En 1999, un gran seísmo que se cobró la vida de 18.000 personas propició el ascenso al poder del actual presidente turco, Recep Tayyip Erdogan. Ahora, 21 años de mandato después, el líder islamista turco teme sufrir el mismo futuro que sus antecesores, tras el gran temblor de febrero pasado, que provocó la muerte de más de 55.000 personas.
“No hay nadie del Gobierno, ¡nadie! Nadie nos ha venido a ayudar, ni a decirnos cómo tenemos que sacar a la gente. Lo estamos haciendo todo nosotros, sin saber. No viene nadie”, grita, desesperado, un vecino de la ciudad de Alejandreta, en el sureste de Turquía. Es martes, 7 de febrero de 2023, el segundo día tras el terremoto que se cobró la vida de 55.000 personas entre el noreste de Siria y el sureste turco.
A su alrededor, mientras el hombre habla, una hilera de lo que antes eran edificios son ahora puros escombros, montañas de cemento, sofás, colchones, vigas, hormigón, hierros y excavadoras. Y dentro, debajo de todo -atrapados entre medias- personas, vecinos. Vivos, creen los que están alrededor, pero también muertos. “Ahí detrás, en las callejuelas del barrio la situación es mucho peor. Allí está todo destrozado. No queda nada en pie”, asegura otro vecino, que se suma a la conversación.
La calle, en esas horas recientes al terremoto, es un ir y venir de ambulancias y coches de policía corriendo en todas direcciones como pollos sin cabeza. Algunas excavadoras, sin destreza, lanzan chirridos mecánicos al aire mientras intentan perforar los escombros de los edificios derruidos. Han pasado pocas horas desde el terremoto y los vecinos no saben -porque nadie se lo ha dicho- que con estas maniobras pueden estar matando a las personas que, en ese momento, siguen con vida en lo que antes eran sus casas.
“Necesitamos ayuda inmediatamente… esto es un desastre”, afirma un vecino a su contertulio. A su espalda, mientras hablan, una mujer llora desconsolada. Dos bultos, tapados con una misma manta llena de polvo, yacen en frente de ella. “Los sacamos del edificio hace como cinco horas. Una pareja de personas mayores; ella es su hija. A esto me refiero, ¿ves? No viene nadie a recoger los cuerpos. Llevan horas pudriéndose al sol”, asegura el primer hombre. “¿Dónde estás, Turquía? ¿Dónde estás? La gente muere, el pueblo muere. ¡Turquía!”, plañe el segundo.
“¿Dónde está el Estado?”
En la mente de cualquier turco, la frase “¿dónde estás, Turquía?” retumba como un eco doloroso del pasado reciente. Las palabras no son exactas, no casan una a una, porque la historia no se repite, sino que rima. La frase original, un grito que cambió Turquía al final del siglo anterior, es “devlet nerede”: ¿dónde está el Estado?
La frase nació en agosto de 1999. Como este febrero, ocurrió todo de madrugada y, como este febrero, cientos de miles de personas vieron como su vida, su normalidad, cambiaba para siempre. A las tres de la madrugada, un terremoto de 7,4 en la escala de Richter sacudió la ciudad costera de Izmit, cerca de Estambul y situada en la orilla del mar de Mármara.
Cerca de 18.000 personas perecieron por ese seísmo, que abrió los ojos a millones de turcos: por primera vez, los ciudadanos del país anatolio se dieron cuenta de que sus construcciones y viviendas, hechas muchas veces con materiales baratos e incluso arena de playa en vez de hormigón, no eran capaces de resistir un terremoto de gran magnitud.
Turquía, país de 82 millones de habitantes, está recorrido por dos fallas tectónicas muy activas que atraviesan, una desde el norte y otra desde el sur, toda la península Anatolia. La del sur es la que causó el terremoto de este pasado febrero; la del norte es la que protagonizó el seísmo de 1999. Esta falla, además, atraviesa Estambul, la gran metrópolis turca. Estambul, como Tokio, Los Ángeles, San Francisco, Teherán y Quito, entre otras, es una de las grandes ciudades del mundo que vive bajo la amenaza profética de un gran terremoto en el futuro cercano.
