Kurdistán ante la escalada de violencia en Oriente Medio

En medio de la reciente escalada de tensiones en Oriente Medio, el ataque sorpresa de Irán contra la Región Autónoma del Kurdistán en Irak (Bashur) ha puesto de relieve la situación de los kurdos y sus deseos de independencia. Mientras el mundo centra su atención en otros conflictos globales, es esencial entender la importancia de este tema. En este análisis, el analista y estudiante del Máster Profesional de Analista de Inteligencia de LISA Institute, Roberto Mansilla, explora la historia y las aspiraciones de los kurdos en busca de su propio Estado, así como la posibilidad de que la actual tensión regional se extienda a los territorios kurdos en Siria, Turquía, Irak e Irán.

El súbito ataque realizado el pasado 15 de enero de 2024 por parte de la República Islámica de Irán contra objetivos considerados por Teherán como “terroristas” en la Región Autónoma del Kurdistán (RAK) al norte de Irak, bajo el pretexto de presuntamente albergar “centros de espionaje anti-iraní” ha colocado inesperadamente en el foco la situación de los kurdos y sus expectativas independentistas.

En medio de la atención centrada en otros conflictos como los de Siria, Ucrania, Nagorno-Karabaj y Gaza, es importante no pasar por alto la situación actual de los kurdos. Esta situación se ve influenciada por la crisis regional que comenzó en octubre con la guerra entre Israel y Hamás en Gaza, así como por las tensiones subsiguientes y los ataques selectivos que se han desencadenado en lugares como el Líbano, Siria, el Mar Rojo y Yemen.

Esta escalada de tensión regional que involucra a Israel, Estados Unidos y Europa contra Irán y sus aliados regionales (Hamás, Hezbolá, hutíes en Yemen, y Siria) ha llevado incluso a inesperados choques entre Irán y la vecina Pakistán, con un foco de atención en las expectativas autonomistas de la región iraní de Baluchistán. 

El presente análisis abordará, por tanto, dos aspectos principales:

-Explicar el contexto histórico de los kurdos y sus pulsos geopolíticos en torno a sus aspiraciones por crear un Estado independiente.

-Descifrar la posibilidad de que la actual escalada de tensiones bélicas regionales implique eventualmente su expansión hacia los distintos reductos kurdos en Siria, Turquía, Irak e Irán.

Los kurdos: el mayor pueblo del mundo sin Estado

Con más de 40 millones de habitantes repartidos entre Turquía (donde habitan entre 12 y 15 millones de kurdos), Irak, Irán, Siria y una diáspora diseminada por Oriente Próximo, el Cáucaso, Europa (principalmente Alemania, Francia, Suecia, Finlandia y Países Bajos) y Estados Unidos, el kurdo es considerado como el mayor pueblo del mundo sin un Estado independiente.

La creación de la República de Turquía en 1923, tras la desintegración del Imperio otomano, abrió un capítulo decisivo sobre las aspiraciones independentistas kurdas. La naciente República turca, bajo el liderazgo de Mustafa Kemal Atatürk, imprimió una indivisible visión de unidad nacional que trastocó esas demandas kurdas por establecer un Estado independiente, en este caso en el sureste del país. Esta aspiración había sido contemplada en 1918 con el plan de paz presentado por el presidente estadounidense Woodrow Wilson tras la finalización de la Primera Guerra Mundial y la desmembración del Imperio otomano, una de las potencias derrotadas en ese conflicto.

La posterior guerra de liberación nacional iniciada por Atatürk y los nacionalistas “kemalistas” turcos desequilibró los intereses de las potencias vencedoras en esa guerra. Tras la repartición territorial de los dominios otomanos anteriormente estipulada por los Acuerdos Sykes-Picot (1916), y posteriormente oficializadas con el Tratado de Sévres (1920), en la que las potencias vencedoras se repartieron los antiguos dominios otomanos en Oriente Próximo (Siria, Irak, Líbano, Palestina), colocando a Turquía prácticamente como un protectorado, la lucha de los “kemalistas” permitió recuperar territorios en la península de Anatolia y los mares Mediterráneo y Egeo, expulsando, en este caso, a las invasoras tropas griegas.

