Este ensayo está dedicado a todas las personas presas en las cárceles de Irán por mujeres, vida, libertad.
“Vivimos en un solo mundo”.
Nawal El Saadawi
La revolución iraní de 1979 fue protagonizada por un conjunto de movimientos políticos muy diferentes –marxistas, islamistas, liberales– que convergieron para derrocar a la monarquía y las fuerzas imperiales que la respaldaban. Poco después, los islamistas se hicieron con el Estado y sometieron a sus antiguos socios en la revolución a una represión aplastante. Parte de la consolidación de su proyecto pasó por implementar en la ley sistemas de discriminación por religión y por género, uno de los símbolos más evidentes de esto era el hijab [pañuelo musulmán] obligatorio. La feroz resistencia de las mujeres iraníes a esta medida consiguió postergar su aplicación, pero con el inicio de la guerra Irán-Iraq en 1980, la imposición del hijab formó parte de un esfuerzo general de aplastar cualquier forma de disenso.
A pesar de las múltiples formas de discriminación institucional, las mujeres han tenido acceso a la educación y al empleo, y su participación masiva en la educación superior y la vida profesional ha dotado a las mujeres urbanas de un cierto grado de autonomía económica, aunque no jurídica. El movimiento de mujeres en Irán tiene una larga historia, y desde los años 90 ha sido un fuerte movimiento social, aun sometido a muchas restricciones.
En la última década la desigualdad en Irán ha aumentado de forma radical: unos pocos acumulan grandes fortunas, mientras gran parte de la población ha sido pauperizada.
La inflación extrema y la inestabilidad económica afectan a toda la población. Esto ha llevado a un colapso de las perspectivas de futuro de la juventud, y ha impactado de forma especialmente intensa en las regiones periféricas, habitadas por minorías étnicas. Cualquier disenso ha chocado con respuestas cada vez más autoritarias y la esperanza de cambio por medios democráticos ha sido frustrada una y otra vez.
El lema “Mujeres, Vida, Libertad” –que proviene de la lucha kurda– y el gesto público de quitarse el velo han emergido como símbolos de una demanda amplia de participación política y justicia
Es en este contexto que el lema “Mujeres, Vida, Libertad” –que proviene de la lucha kurda– y el gesto público de quitarse el velo han emergido como símbolos potentes que recogen una demanda amplia de participación política y justicia económica y de género.
Hace un año por estas fechas, los acontecimientos en Irán iban por delante de nuestra capacidad de imaginación. Ocurrió algo que aún no hemos comprendido del todo.
Por primera vez –quizás en la historia– hemos presenciado una revuelta revolucionaria que partió de una lucha por la justicia de género. La mecha se prendió el 16 de septiembre de 2022 con la muerte de una joven kurda, Jina (Mahsa) Amini, a manos de la “policía de la moral” de Teherán, por lo que ellos consideraban el uso inadecuado del hijab.
Habiendo vivido como inmigrante procedente de Irán en varios países occidentales, principalmente en Estados Unidos, no era ajena a las formas en las que se alteriza a las personas de Oriente Medio, ni a los imaginarios orientalistas que se aplican a las mujeres musulmanas. Tampoco era ajena a las vacilaciones de muchas activistas y estudiosas preocupadas por la islamofobia y por la hostilidad imperialista a la hora de posicionarse ante la disidencia en Irán. Aún así, me asombró comprobar la extrañeza con la que muchas personas –feministas incluidas– recibieron los acontecimientos en Irán del año pasado.1 Este artículo es una invitación a pensar juntas más allá de las fronteras y a dejarnos emocionar por la belleza y la enormidad de lo que ocurrió. Nuestro mundo necesita lo que reza el lema de esta revolución: “mujeres, vida, libertad.”
Ha sido un año de asombro
La muerte terrible de Jina (Mahsa) Amini dio lugar al mayor levantamiento en Irán desde la revolución de 1979. Jina había viajado desde su ciudad natal de Saqez, en Kurdistán (Rojhalat), a Teherán para unas vacaciones familiares. Cuando se difundió la noticia de su muerte por violencia de Estado, la gente se congregó en Teherán. En su entierro en Saqez, la gente volvió a congregarse. Las personas asistentes cantaron “jin, jiyan, azadi” (mujeres, vida, libertad), un lema que había nacido tiempo atrás en las regiones kurdas de Turquía y Siria (Rojava). El canto recorrió todo Irán en su traducción al persa, “zan, zandegui, azadi” levantando a la población desde Kurdistán, en la periferia occidental de Irán, hasta Baluchistán, en la periferia oriental, y suscitando acciones de solidaridad en Turquía, en Líbano y en el resto del mundo.
