“Vamos. Tenemos que irnos; pronto oscurecerá”, dice Heval Dalal con una sonrisa tranquilizadora y un Kalashnikov encima del hombro, mientras asciende rápidamente por un empinado camino en un campamento camuflado en las montañas del Kurdistán iraquí. Mientras camina, explica las reglas: nada de teléfonos ni cámaras. (Los aviones no tripulados pueden recoger firmas térmicas y señales de teléfonos móviles). Nadie sale por la noche.
Durante los últimos dos años, el ejército turco ha atacado el sistema montañoso en el norte de Iraq, cerca de la frontera con Irán, en busca de escondites clandestinos exactamente como éste. “Tenemos que tomar aún más precauciones”, dice ella.
Dalal, de 26 años, viste uniforme verde holgado y turbante azul, su pelo largo y oscuro en un moño suelto sujeto con un alfiler azul. Nació en Suecia, de padres kurdos que se mudaron a Europa como refugiados. A los 18 años, se casó con un sueco de origen kurdo, a pesar de la desaprobación de su familia. Su madre le dijo que él la controlaría, que suspendería sus estudios e impediría que ella saliera.
Fue peor que eso. Terminó en el hospital varias veces. La violencia aumentó, pero ella no buscó ayuda. “Me avergonzaba enfrentarme a mi madre y admitir que tenía razón”.
Mientras estaban casados, la pareja visitó a su familia en Sulaymaniyah, la segunda ciudad más grande del Kurdistán iraquí. Fue allí donde Dalal comenzó a rumiar la idea de unirse a YJA Star, el brazo militar femenino del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), considerado como una organización terrorista por la mayoría de los países occidentales debido al conflicto armado de 30 años de duración contra el Estado turco. Desde la década de 1990, el PKK tiene su base en Qandil, un valle de 60 kilómetros de longitud en el norte del Kurdistán iraquí, y las guerrillas se diseminan por las montañas hasta Turquía.
“Admiraba su valentía y el hecho de que eran mujeres realmente fuertes que luchaban por nuestros derechos”, me dice Dalal. De vuelta a Suecia, escapó de su marido y se escondió en un refugio para mujeres. “A todos a los que se lo conté, se rieron de mí. Dijeron que nunca llegaría a las montañas; pensaron que era demasiado difícil para mí. Y ahora mírame: soy una guerrillera”. Se ríe.
Dalal se unió a YJA Star en 2014 y adoptó una nueva forma de vida. Pasó a la clandestinidad, en las montañas, viviendo en túneles o campamentos secretos. Desde aquí no puede contactar con su familia o comunicarse con el mundo exterior. No puede tener una relación romántica, ni un mejor amigo: todos tienen que ser iguales, y los apegos sentimentales están mal vistos.
Dalal vive para la causa y pone todos sus esfuerzos en cualquier tarea que el grupo le asigne, desde saludar a los invitados hasta disparar armas pesadas. “Nada puede ser una distracción, especialmente los sentimientos”, dice ella. “Si quieres llorar, debes luchar contra esas lágrimas y utilizarlas en la batalla”.
YJA Star es la hermana mayor de las YPJ, la milicia kurda siria que se ha hecho mundialmente famosa por su lucha contra el Estado Islámico. En 2014, las YPJ ayudaron a liberar la ciudad fronteriza siria de Kobanê, cuya lucha se convirtió en un símbolo de la feroz resistencia de las mujeres combatientes. Ahora marchan en Raqqa, la “capital” del Estado Islámico. Las YPJ forman parte de las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF), una coalición árabe-kurda aliada con los Estados Unidos.
“Cuando hablas de las YPJ, no puedes ignorar la influencia de YJA Star”, dice Meral Çiçek, una activista que ha escrito extensamente sobre los problemas de las mujeres en Oriente Medio. Es una defensora del movimiento de las mujeres kurdas, que incluye tanto a las YPJ como a YJA Star. Los dos grupos siguen las enseñanzas de Abdullah Öcalan, el fundador del PKK encarcelado que apoya una revolución de mujeres.
Cuando la guerra civil siria estalló en 2011, los kurdos de Siria estaban listos para luchar contra el régimen de Assad, que los había mantenido firmemente bajo control, como lo hicieron otros gobernantes con los kurdos en Turquía, Irak e Irán. Las guerrillas viajaron a Siria para ayudar a establecer las Unidades de Protección del Pueblo (YPG) y la rama de mujeres, YPJ. Abrieron academias y centros de entrenamiento. La ideología, el entrenamiento militar y la disciplina fueron los pilares principales del nuevo movimiento, que reflejaba la organización del PKK.
