El 12 de enero de 2013, a dos días de conocida la noticia del triple femicidio de Sakine Cansiz, Leyla Saylemez y Fidan Dogan, 150.000 manifestantes marcharon por las calles de París para exigir a las autoridades francesas justicia. La ola de indignación recorrió distintas ciudades en Europa y en Kurdistán. Tanto la población kurda migrante en Europa como la que habita en su propio territorio, dieron muestras profundas del dolor provocado por la muerte de estas revolucionarias, admiradas por la coherencia de sus vidas y por los puentes que habían tendido entre los pueblos. Las manifestaciones multitudinarias por verdad y justicia que se siguen realizando desde entonces en Kurdistán, Europa y en América Latina, pusieron de manifiesto la fuerza que va tomando la lucha de liberación de Kurdistán, y el lugar principal de las mujeres en esa revolución.
Numerosas pistas revelaron que el autor del triple femicidio político fue Ömer Güney, agente del Servicio Secreto Turco (MIT). Durante la investigación se confirmó que el MIT –y el Estado turco– violan la soberanía de los países, en muchos casos con la complicidad de los gobiernos que garantizan sus acciones ilegales. Es el caso del gobierno de Francia, que en su interés de preservar las relaciones con Turquía, nunca recibió a las familias de las víctimas de este triple crimen, ni a los representantes de la comunidad kurda que quisieron ofrecer pruebas de lo sucedido y pedir apoyo para un juicio ecuánime. A pesar de las exigencias el juicio se fue dilatando una y otra vez. Si bien la investigación se completó en mayo de 2015, el proceso judicial se fue retrasando hasta que quedó fijado para el 23 de enero de 2017. Pero un mes antes, el 17 de diciembre de 2016, falleció el único acusado –Ömer Güney– como consecuencia de un tumor avanzado (que se sabía que tenía desde tiempo atrás). Todo se fue articulando para garantizar el cierre del caso y de la investigación sobre los autores intelectuales del asesinato. Las organizaciones de solidaridad con el movimiento kurdo y el Consejo Democrático Kurdo en Francia, expresaron en un documento indignado: “Esta muerte nos priva de un juicio público que habría permitido juzgar no sólo al ejecutor, sino también, y especialmente, al patrocinador, al Estado turco que, no contento con la represión espantosa ejercida contra los líderes y activistas políticos kurdos en su territorio, continúa amenazándolos en toda Europa. Al posponer la celebración de este juicio, Francia perdió una oportunidad crucial para finalmente juzgar un crimen político cometido en su territorio”. Señalan al final del documento: “Güney murió ¡pero los autores intelectuales siguen vivos y libres! Cinco años después, el silencio de las autoridades francesas es más aturdidor que nunca. ¡Exigimos que las autoridades esclarezcan estos asesinatos y que finalmente se haga justicia!”.
La exigencia vuelve a replicarse en este enero en numerosas actividades realizadas en el mundo, recordando a las revolucionarias turcas y buscando caminos para que la impunidad no gane la partida.
¿Quiénes eran las asesinadas?
Las revolucionarias kurdas eran tres mujeres brillantes, artífices cada cual desde su rol, de un esfuerzo por difundir la cultura y la identidad kurdas, las razones de su pueblo para ser libres, los modos en que comprenden la libertad, y los caminos que proponen para la paz, en los países en los que están organizados, y en Medio Oriente.
Sakine Cansiz (1958-2013) fue una de las principales impulsoras y dirigentes del movimiento de liberación (junto al líder Abdüllah Ocälan, preso hace 19 años en la isla-prisión de Imrali, en Turquía). Con 55 años en el momento de ser asesinada, Sakine (conocida también como Sara) fue animadora de la organización del pueblo kurdo, y comprendió la necesidad de la lucha antipatriarcal, a la par de la lucha anticapitalista y de emancipación social. Fue cofundadora del Partido de los Trabajadores de Kurdistán –creado en 1978–, y una impulsora activísima de la presencia de las mujeres en la vida del movimiento y en la lucha política.
