“El sistema turco nunca aceptó a los kurdos, y nunca lo hará. Nos empujan a la esclavitud. Quieren que seamos dóciles como corderos, y si no nos sacrifican… El golpe de Estado le dio amplios poderes a Erdogan, y cuando gane el referéndum ya no habrá quien lo pare. Nuestro futuro pinta muy mal”. Estas duras palabras de un promotor inmobiliario kurdo, Abdul Nassir, son un buen resumen de lo que está viviendo el pueblo kurdo en Bakur, el Kurdistán turco. Estamos en Newroz, la celebración de año nuevo que coincide con el equinoccio de primavera, y pese al espíritu festivo, una extraña atmósfera de pesimismo lo invade todo. La mujer de Abdul intenta hacer callar a su marido. Tiene miedo porque el lugar está repleto de policía secreta turca, y tampoco quiere que sus hijos pequeños escuchen tan dura realidad. Sin embargo, Abdul continúa. Es su única manera de desahogarse.
En el año 2013, el gobierno turco y el Partido de los Trabajadores de Kurdistán (el ilegalizado PKK) comenzaron un proceso de paz tan esperanzador como inútil. Dos años después del inicio, Erdogan da por finalizadas las negociaciones y comienza una campaña de mano dura que recuerda a las peores épocas. Con el intento de golpe de Estado del 15 de julio (de 2016), la situación empeora aún más. “Dicen que el golpe de Estado fracasó, pero nosotros sabemos bien que no es así. Está consiguiendo todos sus objetivos, que son principalmente destrozar la oposición y a todos nosotros”, asegura Velat, un contable de 35 años, mientras sus amigos bailan el govend (la danza tradicional kurda) y chillan por la liberación del líder del PKK Abdullah Öcallan durante la celebración del Newroz en Diyarbakir. Esta teoría de que el golpe de Estado triunfó es cada vez más extendida en Turquía, y viendo la situación actual la verdad es que da que pensar: más de 120.000 policías, profesores, jueces y otros funcionarios despedidos, 47.000 opositores detenidos, 156 medios de comunicación cerrados, 1.200 periodistas despedidos y 120 detenidos… Una auténtica purga contra todo aquel que no es siervo de Erdogan y que lo sitúan en una posición de poder hegemónico que se verá aumentado gracias a su victoria en el referéndum del pasado 16 de abril (de 2019).
La visita a esta zona coincidió en el mes anterior a dicho referéndum, que tenía como finalidad cambiar el sistema parlamentario turco a uno presidencialista. Si se aprobaba, Erdogan tendría aún más poder, lo que suponía un grave problema para los kurdos. Casi todos los interpelados coincidían en que votarían por el No, pero tenían claro que ganaría el Sí. Erdogan se encargaría, por las buenas o las malas, de que así fuera. Y así fue. Finalmente, el resultado oficial otorgó poco más del 51% al Sí, entre acusaciones de fraude por parte de toda la oposición y organismos internacionales, como la OSCE. No era difícil de observar. Mientras la campaña por el Sí era evidente en las calles de toda Turquía y en todos los medios de comunicación, la del No estaba prohibida y muchos acabaron en la cárcel. Además, la oposición calcula que aproximadamente el 3 o 4% de las papeletas fueron dadas por válidas por la junta electoral sin estar selladas. Hay que recordar que el país seguía en estado de emergencia tras el golpe de Estado de julio, lo que le otorga amplios poder al Ejecutivo. Si Turquía no es ya una dictadura, está muy cerca.
En todo el Kurdistán turco están sufriendo duramente esta estrategia de tierra quemada llevada a cabo por el todopoderoso Erdogan. Zonas enteras de la capital kurda, Diyarbakir, fueron borradas del mapa por la artillería turca en los últimos enfrentamientos contra el PKK. Gran parte del barrio de Sur es hoy una zona de escombros. Desde julio de 2015, decenas de millares de personas se vieron obligadas a abandonar este barrio, y hasta medio millón corrieron la misma suerte en toda la región. Los toques de queda, el difícil acceso a alimento y agua, así como la sanidad y la educación, y el uso de artillería pesada obligan a muchísimos kurdos a ser refugiados dentro de su propia nación, dentro del Estado turco. Las labores de reconstrucción avanzan despacio, y las indemnizaciones se dan por perdidas ya. Muchos comienzan a hacerse a la idea de que no volverán a sus casas. Es difícil la gestión con el gobierno turco. Muchísimos cargos elegidos democráticamente en la zona fueron sustituidos por administradores afines al gobierno. Los funcionarios que daban apoyo a las familias fueron cesados, al igual que las organizaciones que prestaban ayuda humanitaria. La situación en materia de derechos humanos retrocedió enormemente en la región.
