Desde 2018, el Estado turco ocupa ilegalmente Afrin, la región kurda del norte de Siria. A partir de la invasión turca, miles de personas fueron desplazadas y los asesinatos, cometidos por mercenarios al servicio de Ankara, se convirtieron en moneda corriente.
El 20 de enero se cumplieron tres años desde que el presidente turco Recep Tayyip Erdogan ordenara la operación militar Rama de Olivo contra el cantón kurdo de Afrin, en el norte de Siria. Durante los casi diez años de guerra en suelo sirio, ese territorio con población de mayoría kurda había sido un oasis en un país devastado por los atentados, los desplazamientos forzados, las masacres cometidas por el Estado Islámico (ISIS), las muertes generadas por los bombardeos de la aviación del gobierno de Damasco y una lucha descarnada entre Rusia y Estados Unidos por el control del corazón de Medio Oriente.
Mientras la guerra se propagaba en Siria, Afrin fue el punto de salvación que buscaron muchas personas. Se calcula que al menos 500 mil hombres y mujeres de todo el país se trasladaron hacia el cantón kurdo huyendo de un conflicto sangriento y que hasta el día de hoy nadie quiere detener. Por ese entonces, Afrin formaba parte de la autodenominada Federación Democrática del Norte de Siria (FDNS), la administración impulsada por las fuerzas políticas y de autodefensa kurdas que en 2012 había declarado la autonomía de Rojava (Kurdistán sirio).
El cantón de Afrin, conformado por alrededor de 380 aldeas y pueblos, está ubicado a 40 kilómetros de la ciudad de Alepo. Dividido en siete distritos, la zona tiene grandes plantaciones de olivos, debido a su geografía montañosa y con valles. La tierra de Afrin es fértil para la producción de frutas y verduras, además de contar con lugares de suma importancia histórica y arqueológica.
La ocupación
Turquía invadió Afrin por aire, bombardeando de forma indiscriminada a la población, mientras que las Unidades de Protección del Pueblo (YPG) y las Fuerzas Democráticas de Siria (FDS) –grupos de autodefensa militar impulsados por los kurdos– resistían por tierra el avance de contingentes mercenarios. Luego de dos meses de bombardeos turcos, las FDS decidieron trasladar la mayor cantidad posible de civiles a zonas seguras y campamentos de refugiados. Si esta medida no se tomaba, la masacre cometida por Turquía habría regado de sangre a Rojava.
Cuando las fuerzas mercenarias –donde confluyen ex milicianos de Al Qaeda e ISIS- ocuparon el cantón kurdo, las YPG anunciaron que a partir de ese momento adoptarían la guerra de guerrillas como forma de lucha contra los ocupantes. También se conformaron las Fuerzas de Liberación de Afrin, encargadas de realizar las operaciones contra los mercenarios.
Al mismo tiempo, el gobierno de Ankara aplicó una fuerte política de cambio demográfico y sustitución educativa y cultural. En el primer caso, al ritmo que los y las habitantes del cantón eran desplazados por la fuerza, Turquía trasladaba desde otros puntos de Siria –con la venia del gobierno de Damasco y Rusia- a las familias de los mercenarios para ubicarlos en las casas abandonas por los pobladores. En el segundo caso, Ankara envió funcionarios, cambió el sistema educativo en las escuelas y sustituyó los nombres en kurdo de calles e instituciones.
Mientras sucedía todo esto, y pese a las reiteradas denuncias presentadas por el autogobierno de Rojava sobre la “turquificación” de la región, la comunidad internacional miraba para otro lado.
El terror
Al cumplirse tres años de la invasión, la Organización de Derechos Humanos de Afrin (ODHA) anunció que 674 civiles fueron asesinados y 7.343 secuestrados, desde que comenzó la ocupación. A su vez, la ODHA aseguró en un informe reciente que 300.000 personas fueron desplazadas debido a la llegada de los contingentes mercenarios.
Según las cifras de la organización, el destino de la mayoría de los pobladores secuestrados es desconocido. A esto se suma que durante los ataques de las fuerzas de ocupación, 696 civiles resultaron heridos, entre ellos 303 niños y 213 mujeres. Y debido a las explosiones de las minas antipersonales, 2.017 personas sufrieron heridas.
