Mezclando dos ingredientes, leche materna y cenizas, y empuñando una aguja simple, aplicaron tatuajes (Deq) tradicionales en sus caras, piernas y manos.
“Estaba enamorada de un hombre, que luego se convirtió en mi esposo. Quería que me encontrara hermosa -dice Yusufoglu, de 84 años-. A pesar de que la aguja duele mucho, las niñas de 10 y 16 años solíamos tatuarnos”.
Las chicas se tatuaban diseños simples del mundo que las rodeaba: el sol, la luna y los enseres domésticos, como un peine.
Como era su costumbre, recolectaron la ceniza del fondo de las ollas de cocina usadas en los fuegos de leña y lo mezclaron con leche materna de una madre que daba de comer a una niña pequeña.
“Se usa la leche de una madre que amamanta a una niña, porque el tatuaje hecho con esta leche tiene un tono más pálido de verde -dice Hulu Aydoglu, de 87 años-. La leche de una madre que amamanta a un niño sale más oscura”.
Los tatuajes aún son visibles en la cara de Yusufoglu, 70 años después, pero la práctica se está extinguiendo.
Algunas mujeres culpan a la creciente oposición religiosa a la práctica en Turquía, diciendo que los predicadores (musulmanes) les han dicho que los tatuajes son un pecado, pero Yusufoglu dice que los métodos tradicionales acaban de ser superados.
“En ese momento, los tatuajes eran nuestro maquillaje -afirma ella-. Ahora hay maquillaje, y no hay necesidad de hacernos bellas con los tatuajes”.
FUENTE: The Región/Traducción y edición: Kurdistán América Latina