Esto persuadió a Francia y Gran Bretaña a aceptar un nuevo acuerdo con los “kemalistas”: el Tratado de Lausana (1923) que consolidó la independencia turca. De este modo, como heredera de los restos del Imperio otomano, la Turquía “kemalista” se convirtió en la única potencia derrotada en la Gran Guerra que, tras una lucha de liberación nacional, presionó a las potencias vencedoras para adoptar un nuevo Tratado más adecuado a sus intereses.

Esto dejó a los kurdos del sureste de la Anatolia bajo la soberanía de la naciente República turca. Pero las tensiones no se acabaron. En 1925 se registró un levantamiento kurdo dirigido por el Sheikh Said contra las nuevas autoridades turcas, siendo fuertemente reprimido y causando aproximadamente 20.000 víctimas mortales.

Las constantes transformaciones vividas por Oriente Próximo desde la Segunda Guerra Mundial, con el proceso de descolonización y el final de los protectorados franco y británico en la región, imprimió mayores complejidades geopolíticas para las aspiraciones de los kurdos diseminados en Turquía, Siria, Irak, Irán y la URSS, particularmente en las repúblicas caucásicas hoy independientes de Armenia, Georgia y Azerbaiyán. Con todo, en 1946 tuvo una breve existencia la República Kurda de Mahabad establecida al norte de Irán, posteriormente sofocada por Teherán.

No obstante, los kurdos no desistieron de sus aspiraciones autonomistas, incluso llevando a cabo la lucha armada. En el caso turco, en 1978 se crea el Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK), bajo el liderazgo de Abdullah Öcalan, que llevó a cabo hasta su detención en 1999 una guerra interna en el Kurdistán turco con repercusiones en el norte de Irak. Por otro lado, la masacre contra los kurdos llevada a cabo por el régimen iraquí de Sadam Husein en 1988, utilizando incluso armamento químico, generó una fuerte sensibilidad exterior hacia la causa kurda.

El interregno causado por las dos guerras de Irak (1991 y 2003) impulsadas por Washington y una coalición internacional aliada, permitió la súbita aparición de un nuevo actor: la entidad paraestatal de facto del Gobierno Regional del Kurdistán (GRK) asentado en el norte de Irak, comúnmente denominado como Kurdistán iraquí. Entre 1991 y 2003, esta entidad estuvo protegida bajo el paraguas militar estadounidense por una Zona de Exclusión Aérea.

La caída del régimen de Husein en 2003, como resultado de la invasión liderada por la coalición internacional bajo la presidencia de George W. Bush, consolidó la autonomía del GRK con respecto a las nuevas autoridades en Bagdad. Sin embargo, esta autonomía también generó tensiones adicionales con Turquía, un aliado estratégico en la OTAN y Occidente.

En 2017, el Kurdistán iraquí realizó un referéndum independentista que obtuvo más del 90 % de apoyo popular. No obstante, bajo presiones de Washington ante el tenso panorama regional establecido por la guerra siria y ante la posibilidad de que ese referéndum sirviera de referencia para las demás comunidades kurdas regionales, finalmente las autoridades del GRK no proclamaron la independencia.

Por otro lado, la guerra en Siria, a partir de 2015, permitió el asentamiento de la Administración Autónoma del Norte y Este de Siria (AANES), que los kurdos denominan como Rojava. Se instauró allí un modelo secular y autogestionado que supone, al mismo tiempo, un embrión democrático en una región tradicionalmente dominada por sistemas autoritarios.

La asunción al poder en 2003 en Turquía del islamista Recep Tayyip Erdogan y su partido AKP abrió expectativas sobre una posible ventana de negociación con los kurdos de Turquía. No obstante, el creciente poder autoritario de Erdogan, que llevó a constantes roces con Occidente, así como las complejidades geopolíticas desatadas tras la primavera árabe de 2011, y especialmente la guerra de Siria (donde habita una numerosa comunidad kurda al norte de ese país en plena frontera con Turquía), definieron la paralización y casi definitiva suspensión de estas negociaciones a partir de 2015.

