El fracaso de las recientes conversaciones celebradas entre Turquía y Estados Unidos, dejó a Ankara en muy mala posición para llevar a cabo su anunciada operación militar contra las milicias kurdas que controlan casi todo el noreste de Siria.
El desencuentro entre el asesor presidencial turco, Ibrahim Kalin, y el consejero de Seguridad Nacional de Estados Unidos, John Bolton, fue total y no hubo más declaraciones oficiales que la insistencia por parte de Ankara de que las Unidades de Protección Popular (YPG) kurdas son una organización terrorista que amenaza la propia existencia de Turquía.
Bolton, al parecer, pidió garantías para los combatientes kurdos, mientras que el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, respondió en su habitual discurso del martes (8 de enero), ante los legisladores de su partido que “John Bolton cometió un grave error”, pues “para nosotros, no hay la menor diferencia entre las YPG, el PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán) y el Estado Islámico (EI)”.
Para Turquía, la retirada de las tropas estadounidenses de la zona norte de Siria, al este del río Éufrates, no puede generar un reforzamiento de las milicias que controlan el área, y así lo expresó Kalin durante las conversaciones: “No deberíamos dar oportunidades a organizaciones terroristas como las YPG durante este retiro”.
Y por ello Ankara llegó a pedir a Washington que al abandonar el país árabe entregara sus 16 bases militares y logísticas en la zona a Turquía, o a las autoridades regionales, según publicó el diario Hürriyet.
El problema es que Estados Unidos ha estado ayudando y armando militarmente a las Fuerzas Democráticas de Siria (FDS), cuyo soporte principal son las YPG, en la lucha contra el EI, y según explicó Bolton a su llegada a Ankara, no desean “ver en peligro a las fuerzas de oposición sirias que han luchado con nosotros”.
Es claro que el Ejecutivo turco no buscaba un permiso expreso por la parte norteamericana para llevar a cabo una operación militar transfronteriza contra los cantones kurdos de Manbij, al oeste del Éufrates, y Kobane, al este, pero tampoco contaba con recibir una negativa tan rotunda.
Además, tras el inesperado anuncio del presidente estadounidense Donald Trump, del pasado 19 de diciembre, cuando aseguró que retiraría los 2.200 soldados desplegados en el país en un plazo de 30 días, los dirigentes kurdos comenzaron a dialogar con el gobierno de Damasco para tratar de contar con su respaldo ante una eventual campaña militar turca.
Esta protección llevaría aparejada la presencia rusa en la región, que pasará a controlar el espacio aéreo tras la retirada de Estados Unidos y donde ya comienzan a verse unidades de la policía militar realizando patrullas conjuntas con los milicianos kurdos de las FDS.
Moscú dijo que el gobierno sirio, de conformidad con el derecho internacional, debe llenar el vacío, dejado por la partida estadounidense. También propuso que el ejército mantenga una zona de amortiguamiento a lo largo de la frontera turca, manteniendo a las YPG lejos de esta, para calmar las preocupaciones de seguridad de Turquía.
Por su parte, Ankara ha tratado de minimizar las diferencias con Washington y Moscú, y ha seguido apostando por llevar a cabo la operación militar al este del Éufrates, independientemente de si Estados Unidos se retira o no de la zona, según aseguró el 10 de enero el ministro turco de Relaciones Exteriores, Mevlüt Cavusoglu.
“Haremos lo que sea necesario contra una organización terrorista que representa una amenaza para nuestra seguridad nacional”, aseguró el canciller en referencia a las YPG. “Turquía está decidida sobre este tema” y determinará “sin pedir permiso a nadie” el calendario de las operaciones, añadió.
En la práctica, la evolución de los acontecimientos no favorecen a los intereses turcos, y la campaña bélica está lejos de ser puesta en marcha “de forma inminente, en cuestión de días”, tal y como afirmara Erdogan el 12 de diciembre.
Descartado cualquier entendimiento con Estados Unidos, que retrasó su salida al menos cuatro meses, Ankara busca ahora un acuerdo aceptable con Moscú, y Erdogan trata de concretar una reunión con su homólogo ruso, Vladimir Putin, donde se incluyan otras cuestiones sobre la situación en Siria.
El diplomático turco y ex embajador en Bagdad, Murat Ozcelik, explicó en Al-Monitor que Rusia podría disuadir a Turquía de una importante operación en Siria sin usar la fuerza, y que sin un acuerdo entre ambas partes, Ankara no estaría en condiciones de llevar a término esa aventura militar.
A su vez, el gobierno sirio también aprovechó el impasse para ganar posiciones en la zona y tratar de evitar una intervención turca mediante el diálogo con los grupos kurdos, que ahora buscan alcanzar un acuerdo político con Damasco.
El viceministro sirio de Relaciones Exteriores, Faisal Mekdad, dijo que las condiciones para este acercamiento son apropiadas y calificó la eventual operación del ejército turco como una “grave violación” de las resoluciones internacionales y una injerencia en los asuntos internos de Damasco.
El diario panárabe Al Sharq Al Awsat informó el 5 de enero que el líder de las YPG, Sipan Hemo, presentó en diciembre a Moscú y Damasco un plan que prevé traspasar el control de la zona a las autoridades sirias si se reconocen como legítimos los órganos de autogobierno locales.
La firmeza de Turquía a la hora de seguir apostando por la vía de la fuerza, contrasta con los movimientos que están llevando a cabo las partes implicadas y deja en el aire la pregunta: ¿puede Ankara, en esta situación, arriesgarse en solitario a una operación militar contra los kurdos en el noreste de Siria?
FUENTE: Antonio Cuesta / Prensa Latina