A dos meses del comienzo de la Operación Rama de Olivo este 18 de marzo, fecha que conmemora el 103 aniversario de la batalla de Galípoli durante la Primera Guerra Mundial, Erdogan izó la bandera turca en el centro del enclave kurdo de Afrin, obteniendo una victoria de importancia estratégica en la campaña que busca de limpieza étnica kurda.
La ciudad fue defendida por las milicias kurdas de las Unidades de Protección Popular (YPG) que contenían varios regimientos de mujeres. Sin embargo, las Fuerzas Armadas de Turquía junto a sus aliados del Ejército Libre Sirio (ELS) se consagraron militarmente luego de durísimos enfrentamientos. De esta manera, Erdogan deja el mensaje de que puede tomar también lo territorios kurdos de Kobane o Qamishlo.
Previamente, la Operación Escudo del Éufrates iniciada en 2016 generó las condiciones para aislar estos enclaves kurdos. Antes de llegar a las puertas de Afrin, el ejército turco se hizo con el control de las regiones montañosas que rodean la ciudad asestando derrotas parciales a las defensas de las YPG, sosteniendo sistemáticos bombardeos aéreos y de artillería desde el 20 de enero pasado, con el consentimiento de Rusia. Estos ataques minaron las defensas del centro urbano, que comenzaron a los pocos días del anuncio de Estados Unidos de la formación de las FSF (Fuerzas de Seguridad Fronteriza, compuestas por 30.000 combatientes, la mitad de ellos kurdos) con el objetivo de ayudar a prevenir la infiltración de militantes del Estado Islámico (EI) a través de las fronteras turcas e iraquíes y partes del río Éufrates, que efectivamente divide las regiones de las SDF y las controladas por el gobierno sirio.
La justificación del gobierno turco para la invasión del cantón kurdo del noroeste de Siria, es que las milicias kurdas que lo controlaban suponían una amenaza para Turquía porque mantienen vínculos con las milicias kurdas PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán), que opera en territorio turco. El PKK está incluido en las listas de organizaciones terroristas de Ankara, Bruselas y Washington. Las YPG, como otros grupos armados kurdos, enfrentaron al Estado Islámico de la mano de Estados Unidos en el norte y este de Siria, mucho más que otros grupos en territorio sirio. Sin embargo, el verdadero objetivo del gobierno turco no es el combate al “terrorismo”, sino impedir que se forme un Kurdistán unificado con un gobierno autónomo capaz de administrar su propio territorio en la frontera entre Turquía, Siria e Irak, donde habitan alrededor de 40 millones de kurdos, siendo este su reclamo de legítima autodeterminación.
Afrin, hasta hace pocos meses, había sido uno de los rincones más pacíficos durante los siete años de guerra civil en Siria. Incluso este pasado 8 de marzo miles de mujeres de varias regiones aledañas marcharon por el Día Internacional de la Mujer y en contra de los ataques turcos.
Previo a la invasión buena parte de la población logró huir de la ciudad, hasta 200.000 personas, según el Observatorio Sirio de los Derechos Humanos. Son múltiples las denuncias de abusos y amenazas por redes sociales con vídeos de milicianos islamistas y del ELS insultando y maltratando a civiles, así como otros derribando la estatua del herrero Kawa, figura heroica de la mitología kurda, que presidía una glorieta en Afrin. Además fueron bombardeados hospitales y escuelas.
Según el Observatorio Sirio, desde el pasado enero, 289 civiles, entre ellos 43 niños, han fallecido bajo las bombas turcas, el número de bajas mortales de las YPG en toda la campaña de Afrin aumentó a 1.500, y hasta las 496 el de las fuerzas atacantes, en su mayoría combatientes del ELS y grupos islamistas. El Ejército turco reconoce la muerte de 46 de sus soldados.
La importancia geoestratégica de Afrin
La situación actual de alianzas en la región vuelve a encontrar a las potencias actuantes con sus intereses contradictorios.
Para Turquía, la toma de Afrin constituyó un cambio en la relación de fuerzas a favor del gobierno turco. Si bien no es una ciudad estratégica, juega un papel dentro de la política interna de “garantizar la seguridad nacional”, y externa, de una probable recuperación de influencia de los antiguos territorios Otomanos. En este sentido, Erdogan se quejaba dejando deslizar el proyecto de anexión territorial en el 103 aniversario de la batalla naval de Galípoli: “Cuando éramos otomanos teníamos un territorio de 18 millones de kilómetros cuadrados”. Más tarde, aclararon desde el gobierno que la conquista de la franja norte de Siria “no tiene el objetivo de expandir el territorio de Turquía”.
De esta manera, la toma de Afrin constituyó un punto de apoyo en la campaña militar en el norte de Siria que continuaría hacia la ciudad de Manbij. Esta victoria, puede cambiar el equilibrio en Medio Oriente, ya que es la primera incursión militar terrestre contra objetivos que no son del Estado Islámico, que aunque sean autónomos del gobierno central de Al Assad, están bajo su órbita.
El ejército regular sirio, mientras Afrin sufría del asedio turco, está tomando la ciudad de Guta, cercana a Damasco en manos de grupos opositores como Legión de la Misericordia y el Ejército del Islam. Si bien habían enviado apoyo militar hacia Afrin, con tropas pro gubernamentales, no fue directamente el ejército regular a resistir la invasión. En este sentido, Al Assad se acopló a los intereses de Rusia y Turquía, que vienen teniendo un acercamiento geopolítico, de eliminar todas las alianzas que tenga Estados Unidos en la región -que evidentemente no tiene voluntad de defenderlas-, además de compartir el objetivo de que no se formen territorios kurdos unificados.
Por otro lado, Damasco y Moscú no tienen el interés de que Turquía controle territorios sirios, por lo que pueden abrirse distintos escenarios. Por un lado, no tienen fuerzas suficientes luego de 7 años de guerra civil de sostener una guerra con una potencia regional del rango de Turquía, ni tampoco sus aliados rusos e iraníes, pero no puede descartarse este escenario. El más probable es que Erdogan busque negociar con Al Assad la garantía de la represión a los kurdos en el norte sirio, y se busquen acuerdos económicos y políticos por la crisis de refugiados, y también cubrir el negocio de petróleo ilegal que mantenía el Estado Islámico en el norte sirio.
En este sentido, Turquía estaría avanzando en su estrategia de sostenerse como potencia hegemónica regional ampliando su rango de influencia y reforzando nuevas alianzas. Sin embargo, el régimen turco viene de un proceso de profundización de su bonapartismo, aumentando la represión interna a la oposición política y la limpieza étnica del pueblo kurdo, apoyándose en las fuerzas armadas. El único camino que puede trazar el pueblo kurdo para su liberación es de la mano de la clase obrera y el resto de los oprimidos en Turquía, Siria e Irak, como se demostró la solidaridad este pasado 8 de marzo donde cientos de miles se movilizaron en el Paro Internacional de Mujeres levantando consignas políticas contra la represión y las incursiones militares turcas.
FUENTE: Salvador Soler / La Izquierda Diario