Kurdistán ante cuatro escenarios conflictivos regionales

Las tensiones regionales y los conflictos armados que se han presentado desde el Cáucaso hasta Oriente Próximo entre finales de 2023 y este 2024 obligaron a orientar preventivamente la atención en lo concerniente a la situación de los kurdos. Destacamos aquí cuatro focos conflictivos que podrían, directa o colateralmente, tener incidencia dentro del status quo actual de los kurdos.

Nagorno-Karabaj

La repentina alteración de los equilibrios geopolíticos en el Cáucaso Sur, resultado de la ofensiva militar de Azerbaiyán el pasado 19 y 20 de septiembre contra los rebeldes armenios en el enclave de Nagorno Karabaj (actualmente bajo administración azerí), junto con el conflicto en curso entre Israel y el movimiento islamista palestino Hamás en Gaza, sugiere la posibilidad de un nuevo foco de tensiones regionales relacionadas con la situación de Kurdistán.

Es por ello que las autoridades (como el GRK o la de Rojava en el norte sirio) y las poblaciones kurdas que ansían un Estado propio, deben observar atentamente el nuevo status en Nagorno Karabaj ante el reforzamiento del eje entre Azerbaiyán y Turquía, histórico enemigo del independentismo kurdo.

En este sentido, Ankara podría sustraer lecciones de esta audaz operación militar azerí con relación a sus tensiones con los kurdos. Un eje turco-azerí quedó patente el pasado 23 de octubre cuando ambos países iniciaron ejercicios militares conjuntos en el enclave de Najichevan, utilizando un total de 3.000 soldados, vehículos blindados, artillería y aeronaves.

Por otro lado, la rápida ofensiva azerí ha colocado al presidente armenio, Niko Pashynian, en una posición delicada, llegando incluso a aislarlo. A pesar de sus complejas relaciones históricas, armenios y kurdos tienen intereses estratégicos comunes: repeler el panturquismo aún latente en Turquía, que encuentra en Azerbaiyán otro ejemplo de este renacimiento del “mundo turco” en el Cáucaso y Asia Central tras la desintegración de la URSS.

Turquía e Irak

El temor de Erdogan y del estamento militar turco se enfoca en las vecinas Kurdistán iraquí y sirio, cuyas autonomías políticas, capacidad militar y, en el caso iraquí, control de riquezas petroleras e hidráulicas, le confieren un peso geopolítico estratégico, con relevante capacidad de influencia regional a través de un hipotético “corredor kurdo”.

Turquía también está atenta a los equilibrios de poder internos entre los kurdos. En el Kurdistán iraquí gobernado por el clan Barzani a través del PDK se presenta igualmente una lucha intestina por el poder y de rivalidades con otros clanes tribales, los cuales están establecidos igualmente en la Unión Patriótica de Kurdistán (UPK) así como el PKK, más presente en el Kurdistán turco.

Desde la década de 1990, Turquía impulsa una serie de proyectos energéticos e hidráulicos que transitaban precisamente por los territorios del Kurdistán turco e iraquí. No obstante, el GRK, amparado en sus apoyos exteriores (Estados Unidos, Europa e Israel), viene realizando acuerdos energéticos con multinacionales extranjeras como Exxon Mobil, para exportar crudo del norte de Irak a través de los oleoductos de Kirkuk y Mosul e, incluso, utilizando la ruta de oleoductos hacia la localidad turca de Ceyhan.

El reforzamiento de posiciones de su aliado azerí ha persuadido a Turquía a observar con interés este nuevo contexto de equilibrios regionales tanto en el terreno energético como el militar y cómo ello puede manifestar las expectativas de Ankara por reproducir una acción militar similar en sus fronteras para neutralizar o repeler esa especie de “corredor kurdo”.

La ya mencionada Rojava, al norte de Siria, es el otro foco de preocupación para Ankara, particularmente ante la posible conexión de esta especie de “corredor kurdo” entre el GRK, los combatientes de Rojava e incluso los reductos del PKK aún presentes en la región, razón por la que pareciera intentar establecer un “cordón sanitario”. Todo ello a pesar de que, con anterioridad, el gobierno turco y el GRK han mantenido ciertas relaciones bilaterales, muy probablemente enfocadas por parte de Ankara como mecanismo de disuasión para intentar neutralizar las conexiones del irredentismo regional kurdo.

