moscú para lograr sus objetivos tácticos en Siria son “gravemente preocupantes”.
También es preocupante la colaboración turco-rusa en materia de seguridad energética. El mes pasado (abril), el presidente ruso Vladimir Putin y Recep Tayyip Erdoğan hablaron sobre la construcción de la primera central nuclear de Turquía. La central nuclear de Akkuyu, de 26.000 millones de dólares, proporcionará el 10% de las necesidades energéticas diarias de Turquía. Rusia entrenará al personal -248 estudiantes turcos ya han sido educados en Rusia en una asociación de tecnología nuclear- y suministrará el combustible nuclear.
La OTAN ha advertido que estas afrentas a la alianza podrían tener “consecuencias necesarias” para Turquía. La compra del sistema ruso de defensa antiaérea podría excluir a Ankara de cualquier sistema integrado de defensa antiaérea de la OTAN. Algunos han pedido a Estados Unidos que retire sus ojivas nucleares B-61 situadas en la base aérea turca de Incirlik.
Es difícil saber hasta dónde llegarán estas medidas punitivas, pero el mero hecho ya supone una transformación de la OTAN a los ojos de Turquía, que pasa de ser un aliado fiable a convertirse en una amenaza para su seguridad.
Lo que sí parece claro es que las medidas punitivas no son suficientes para que la OTAN obligue a Turquía y Rusia a distanciarse. Esto se debe a que Rusia está ayudando a Turquía a abordar una prioridad clave: aumentar la seguridad energética de Turquía es un objetivo no negociable para Erdoğan. Turquía depende de las importaciones para casi el 75% de su consumo doméstico de energía. Combinada con una moneda debilitada y una inflación excesivamente alta, la creciente inseguridad energética de Turquía podría tensar su frágil tejido social, lo que provocaría problemas para Erdoğan. El crecimiento económico constante le ha ayudado a mantenerse en el poder.
Y ahora es un momento particularmente vulnerable. Resulta incierto si las grandes inversiones de Turquía en la industria petrolera del Kurdistán iraquí darán sus frutos. Después de que Bagdad recuperara los yacimientos petrolíferos de Kirkuk del Gobierno Regional del Kurdistán a finales del año pasado, el estatus de los 300.000 barriles bombeados cada día a través del oleoducto Kirkuk-Ceyhan -un tercio del consumo diario de Turquía- no está claro.
Por estas razones, Erdoğan ha aceptado lo que a todos los efectos es un trato desigual con Rusia. Turquía pagará un precio medio de 12,35 centavos de dólar por kilovatio/hora por la producción de electricidad de Akkuyu, aproximadamente tres veces la media mundial. Pero pagar de más no es nuevo para Erdoğan. Turquía dejó a un lado las profundas enemistades con los kurdos para adoptar arriesgados acuerdos comerciales sobre el petróleo en el pasado.
El acuerdo de Akkuyu no significa que Erdoğan quiera ser dependiente de la energía de Rusia a largo plazo. Es aún más inverosímil que quiera una asociación nuclear a largo plazo con Moscú. Si se da la opción de diversificar los recursos energéticos de Turquía -como las centrales nucleares planeadas en Sinop e Igneada en asociación con Francia, Japón y China- Erdoğan sin duda la aceptaría. Además, su objetivo a largo plazo ha sido hacer de Turquía un centro energético y un corredor de tránsito para el suministro de petróleo y gas, desarrollando relaciones y obteniendo recursos de todo Oriente Medio y el Cáucaso.
Sin embargo, Rusia se ha convertido en el socio clave de Turquía en ese esfuerzo, avanzando con el gasoducto TurkStream. Aunque las críticas de Estados Unidos al oleoducto Rusia-Turquía están justificadas, si Estados Unidos no ofrece a Turquía alternativas viables, Erdoğan no escuchará.
Por lo tanto, el aparato de la OTAN necesita replantearse cómo enfocar la creciente beligerancia de Turquía y situar la seguridad energética del país en el centro de atención. El Nuevo Concepto Estratégico de la OTAN insta a “desarrollar la capacidad de contribuir a la seguridad energética”, pero sus esfuerzos han sido insuficientes. El concepto sólo implica la “protección de la infraestructura energética crítica y de las zonas y líneas de tránsito”. Eso no es suficiente para un país como Turquía.
Más que asegurar una infraestructura vulnerable relacionada con la energía en un momento de necesidad, la OTAN necesita abordar las vulnerabilidades en la seguridad energética de sus Estados miembros, así como las oportunidades para aumentar la resiliencia energética.
Mientras Erdoğan tema por la seguridad energética de Turquía, seguirá buscando ayuda y alianzas dondequiera que se encuentren.
FUENTE: Amelia Meurant-Tompkinson / The Strategist ASPI / Fecha original de publicación 23 de mayo de 2018 / Traducción: Rojava Azadi