Los trabajadores de las petroleras se pusieron en huelga. Los obreros en Baluchistán se negaron a sacar oro de minas que no beneficiaban a aquella región ni a su minoría étnica empobrecida. “Somos los pobres los que nos estamos levantando”, explicó una trabajadora kurda en una entrevista con el colectivo feminista Tawar, señalando que no veía ni una sola persona rica entre los manifestantes en su ciudad. La rebeldía de las mujeres quemando sus pañuelos –un atuendo obligatorio en Irán, símbolo del régimen no-democrático y principal mecanismo para imponer el binarismo de género en el espacio público– venía acompañada de la destrucción de otros símbolos del Estado y de cánticos que pedían derribar el sistema entero.
Nacieron nuevas épicas, con héroes que ya no eran ni Hussein ni el Che Guevara, sino Jina, Nika, Sarina y la pequeña Kian y todas las valientes mujeres que luchaban contra las fuerzas del Estado. Sus armas: el pelo, la ropa. Sus tácticas callejeras mezclaban la protesta con la guerrilla urbana; aparecían en una esquina, luego se esfumaban a la llegada de las fuerzas del Estado, volviendo a aparecer en otro punto.2 Las colegialas se rebelaron con extraordinarios actos de desafío e irreverencia hacia imágenes de los iconos del Estado, por los que pagaron muy caro, enfrentándose a detenciones y misteriosos ataques químicos. Otras Jinas fueron a la cárcel. Las mujeres de luto se cortaron el pelo en los funerales. Gohar Eshghi, una anciana convertida en activista con la muerte de su hijo por tortura, se descubrió la cabeza proclamando: “Si están matando a jóvenes por este trapo, yo me lo quito después de 80 años”.
Asombrosamente, los hombres se mantuvieron firmes en su apoyo a las mujeres. Entre los muchos hombres asesinados en el levantamiento, quien se convirtió en leyenda, junto con Jina y Kian, fue Khodanur, de Baluchistán, una de las regiones más pobres de Irán, cruelmente asesinado por las fuerzas de seguridad. La imagen que se hizo viral no fue la de su asesinato. Lo que queda de él, en todas partes, son vídeos donde se le ve bailar maravillosamente. Su baile apasionado encarnó el deseo de vivir que animó el levantamiento, incluso ante la muerte.
El tiempo se condensó, como ocurre en tiempos de revolución. Pasaron décadas en pocas semanas. Hubo un salto de conciencia.
Una amiga en Kurdistán me contó que un pariente suyo, cuyo hijo requiere visitas regulares a la capital para un tratamiento médico, notó que había cambiado radicalmente la actitud de la gente de Teherán hacia ellos, como kurdos. En Teherán la gente cantaba por Kurdistán, llamándolo “su ojo y su luz”. En Kurdistán, cantaban por Baluchistán. Por primera vez, había conversaciones públicas sobre el autogobierno en las diversas regiones étnicas y lingüísticas. Hoy quizás esto parece un sueño del que nos hemos despertado, un momento de apertura que ya cerró. Sin embargo, cuando estuve en Irán unos meses después de estos acontecimientos épicos, palpé una transformación en las relaciones sociales. Era como si, después de una erupción volcánica, la lava hubiese derretido la tierra, reordenando sus moléculas. La épica había vuelto a lo cotidiano.
Y ahora la libertad está vinculada a las mujeres.
¿Qué llegó a significar “mujeres” en aquel lema que forjó y catalizó la solidaridad entre los diversos pueblos de Irán, el lema que las personas marginadas y pobres de todos los géneros llegaron a cantar, que desafió el nacionalismo iraní y reconfiguró la política de la resistencia de las minorías religiosas y étnicas? “Mujer” emergió como un sujeto históricamente subyugado, con el que los otros sujetos subyugados se solidarizaban. No era cuestión de una esencia con la que se nace. Después del levantamiento de “mujeres, vida, libertad”, las vidas queer en Irán han cobrado mayor visibilidad política. La población ha conocido la existencia de un módulo en la cárcel de Evin para mujeres trans, y ha sabido de la detención de Raha Ajudani, una activista por los derechos humanos de las personas transgénero. La militancia de las mujeres kurdas impulsó un desplazamiento desde una visión esencialista a una relación política entre las mujeres y la vida, en el marco de “mujeres, vida, libertad” (Rostampour 2022). Lo que ocurrió en Irán empujó el significante “mujeres” un poco más allá en este sentido.
Era en nombre de la vida.
¿Pero cuál es esta vida por la que merece la pena arriesgarlo todo? ¿Esta vida que no es el mero hecho de estar viva? ¿Qué es esta vida que se posiciona del lado de las mujeres y la libertad y no en su contra (como, por ejemplo, el movimiento “provida” en Estados Unidos)? Lo que ocurrió en las calles de Irán bebió de una política de la vida diferente de aquella que se suele criticar desde la ‘biopolítica,’ y se suma a otras invocaciones de la vida en luchas políticas desde la “Jin, Jiyan, Azadi” de Kurdistán, al “Black Lives Matter” en Estados Unidos, o “Vivas, Libres y Despenalizadas” de América Latina.
