Podría elegir en blanco y negro. La de la nena y el nene en el norte de Siria haciendo con sus pequeños dedos la “V” de la victoria (que allá llaman serkeftin) o la de otros tantos niños jugando en el recreo de un campo de refugiados del Kurdistán iraquí. Podría elegir tantas… pero si tuviera que quedarme con sólo una de las muchas fotos que sacó Virginia Benedetto al pueblo kurdo elegiría la de la mujer a colores. Con velo en la cabeza y un hermoso vestido de flores rosa. Una mujer de mirada dura pero serena que posa ante una línea de otros tantos vestidos de tonos brillantes sobre una pared deslucida. Elijo esta por el color: porque ahora, recién ahora y tras el viaje de Virginia, sé que disponer libremente de los colores es uno de los ejes de lucha de las mujeres kurdas. Y porque esa costurera que perdió cuatro hijos en manos del ISIS y que mira a la cámara, y ella retratándola, son la mejor síntesis de la actual lucha contra la violencia patriarcal de muchas mujeres en el mundo.
Confieso que cuando me comentó con reserva y pocas palabras que había decidido viajar a Kurdistán tuve que buscar un mapa para ubicar adónde iría y pensé que desvariaba. Admito que no sabía nada de esa región entre el Éufrates y el Tigris codiciada desde siempre por imperios y países usurpadores. Fue por Virginia, quien se animó a ir y correr riesgos para develar una batalla por los derechos humanos que tiene a hombres y mujeres como víctimas pero donde también ellas son protagonistas de resistencia, que comencé a entender algo.
Su decisión de partir a Asia Occidental me empujó a leer, informarme y compadecerme ante tanto dolor. Su regreso con vida y sus fotos me ayudaron a comprender mejor, comprenderla a ella, su compromiso, tanto como al proceso revolucionario de estas mujeres que no se frena incluso con la masacre del ISIS y el genocidio de un opresor constante como Turquía (ya adiestrado en el exterminio de gran parte del pueblo armenio durante el siglo pasado y hoy con una 260 mil presos políticos en sus cárceles, incluso niños).
Este proceso revolucionario comenzó en 1978 (cuando los argentinos también vivíamos bajo una Dictadura pero muchos teníamos la cabeza en el Mundial). Lo encabezó el Partido de los Trabajadores de Kurdistán del dirigente kurdo Abdullah Öcalan, hoy detenido y aislado. Las mujeres sufrieron abusos, fueron esclavizadas y asesinadas, pero a pesar de ello no tuvieron miedo. Años después se organizaron en el Movimiento de Mujeres de Kurdistán y aún hoy resisten bajo los valores del Confederalismo Democrático: autonomía, ecología, convivencia de religiones y culturas. Bajo estos principios construyeron con sus propias manos Jinwar en el desierto sirio, un pueblo con casas, escuelas y centros de salud donde viven protegidas y autónomas. La prensa internacional insiste en mostrarlas sólo con armas, como guerrilleras. Pero la experiencia de Virginia allí y sus fotos hablan de mujeres que se defienden porque decidieron vivir libremente: se empeñan en hablar su idioma, encarar sus prácticas religiosas, cantar sus canciones y elegir sus colores. Así lo deja bellamente en claro en la foto de la costurera en Shengal, la mujer a colores.
FUENTE: Laura Vilche / Foto: Virginia Benedetto / La Capital