Al referirse a los cambios producidos durante la ocupación, la ODHA puntualizó que “la Plaza de la Libertad de Afrin se rebautizó como Plaza Atatürk, el Cruce de Newroz como Cruce de Saladino y el Cruce del Herrero Kawa como Cruce de la Rama de Olivo. El pueblo de Qestel Miqdad fue rebautizado como Selçuk Oba, Kotana como Zafir Oba, Kurzêlê como Cafer Oba. Las lecciones de turco se hicieron obligatorias en las escuelas. Hay banderas turcas en los uniformes escolares. Los ciudadanos sirios son obligados a llevar tarjetas de identidad turcas”.
La ODHA también remarcó que las fuerzas ocupantes son responsables de la destrucción de 314.400 olivos, para luego vender su producción, principalmente a Europa a través de Turquía. El organismo de derechos humanos además advirtió que “grandes áreas agrícolas fueron quemadas” y que “75 sitios arqueológicos e históricos fueron saqueados, y 15 sitios religiosos dañados por las milicias que se llevaron todos los objetos históricos que pudieron encontrar en Afrin y los vendieron”.
Por su parte, el Centro de Investigación y Protección de los Derechos de las Mujeres Sirias (CIPDMS) publicó un informe en el que denunció los crímenes cometidos por los ocupantes y demandó que los responsables sean juzgados en tribunales internacionales. Según el CIPDMS, aproximadamente un millón de personas se vieron forzadas migraron después de que el Estado turco invadió Afrin, Girê Spî y Serêkaniyê (estas dos regiones en 2019), de los cuales el 60 por ciento eran mujeres.
En la investigación se reveló que 66 mujeres fueron masacradas, más de 149 secuestradas –de las cuales se desconoce su paradero-, y otras 178 torturadas y hostigadas por las fuerzas de ocupación en Afrin.
La resistencia
Además de las Fuerzas de Liberación de Afrin, los pobladores del cantón kurdo refugiados en la zona de Shehba, cercana a la ciudad de Alepo, se movilizaron para demandar el fin de la ocupación. En diferentes puntos de Rojava, las manifestaciones se multiplicaron en los últimos días con el objetivo de denunciar los crímenes cometidos por Turquía.
El Consejo Democrático Sirio, uno de los organismos de autogobierno del norte y el este de Siria, emitió una declaración en la que acusó al gobierno de Damasco y a Rusia –que controla el espacio aéreo de la zona- de responsables de la ocupación de Afrin. A su vez, el Consejo convocó a Naciones Unidas (ONU) a garantizar que los desplazados puedan regresar a sus hogares en condiciones de seguridad.
Desde la Administración Autónoma del Norte y el Este de Siria (AANES) también difundió un comunicado en el que explicó que “la ocupación de Afrin, Serêkaniyê y Girê Spî y su expansión, revelan claramente la intención hostil del Estado turco contra el proyecto democrático de los pueblos del norte y este de Siria, que es el proyecto de solución de la crisis siria”.
“Las prácticas inhumanas e inmorales en curso en estas regiones ocupadas y el cambio de identidad histórica, cultural y social, y las mismas políticas que continúan en todas las regiones bajo el control del estado turco ocupante son un obstáculo importante para la solución y estabilidad de la crisis siria”, alertaron desde la AANES.
En la Administración Autónoma denunciaron que “el silencio sobre esta ocupación hizo que el estado turco interviniera en Siria, la región y el mundo entero, mientras que en todas partes donde el estado turco ha intervenido se convirtió en un centro de guerra y caos”.
A tres años de la ocupación de Afrin, las fuerzas de liberación que hostigan a las fuerzas invasoras aseguraron que en 2021 “lucharemos aún más para ponerle fin” a la ocupación. “Hasta el momento, todavía no hemos podido cumplir la promesa que hicimos a nuestro pueblo y a nuestros mártires. Afrin aún no está liberado, pero hemos asestado duros golpes a los ocupantes. Hasta ahora, hemos llevado a cabo más de 400 acciones contra ellos. Al menos 900 (mercenarios) han muerto en el proceso y muchos más han resultado heridos”, expresaron los guerrilleros y las guerrilleras que buscan liberar Afrin.
Por Leandro Albani– Sudestada
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