En el ostentoso set que la televisión iraní construyó para los debates presidenciales, los siete candidatos –todos muy parecidos, con sus barbas canosas y trajes oscuros–, presentaron durante tres jornadas sus propuestas para los problemas de Irán. Entre promesa y promesa se colaban ideas sobre la importancia que le darán a la mujer. Imposible olvidarlas, necesitan su voto. De 59 millones de iraníes habilitados para participar, la mitad son mujeres. Las encuestas arrojan que muchas han decidido abstenerse.
Un par prometieron nombrar ministras, lo que seguramente no sucederá. El presidente Hasan Rohani hizo lo mismo, para luego disculparse con un “ellos no me dejaron”. Nunca especificó quiénes eran ellos. Un solo candidato habló de igualdad de salarios y préstamos a empresarias, y la mayoría se refirió a la importancia de dar ayudas económicas a las madres cabeza de familia y crear las condiciones para que las mujeres puedan tener más hijos.
Las activistas denuncian que las medidas para detener el envejecimiento de la población tienen un gran impacto en la vida de millones de mujeres, especialmente las de menos recursos. Acceder a una píldora, ya ni siquiera una cirugía, es imposible para muchas como consecuencia de las políticas que buscan restringir la planificación.
“Me preocupa lo que pueda suceder en regiones donde las familias no pueden sostener a sus hijas y las entregan en matrimonio cada vez más jóvenes”, explica la directora de una oenegé local que pide no dar su nombre.
Quien parecía estar más alejado del tema era el jefe del sector judicial, Ibrahim Raisi, quien, si no sucede nada extraño, está llamado a ser el próximo presidente. Raisi es un clérigo identificado con el sector más radical, a quien muchos ven como el posible sucesor del líder Ali Jamenei. Desde los inicios de la República Islámica ha formado parte del sistema judicial que ha presionado a las activistas y defensoras de los derechos humanos. “Las restricciones serán peores (en un gobierno radical), pero eso significa que tendremos que tener una estrategia más seria y resistir”, asegura Narges Mohamadi, una de las principales activistas del país.
Mohamadi fue capturada tres días después de la entrevista, el sábado, cuando acompañaba a la familia de un preso. Ha pasado varias veces por prisión, de donde salió por última vez en octubre. Solo dos meses después fue llamada a responder por otros cargos que se le imputaron mientras estaba detenida. Hace poco conoció que la condenaban a dos años y medio en la cárcel, más 80 latigazos. “He denunciado la estrategia de confinamiento individual para sacar confesiones falsas de los prisioneros. Hacer esto significa luchar contra todo el proyecto de seguridad del Estado”, cuenta en su apartamento, donde vive sola.
Su marido está exiliado en París, donde también viven sus dos hijos. Tampoco tiene trabajo porque quien se atreve a emplearla es presionado por las fuerzas de seguridad. “Es duro”, reconoce. Muchas de las activistas que empezaron en la década de los noventa se han exiliado o han decidido bajar su perfil después de pasar por prisión, en parte por la familia. Desde hace pocos días también lidera una campaña para denunciar el acoso y abusos sexuales que sufren las prisioneras, de lo que ella fue víctima.
Aun así, cree que la lucha no ha sido en vano. Una vez libre se sorprendió gratamente de ver que las mujeres son más conscientes de su situación y presionan más. El acceso a internet ha sido una gran ayuda. “No puedo decir que sean más libres pero sí se esfuerzan más pese a que las leyes y reglas son las mismas”, dice Mohamadi, que como muchas mujeres admite que las restricciones comienzan en la familia.
El tráfico loco de Teherán ha dejado de ser el enemigo de Azadeh Rafie. Desde hace dos años se enfrenta a los coches, pero sobre todo a la mirada justiciera de muchos conductores, cuando recorre en bicicleta el trayecto que separa su casa de la oficina. “Hay hombres que no aceptan verme en una bicicleta, pero otros me animan”, dice. Esta tarde calurosa lleva una blusa roja que le tapa las caderas y una trenza larga sobresale en su espalda.
“Hay que vencer el miedo y arriesgarse para poder ser libre”, dice. Esto incluye el decidir no casarse y vivir sola en un piso del centro de Teherán. Teme que la llegada de un gobierno radical incremente la presencia de la policía de la moral y algunos conservadores se sientan con la autoridad de dictarle qué hacer con su vida. “He decidido no oírlos pase lo que pase”, dice.
La artista Mona Entejabi vive en Mashad y experimenta a diario la presión que se ejerce contra las mujeres. Pocas ciudades son tan conservadoras como esta urbe donde se formó Raisi. “En todo el mundo los policías van en busca de los delincuentes, aquí van en busca de las mujeres”, dice la artista, que también es testigo de cómo a pesar de las restricciones las mujeres cada vez conquistan más espacios. “No pararán, no importa quien venga”, sentencia.
“No importa quién esté en el gobierno, la mujer no es importante. Somos nosotras las que tenemos que pelear para cambiar las condiciones”, concluye Rafie, la ciclista.
FUENTE: Catalina Gómez Ángel / La Vanguardia
Be the first to comment