La confianza económica registró en Turquía su mayor declive en una década, al alcanzar el nivel más bajo desde marzo de 2009, lo que parece anticipar la llegada de problemas para los ciudadanos. Los datos recabados por el Instituto de Estadística de Turquía (TUIK) registran una caída del indicador del 15,4 por ciento en un solo mes, y lo sitúan en 71 puntos, alejado del punto de equilibrio de 100 que marca el límite entre una perspectiva positiva, por encima, o un panorama de crisis como parece ser la situación actual.
La ministra turca de Comercio, Ruhsar Pekcan, explicó durante el Consejo de Negocios Estados Unidos-Turquía, celebrado en Nueva York, que “ahora es el momento de invertir en Turquía”, retomando el argumento exhibido por su compañero de gabinete, el ministro de Economía y Finanzas Berat Albayrak.
El denominado “Nuevo Programa Económico” (YEP, por sus siglas en turco), anunciado el 20 de septiembre, ya apuntaba al estímulo de la inversión extranjera, disipando todas las dudas sobre si la economía turca se dirigía hacia una crisis o era solo una tormenta pasajera.
Albayrak prometió una verdadera transformación económica en positivo para los próximos tres años, “a diferencia de otros programas de mediano plazo en el pasado”, y recurrió a “factores externos negativos” para explicar los problemas por los que atravesaba el país.
Pese al optimismo desplegado durante la presentación, lo cierto es que las previsiones no eran precisamente halagüeñas, al registrar un aumento de la inflación de casi el 21 por ciento para finales de este año y un incremento del desempleo que tocará techo en 2019, por encima del 12 por ciento.
Con respecto al crecimiento económico, las proyecciones fijaban 3,8 por ciento este año y 2,3 en 2019, antes de remontar al 3,5 en 2020 y al 5 por ciento en 2021.
El principal problema de estos cálculos es que fueron realizados tomando la cotización del dólar estadounidense a 4,9 con respeto a la lira turca, cuando en la actualidad su valor está por encima de 6 y no hay ninguna base para pensar que la moneda nacional pueda recuperar ese nivel de cambio.
Si como señaló el informe de TUIK el índice de confianza “es un indicador que proporciona información previa sobre el crecimiento económico en comparación con otros datos económicos”, la conclusión es que los ciudadanos tienen razones para anticipar la llegada de una fuerte desaceleración.
En tiempos de turbulencias económicas uno de los factores que no tarda en presentarse es el incremento de las desigualdades en relación con la distribución de los ingresos, y así lo recogen los últimos datos oficiales, relativos a 2017, al mostrar que el 20 por ciento más rico contó con cerca de la mitad del total de los ingresos, mientras que el 20 por ciento más desfavorecido solo obtuvo el 6,3 por ciento.
En Estambul, la ciudad más grande del país y principal motor económico, esa brecha es aún mayor, con indicadores de desigualdad ligeramente superiores a los registrados a nivel nacional.
Si durante décadas Turquía ha presentado una de las distribuciones de ingresos más injustas del mundo, es de esperar que esa brecha se agrande teniendo en cuenta que los datos expuestos corresponden al pasado año.
Por el momento, la inflación se encuentra en casi el 18 por ciento, la peor cifra de los últimos 14 años, pero el hecho de que los productores acusen un incremento en los precios de sus materias primas del 32 por ciento, augura para los próximos meses una subida generalizada a los consumidores finales.
Entre las economías emergentes, la inflación de Turquía solo es comparable a la de Argentina, que ya está bajo control del Fondo Monetario Internacional, sin embargo pocos trabajadores turcos podrán mitigar esta situación mediante la actualización de sus sueldos.
De los 19 millones de empleados que componen el 70 por ciento de la fuerza de trabajo en el país, solo cerca de tres millones de funcionarios públicos disfrutan de ajustes salariales relacionados con la inflación; para los 16 millones restantes del sector privado y los más de ocho millones de trabajadores autónomos, tal posibilidad no existe.
El panorama se ve agravado por la cascada de bancarrotas empresariales anunciadas, en parte porque la declaración de quiebra no fue permitida durante dos años debido a la legislación de excepción en vigor tras el fallido golpe de Estado en julio de 2016, pero también por la pérdida de valor de casi el 40 por ciento de la lira, que ha hecho impagables los créditos en divisas.
Los préstamos de las empresas turcas se estiman en unos 520 mil millones de dólares, 60 mil millones superior a la deuda pública estatal, y de esa cantidad 300 mil millones están formalizados en billete extranjero, por lo que la reciente depreciación de la moneda ha supuesto a muchas de esas compañías un obstáculo insalvable para continuar con su actividad.
FUENTE: Antonio Cuesta / Prensa Latina