Sucedió en otoño de 2014, solo meses después de que el autodenominado Estado Islámico (ISIS) obtuvo masivas conquistas territoriales en Siria e Irak, cometiendo masacres femicidas y genocidas, cuando una poderosa y revolucionaria línea plateada se alzó en el horizonte de la pequeña y poco conocida localidad de Kobane.
Una vez conquistadas Mosul, Tel Afar y Sinjar en Irak, así como una vasta franja territorial dentro de Siria desde 2013, el ISIS se preparaba para lanzar su ataque a la Siria septentrional, llamada Rojava por los kurdos. Lo que no esperaba era encontrarse en Kobane con un enemigo de naturaleza diferente, una comunidad organizada políticamente y dispuesta a defenderse con valentía y por todos los medios a su alcance, y con una visión del mundo que vuelve del revés la ideología de muerte del ISIS.
Fue Arîn Mîrkan, una joven y revolucionaria mujer kurda libre, quien se convirtió en el símbolo de la victoria de Kobane, la ciudad que quebró el mito del fascismo invencible del ISIS. Luchadora de las Unidades de Defensa de las Mujeres (YPJ), Arîn Mîrkan se inmoló haciéndose estallar a sí misma en octubre de 2014 cerca de la crítica colina estratégica de Mishtenur, para rescatar a sus camaradas y para capturar la posición de manos del ISIS. Esto acabó decantando la batalla en favor de las Unidades de Defensa del Pueblo (YPG/YPJ) y de otros grupos armados aliados, acorralando al ISIS a la defensiva. Tras meses de combates sin descanso, que acabaron por empujar a la coalición encabezada por los Estados Unidos a prestar su apoyo aéreo, Kobane fue liberada.
Prácticamente cada día se publican vídeos con lugareños celebrando su liberación de las garras del ISIS: la gente baila, y fuma en público de nuevo por primera vez; los hombres se afeitan las barbas entre lágrimas de alegría, las mujeres queman y pisotean sus negros velos y gritan cánticos de libertad. A ojos de los combatientes y las comunidades organizadas en la región, en especial de las mujeres, esta épica contienda era percibida no como un conflicto étnico o religioso, sino como una batalla histórica entre el Mal concentrado de la modernidad estatista y capitalista encarnada en las bandas de violadores del ISIS y la alternativa de una vida en libertad personificada en las mujeres liberadas en la lucha.
La victoria de un Kobane revolucionario ilustraba en la práctica que la lucha contra el ISIS no consistía tan sólo en un enfrentamiento armado, sino en una ruptura radical con el fascismo y los marcos estructurales que lo hacen posible. Esto, a su vez, requiere de instituciones de democracia radical, con autonomía social, política y económica, especialmente estructuras femeninas que se alcen en franca oposición frente a un sistema estatista de clase, jerarquía y dominación. Para liberar a la sociedad de una mentalidad y un sistema como el del ISIS, la autodefensa antifascista debe ocupar todas las áreas de la vida social, desde la familia hasta la educación, pasando por la economía en toda su extensión.
Un producto de la modernidad capitalista
Ha habido muchos intentos de explicar el fenómeno del ISIS y su atractivo hacia miles de jóvenes, especialmente teniendo en cuenta la brutalidad de los métodos de su organización. Muchos alcanzaron la conclusión de que aquellos que viven bajo la sombra del ISIS a menudo sirven al grupo por miedo o por beneficio económico. Pero miles de personas de todo el mundo claramente se han unido a esta comunidad atroz no a pesar de, sino precisamente a causa de su capacidad para cometer los actos más inimaginablemente malignos. Pareciera que lo que atrae a gente de todo el planeta hacia este grupo extremista no es la religión, sino una sensación de poder despiadado y cruel, incluso aunque sea a riesgo de la propia vida.
Las teorías simplistas que se basan en una única causa por lo general fracasan al considerar el contexto regional e internacional, tanto político como social o económico, que facilita la emergencia de una doctrina contraria a la vida como la del ISIS. Debemos admitir el atractivo del ISIS hacia hombres jóvenes, despojados de la oportunidad de convertirse en seres humanos decentes, sin justificar el programa genocida y violador del grupo o sin ignorar la responsabilidad individual de los individuos que cometen tales crímenes contra la Humanidad. Es crucial contextualizar la sensación de recompensa inmediata que el ISIS ofrece en forma de poder autoritario, dinero y sexo, en una sociedad afectada por el cáncer del capitalismo patriarcal que convierte la vida en algo vacío, sin sentido ni esperanza.
Considerar el atractivo del ISIS como una patología en el trasfondo de la así llamada “guerra contra el terrorismo”, en lugar de situarlo en el contexto de unas instituciones mucho más amplias de poder y violencia que en conjunción generan sistemas completos de autoritarismo, nos impedirá empezar a entender qué empuja a “buenos chavales” de Alemania a viajar a Oriente Medio para convertirse en carniceros. Y así, el ISIS es tan sólo la manifestación más extrema de lo que parece una tendencia apocalíptica global. Con el reciente viraje hacia formas políticas autoritarias de derechas en todo el mundo, una palabra, una que se creía extinguida para siempre de las sociedades, ha regresado en nuestras vidas cotidianas y nuestro léxico político.