Después del golpe de estado de 1980 en Turquía, Sakine fue detenida y pasó doce años en prisión, siendo la primera mujer que asumió su propia defensa política frente a los tribunales. Su fuerza y dignidad ante la tortura, su integridad ante el enemigo, y la ternura hacia las compañeras con quienes convivió en las duras prisiones turcas, la convirtió en una leyenda viviente. Fue una de las primeras organizadoras del PKK y del Movimiento de Mujeres de Kurdistán, dirigente de la guerrilla de liberación, defensora de los derechos de las mujeres, maestra en el campo de refugiados de Makhmour. Su última tarea fue la de representante del movimiento de liberación kurdo en Europa. Una mujer con múltiples cualidades, y una sensibilidad abierta a los nuevos procesos de acción y reflexión, estudiosa de los procesos de liberación en el mundo, y atenta a las rebeldías feministas y a las luchas libertarias en América Latina. Realizó este camino partiendo de una sociedad de características feudales, donde el lugar de las mujeres estaba negado o relegado, no sólo en la cultura de los países en los que vive la población kurda, sino también en la de las organizaciones de izquierda.
En el libro publicado recientemente en Argentina “Toda mi vida fue una lucha” (Ediciones América Libre), de carácter autobiográfico, la propia Sakine narra en primera persona su experiencia en el camino hacia el reconocimiento de la identidad kurda, las contradicciones vividas en su familia, las tensiones para las jóvenes que rompen los cánones tradicionales de la sociedad patriarcal. Relata vivamente cómo tuvieron que repensar desde sus propias miradas el proyecto histórico de liberación, cómo fueron creciendo hasta ser una organización fuerte de mujeres, a partir del diálogo una a una, en el que analizaban colectivamente las opresiones que sufren como pueblo y como mujeres.
Las compañeras con quienes estaba la noche del 9 de enero eran jóvenes activistas de ese movimiento. Fidan Dogan (conocida como Rojbîn, 1982-2013) provenía de una familia kurda alevi de Maras, víctima de una masacre en 1978, cuando el Ejército turco asesinó a alrededor de 2000 kurdos alevíes. Con 9 años Fidan llegó refugiada a París con su familia. Fue una estudiante brillante, y se dedicó a la lucha por la liberación del pueblo kurdo. En vida no pudo realizar su sueño de regresar a su aldea natal en Kurdistán, pero luego del crimen fue recibida por millones de personas en la capital de Kurdistán, Diyarbakir, y sus restos quedaron sembrados en su pueblo natal, Malé Butan. Leyla Saylemez (conocida como Ronahî, 1989-2013), nació en Mersin, pero vivió sus primeros años en Lice donde tuvo que migrar con su familia. Ese pueblo fue quemado íntegramente en 1993 por la armada turca. A los 10 años fue a un segundo exilio en Alemania, donde realizó un gran activismo cultural, organizando a la juventud kurda.
El asesinato de estas mujeres inteligentes, solidarias, profundamente humanistas, da cuenta de la crueldad con la que los gobiernos de Turquía oprimieron, persiguieron, exterminaron al pueblo kurdo, dentro de sus fronteras y más allá de las mismas. Pero la masiva respuesta popular habla de la fuerza y la capacidad del pueblo kurdo –en particular de sus mujeres–, para organizarse en los distintos países en los que viven, recuperando la identidad avasallada y ligándola a un proyecto de vida y de paz, al que identifican como Confederalismo Democrático. Esta propuesta política hoy tiene ya logros concretos como es la liberación del territorio de Rojava, en el norte de Siria, donde se está poniendo en práctica.
Es un proyecto complejo, porque nace y crece en un pueblo de casi 45 millones de personas, dividido desde 1923 entre cuatro estados-nación (Irán, Irak, Siria y Turquía), que a su vez se aseguraron de que no haya fragmentación posible del nuevo Estado. Para ello propiciaron un nacionalismo furioso, negando la existencia de diversos grupos étnicos que viven sobre todo en Turquía. Existe también una diáspora de alrededor de 2 millones de kurdos y kurdas, que están en su mayoría en Europa y América Latina. Se trata de la mayor etnia sin Estado en el mundo. Sin embargo, la propuesta política kurda no busca el separatismo desde el concepto de estado-nación, ni la unificación religiosa desde propuestas fundamentalistas. Por el contrario, renueva las nociones de autodeterminación como pueblo, unido a una práctica democrática, asamblearia, de democracia de base, de experiencia comunal, en una convivencia vital con otras etnias que se encuentran en el mismo territorio. A este ejemplo viviente le temen los gobiernos del capitalismo patriarcal, que convirtieron a la democracia en una mueca triste. Para que el mismo no se difunda, mataron a las mensajeras. El gobierno turco hizo la «tarea sucia», pero el interés era compartido por todos los gobiernos que pretenden imponer a sangre y fuego el dominio del capital, beneficiándose de la cultura de dominación colonial y patriarcal.
