Vestido de negro y rodeado por una decena de hombres ataviados también con trajes oscuros y rostros serios y rígidos, Devlet Bahçeli celebraba un sorprendente resultado electoral: “La nación nos ha dado la responsabilidad de llevar a cabo la tarea de equilibrar y supervisar”, aseguraba el veterano líder del Partido de Acción Nacionalista (MHP), una formación de extrema derecha con una larga historia en la que ha combinado violencia, radicalidad y pragmatismo político. Con 70 años, siendo el segundo diputado más mayor de todo el Parlamento, Bahçeli ha conseguido llevar a su partido a alcanzar el 11,1% de los votos, es decir, 49 diputados. Es un resultado que ha sorprendido a todos los analistas políticos.
A pesar de que el presidente Recep Tayyip Erdogan ha ganado las elecciones presidenciales y se convertirá en el primer jefe de Estado turco con poderes ejecutivos expandidos, su partido, el AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo), ha perdido la mayoría absoluta que obtuvo en las últimas legislativas de 2015. Los 295 diputados del AKP (42,56% de los votos) necesitarán el apoyo de los escaños ultranacionalistas para alcanzar la mayoría simple de la cámara, que tras la implementación del nuevo sistema político ha aumentado su número total de 550 a 600 diputados. “Nosotros controlaremos”, anunciaba Bahçeli después de conocerse los resultados.
Durante su larga trayectoria de más de 15 años de poder, Erdogan ha tenido tiempo de acercarse a uno y otro sector de la sociedad turca para ir consolidando mayorías parlamentarias: los liberales, los gülenistas, los kurdos. Y en los últimos años, el ahora presidente ejecutivo ha encontrado en el MHP su aliado perfecto. Tanto ha sido así que acudieron a estos comicios en coalición. Pero nadie esperaba un apoyo de las urnas tan alto para los ultranacionalistas. Motivos no faltaban.
En primer lugar, en la campaña electoral apenas han tenido visibilidad más allá de unas pocas reuniones, ni siquiera mítines.
Además, hace apenas unos meses el partido se escindió por el apoyo acérrimo de Bahçeli a los planes de Erdogan de convertirse en presidente ejecutivo. Una destacada diputada del MHP, Meral Aksener, rompió con Bahçeli y, junto a una decena de diputados del partido, fundó el IYI Parti (Partido Bueno). Esta formación, en cambio, ha fracasado en su intento de convertirse en la primera fuerza ultranacionalista del país.
“El MHP y Devlet Bahçeli son los grandes vencedores de estas elecciones”, opinaba, a través de las redes sociales, el politólogo Burak Kadercan. “El gran ganador de estas elecciones es el segmento nacionalista”, aseguraba, por su parte, el analista político Yusuf Erim. “El 10% del IYI Parti y el 11,1% del MHP muestra que el voto nacionalista ha alcanzado un nivel récord de 21,1%”.
El buen rendimiento del MHP da energía a Bahçeli para poder dar un puñetazo en la mesa e influir de manera más determinante en el rumbo de las políticas del islamista Erdogan. Algunos analistas apuntan a que Bahçeli está en posición de exigir puestos ministeriales claves. Esta alianza hará prácticamente imposible un acercamiento de posiciones con el partido izquierdista y prokurdo HDP (Partido Democrático de los Pueblos) y, por supuesto, descartaría por completo una hipotética vuelta a la mesa de negociaciones con el grupo armado PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán), considerado una organización terrorista por Estados Unidos y la Unión Europea.
“Se han demostrado vínculos entre círculos mafiosos y el MHP. El partido estuvo involucrado en violencia generalizada durante los años 70”, afirmaba Mark Bentley, periodista y analista conocedor de la política turca. “Su rama juvenil es particularmente notoria. Este partido hace que el UKIP -Reino Unido-, AFD –Alemania- y la derecha austríaca parezcan un coro de niños”.
Un parlamento con menos poder
La Gran Asamblea Nacional Turca, nombre oficial del Parlamento con sede en la capital Ankara, contará en esta legislatura con tan solo 78 diputadas de 600 escaños. En la anterior, la cifra había sido de 74 (sobre un total de 550).
Esas pocas mujeres y el resto de representantes, no obstante, no tendrán tanto poder de control sobre el Ejecutivo como tenían sus predecesores. El sistema presidencialista, aprobado con un ajustado y polémico referéndum en abril de 2017, permite que el jefe de Estado apruebe decretos ley sin consultar a los diputados. Además, los miembros de la cámara legislativa tendrán más complicado llevar a cabo con éxito un proceso de destitución contra el presidente (conocido como impeachment en Estados Unidos).
La victoria electoral de Erdogan el pasado domingo es la culminación de sus planes, que desde 2014 ya era presidente de Turquía, aunque hasta ahora, en teoría, su puesto era apartidista y poco más que simbólico.
El islamista ha obtenido un mandato de cinco años, hasta 2023, cuando se celebra el centenario de la fundación de la República de Turquía por Mustafa Kemal Atatürk. No obstante, para poder ser el maestro de ceremonias de la que será, sin lugar a dudas, una exaltación de la identidad y el nacionalismo turco, Erdogan tendría que ganar de nuevo los comicios, pues antes de la fecha concreta, el 29 de octubre, esta legislatura ya habrá expirado.
La madrugada del domingo Erdogan cantó victoria y aseguró que las elecciones “fueron un triunfo de la democracia” y apuntaba a la alta participación -87%, una de las más altas en la historia reciente de Turquía-. Pero la jornada estuvo lejos de mantenerse exenta de polémica.
Hubo denuncias de irregularidades a lo largo de todo el país por parte de observadores electorales. Además, en un primer momento, el principal partido de la oposición, el socialdemócrata CHP (Partido Republicano del Pueblo), aseguró que el recuento de la agencia de noticias estatal Anadolu era una “manipulación”. Su candidato, Muharrem Ince, en cambio guardó silencio durante toda la noche, y únicamente trascendió el mensaje de WhatsApp que le envió a un periodista en el que decía “el hombre ha ganado”.
Finalmente, en la mañana de lunes Ince ha comparecido ante los medios: “¿Robaron votos? Sí, lo hicieron. ¿Robaron 10 millones de votos? No”, aseguró en referencia a que el margen de votos obtenidos por Erdogan era tan grande que “no se podía explicar tan solo con irregularidades en el proceso electoral”.
El incombustible líder islamista, por tanto, tiene el futuro despejado para gobernar acompañado de la extrema derecha, un escenario que no promete aliviar la crónica y cada vez más profunda polarización de la sociedad turca.
FUENTE: Javier Pérez de La Cruz / Público