Por supuesto, hay inmensas diferencias entre los contextos, características y métodos de los diversos movimientos fascistas. Pero en lo referente a su organización jerárquica, líneas de pensamiento autoritarias, sexismo extremo, terminología populista y patrones de reclutamiento inteligentes, o capitalizar las necesidades, miedos y deseos percibidos entre grupos sociales vulnerables, el ISIS en muchos aspectos no es sino un reflejo de sus contrapartes internacionales.
Quizá podríamos concebir el fascismo como un amplio espectro, dentro del cual los estados consolidados a la cabeza del sistema-mundo capitalista cuentan con los medios para reproducir su autoridad a través de ciertas instituciones políticas, doctrinas económicas, comercio de armamento, y hegemonía mediática y cultural, mientras que otros, por el contrario, se basan en formas más “primitivas” de fascismo, como la violencia extrema y en apariencia aleatoria. Hay claros paralelismos entre cómo los fascistas de todas partes confían en un régimen de paranoia, desconfianza y miedo, para reforzar el puño de hierro de Estado. Aquellos que lo desafían son etiquetados como “terroristas” o “enemigos de Dios”, y por tanto cualquier medida para destruirlos es admisible.
El fascismo depende sobre todo en la completa ausencia de mecanismos de decisión en manos de la mayoría de la comunidad. Se nutre de un clima en el que la comunidad es despojada de su capacidad de emprender acciones directas, expresar su creatividad y desarrollar sus propias alternativas. Cualquier forma de solidaridad y cualquier lealtad mostrada hacia cualquier cosa o persona al margen del Estado debe ser erradicada sistemáticamente, de modo que el ciudadano aislado e individualizado esté en manos del Estado mismo y de sus sistemas de control y acceso a la información.
Este es el motivo por el que uno de los pilares fundamentales del fascismo es el capitalismo, como sistema económico, ideología y forma de interacción social. En el sistema de valores de la modernidad capitalista, las relaciones humanas han de reducirse a meras transacciones económicas, calculables y mensurables en términos de interés y beneficio. Es fácil observar la capacidad del capitalismo para sacrificar la vida en nombre de fines presuntamente superiores como un símil del derroche de vidas humanas del ISIS en nombre de su pseudo califato de violación, pillaje y asesinato.
La más antigua de todas las colonias
Tal vez de forma más crucial, el fascismo no podría haber surgido nunca de no ser por la esclavitud de la más antigua de todas las colonias: las mujeres. De todos los grupos humanos oprimidos y sometidos, las mujeres han sido objeto de las formas más antiguas de violencia institucional. La idea de la mujer como un botín de guerra, como herramienta al servicio masculino, como objeto de recreo sexual y como último espacio sobre el que ejercer el poder absoluto persiste en cada uno de los fundamentos del fascismo. El surgimiento del Estado, en paralelo a la sacralización de la propiedad privada, fue instaurado sobre todo mediante la sumisión de las mujeres.
Desde luego, es imposible ejercer el control sobre poblaciones enteras, o crear profundas divisiones sociales, sin la opresión y marginalización de las mujeres, promovida por la narrativa histórica androcéntrica, la teoría productiva, el prestigio de determinadas prácticas y la administración de la economía y la política. El Estado se modela como copia de la familia patriarcal, y viceversa. Toda forma de dominación social es, en cierto modo, una réplica de la más cercana, conocida, directa y dolorosa forma de esclavitud, que es la subyugación sexual de las mujeres en todos los ámbitos de la vida.
Diferentes estructuras e instituciones de violencia y jerarquía, como el capitalismo o el patriarcado, tienen características igualmente diferentes, pero el fascismo constituye la colaboración concentrada, interrelacionada y sistematizada entre ellas. Y aquí es donde fascismo y capitalismo, unidas en la más antigua forma de dominación humana como es el patriarcado, halla su expresión más sistemática y monopolística en el Estado-nación moderno.
Anteriores regímenes a lo largo de la Historia han mostrado rasgos despóticos, pero siempre se han basado en códigos morales, teologías e instituciones divinas o espirituales para obtener legitimidad entre la población. Es una peculiaridad de la modernidad capitalista que base todas sus pretensiones de moralidad en la ley y el orden, y exponga su sistema de obscena destrucción sin más razón que el Estado en sí.
Sin la naturaleza jerárquica y hegemónica del Estado, que monopoliza el empleo de la fuerza, la economía, la ideología oficial, la información y la cultura, sin los omnipresentes aparatos estatales que penetran en todos los aspectos de la vida, desde los medios de comunicación hasta el dormitorio, sin la mano disciplinaria del Estado como Dios sobre la Tierra, no podría sobrevivir ningún sistema de explotación o violencia. El ISIS es un producto derivado de ambos modelos ancestrales de jerarquía y violencia, al tiempo que de la modernidad capitalista con su particular mentalidad, economía y cultura. Comprender al ISIS y, más ampliamente, al fascismo, implica comprender la relación entre patriarcado, capitalismo y Estado.
FUENTE: Dilar Dirik (activista del movimiento de mujeres kurdas, y escribe habitualmente sobre las luchas por la libertad en Kurdistán para el público internacional) / ROAR Magazine / Traducido por Rojava Azadî