El presidente turco Recep Tayyip Erdogan es claro en sus objetivos y no vacila demasiado en conseguirlos. Entre sus “prioridades” políticas, se encuentra el exterminio del pueblo kurdo. Puede sonar exagerado, pero la realidad confirma que el mandatario lleva adelante un plan represivo sistemático contra los kurdos tanto del sudeste de Turquía (Bakur) como también de los pueblos del norte de Siria e Irak (Rojava y Bashur).
A mediados de diciembre, el gobierno de Ankara ordenó el bombardeo del campo de refugiados de Makhmur y de Shengal, en Bashur. Los ataques contra el campamento, en el que viven más de 13 mil personas desde la década de 1990, dejaron como saldo cuatro mujeres muertas que se encontraban trabajando con su ganado: Asya Ali Muhammed, de 73 años; Narinç Ferhan Qasım, de 26 años; Eylem Muhammed Emer, de 23 años, y Evin Kawa Mahmud, de 14 años. Tres de ellas eran abuela, madre e hija de una misma familia. En Shengal, los bombardeos apuntaron contra el pueblo yazidí, que sufrió, en 2014, los ataques mortales del Estado Islámico (ISIS).
El problema de Erdogan en Makhmur y Shengal tiene que ver con que los pueblos de esas zonas llevan adelante una política independiente de las potencias extranjeras y regionales. Nucleados bajo el paragua del Confederalismo Democrático, ideología del Movimiento de Liberación de Kurdistán (MLK), kurdos, árabes, musulmanes, yazidíes y asirios se autoorganizan y declararon las autonomías de sus territorios en los últimos años. Para el mandatario turco, es inaceptable un planteo concreto que rompa con sus sueños de reinstalar el imperio Otomano en Medio Oriente.
Lo mismo sucede en Rojava. Desde marzo, el ejército turco -junto a mercenarios del Ejército Libre Sirio (ELS)- ocupa de forma ilegal la región kurda de Afrin. Este territorio se había convertido en una zona de paz en medio de la guerra de agresión en Siria. Hacia Afrin, habían llegado alrededor de 500 mil desplazados internos, que fueron ubicados en casas y campamentos temporarios por las autoridades de la Federación Democrática del Norte de Siria (FDNS). Por estos días, las plantaciones de oliva que hicieron famoso a Afrin son destruidas o comerciadas ilegalmente a Turquía. Además, los mercenarios del ELS (muchos de los cuales prestaban servicios a ISIS) son los encargados de saquear hogares, secuestrar a hombres y mujeres por los cuales luego piden rescate, y aplicar un cambio demográfico que tiene como fin de expulsar a la población kurda, árabe, armenia, asiria, para “liberar” el territorio. ¿Cuál es el objetivo de este cambio demográfico? El más visible es que Afrin se convierta en la retaguardia de los terroristas apoyados por Turquía. Esto ya sucede, luego del acuerdo entre Damasco, Ankara, Teherán y Moscú para trasladar a Afrin a los terroristas desmovilizados de Ghuta Oriental.
En su escalada de confrontación, Erdogan anunció la semana pasada que sus fuerzas militares estaban preparadas para incursionar nuevamente en Rojava y ocupar más porciones de territorio. La respuesta de la FDNS y de las Fuerzas Democráticas de Siria (FDS) y de las Unidades de Protección del Pueblo (YPG/YPJ) fue concreta: redoblar la resistencia, continuar en la construcción de una nueva sociedad que tenga a las mujeres como principales protagonistas y apelar al diálogo interno para resolver el conflicto sirio, que ya lleva siete años y dejó como saldo 500 mil muertos.
El plan de invasión y ocupación de Erdogan para las regiones kurdas no sólo tiene mérito propio. Existe una alianza –por momentos difusa- con las principales potencias internacionales, en especial, Estados Unidos y Rusia. En el caso de Makhmur, los bombardeos de la aviación no pudieron escapar del control aéreo que ejerce Washington sobre Irak. El cielo iraquí tal vez sea el más vigilado del mundo. Entonces, ¿por qué, después del ataque sobre el campamento de refugiados, la Casa Blanca mantuvo silencio? Naciones Unidas –responsable oficial de Makhmur junto al gobierno iraquí- tampoco se pronunció sobre este ataque, que además violó las fronteras de Irak, en un claro incumplimiento de leyes internacionales.
Sobre la ocupación turca de Afrin, la responsabilidad recae en Rusia. La invasión a esa región estuvo precedida por dos meses de bombardeos turcos. El encargado de controlar el espacio aéreo de Afrin era Moscú. En el Kremlin, apenas pronunciaron unas tibias palabras que buscaban la “distensión” de la situación. También Estados Unidos carga con responsabilidades. Se calcula que, en Rojava, la Casa Blanca mantiene a dos mil soldados que asesoran a las FDS y a las YPG/YPJ, en lo que las autoridades de la FDNS califican como “alianza táctica”. La inacción de las tropas estadounidenses fue justificada con el argumento de que solo “combaten” a ISIS.
Es claro que el poder regional de Turquía no es para nada menor. Aunque Erdogan mantenga encarcelados a cinco mil militantes del movimiento kurdo, haya clausurado más de cien medios de comunicación y encarcelado a decenas de periodistas, Estados Unidos y Rusia continúan pujando por profundizar sus alianzas con Ankara. Para esas potencias, la moneda de cambio es el pueblo kurdo. Un pueblo que, esta vez, tiene en claro que su libertad e independencia no será negociada o vendida al mejor postor.
FUENTE: Leandro Albani / La tinta