Nada salió bien tras el terremoto de 1999 en Izmit. El Gobierno de coalición de entonces, liderado por varios partidos que pugnaban entre sí, falló en la respuesta y rescate de las víctimas del seísmo. La televisión y los periódicos turcos, así, repitieron una y otra vez la misma frase: “¿dónde está el Estado?”.
Algunos, ahora, 24 años después, consideran que las lecciones del pasado no fueron aprendidas. Muchos turcos, sobre todo los contrarios al actual presidente, Recep Tayyip Erdogan, consideran que la respuesta de su Gobierno volvió a ser tardía y deficiente.
En muchas localidades afectadas por el seísmo de este febrero, por ejemplo, los equipos de rescate y la ayuda humanitaria no llegaron hasta al cabo de una semana después del temblor. Vecinos se vieron obligados a sacar a vecinos -vivos, muertos y moribundos- de debajo de los escombros.
“¿Por qué tenemos que vivir en este trauma? ¿Por qué el Estado no puede garantizar nuestra seguridad? Nos dejan morir, de verdad, da mucho miedo”, explica Zeynep, una habitante de Estambul que fue hace 23 años a ayudar a los afectados y que ahora quiere abandonar su ciudad por terror a otro gran seísmo.
“Nos cobran impuestos específicos sobre el terremoto, pero aunque se sabe de este problema desde hace décadas, no se hace nada. Incluso los edificios nuevos se han derrumbado. ¿Cómo puede ser eso?”, continúa Zeynep.
Terremotos que sacuden la política
Dos años y unos meses después del terremoto de 1999, en 2002, Turquía vivió un cambio radical. Por primera vez en su historia -el país fue fundado en 1923 por el laico y occidentalizante Mustafa Kemal Atatürk-, un candidato islamista ganó las elecciones y pudo formar Gobierno. Su líder, un joven Erdogan, prometió acabar con el caos y la corrupción gubernamental, y promover un nuevo paquete de leyes que garantizase unos estándares de construcción mínimos.
No fue suficiente, y los errores del pasado volvieron. “Parecía evidente que el descontento con los políticos sería algo transitorio. Como también parece evidente que toda esta gente que se quejaba amargamente, en algún momento de sus vidas, había pagado sobornos a los ayuntamientos locales para evitar los códigos de construcción, y habría considerado estúpido no hacerlo”. Son las palabras del Nobel de literatura turco, Orhan Pamuk, escritas poco después del terremoto de 1999.
Así, mientras pasaban los años, el dolor y el recuerdo se fueron apagando, y muchos constructores volvieron a edificar pensando más en cómo ahorrarse gastos que en la seguridad y la legislación. Durante los últimos años, además, el Gobierno de Erdogan promovió varias rondas de amnistías a la construcción: a cambio de una multa, un edificio ilegal podría legalizarse sin que tuviese que adaptarse a los códigos y estándares de seguridad. Muchos de los edificios derruidos en el terremoto de este febrero en el sureste pasaron por esta amnistía.
“El constructor es culpable, claro, de intentar ciertas triquiñuelas para ganar más dinero. Pero, ¿y el Estado? ¿No tiene responsabilidad quien ha permitido que esto pase? Esta es la situación en nuestro país”, dice Zeynep mientras suelta una carcajada algo amarga.
En menos de tres semanas, Erdogan se enfrentará a las elecciones más reñidas que se recuerdan en sus 21 años de Gobierno. Según la gran mayoría de las encuestas, el presidente turco podría perder su cargo ante el principal candidato de la oposición. La popularidad de Erdogan, dañada por la grave crisis inflacionaria que vive Turquía y la gestión del terremoto, está en mínimos históricos.
Zeynep está resignada: “No sé si nada cambiaría demasiado si gana la oposición. En algún momento se olvidarán de los errores del pasado, volveremos a lo mismo. Somos como una comedia, de verdad, un país de comedia. Nunca he querido, pero a veces parece que la única solución es marcharse”.
FUENTE: Adrià Rocha / France24
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