El pasado 28 de septiembre, el representante turco ante la ONU, Sedat Önal, declaró que Ankara “continuará utilizando su derecho a la legítima defensa en Siria contra las amenazas directas e inminentes a su seguridad nacional por parte de las organizaciones terroristas”. El pasado 17 de octubre, el Parlamento turco aprobó la extensión por dos años, hasta 2025, del mandato de operaciones militares fronterizas con Siria e Irak, argumentando, en palabras del propio Erdogan, las “amenazas terroristas y los riesgos de seguridad” existentes con “organizaciones terroristas en Siria e Irak”.

Esta declaración, que lleva consigo un tono retórico similar al de la “defensa preventiva” que Rusia empleó antes de la invasión de Ucrania en 2022, cuando argumentó que estaba llevando a cabo una “operación militar especial” en el Donbas, parece estar haciendo referencia claramente a las fuerzas kurdas de Rojava. En particular, se mencionan las milicias armadas del PKK (que está prohibido en Turquía), y las Unidades de Defensa Popular (YPG), que Turquía oficialmente considera como “organizaciones terroristas”.

Como en el caso ruso en el Donbás, Ankara podría también invocar un enfoque similar de defensa de las poblaciones de origen túrquico en Siria e Irak, algunas de ellas con presencia de movimientos irredentistas kurdos. En septiembre pasado, Erdogan instó a la comunidad internacional a atender la necesidad de “solucionar las realidades demográficas sirias” y su integridad territorial, así como también en Irak con respecto a la población de Kirkuk, de mayoría turcomana y que recientemente ha observado protestas populares contra Bagdad.

Según informan medios kurdos, durante 2023 se han presenciado acciones militares turcas en Siria para abatir a líderes militares como el comandante de las YGP Aslan Qamişlo, así como también ha atacado infraestructuras energéticas y de aprovisionamiento alimenticio en localidades próximas a la ciudad siria de Tel Tamr.

Esto retrotrae las expectativas de una posible invasión militar integral al norte de Siria, un cálculo arriesgado para Erdogan, que van desde el plano militar hasta sus tensas relaciones con Occidente y ante la posibilidad de desatarse una nueva crisis humanitaria de refugiados. A fin de neutralizar esas críticas occidentales, Erdogan ha modificado sus iniciales reticencias en admitir a Finlandia y Suecia en la OTAN, tomando en cuenta el apoyo de Helsinki y Estocolmo al activismo kurdo. Podría con ello buscar una especie de “moneda de cambio” ante la posibilidad de una intervención militar contra los kurdos.

Medios informativos kurdos comienzan a observar la posibilidad de que Ankara esté preparando una intervención militar en el Kurdistán sirio. El mismo día (7 de octubre) en que Hamás atacaba en territorio israelí, el secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, mantenía una conversación con su homólogo turco Hakan Fidan con énfasis en la necesidad de tomar acciones conjuntas “para derrotar la amenaza terrorista en la región“.

Si bien Blinken tenía en mente a Hamás y no a los kurdos sirios, un día antes Ankara había realizado hasta 30 ataques contra objetivos kurdos al norte de Siria, algunos de ellos incluso muy próximos a posiciones militares estadounidenses en la zona, que terminó con el derribo de un dron turco, lo cual fue considerado como una acción “inusual” entre dos países miembros de la OTAN.

El ministro turco de Exteriores aseguró que su país planea crear una “zona de seguridad” de 30 kilómetros en las fronteras con Siria e Irak para separarlas de los grupos armados kurdos. Toda vez, Fidan enfatizó en la posición turca de considerar a las Fuerzas Sirias Democráticas (FDS), un grupo apoyado por Washington en su lucha contra el Estado Islámico (ISIS) como “grupo terrorista”. Observando esta retórica, pareciera que estuviéramos asistiendo a un revival de la estrategia de “lucha contra el terrorismo” propia de la “era Bush”.

La “carta kurda” también podría suponer un aliciente electoral para Erdogan. En marzo próximo, Turquía realizará elecciones locales en las que el presidente turco espera retomar el control político de la capital, Ankara, y de Estambul, las principales ciudades del país. Agitar el nacionalismo anti-kurdo podría erigirse como una herramienta electoral.