En 2012, el caos de la guerra civil ayudó a los kurdos a tomar el control de Rojava, la zona de mayoría kurda en el norte de Siria. El ascenso del Estado Islámico ralentizó el proceso, aunque no lo detuvo por completo. Mientras las YPJ y su homólogo masculino, las YPG, luchaban contra los yihadistas, el Partido de la Unión Democrática (PYD), un grupo político kurdo sirio, comenzó un proceso de democratización del área bajo su control.
“Muchas de nosotras nos unimos”, dice Nisrin Abdullah, comandante de las YPJ, en su oficina en Qamishli, en el noreste de Siria. “Durante el régimen de Assad no podíamos hablar nuestro idioma. No se nos permitía celebrar el Newroz (Año Nuevo kurdo). No teníamos ningún derecho en absoluto. Como mujer, era aún más difícil, porque eras discriminada doblemente. La idea de que las mujeres eran inferiores comenzaba en la escuela. Tenía clases sobre cómo agradar a un marido, cómo lucir hermosa, la manera correcta de peinarme”. A la lista, agrega cursos de costura y cocina. “Assad nos decía que el único futuro que podíamos esperar era casarnos y tener hijos”.
Ella quería más. Esta mujer de 33 años fue una de las cuatro primeras mujeres en unirse a la academia YPJ para nuevas reclutas, en Qamishli. “Al principio no fue fácil; tuvimos que educar a los hombres para que nos trataran de la misma manera”, recuerda. A medida que el Estado Islámico se extendió en Siria entre 2014 y 2016, YPG e YPJ cobraron impulso en la prensa internacional como la única fuerza efectiva sobre el terreno para detener la yihad. (Reciben apoyo y suministros militares de EE. UU. y Francia).
Las mujeres combatientes capturaron el imaginario colectivo, y ahora las YPJ tienen 24.000 soldados, incluidas yezidíes, asirias y árabes, de un total de 60.000 combatientes. A medida que la lucha continúa, hay mujeres que se unen todos los días, escapando de sus familias y los campamentos de refugiados para vengarse de la brutalidad y violencia que han experimentado bajo el gobierno del Estado Islámico. No hay números oficiales de víctimas, principalmente para mantener la moral alta.
A principios de mayo, una recluta entra en la base de Abu Kahef, en un pueblo a las afueras de Raqqa. Es un edificio de dos pisos con un patio de cemento. Muna (se niega a dar su apellido), una joven de 19 años del noroeste de Siria, lleva un hiyab oscuro y un vestido dorado. Se le invita a entrar y se le sirve té en un pequeño vaso.
Suzdar Derik, una de las principales comandantes de las YPJ en la operación de Raqqa, habla con ella de manera tranquila, casi maternal. Desde 2013, Derik ha supervisado la llegada de cientos de recién llegadas; tiene que prepararlas para la nueva vida que se avecina. Muna será asignada a una unidad totalmente femenina, y se moverá por el frente según sea necesario. Comenzará a luchar poco después de completar su entrenamiento militar e ideológico.
La muerte es una posibilidad. “Debes estar realmente segura para unirte”, dice Derik. “Luchamos por la libertad de cada mujer en la sociedad. Después de la academia de entrenamiento, todo estará más claro para ti y comprenderás que podemos hacer algo todos los días por la libertad de todas las mujeres”.
Y añade: “Pelear, para la mayoría de las mujeres, es algo nuevo, no creo que forme parte de nuestro carácter, pero aprendemos a sostener un rifle. La guerra es dura, y el Estado Islámico es de una brutalidad impactante. Pero es con el entrenamiento como construyes la conciencia de por qué peleas y desde ese momento una vida ordinaria ya no es suficiente”.
Al principio, Muna parece intimidada por el grupo de mujeres uniformadas que la rodean, pero tan pronto como le dan su propio uniforme, su conducta cambia. “Quiero luchar contra el Estado Islámico y liberar nuestra tierra”, explica. Dejando atrás su antigua vida y su familia, recibió un nom de guerre. Su teléfono quedó confiscado por razones de seguridad. Grabó un mensaje de video para sus padres en caso de que resultase muerta en la guerra. Le pidieron “que se comportara como un soldado” para este propósito.
“Una luchadora revolucionaria sacrifica todo: no tiene derecho a enamorarse, tener hijos o deseos. Debe mostrar más determinación que cualquier otra persona”, explica Rojda Felat, comandante en jefe de la operación Raqqa, que está a cargo de miles de soldados que marchan sobre la ciudad. La mayoría son árabes que se unieron a los kurdos bajo la bandera de las Fuerzas Democráticas Sirias. Su nombramiento es un movimiento político deliberado de los kurdos, que ven la emancipación femenina como una prioridad cuando se lucha contra el terrorismo islámico. La operación de Raqqa es una gran oportunidad para mostrar que las mujeres pueden ser líderes. “Prometimos que liberaríamos a todas las mujeres que fueron capturadas por el Estado Islámico y estoy aquí para cumplir esa promesa”, continúa Felat. Estima que la sangrienta batalla por Raqqa llevará al menos seis meses.