Si la vida muchas veces se contrapone a la muerte o la no-vida, no es esta vida de lo que hablamos. En medio de un estallido de creatividad y arte, las canciones acompañaron y ampliaron el lema de “mujeres, vida, libertad”. Una canción en particular, “Baraye” (“Por”), se convirtió en el himno del levantamiento en sus primeros días. El cantante, Shervin, adaptó la letra a partir de los tuits que mandó la gente explicando sus motivos de protesta. Entre ellos, “Por bailar en los callejones, por el miedo que tienes al besar, por la vergüenza de tener los bolsillos vacíos, por los niños afganos, por todas las pastillas contra el insomnio”. La canción atrapó a millones de personas con su visión de una vida con placeres ordinarios, contra la miseria y la pobreza, tanto para las personas adultas como para les niñes, tanto para les ciudadanes como para las personas migrantes. La vida por la que merece la pena arriesgar la vida es una vida de dignidad, alegría y libertad. Según avanza, la canción va incluyendo las especies en vía de extinción, los árboles, el aire.3
La canción cierra con la libertad
Azadi, una palabra que retumba en las luchas emancipatorias desde el Sur de Asia a Oriente Medio, se acerca en su traducción a la palabra “libertad”. El levantamiento injertó las pequeñas libertades de la vida como “bailar en los callejones ” –negadas por un Estado empeñado en controlar cada aspecto de la vida pública– en la noción de libertad que había convocado generaciones de lucha política colectiva, fuera resistiendo la dominación por los Estados-nación regionales en Kurdistán o la estebdad (despotismo) en Irán. Azadi resuena desde la Revolución Constitucional de 1906 a la Revolución de 1979 a la Revolución de “Mujeres, vida, libertad” en 2022.
Cada una de estas palabras, “mujeres, vida, libertad”, conjura múltiples significados e invoca historias políticas diversas. Hay fuerzas políticas que usan el lema, pero pretenden vaciarlo de su espíritu revolucionario, prometiendo una vuelta a la gloria falseada de reinos pasados en Irán. Hay quienes quieren un “cambio de régimen” pero no una revolución. No podemos permitirnos renunciar a estos conceptos tan potentes por miedo a la posibilidad de que se abuse de ellos, ya sea la “vida” en manos de activistas antiabortistas, “mujeres” en manos de las fuerzas anti-trans, o “libertad” en manos de autoritarios que reivindican la supremacía blanca. Estos términos pertenecen a otras genealogías políticas, como las luchas por la libertad de las personas negras en Estados Unidos. En Irán, estas tres palabras, juntas, reflejan el anhelo de millones de personas por una vida de libertad y dignidad para todas y todos.
En estos tiempos de auge de etnonacionalismos autoritarios, armados para destrozar a las personas y al planeta con sus fantasías de restauración de un orden patriarcal del pasado, el grito revolucionario de “mujeres, vida, libertad” nos sigue convocando.
Notas
1. Como contrapunto, véase el mensaje de solidaridad de Angela Davis con el levantamiento “Mujeres, vida, libertad” después de la muerte violenta de Jina (Mahsa) Amini.
2. Sobre la experiencia de estas mujeres en las luchas callejeras, véase “Figuring a Women’s Revolution”, un extraordinario ensayo escrito por “L.” en persa, y traducido al inglés, árabe, turco y alemán, generando un diálogo trasnacional.
3. Para una traducción completa de la letra de la canción, véase Olszweska (2022). Esta canción popular, que salió pocos días después del asesinato de Jina y al principio del levantamiento, no era perfecta a nivel político. Tampoco lo podía ser el levantamiento de grupos tan diversos de personas en un país muy grande. He intentado señalar el potencial emancipatorio de lo que emergió en estos días. Se han creado otras canciones a lo largo del último año, como La balada de Lailas más atentas a las periferias de Irán, donde el levantamiento fue más militante y la violencia del Estado más brutal. Esta canción se tocó en muchos encuentros solidarios en muchos países, organizados por Feministas por Jina, una red de colectivos feministas que se formó en la diáspora después del levantamiento. Para otras canciones, véase esta, escrita por estudiantes de música anónimas en Irán, y Himno de Vida de Mehdi Yarrahi, un músico araboiraní encarcelado.
FUENTE: Sahar Sadjadi (médica, antropóloga y profesora adjunta en el Departamento de Estudios Sociales de la Medicina en la Universidad McGill en Montreal, Canadá) / CTXT / Este artículo se publicó originalmente el 19 de septiembre de 2023 en American Anthropologist / Traducción de Maggie Schmitt.
Be the first to comment