Irán

Irán también acoge en su territorio a una región kurda, denominada Kurdistán Este, o Rojhelat. Como Ankara, Teherán recela de cualquier implicación de grupos separatistas kurdos desde Irak y Turquía hacia el Kurdistán iraní e incluso desde las vecinas Armenia y Azerbaiyán. De allí la frecuente represión de las autoridades iraníes contra activistas kurdos.

Debe destacarse que en 2004 entró en escena un nuevo actor, el Partido por una Vida Libre del Kurdistán (PJAK, por sus siglas en kurdo), muy vinculado con el PKK, y que ha venido confrontando a las autoridades iraníes con la apuesta de un “Irán democrático y confederal” así como el hermanamiento de ciudades kurdas fronterizas entre Turquía, Irak, Irán y Azerbaiyán.

Más allá de las intermitencias existentes en las relaciones entre Ankara y Teherán, por momentos cordiales y otras más distantes, el reequilibrio de alianzas regionales ante la actual escalada de tensiones parece anunciar una entente turco-iraní. Este reacercamiento, que ha cobrado más fuerza vía posición común contra la invasión israelí a Gaza, obviamente complicaría las aspiraciones autonomistas kurdas, con especial atención ante el reciente ataque iraní en el Kurdistán iraquí y las presiones turcas hacia los kurdos de Rojava. El primer ministro del GRK, Masrour Barzani, calificó el ataque iraní como “un crimen contra el pueblo kurdo“.

Con todo, Teherán también recela ante el hipotético escenario de una invasión militar turca de Siria, ya que trastocaría los equilibrios militares en la región, y toda vez supondría igualmente un ataque contra un aliado iraní como el régimen de Bashar al Asad.  En mayo pasado, y gracias a la intermediación rusa e iraní, Turquía y Siria se encaminaban a una normalización de sus relaciones bilaterales. A pesar de este “deshielo” turco-sirio, Erdogan enfatizó en que no retirará sus tropas establecidas al norte de Siria, una exigencia permanente del presidente al Asad.

Israel

En lo relativo al gobierno de Benjamín Netanyahu, actualmente ocupado en su conflicto con Hamás y en la escalada bélica regional que apunta hacia el Líbano, Siria, el Mar Rojo e Irán, deben destacarse los tácticos acercamientos israelíes que con anterioridad manifestó hacia los kurdos, especialmente en el caso de la GRK.

Desde la caída del régimen iraquí de Sadam Husein (2003), Israel ha mantenido relaciones de fluidez y de acercamiento con el GRK que, en su momento, albergaron la posibilidad de reconocimiento israelí de la soberanía kurda, particularmente tras el referéndum de 2017, no reconocido como legítimo por Ankara y una buena parte de la comunidad internacional, incluido Estados Unidos.

Visto el contexto actual, el objetivo israelí pareciera enfocarse en intentar neutralizar a rivales regionales como Turquía e Irán, con los que ha tenido roces precisamente por sus respectivos apoyos a la causa palestina y contra la acción militar en Gaza.

Inicialmente, Erdogan mantuvo un prudente distanciamiento ante la reciente escalada militar entre Hamás e Israel, incluso propiciando esfuerzos diplomáticos que impliquen finalizar el enfrentamiento armado. No obstante, la actitud del presidente turco cambió drásticamente tras la ofensiva israelí en Gaza, que Erdogan calificó de “injustificada“.

Israel también observa con atención si la eventual invasión militar turca al norte de Siria, llevaría a establecer una especie de protectorado militar de Ankara, repotenciando aún más a Turquía como potencia militar regional. Toda vez esta hipotética invasión militar turca provocaría una más que probable ruptura con Damasco con visos de enfrentamiento militar. Las expectativas israelíes estarían también enfocadas en la eventualidad de que este escenario de escalada bélica turco-sirio implique el desequilibrio del régimen de Bashar al Asad, histórico enemigo israelí y aliado de Irán, Hamás e Hezbolá.

FUENTE: Roberto Mansilla Blanco / LISA News

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