Sohrab Rahmati es un conocido abogado y activista kurdo-iraní exiliado a Irak hace 19 años. El 16 de noviembre volvía a casa de su clase de karate cuando notó una presencia extraña. Se giró y todo pasó en menos de treinta segundos. Un hombre le apuntó con un arma en la frente. Él le hizo una llave y le apartó el brazo, pero el atacante apretó el gatillo, hiriéndole de gravedad en el estómago. Rahmati cayó al suelo y el agresor huyó. Semanas después, aún camina con dificultad. “Estoy bajo presión del régimen desde hace meses. Primero me ofrecieron colaborar con ellos y tras negarme, empezaron a amenazarme. Esta vez no han dudado en intentar matarme”, cuenta a GARA en una entrevista que tiene lugar en la sede del Partido Democrático del Kurdistán Iraní (PDK-I), en Erbil, capital de Kurdistán Sur (Bashur).
En Irán, hace dos décadas, Rahmati era un joven involucrado en los movimientos de defensa de los derechos sociales y laborales de Kurdistán, región enfrentada históricamente con Teherán por la lucha que mantiene esta minoría étnica por la defensa de sus derechos y la demanda de mayor autonomía política. Un conflicto que ha originado numerosas ofensivas de la Guardia Revolucionaria de Irán sobre este territorio, causando decenas de muertos y heridos. Con este telón de fondo, Rahmati fue encarcelado en su juventud y al salir de prisión, su cuerpo enfermó de forma súbita. Los médicos le dijeron que muy probablemente habían intentado envenenarle. Entonces, decidió abandonar Irán y huir a Kurdistán Sur. “En los últimos años me he ocupado de la defensa de una decena de activistas kurdo-iraníes víctimas de atentados perpetrados por Irán en suelo iraquí. Eso me convierte en una amenaza para ellos”, explica.
En los años 2017, 2018 y 2021 se produjeron diversos ataques contra grupos de opositores kurdos establecidos en Irak. Rahmati participó en los procesos judiciales y algunos de los autores fueron condenados. “Teherán presiona a Bagdad para que libere a los terroristas condenados, pero las autoridades kurdas se niegan”, precisa. En su opinión, después de la irrupción en Irán del movimiento de oposición al régimen Mujer, Vida y Libertad, “algo ha cambiado para siempre en la mentalidad de la gente. Nunca antes todas las nacionalidades del país se habían unido contra el régimen, pero los iraníes necesitamos tiempo para que la República Islámica caiga”, enfatiza. Tras el atentado sufrido, este abogado cambia de residencia a menudo y vigila cada paso que da, consciente de que en cualquier momento Irán puede conseguir su objetivo.
Cuando Asrin Mohammadi decidió dejar Irán hace un par de meses, su vida ya estaba rota. En noviembre de 2022, su hermano fue asesinado por la policía tras una persecución que había empezado en una manifestación. Tenía 28 años. “Mi hermano Shariar era muy activo políticamente. Cuando las protestas desencadenadas por la muerte de Mahsa Amini alcanzaron su punto álgido (octubre de 2022), mi hermano ya se había involucrado completamente y las lideraba”, explica esta mujer desde una casa-refugio fuera de Irán. La muerte de Shariar dejó abatida a la familia y el miedo y las presiones provocaron que su otro hermano, Milad, huyera a principios de 2023 a Canadá.
En octubre de ese mismo año, cuando faltaban pocos días para que se cumpliera un año de la muerte de Shariar, Asrin y su madre recalaron en una copistería para recoger la pancarta que habían encargado y que llevarían hasta el cementerio durante la ceremonia para honrar su memoria. Les extrañó que el dependiente les hiciera esperar tanto. “Estuvimos más de una hora esperando. Él nos decía que ya salía, que esperáramos. Pero era falso. Había alertado a la Policía del contenido político de nuestra pancarta”, relata Mohammadi. De pronto, dos hombres entraron y se abalanzaron sobre ella. “Traté de zafarme pero me metieron a la fuerza en la parte trasera de un vehículo”, explica. Tras este secuestro de las fuerzas de seguridad, Asrin Mohammadi fue llevada a un centro de detención donde la golpearon y le quemaron la muñeca con una plancha ardiendo. Aún son visibles las cicatrices en la parte anterior del brazo. Al día siguiente fue liberada bajo la condición de presentarse en comisaría por la tarde para ser llevada ante el juez. “¿De qué iban a acusarme?”, se pregunta, con ira. Prefirió no averiguarlo y tomar la difícil decisión de huir de Irán. A día de hoy le embarga una tristeza enorme cuando piensa en su madre, alejada para siempre de sus dos hijos, que aún siguen vivos.
