El patriarcado moderno-capitalista, con sus instituciones y su leviatán, sólo ha propuesto a la humanidad ser parte del engranaje donde el capital, el poder y el Estado nos articulan como piezas reemplazables de la gran maquinaria de opresión. Pero no siempre fue así, solo desde que el hombre impuso la lógica de dominio y expropió la amistad entre las mujeres imponiéndose como amo.
Mucho antes del paso del nomadismo al sedentarismo las mujeres regulaban la economía de la comunidad. Bajo el concepto de economía del regalo (no del trueque) la mujer regalaba su excedente (sororidad de tiempos remotos) a otra mujer. Poco a poco el hombre fue expropiando esta condición, seguramente a partir del golpe y la vejación, y creando el trueque como forma moderna de la economía. En este momento de la historia las cosas valen en relación a otras cosas. El campesino intercambiaba su excedente solo si el valor del intercambio con otro “producto” era de similar valor. De esta manera a la mujer se le arrebata su lugar en la comunidad, nace la patria y muere la matria.
Las comunidades matriarcales tienen características similares en los lugares donde han coexistido con la naturaleza: la moralidad estaba regida por principios de amistad, el liderazgo político de la mujer no devenía en opresión hacia los hombres (sino en direccionamiento y organización comunitaria), la comunidad regalaba sus excedentes en función de necesidades, no se configuraba la idea de propiedad –ni intelectual, ni material, los niños y las niñas eran el centro de atención (y no así la economía, como actualmente pasa).
Sin embargo, el tiempo ha pasado. El orden natural de la vida artificial creada durante el nomadismo ha perecido. La mujer, antes dirección, ha sido cosificada doblemente (como trabajadora, y como objeto de deseo), esclavizada por el macho dominante.
El patriarcado, la patria, devenga en la institución escondite en que devenga (sea del orden estatal que sea), ha aceitado, cada vez con mayor vehemencia, el mecanismo sobre el cual la relación amo-esclava quede encubierta. El progreso sólo es, por decirlo así, una institución moderna más capaz de velar por la normativización de las relaciones de opresión.
La mujer trabaja, en casi todas las patrias capitalistas, cinco años menos que el hombre. Pero esta norma, para dar un ejemplo, encubre que la vejación sobre el cuerpo de la mujer es mayor en estos países: en lógica del capital, su vida útil (después de haber pasado por los golpes, humillaciones, las tareas de la casa, etc.) perece más rápidamente. Se vuelve “improductiva” y desechable para el mercado. De la misma manera que, vale la oportunidad decirlo, su remuneración salarial es proporcionalmente más baja que la de un hombre.
La mujer kurda, ejemplo de lucha
El levantamiento armado de las mujeres kurdas en las Unidades de Protección Femeninas -YPJ- y en las Unidades de Protección del Pueblo -YPG- contra el Estado Islámico y el Estado de Turquía, es producto no solo de la severa opresión de la que es objeto la mujer en Oriente Medio. Sino, y es de importancia visibilizar esto (en la era de los dioses enmascarados y los reyes cubiertos), de que la expropiación de la economía por parte del hombre hacia la mujer tiene su epicentro en la región de la Anatolia (también llamada Asia Menor, es una península actualmente ocupada por la parte asiática de Turquía).
Es en este Medio Oriente moderno-estatista-patriarcal donde se configuran las primeras representaciones de la civilización tal como la conocemos actualmente. Donde, primeramente, nacen las bases del Estado tal como lo conocemos hoy. Es donde el patriarcado impone el monoteísmo como justificación para subsumir a la mujer a las peores degradaciones. A fin de cuentas, es aquí donde nace Occidente y es aquí, definitivamente, donde morirá.
FUENTE: Alejandro Azadi (entro de información y documentación del Kurdistán en América Latina y colaborador de Colombia Informa) / Colombia Informa.