La militarización es evidente. Moverse entre pueblos kurdos requiere de tiempo, porque es probable que haya controles militares. En Diyarbakir, las tanquetas de la policía y los controles con fortísimas medidas de seguridad y agentes armados hasta los dientes están en todos los puntos estratégicos de la ciudad, así como policías vestidos de paisano en grupos de cuatro. Muchos de los residentes en el barrio de Sur dicen sentirse presos en su propia casa. El miedo a las fuerzas de seguridad turcas hace que muchos salgan lo mínimo posible. Diyarbakir es quizás la zona donde mejor se pueden observar los estragos de esta política del gobierno turco, por ser el centro administrativo y comercial kurdo, pero sin duda no es la única. Localidades como Nusaibin o Cizre fueron tan dañadas o más que la capital. El problema es que el acceso a informadores u ONGs está prohibido. A mí me fue imposible entrar en Nusaibin para trabajar, y fui detenido en Cizre por las fuerzas de seguridad turcas, que me confiscó el material fotográfico. Las testigos no son bien tratadas en esta zona del mundo.
A toda esta compleja situación tenemos que sumarle otro factor desestabilizador muy importante: los refugiados sirios. El Kurdistán turco tiene frontera con Siria, y en ciudades como Kilis el número de solicitantes de asilo supera los propios habitantes de la villa (90.000). En todo el país, la cifra se sitúa en los 3,5 millones, una cifra escandalosamente alta, sobre todo si la comparamos con todos los refugiados en la Unión Europea: 800.000. La mayor parte de estos refugiados no viven confinados en centros de internamiento, sino que se mezclan con los habitantes locales en las barriadas próximas a la mayoría de las ciudades. Es el caso de Diyarbakir, donde tras seis años de guerra en su país, muchos refugiados tienen ahora su hogar. Pese a las duras condiciones de vida, la solidaridad vence el egoísmo y la convivencia aquí es buena, en líneas generales. Pero, ¿hasta cuándo aguantará la región esta carga migratoria? El paro es alto, las infraestructuras en materia de sanidad y educación no son suficientes, el acceso a agua potable y alimentos se hace cada vez más difícil para los menos favorecidos… una serie de factores en cadena que suponen una bomba de relojería.
¿Y mientras qué hace el gobierno turco con el tema de los refugiados? Utilizarlo como una carta de mucho valor en el juego de geoestrategia, que se está llevando a cabo en la zona. Europa se sirvió de Turquía como muro de contención para frenar la llegada de refugiados con la firma del “Tratado de la vergüenza”, en marzo de 2016. Desde entonces, tan sólo 13.500 refugiados fueron acogidos en la UE (solo el 8% de los prometidos) y cerca de 900 fueron devueltos a Turquía. Para que este acuerdo funcionara, se estima que la UE pagó unos 6.000 millones de euros. Una cantidad más que suficiente para realojar e integrar a todos y cada uno de los solicitantes de asilo entre todos los países de la UE, pero que se utilizaron para prolongar el sufrimiento de todos ellos en territorio turco. Pero Turquía no recibió tan sólo dinero con este tratado, sino que obtuvo una poderosa prebenda que Erdogan utilizó ya en varias ocasiones. “Si vais más lejos abriremos las puertas, eso debéis saberlo desde ya”, espetó el presidente turco a la UE por el intento de estos de congelar el proceso de adhesión de Turquía en la UE. Y lo mismo sucedió con los recientes conflictos diplomáticos con Holanda o Alemania, o con el tema de los visados turcos. Y lo mismo ocurre de puertas adentro con temas calientes como el Kurdistán.
“La UE los abandonó a nuestra suerte. Están tan preocupados con que no lleguen más sirios que no quieren fastidiar a Erdogan con temas secundarios como los derechos humanos en el Kurdistán. A pesar de todo saldremos adelante como hicimos siempre”, asegura Velat con una seguridad que convencería al más escéptico. Acto seguido, llega el momento más importante del Newroz, el encendido de la hoguera que simboliza la lucha, la rebeldía y la pureza del pueblo kurdo. La gente enloquece. Los gritos y muestras de alegría recorren el parque del Newroz. Poco después la lluvia hace acto de presencia, apagando el fuego y obligando a los asistentes a volver la casa. Parece que este también va a ser un año duro.
FUENTE: Juan Teixeira / Luzes / Público