Se necesita un golpe de genio para ablandar el corazón del pobre Recep Tayyip Erdogan. Aquellos de nosotros que siempre hemos creído que Erdogan era poco equilibrado, todavía debemos estar consternados de que un presidente estadounidense infinitamente más desequilibrado que la variedad turca esté tratando de empobrecer al segundo aliado militar más importante de la OTAN. Es cierto que Erdogan encerró a 50.000 turcos –incluido un pastor estadounidense, aunque más tarde– tras del intento de golpe contra él hace dos años, pero ¿no rompió ese récord el presidente y mariscal de campo de Egipto, Abdel Fattah al-Sisi, al encerrar a 60.000 presuntos islamistas en las prisiones de su propio país? ¿Y qué hay de las ejecuciones masivas de Haider al-Abadi en Iraq? ¿O esa desagradable crucifixión en Arabia Saudí hace tres semanas, sin mencionar esa horrible guerra en Yemen donde los niños parecen ser asesinados un día sí y otro día también? ¿O la costumbre israelí de abatir a decenas de palestinos desarmados en Gaza? ¿O ese tonto en Corea del Norte que apela al sentido del humor de Trump?
Si el apellido de Erdogan significa “valiente halcón” en inglés, al sultán de Estambul ciertamente le han cortado las alas. O eso se supone que es lo que debemos creer. Trump, que no da un vistazo al número de inocentes encarcelados o destruidos en el mundo, de repente trata de castrar a Turquía, y todo porque el pastor Andrew Brunson permanece bajo arresto domiciliario allí, por supuestamente apoyar el plan de golpe de Estado supuestamente organizado por el antiguo colega de Erdogan, el supuestamente hipnótico imán Mohamed Fethullah Gulen, que actualmente reside en el propio país de Trump.
No creo ni una sola palabra de todo eso. Trump hizo muy poco alboroto en torno al cautiverio de Brunson durante muchos meses. Le costó casi un año y medio montar una rabieta sobre el buen hombre cristiano de familia y misionero en Izmir, cuyas principales actividades parecen ser saludables: barbacoas, picnics, natación, películas y juegos de mesa por las noches, citando a su hermana Beth, “la típica familia estadounidense aunque viva tan lejos”. Los cristianos evangélicos estadounidenses se indignaron por el arresto de este hombre piadoso –el cristianismo estaba siendo juzgado, por supuesto– y su presidente favorito finalmente tuiteó que “este hombre inocente de fe debería ser liberado de inmediato”.
Y así sucedió que la ira de Trump fue azuzada por el presidente musulmán que encerró a un hombre que solo estaba haciendo el trabajo de Dios en la confortable ciudad costera de Izmir. El doble arancel de Estados Unidos al acero y al aluminio ayudó en el colapso de la lira turca, que perdió este año el 45% de su valor, aunque Erdogan también podría ser culpado por su negativa a subir las tasas de interés contra la inflación. Pero seamos sensatos. ¿Todo esto por un pastor presbiteriano?
No. Porque aquí está la lista real de los crímenes de Erdogan. Está comprando el sistema de misiles ruso S-400 para Turquía. Se niega a aceptar el apoyo de los Estados Unidos a los aliados kurdos del YPG. Permitió que los combatientes islamistas pasaran sobre la frontera de Turquía con Siria junto con una gran cantidad de armas, morteros y misiles, a lo que Washington no tenía objeciones en ese momento porque que los Estados Unidos estaban tratando de derribar al ex amigo de Erdogan, Bashar al-Assad. Luego, después de derribar un avión ruso a lo largo de la frontera con Siria en noviembre de 2015 –por lo que fue inmediatamente boicoteado por Moscú–, Erdogan abrazó a Putin. Fueron entonces los rusos y los iraníes quienes primero advirtieron a Erdogan sobre el inminente “golpe de Gulen” contra él en julio de 2016. Habían estado escuchando el tráfico de la radio interna del Ejército turco y avisaron al sultán de Estambul.
Y ahora Erdogan está ayudando a Irán a esquivar las sanciones estadounidenses que se impusieron después de que Trump rompió flagrantemente el acuerdo nuclear de 2015 y, en una decisión que demuestra la respuesta cobarde de los propios conglomerados petroleros de la Unión Europea a la locura de Trump, ha anunciado que continuará importando petróleo iraní. Por lo tanto, se atenuará la amenaza adicional de Washington de mayores sanciones petroleras contra Irán. Arabia Saudí, uno de los aliados más cercanos de Trump, donde la libertad religiosa para personas como el pastor Brunson nunca ha existido, ya está furioso con Erdogan. No hace mucho tiempo, el príncipe heredero Mohammed bin Salman denunció a Turquía como parte de un “triángulo del mal”: los otros pedazos del “triángulo” eran el Irán chií y los militantes islamistas.
Por tanto, usted puede ver cómo se están alineando las cosas en el Medio Oriente en este momento. Erdogan ha hecho buenos amigos con Putin y el líder supremo de Irán y, como un adversario de Arabia Saudí, está naturalmente en los mejores términos posibles de amistad con Qatar, cuyo Emir, en un momento milagroso que incluso el pastor Brunson podría envidiar, acaba de prometer una inversión de 15.000 millones de dólares a Turquía. El asedio de Qatar por Arabia Saudí comienza a verse tan miserable como su guerra contra los chiíes de Yemen. Las tropas turcas están estacionadas en Qatar para “proteger” al pequeño emirato contra su vecino más grande y amenazante, y todos sabemos quién es. Y, dado que las relaciones entre Siria y Qatar se están recalentando constantemente, aunque en una escala más pequeña, me pregunto quién se beneficiará más.
Bashar al-Assad, ¿tal vez? Las tropas rusas ahora patrullan las líneas sirio-israelíes debajo de los Altos del Golán ocupados. Los rusos han prometido a Israel que las comparativamente pocas fuerzas iraníes en Siria se mantendrán al menos a 50 millas de este sector. El aliado de Rusia, Siria, necesita aplastar el bastión islámico final en Idlib con la ayuda de Rusia y obligar a los combatientes más intransigentes de la provincia a regresar a Turquía. Qatar tiene el efectivo para reconstruir Siria y así extender su influencia a través de la masa de tierra del Levante hacia el Mediterráneo. Si Qatar inyecta aún más miles de millones a Turquía, entonces podremos ver algún tipo de alianza estratégica entre Doha y Ankara. ¿Y un redescubrimiento de la amistad familiar entre Erdogan y Assad?
En contraste con este horizonte, Erdogan no necesita ser un “halcón valiente”. Solo un viejo pájaro astuto.
FUENTE: Robert Fisk / Naiz