Con 35 años y de Qamishli, Felat se unió a las YPJ en 2012. Vio la creciente amenaza del Estado Islámico como una oportunidad para crear finalmente un mundo nuevo. Soñaba con libertad e igualdad; quería que las mujeres tuvieran un papel diferente en la sociedad. Desde entonces, ha luchado contra el Estado Islámico en todas las batallas importantes. “Fui la principal estratega de guerra en muchos frentes”, me dice.
Antes de nuestra conversación, veo que el coche de Felat entra en la base de Suzdar, causando una agitación repentina. “¡Está aquí!”, susurra alguien con urgencia. Los soldados comienzan a limpiar frenéticamente. Todos hacen cola para saludarla. Las mujeres más jóvenes sonríen tímidamente, ella es su heroína. Felat es una mujer pequeña. Su cabello es increíblemente largo, siempre anudado en una trenza. “Nunca me cortaba el pelo; solía llegarme a los pies”, dice con una sonrisa. Sus ojos se muestran atentos; tienen un cierto brillo. Camina y habla con extrema confianza, y es una figura intimidante: los hombres no bromean con ella.
“En revoluciones pasadas, en Francia o en Rusia, las mujeres han desempeñado papeles secundarios y luego las sociedades vuelven a estar en manos de los hombres”, dice. “Nuestra revolución será diferente”.
Felat no dejará de luchar después de derrotar al Estado Islámico. “No volveré a casa ni me casaré. Continuaré luchando”, declara. “Ya se puede ver la diferencia en nuestra sociedad, pero dentro de cinco años el papel de las mujeres habrá cambiado por completo. El futuro será brillante”.
En Rojava hay leyes que castigan el matrimonio de menores de edad, la poligamia y la violencia contra las mujeres. La fuerza de seguridad de las mujeres (Asayish a Jin) implementa la legislación y patrulla las carreteras. Cada pueblo liberado del Estado Islámico establece un consejo local que tiene tanto un hombre como una mujer como representantes. Se establecen centros educativos para mujeres, con cursos que incluyen autoconciencia y alfabetización. Para ellos, el primer paso hacia la liberación real de las mujeres es la autodefensa.
“Saber cómo defenderte es muy importante”, dice Felat. “Si no tienes miedo, entonces puedes contraatacar, tanto contra el enemigo como contra la mentalidad”. Ahora, incluso hay cursos para mujeres mayores sobre cómo usar un arma. La mayoría de ellas tienen hijos que se unieron a la revolución y ahora se encuentran en primera línea. “Estamos muy orgullosas de todos. Ellos traerán esperanza y con sus esfuerzos viviremos en una democracia”, dice Nisrin, una mujer mayor que tiene una hija en las YPJ.
En la noche del 25 de abril, tres aviones de combate turcos atacan la sede de las YPG en Dêrika Hemko, al noreste de Siria. El ataque dura dos horas y las bombas destruyen edificios y matan a docenas de kurdos. Es una noche sin luna, y el sonido de los bombardeos se escucha a kilómetros de distancia. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, ha golpeado a las YPG antes, los ha llamado repetidamente terroristas y Ankara se opone a la formación de una región autónoma dirigida por los kurdos a lo largo de su frontera sur. En los días siguientes, el ejército turco bombardea varias ciudades a lo largo de la frontera, lo que lleva a los Estados Unidos a desplegar vehículos blindados en el lado sirio como elemento de disuasión.
Cuatro días después, las YPG y las YPJ celebran un funeral por doce de los veinte soldados que murieron en el ataque aéreo. Todos los habitantes de Dêrika Hemko asisten. La ciudad está de luto. Durante la ceremonia, llegan tres vehículos blindados estadounidenses Stryker. La mitad de la multitud se vuelve para tomar fotos; el resto lo considera irrespetuoso.
Felat no parece darse cuenta. Su mirada se pierde en la pena. Uno de sus buenos amigos murió en el ataque aéreo, y Felat ha viajado desde el frente de batalla para presentar sus respetos. Jiyhan Amed, su amigo, se convierte en shahid, la palabra kurda para mártir, que es el más alto honor en la milicia de las YPG / YPJ. Un mártir siempre será recordado: sus imágenes están por todas partes, los caminos llevan su nombre. Por eso los soldados no deberían llorar por ellos. A los nuevos reclutas se les enseña a no mostrar emociones, pero esta vez Felat no puede contener las lágrimas.
FUENTE: Benedetta Argentieri/The Sydney Morning Herald/Fecha de publicación: 02/09/2017 – Traducción: Rojava Azadî