Shayan Rashidpoor nació en Saqqez, ciudad natal de Mahsa Amini y donde se prendió la llama que en pocos días se extendió como la pólvora al resto del país desencadenando las mayores revueltas en contra del régimen en 44 años. En apariencia, Rashidpoor es un joven completamente normal si no fuera por las deformidades que tiene en ambas orejas, con el pabellón auricular desfigurado. Tiene lo que se conoce como orejas de coliflor, fruto de su actividad como profesional de lucha libre. Un deporte que adora y que ahora, refugiado en Irak, echa mucho de menos. Su historia reciente es predecible, aunque no por ello menos amarga.
Refugiados sin derechos en Irak
Su actividad como luchador profesional lo situó en el punto de mira del régimen y le acusaron de utilizar su posición social para hacer propaganda en contra del sistema. Recibe a NAIZ en una cafetería en la ciudad de Suleimaniya, al este de la región, próxima a la frontera con Irán. “Una noche las fuerzas de seguridad vinieron a casa buscándome. Huí y me escondí. Los servicios de seguridad le dijeron a mi padre que me entregara, porque me habían visto en una manifestación. Mi padre me avisó y estuve tres meses escondido”, cuenta. Rashidpoor enfatiza durante su relato la importancia de las protestas. Aunque esté huido y exiliado, no se arrepiente de nada. “El régimen tiene que caer. Hemos luchado por nuestros derechos, pero no es suficiente”, afirma con tristeza. Durante el tiempo que estuvo huido, arrestaron a su padre. “Le encarcelaron para presionarme. Estuvo seis semanas en prisión. Al salir, mi familia se sintió muy insegura y decidió seguirme a Irak. Por entonces, yo ya me había ido”, cuenta. En la acusación formal elaborada por el régimen figuran los delitos de “terrorismo” y de intento de “asesinato” de oficiales. “Con estas acusaciones, si me encuentran y me detienen, podrían ejecutarme”, asegura.
En Kurdistán Sur no puede ir a la universidad ni practicar su pasión, la lucha libre. Su hermano pequeño no tiene derecho a ir a la escuela y sus padres no trabajan. En menos de un año, la huida les ha conducido a una situación aciaga, sin oportunidades, lejos de casa y de sus familiares. “La oficina de Naciones Unidas nos dijo que nos daría una asignación mensual. Nos la dieron una vez y nunca más la recibimos”, lamenta. Su capacidad de movimiento y la de su familia en el Kurdistán iraquí está limitada a pocos kilómetros. “No podemos salir de la región e incluso hay algunas ciudades kurdas a las que tenemos vetado el acceso. El Kurdistán está lleno de puntos de control y los controles impiden el paso a los refugiados”, precisa.
Perdigones clavados en la cabeza
“Toca, toca. ¿Lo notas?”, pregunta Alireza Babaee, mientras me acerca la mano a su cara. En la parte derecha de la frente le sobresale un bulto pequeño. “Es un perdigón. Tengo varios incrustados en la cabeza”, asegura. Los inicios de Babaee en las protestas sociales se remontan a antes del último estallido. En 2019, había participado en las manifestaciones originadas en varios puntos del país por el precio de la gasolina y la inflación. El día después de la muerte de Mahsa Amini (16 de septiembre de 2022), acudió a la calle Ferdowsi de la ciudad kurda de Sanandaj y vio a las primeras mujeres que salían sin velo a la calle, gritando consignas a favor de la libertad. Era la primera vez que algo así ocurría en Irán desde el establecimiento de la República Islámica. Si bien tras toma de posesión del poder por Ruhollah Jomeini (1979) hubo protestas multitudinarias de mujeres que se sintieron estafadas cuando el nuevo régimen anunció la obligatoriedad del velo, la contestación social feminista fue aplacada violentamente y borrada del mapa durante décadas. Que un grupo de mujeres kurdas saliera a la calle agitando sus pañuelos al aire y gritando libertad fue algo totalmente revolucionario y ha marcado un antes y un después en la historia reciente de este país. Ese día, en la calle Ferdowsi, Babaee se unió a ellas y juntas caminaron por el centro de la ciudad, cada vez acompañadas de más hombres, gritando el lema kurdo Mujer, vida y libertad.
Días después, la policía empezó a acosarle a él y a su familia. “Mi madre tuvo miedo y nos mudamos a Teherán. Pero al poco regresamos a Sanandaj y me uní de nuevo a una manifestación. La policía llegó y empezó a dispararnos y unos 15 perdigones se me clavaron en la cabeza. No fui al hospital porque las fuerzas de seguridad merodeaban la zona para detener a los heridos, así que mi madre me extrajo algún perdigón, pero no todos”, explica con semblante tenso y evidente dolor. Tras la agresión, huyó a Irak. En Erbil, ha visitado a un médico que le ha citado para operarle. Con 21 años vive solo en un país desconocido y lidia cada noche con fuertes dolores de cabeza. “Me gustaría vivir con mi familia porque aquí no soy feliz, pero no tengo otra opción”, concluye.
FUENTE: Zahida Membrado / NAIZ
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