Una política de paz
Es tanta la ignorancia y la desinformación que se construye desde los medios de comunicación hegemónicos, repitiendo burdamente los guiones ordenados desde los centros del poder mundial, que se vulnera impunemente la verdad, identificando la lucha del pueblo kurdo por su liberación, con propuestas “terroristas”, “guerreristas” o “militaristas”.
La criminalización mediática de la “revolución de las mujeres” es funcional a su política de exterminio. La necesidad que tienen las mujeres y el pueblo kurdo de políticas de autodefensa, para evitar que se sigan repitiendo los genocidios ya sufridos, se presenta como una amenaza para el mal llamado “mundo libre”. Se les niega de este modo el derecho a defenderse, para dejar libres las manos de los asesinos. Se los criminaliza, para causar indiferencia ante las múltiples violencias que sufren.
Sin embargo, es justamente por la diplomacia de los pueblos, llevada adelante por mujeres como Sakine, Fidan y Leyla, que estas versiones que tergiversan la realidad vienen derrumbándose. Romper los lazos de solidaridad y comprensión entre los pueblos fue otro objetivo del crimen.
Lo cierto es que la “revolución de las mujeres” está siendo valorada cada día más, por los pueblos que buscan ejercer su soberanía, y por los movimientos de mujeres, de disidencias sexuales, y los feminismos que profundizan su perspectiva revolucionaria. En la medida en que se van conociendo los conceptos que animan a la “revolución de las mujeres”, se descubre que ésta propone una profunda transformación no sólo de las relaciones políticas, sociales, económicas y culturales, sino de las mismas lógicas de las revoluciones de los siglos XX y XXI, uniendo la recuperación de su identidad como pueblo, con el Confederalismo Democrático, como política que busca nuevos caminos para defender la vida de las personas y de la naturaleza, creando lazos entre los pueblos oprimidos y siendo un aporte concreto para la lucha por la paz en Medio Oriente y en el mundo.
Es también una revolución del conocimiento, ya que el Movimiento de Mujeres de Kurdistán sostiene profundos diálogos con las experiencias feministas, ecologistas, de lucha por la paz y de solidaridad internacionalista en el mundo, y ha puesto en discusión al conjunto de paradigmas científicos occidentales, a partir de una concepción del mundo nombrada como Jineolojî (ciencia de las mujeres), que visibiliza y organiza los saberes creados y guardados por las mujeres en la historia de la humanidad.
Los grandes medios de comunicación utilizan la confusión creada por ellos mismos de identificar al movimiento de liberación kurdo con el terrorismo, para atacar a toda resistencia en cualquier parte del mundo. De manera absurda e infantil, pueden sostener que la lucha zapatista en Chiapas, la del pueblo lenca en Honduras, o la resistencia mapuche en Chile y Argentina, están financiadas y entrenadas por las fuerzas revolucionarias de Kurdistán. Como si estos pueblos ancestrales no tuvieran una experiencia propia de resistencia en sus territorios, y como si el movimiento de liberación kurdo tuviera la capacidad para repartirse atrás de cada esfuerzo de lucha. Mienten y ocultan sistemáticamente que las propuestas del movimiento de liberación kurdo buscan la pacificación de la vida, el respeto a la diversidad étnica, cultural y política de los pueblos. Siendo movimientos armados, sus acciones están ligadas a la autodefensa de las mujeres y de los pueblos, amenazados por las políticas de estados como Turquía, o por el Estado Islámico (ISIS). Ocultan que las fuerzas de autodefensa kurdas son quienes han realizado esfuerzos más concretos y eficaces, para enfrentar al terrorismo de ISIS y de otros grupos fundamentalistas nacionalistas y religiosos.
Sakine, Leyla, Fidan, con su actividad política y diplomática, abrieron la posibilidad de que estas experiencias fueran conocidas. La diplomacia de los pueblos no busca “contagiar” las ideas para que los pueblos las copien, porque precisamente cree en la diversidad. Rechaza las reiteraciones dogmáticas, las recetas, la subordinación de unos movimientos a otros. Por el contrario, promueve una pedagogía de la diversidad, del reconocimiento mutuo, el diálogo de saberes, experiencias y sentimientos diversos que ayudan a percibir mejor el mundo en el que vivimos y que queremos cambiar.
Justicia para Sakine, Leyla y Fidan es parte de la lucha por la paz, por la soberanía y el poder feminista y popular. Es multiplicar el sueño de Rojava: la revolución de las mujeres, el poder de los pueblos libres, la emancipación del colonialismo desde nuestros cuerpos, comunidades, territorios y culturas.
FUENTE: Claudia Korol / Página/12